Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Eduardo Heras: Los pasos, el fuego, la vida...
Eduardo Heras: Los pasos, el fuego, la vida...
Eduardo Heras: Los pasos, el fuego, la vida...
Libro electrónico439 páginas4 horas

Eduardo Heras: Los pasos, el fuego, la vida...

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Puesto que autorreseña suena a autoguiños y autobombo, al lector no le quedará otra opción que leer el libro para comprobar si lo que dice la autora puede tomarse por cierto. Ella, de cualquier modo, lo tiene muy claro: esto es apenas un camino.
Testimonio a muchas voces, mosaico de entrevistas, retrato en plural o como quiera llamársele, esta obra existe por una incontenible necesidad de contar, en primer lugar, la vida del Chino Heras (La Habana, 1940, Premio Nacional de Literatura) desde dentro, con la mirada de quienes mejor lo conocen y acompañaron, de alguna forma, en los “años duros”, tiempos de hierro a altas temperaturas. Aquí se relata, por tanto, la aventura del campo cultural cubano desde los años 40 hasta la fecha; se revisan sus tejidos, fracturas, agujeros… Se diagnostican sus padecimientos.
Nacido como tesis de licenciatura en Periodismo, este testimonio explora, mediante entrevistas a personalidades de las letras cubanas —Abel Prieto, Senel Paz, Francisco López Sacha, Cira Romero o el recientemente fallecido Guillermo Rodríguez Rivera—, las líneas de la política cultural cubana del último medio siglo y más.

PD: Estas páginas comenzaron a escribirse en un aula, mientras el Chino impartía clases a un grupo bohemio y desenfadado que cree en la literatura como lo que es: un modo de vida. El único posible para ellos o, al menos, para la autora de esta locura.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento29 jun 2017
ISBN9781524304751
Eduardo Heras: Los pasos, el fuego, la vida...
Autor

Darcy Borrero Batista

Darcy Borrero (Palma Soriano, 1993) es periodista a medio tiempo y contadora de historias a domicilio. Graduada por el Chino Heras, en 2015, del Centro Onelio (Jorge Cardoso) y en 2016 de la Facultad de Comunicación de la UH. De ambas escuelas proviene este libro (de madre y padre) al que amamantará como buena primeriza. Aunque hace prosa poética desde la primaria, recién empezó a escribir poesía. En algo no cambiará su voz poética: sigue detestando a los “literatos” y disiente de la militancia esnobista. No come pescado debido a un trauma familiar; considera que comerlo, a estas alturas, la podría convertir en pez a ella misma, y no sabe nadar... Tampoco aprendió a montar bici ni patineta, ni a rezarle a un dios llamado Messi. Vive, desde los diez años en un llega y pon upgradeado, de ahí su obsesión con la Planificación Física y la Vivienda. En ese tema se doctoró a la temprana edad de dieciséis. Le gustan las piernas de Madonna y desde ayer empezó a ponerle velas al santo Lennon. Es mención en poesía en la edición 50 del Premio David de la Uneac.

Relacionado con Eduardo Heras

Libros electrónicos relacionados

Biografías y memorias para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Eduardo Heras

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Eduardo Heras - Darcy Borrero Batista

    Preludio

    La primera vez que lo vi era para mí un absoluto desconocido. Llevaba jeans blanco y camisa a cuadros. Espejuelos… Una frágil capa de canas cubría su cabeza. Las manos le temblaban ligeramente y hacía un gesto indescriptible con la boca. Lo oí hablar, pero sus palabras se confundían al llegar a mis oídos sordos por la emoción.

    Estábamos como en un cuadro que se dibujaba en el instante; en una composición casi fantástica, resuelta con pinceladas invisibles de ficción. En lo alto de la casa había una chimenea, por donde volaban algunos de los muchachos usando la imaginación contenida en los polvos flu. Otros nos quedábamos en la sala de los cronopios para recrear ambientes y personajes al calor de la pluma cortazariana. Entonces no sabíamos del fantasma que vive en nuestra casa tomada de 5.ta y 20, y que suele tocar la campanita y deslizarse por las escaleras para abrir o cerrar puertas, en dependencia de la ocasión.

    Pero en medio del brindis por nosotros, los zonzos que no habíamos podido percibir la presencia, o más bien ausencia fantasmagórica, el señor del jeans blanco nos contó. Fue así como logré ver un poco en su interior, observar más allá de los espejuelos un par de ojos rasgados, una sonrisa medio pícara y una expresión, a la larga, inocente.

    Confieso que creí estar ante un niño…

    En lo sucesivo, lo admiré en la distancia, en el silencio. Lo admiré desde mi silla en el aula; en los pasillos de aquel lugar ―común para quienes aman la literatura― que es el Centro Onelio Jorge Cardoso. Admiré sus luces y sus sombras y hasta su terca pasión interpretativa.

    Sin embargo, quizá hoy, que me levanto desde bien temprano para escribir estas líneas; hoy que siento las piruetas del despertador que viene para devorar mi sueño… hoy tengo la extraña sensación de no conocer a mi maestro, el Chino Heras.

    Por momentos me he sabido cerca, muy cerca, pero en el fondo, un muro de cristal llamado tiempo, se erige entre nosotros…

    Y camino tras él. Corro, giro, volteo, reconstruyendo como silueta los pasos que ya anduvo. Intento alcanzarlo, pero nos hallamos, casi invariablemente, a la misma distancia. Tal vez un poco más cerca; tal vez un poco más lejos… A veces en distintos planos. Nunca en el mismo lugar, nunca yo delante; nunca él detrás. Y aunque sé de esa imponente distancia, me apasiona la búsqueda. Por eso me asomo como niña curiosa ante el cristal, aun con miedo de tocar más allá, aun a riesgo de irrumpir en un espacio sagrado.

    Pero el cristal se desvanece poco a poco y quedo cada vez más cerca, o al menos esa es mi ilusión.

    ―No tengás pena ―me anima una tierna voz―. Entrá y contá la historia…

    Km 0: cuestión de principio

    E

    mpezaba el año 1940 con la incertidumbre de quién sería el nuevo presidente de la República de Cuba. La prensa más representativa del momento se hacía eco del asunto, en tanto presentaba espléndidos titulares al estilo de:

    ¿QUIÉN CREE USTED QUE DEBE SER EL FUTURO PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA? ¿BATISTA O GRAU?

    (Revista Bohemia, enero 1940).

    Y a continuación mostraban algunas respuestas que abrían aún más el debate y la polémica.

    Los meses transcurrieron hasta que, finalmente, se obtuvo el veredicto: Batista, quien presentó una Constitución Democrática que prometía una Cuba distinta a los más desposeídos, se hizo con la mayor cantidad de votos. Pero como para él, las personas eran solo votos, la Carta Magna quedaría constreñida a su versión de letra muerta.

    Mientras tanto, un hecho anónimo entre la alta sociedad y sin embargo definitorio para un minúsculo conjunto de votantes, ocurría en algún resquicio de La Habana: el nacimiento del tercer hijo del matrimonio de Ángela León y Agustín Heras: Eduardo Heras León, el mulato chino del Cerro, como lo llamara su amigo Rogerio Moya. O el Eddy para la familia, el Chino para los muchachos de su barriada, el maestro para los alumnos de la escuela primaria Oscar Lucero, el tavarich leitenant en la Unión Soviética, el teniente Heras en la Unidad de Artillería, el profesor en la Universidad de La Habana, el obrero fabril en Vanguardia Socialista ―según la presentación que de él hiciera Francisco Cruz para sus lectores―. O tantos otros epítetos que el tiempo ha enquistado en sus pasos.

    En este instante, sin embargo, deseo que se quede solo uno: el chinito que rompió con versos el marasmo de la pobreza e hizo su historia a pesar de la Esquina de Tejas y las botas, y el mundo…

    Viaje a la semilla

    Quién sabe cómo fue aquel día de 1940 en La Habana. No debió ser fresco, porque en agosto la Isla siempre parece un volcán. Pero pudo haber llovido… Quizá sonaron las sirenas ante el paso de algún general o doctor. Quizá doblaron las campanas de un par de iglesias, o la guagua demoró en pasar por un sitio imperfecto al que todavía llaman Esquina de Tejas. Quién sabe. En ese recóndito pasado que triplica mi edad no me es fácil imaginar la esquinita de la ciudad que pertenece a Eduardo Heras León desde aquel 5 de agosto en que la hiciera suya. Apenas dibujo en mi mente algunos trazos inconexos que reflejan una calle, una casona, una familia a la espera de un bebé. ¿Habrá llorado inmediatamente al nacer o tuvieron que darle una típica nalgadita?... Qué importa. Eduardo evoca los detalles de su llegada al mundo así:

    «Al parecer yo nací en la calle Cádiz, en el Cerro; pero unos días después de nacido, nos fuimos a vivir en medio de una miseria bastante grande a la calle 10 de Octubre número 10. Era una casa de vecindad, no exactamente un solar, sino una casa enorme de dos plantas dividida en cuartos y nosotros vivíamos en el último cuarto de la planta baja. No era un apartamento ni mucho menos; eran dos localcitos donde vivíamos nueve personas y la cocinita ―de kerosene― estaba allí dentro también. Los cuartos no tenían baños independientes, sino baños generales, como si fuera un solar, donde tenías que ir, llenar tu cubito de agua y pedir un turno para poderte bañar. Ahí vivimos, que yo recuerde, casi hasta el año 60. O sea, desde que yo tengo razón de ser, prácticamente desde que nací, viví ahí en 10 de Octubre número 10. Era una casa de gente muy pobre, donde vivía todo el mundo en esas mismas condiciones de miseria. Todavía existe esa casa. Eso es lo que guardo de la casa, de mi vida familiar».

    José Ramón González Figueredo (Pepito)

    A pesar de la pobreza no teníamos vicios, al contrario. Vivíamos en una cuartería donde mi casa quedaba justo sobre la de Eduardo y teníamos muy buenas relaciones. Incluso nuestras familias eran muy cercanas. Imagínate, éramos vecinos… a él lo llamaban Eddy y a mí, Pepito. Además, estaban sus hermanos Héctor y Nelson, así que formamos un cuarteto. Y siempre jugábamos juntos a las bolas, a la pelota (dos vs. dos); como Eduardo y yo éramos zurdos, y sus dos hermanos, derechos, nos dividíamos para el juego… También fabricábamos carretillas por las noches y jugábamos a las postalitas, con álbumes que hacíamos con las postales que venían en la envoltura de los caramelos de la Fábrica La Estrella… De entonces recuerdo que Eduardo tenía un carácter muy afable, era muy buen amiguito, y su padre Agustín era un hombre introvertido…

    «Mi padre trabajaba como empleado del Ministerio de Hacienda, un cargo de oficina bastante pobre; en sus buenos tiempos había sido inspector, pero por avatares de la política jamás pudo volver a ese cargo. Era un hombre de una honestidad y una ética ejemplar en la vida. Todos sus compañeros que fueron inspectores en determinada época, se hicieron ricos después. Y él no, él jamás… lo que nos enseñó siempre fue que ni un centavo que no sea suyo usted tiene que usarlo. Te cuento algo para que tengas una idea de la miseria en que vivíamos: aunque no lo creas, la merienda nuestra eran dos centavos para cada uno. Yo tenía hermanos mayores (tres hijos del matrimonio anterior de mi padre que, cuando se casa con mi madre, ella los asume, tenían doce o trece años y mi mamá los terminó de criar), más nosotros, que éramos cuatro (tres varones, de los que yo era el más chico y una hembra, que sí era la más pequeña de todos). Allí quienes único trabajaban eran mi padre y mi hermano Agustín, el mayor de los hermanos del primer matrimonio de mi padre, que trabajaba en una cafetería.

    Una cosa simbólica de la época, de mi vida ―me lo contó mi madre― es que cuando yo nací no tenía pañales y como se dice: nací en cueritos; y mi padre, que en ese momento estaba sin trabajo, consiguió dos o tres pañalitos y se los llevó a mi madre a Maternidad… así que imagínate cómo era nuestra vida».

    PARA LA MADRE Y PARA EL HIJO: JABÓN NEUTROPURO. PURO Y NEUTRO. A BASE DE ACEITES VEGETALES. PRODUCTO: SEYDEL.

    PALMOLIVE. POR ESTAR HECHO CON ACEITE DE OLIVA. POR ESO FUE ESCOGIDO COMO EL ÚNICO JABÓN PARA LAS QUÍNTUPLES DIONNE. 5₵, 7₵ Y 10₵

    (Revista Bohemia, marzo 1940).

    Eduardo Heras

    Mi madre era ama de casa, no trabajaba. Mi padre, un hombre hecho a la antigua usanza no la dejaba hacer nada, él hacía todos los mandados, todas las gestiones y mi madre en la casa, con los muchachos, que éramos bastantes y nos tenía que atender.

    Realmente fue una infancia muy triste, muy triste porque vivíamos en un lugar espantoso, aquella casa con baño colectivo era terrible, pero bueno, no había más remedio, allí teníamos que vivir… Afortunadamente nunca tuvimos esos problemas existenciales de padres e hijos, no, todo lo contrario.

    Eva González Suárez

    Eran personas sanas, sencillas, lo mejor de lo mejor. Nunca tuve queja de ellos como vecinos; no tenían nada que ver con el bandolerismo, sino que yo siempre los recuerdo con libros en las manos, estudiando. Llevaban una vida normal en medio de esta cuartería en que vivíamos cerca de 20 familias. Eddy era igualito a como tú lo ves ahora, callado, serio, delgadito. El cuarto de ellos era el del fondo, en la primera planta.

    PARA EL GATO ESTE PECECITO ES UN PREMIO GORDO… PARA USTED UN PREMIO GORDO SON $50.000.

    LOTERÍA NACIONAL DE CUBA

    (Diario de la Marina, julio 1940).

    Eduardo Heras

    Si me preguntas cuál es el recuerdo más grato que tengo de mi niñez, te diría que fue cuando cumplí cinco años. Me hicieron una fiesta en uno de los dos patios de la casa de vecindad (en el segundo, que era el que nos correspondía). Pusieron un cake, velitas y me hicieron una fiesta. Era la primera fiesta de cumpleaños que me hacían y la impresión fue tan fuerte… que colmó mi sensibilidad de niño. Es que, posiblemente, si me preguntas de un recuerdo anterior a los cinco años, no tendría casi nada que decir. Porque fue tan fuerte la imagen de aquel cumpleaños que para mí resultó inolvidable, ¿no? Si me mencionan la infancia, inmediatamente evoco esa celebración de cinco años, la única que me hicieron, que me harían, ese fue un regalito de mis padres, insólito por lo que debe haber costado. Aquel día fui un niño feliz, posiblemente por primera vez.

    EN MEDIO DE LAS SOMBRAS… LA POESÍA

    Mi padre era poeta, un hombre culto, un intelectual, pero que nunca tuvo la oportunidad de desarrollarse como tal. Incluso escribió un libro, listo para ser publicado. Yo guardo esos poemas inéditos (solamente algunos habían sido publicados en revistas de la época) que jamás pudo publicar en forma de libro por falta de recursos económicos. Él nunca tuvo dinero.

    EL POETA AGUSTÍN HERAS

    Agustín Heras fue un guanajayense valioso. Su producción literaria es de lo mejor. Inspirado poeta, poseía un talento excepcional, que le permitía sobresalir en distintas actividades de la inteligencia. Los que llegan a cuarenta años recuerdan sus discursos en las veladas patrióticas del Guanajay de hace dos décadas. Atinado y preciso, constituía atracción y deleite de cuantos lo escuchaban.

    Perteneció al grupo de los románticos, que en nuestros lares cultivaron, con sincero espíritu devoto, las letras. Dirigió distintas revistas, entre ellas Osiris, una reliquia en los escaparates que exhibieron las prendas del Tricentenario. Fue de los que hizo el periodismo bohemio, que cuesta al que lo practica.

    Cuando murió, murió como los que pasan por el mundo sin aptitudes de usurero. Dejó a sus familiares dos libretas de versos y un montón de recortes. Ello es demasiado valioso porque escasea y no se repite, aunque sirve, como ahora, para que sus coterráneos puedan recordarle y decir a los extraños, que tuvimos, y tenemos, en la historia de la poesía nacional una alta figura. Ello nos enorgullece.

    (J.A.C.: El poeta Agustín Heras en La Chispa,

    periódico local de Guanajay, 1952).

    En torno de una luz resplandeciente,/Volaba una pequeña mariposa,/Y al observarla, vi, que de repente/En la llama lanzose presurosa.

    Pensé entonces en ti. Y si yo fuera,/Dije, cual esa mariposa alada/¡Con qué placer prendido yo muriera,/En la candente luz de tu mirada

    (Agustín Heras: Madrigal en cuaderno inédito).

    Era un hombre muy sensible, poeta neorromántico y en su juventud, en el pueblo de Guanajay, publicaba sus versos en una revista literaria que dirigía: la revista Osiris. Él, además, mantenía correspondencia con otros escritores. Se alimentaba de poesía en aquellos tiempos en que ser poeta resultaba casi una mala palabra.

    La Anécdota

    Hay una anécdota muy linda: cuando mi madre era estudiante de bachillerato en Calabazar de Sagua, una profesora de Español leyó en clase un poema que le gustó mucho, y resultó que el poema era de mi padre (a quien vino a conocer muchos años después).

    (Tomado de Heras León: Los riesgos del escritor.

    En Revolución y Cultura, No 6, 1991, pp. 12-20.

    Entrevistador: José Antonio Michelena).

    …¡Acuérdate de mí cuando la Aurora/Venga a besar tu alabastrina faz/Cuando los rayos del naciente Febo/Vengan tu habitación a iluminar/Cuando en el piano tus pequeñas manos/Hagan crujir las teclas de marfil/ Y cantes amorosa un vals divino,/Acuérdate de mí!…

    (Agustín Heras: Acuérdate de mí en poemario inédito).

    En ese amor por la poesía salí a él, yo era su predilecto en ese sentido. Cuando mi mamá salía al cine con los demás muchachos, él le pedía: déjame al niño, déjame al niño. Y nos sentábamos los dos junto al radio a escuchar a los decimistas, a los improvisadores, los programas radiales donde cantaban Colorín, Angelito Valiente, Chanito Isidrón, el Indio Naborí… y me inculcó mi padre ese amor por la poesía, tanto que a los 9 años yo escribí mi primer poemita. Mi padre era en ese sentido muy sensible, ante un hermoso poema que lo conmovía, una situación dramática, lloraba, era así.

    Mis padres fueron para mí seres extraordinarios, se llevaban muy bien. A él le teníamos gran respeto porque era un hombre de cultura. Le gustaba mucho leer y me inculcó el amor por la poesía desde muy pequeñito. En mi discurso por el Premio Nacional de Literatura lo dije: casi en el lecho de muerte de mi padre le prometí que sería escritor y que escribiría los libros que él no había escrito.

    Poeta con la agonía/ de no atrapar la expresión/ de ti, de tu corazón/ me vino la poesía. / Sentiste una melodía/ honda, que no tradujiste/ y yo, el heredero triste/ de tu inefable sentir/ sigo empeñado en decir/ el canto que no dijiste.

    (Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, poema dedicado a su padre)

    Y eso lo pude cumplir. Yo hacía poemitas e incluso cuando ingresé a la Escuela Normal me convertí en el poeta del aula, nos reuníamos en los turnos libres para leer poesía, y yo declamaba poemas míos.

    A la izquierda, portada del poemario inédito Rosas de Otoño, de Eduardo Heras (1957).

    Texto de la derecha:

    La Habana, febrero 14/57 Poemas

    Nacen dentro de mí, como fuente inagotable y cálida de toda mi vida.

    Pedazos de mi vida

    Luces que se apagan, con la intermitencia sonora que me agita, que me hace sentir a veces negligentemente melancólico, a veces, calladamente alegre.

    Símbolos del amor

    Materia oscura, que nace de la luz, esa luz que me alumbra a veces, que me deja sumido otras en insondables tinieblas.

    Poemas… míos… de mi alma… de mi vida misma…

    Letal veneno que siempre hiere,/Definitiva es la razón,/las perlas líquidas son como un eco:/Odios es dolor/

    ¿Por qué lloras?/No comprendo tu llanto/¿Por qué lloras?/Tus lágrimas son canto/Del que implora,/Comprensión infinita.

    ¿Por qué lloras?/¿Por amor?/Yo te amaré.

    Pero responde, mi vida,/Yo te adoro…/Responde porque a coro/Contigo lloraré…

    Eduardo Heras. Invierno de 1957

    Yolanda Soler

    Eddy era magnífico como compañero, como estudiante, y era muy difícil que él no tuviera un poema sobre algo; siempre que sucedía algo, él sacaba un poema y lo leía.

    Eduardo Heras

    Me emocionaba mucho cuando recitaba. Desde la Secundaria, como lo hacía bien, me agarraban para que recitara en todos los actos y recuerdo que la primera vez que lo hice en público, en la Secundaria de la calle San Pablo, recité un poema de mi padre y me emocioné tanto que lloré. Ese día estaba la Inspectora y otras personas que me felicitaron, me dijeron que recitaba muy bien y que había sido muy emotivo. Ese gusto por la poesía, la declamación, se me ha quedado, nunca se ha extinguido en mí.

    Creo que de mi padre heredé la sensibilidad. Era un hombre muy bondadoso también y un entusiasta de la literatura, a él le encantaba la literatura. A cada rato venían amigos de él y se reunían en una fondita que había al lado de casa. Ellos se ponían a recitar poemas y él me llamaba para que les recitara alguno, pero a veces yo no quería y él me sonaba nalgadas, nalgaditas, porque mi padre nunca nos dio. Mi madre sí era una cosa seria; uno hacía una maldad y ella nos llamaba y nos sonaba. (Sonríe) Pero mi padre… no. Qué va. Era en ese sentido un hombre muy blando, muy tierno, de mucha sensibilidad y me inculcó la búsqueda de las emociones, el porqué una poesía te podía emocionar o no. Eso se lo debo a él fundamentalmente. Y a mi madre un poco la energía, la fuerza de voluntad, el espíritu de lucha a toda prueba, por la propia vida, ¿no? Y eso compensaba, equilibraba el carácter de mi padre…

    Mi madre lo quería mucho, y él le llevaba 26 años cuando se casaron (él tenía 48 y ella 22) y ella siempre me lo decía, que se casó amando a ese hombre, que estaba muy orgullosa de ser su esposa y que se sentía muy protegida por él.

    En 1952, cuando él fallece, entonces todo fue a buscársela como se podía…

    10 de marzo de 1952.

    Golpe de Estado de Fulgencio Batista

    12 Años antes…

    La historia juzgará oportunamente la tarea de los constitucionales del 40. A nosotros, contemporáneos de ellos y de su obra, solo nos toca, después del enjuiciamiento sereno de sus errores y aciertos, colaborar al mejor desenvolvimiento de la nueva etapa constitucional exhortando al acatamiento de la nueva Carta que, como el vino de que habló Martí puede ser a ratos agrio, pero es nuestro vino.

    (Diario de la Marina, julio 17, 1940. Nota editorial).

    Eduardo Heras

    Mi madre demoró 11 meses para conseguir la pensión que le tocaba, y que era una miseria. Pero cobró los 11 meses atrasados y con ese pequeño ingreso mensual fue que años después nos pudimos mudar para la calle Velázquez número siete, entre Infanta y San Joaquín, donde viví prácticamente el resto de mi vida antes de casarme, no muy lejos de la Esquina de Tejas, que era donde vivíamos anteriormente; y en esa nueva casa, que para nosotros era una maravilla, porque tenía baño, cocina, dos cuartos, mi madre se convirtió en una leona. Es decir, una leona con sus leoncitos. Ella siguió criándonos a nosotros, pero ―sorprendentemente― hacía todas las gestiones, mandados, se convirtió en padre y madre a la vez, era una mujer de carácter, de carácter muy fuerte, lo que sí nos exigía era que a pesar de trabajar, no podíamos dejar los estudios. Pero bueno, cuando fallece mi padre, vivíamos todavía en 10 de Octubre, donde seguimos viviendo hasta 1960 en que nos mudamos para la casa de Velázquez. Fue la época en que limpiábamos zapatos, los chinitos limpiabotas en la Esquina de Tejas. En una de las cuatro esquinas había un cine. En el resto había bares y restaurantes, y en cada uno de esos bares había un sillón de limpiabotas y nosotros, los tres hermanos, nos ocupábamos cada uno de un sillón, generalmente el fin de semana, sábado y domingo: limpiábamos zapatos y vendíamos billetes de lotería.

    Dazra Novak

    Una vez yo estuve en un conversatorio sobre Arquitectura que se realizó en la Maqueta de La Habana y al que invitaron a Heras para hablar sobre la Esquina de Tejas. Fui a escucharlo. Era una historia que tenía narrada, no sé si de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1