Yo quiero mi estrella
Por Varios autores
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Quiero mostrarles, con mi historia, que no deben desconocer ni olvidar lo que sucedió en el mundo de cómo las personas pueden volver a vivir y a soñar luego de lo innombrable. Gracias a su pluma ágil, Tina Pardo nos lleva de la mano a ese mundo que se extinguió, donde las costumbres y riqueza del pueblo judío se vieron aniquiladas en cuestión de meses. La niña Tina conversa con la adulta Tina y en ambas nace un registro único, en que se conoce las angustias y desafíos que se viven cuando una guerra se desata y todo lo que creías seguro cae por un precipicio.
Tina Pardo quiere contestar las preguntas de su familia, de su esposo, sus hijas y nietos. Y sin duda lo hace para contestar sus propias interrogantes: No hay nada más triste que una pregunta sin respuesta.
Varios autores
<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>
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Yo quiero mi estrella - Varios autores
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Autora Tina Pardo para Memoria Viva
Edición general: Claudia Apablaza y Karen Codner
Dirección de arte: Alejandra Nudman
Diseño Ian Campbell
Dirección: Alonso de Córdova 2.600 of 22
Santiago de Chile
1ª edición: noviembre 2020
Registro de propiedad intelectual nº 264.xxx
ISBN 978-956-402-526-1
Diagramación digital: ebooks Patagonia
info@ebookspatagonia.com
www.ebookspatagonia.com
A mis queridas hijas, nietos/ta y bisnieto/ta dedico este libro que relata parte de mi vida durante el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial y especialmente agradezco a mi esposo la paciencia y dedicación para releer y corregir este relato.
Tina Pardo Aroesti
Santiago, septiembre 2020
Índice
PRÓLOGO
YO QUIERO MI ESTRELLA
EPÍLOGO
PRÓLOGO
Nací hace tiempo, pero a veces, siento como si hubiera aparecido recién en este mundo. Eso me sucede siempre cuando despierto, cuando me doy cuenta de que estoy viva y de que la vida no deja, ni por un instante, de ser maravillosa. Cuando corro las cortinas de mi dormitorio, me parece maravilloso que sea de día y que el sol haya salido por el mismo lado que lo hace siempre. Me parece un milagro estar viva.
En la época en que sucedió el Holocausto, antes de que todo mi pueblo fuera enviado a los campos de la muerte, tuve la inaudita suerte de poder salir de Macedonia con vida, Ahora, estoy muy lejos del lugar donde nací, Bitoly o Monastir, como lo llamaban algunos judíos, sobre todo los que escaparon de la Inquisición. Muchas veces pienso en ese lugar y hay ocasiones en las que, hasta el día de hoy, sueño con él.
En mis sueños, aún me veo niña, caminando por las calles de mi ciudad, bajo el sol que aparecía entre las nubes después de una lluvia o nevazón, sin sospechar jamás que toda mi existencia daría una gigantesca vuelta de campana.
De pronto, en esa época, en la primera treintena del siglo XX, el mundo se volvió al revés, se desquició por completo y lo observé con los ojos de una niña de cinco años.
Quiero relatar mi historia para que mi vida entre en el reino de un libro que esté dirigido a todos los que amo. Quiero mostrarles, con mi historia, que no deben desconocer ni olvidar lo que sucedió en el mundo.
Fue un tiempo extraño. Una insana locura homicida se había apoderado de una nación, Alemania, y de un hombre, Adolf Hitler.
Cuando comencé a retroceder en el tiempo, me di cuenta de que la extrema gravedad de lo que sucedió se había conservado intacto en los recuerdos en mi mente, como si estuvieran tatuados. Toda mi infancia, mis padres, amigas, abuelos, primos, e incluso mi perrito, apareció de pronto en tropel en mi corazón.
Un día tomé el lápiz y las palabras fueron surgiendo poco a poco, junto con el relato de todo lo que viví.
Escribo para contestar a las preguntas que hoy me hacen las voces de mi esposo, de mis tres hijas, de mis nietos y mis bisnietos. Escribo también para contestarme a mí misma las interrogantes sobre mi propia vida. No hay nada más triste que una pregunta sin respuesta.
Escribo, además, como una labor de rescate y orgullo. Me siento orgullosa de ser judía, de resguardar las tradiciones, mantenerlas y respetarlas.
Estas palabras, son, pues, nacidas de la memoria. Esta es una llama que debe ser mantenida. Si se apaga el recuerdo, se acaba la vida, porque olvidar la Historia es acallar la vida.
El drama del Holocausto no puede ser olvidado. Quiero que todo lo que creció en mi corazón y en el de todos los seres humanos, en los años de la guerra, se quede ahí, quieto, impreso, esperando que los jóvenes lo lean y puedan revivir lo que sucedió, mirándolo con sus propios ojos.
Al releer lo escrito, me doy cuenta de que, si bien es cierto que sucedieron cosas terribles, también surgieron hechos maravillosos, bellos regalos de humanidad y generosidad.
El principal, es estar aquí, con todos ustedes, contándoles esta historia al oído.
YO QUIERO MI ESTRELLA
1.
Al nacer, mis padres me pusieron Solina y me decían Lina. Pero a mí no me gustó ese nombre. No podía pronunciar la L. Apenas pude hablar, decidí que quería llamarme Tina. Entonces hice una campaña muy simple: cuando me llamaban Solina o Lina, no contestaba. Solo cuando me decían Tina, hacía las cosas que me pedían. Fue tanta mi persistencia, que mis padres se dieron por vencidos y finalmente, me llamé como quería: Tina, Tina Pardo Aroesti.
Nací en la ciudad de Monastir (Bitoly). Mis padres y mis abuelos también nacieron allí, junto con varias generaciones de nuestra familia. Mis antepasados estuvieron en el grupo de judíos expulsados de España en la época de la Inquisición, y que emigraron hacia Macedonia, Bulgaria y Grecia. En casa hablábamos ladino y yugoslavo.
Monastir es una ciudad pequeña, con montañas a su alrededor. Monastir quiere decir monasterio
y forma parte de la República de Macedonia. Su nombre me sigue sonando en los oídos, repleto de música, con un sabor antiguo, la cruza un gran río, el río Dragor (o Vardar). Desde el aire se ve como una ciudad partida en dos, dividida por una larga cinta color plata.
En la parte más residencial, vivían los cristianos ortodoxos y algunos judíos más acomodados. Al otro lado del río, estaba todo el comercio. Ahí vivían los judíos con sus negocios y tiendas. Había cinco sinagogas, la más importante se llamaba Aragón, como la región de España, desde donde fueron expulsados.
A veces, cuando miro Santiago desde arriba, pienso que también está partida en dos por un río que ha sido testigo –como todos los ríos– de los distintos habitantes y épocas.
Después de la guerra, no quedó un solo judío en Monastir, pues la comunidad judía fue totalmente aniquilada.
Tengo muchos recuerdos en esa ciudad. Me encantaba hacer amigas en el barrio, para salir a jugar con ellas, ir al colegio. Fui una niña sociable, alegre, preguntona y curiosa.
Era rutinaria, pero muy plácida y alegre. Uno no la aprecia, no percibe la maravilla de tener una existencia donde uno podía incluso llegar a aburrirse. Había una rutina, que gravitaba sobre la vida como otro sol, uno invisible. Solo cuando la paz se pierde y comienza la guerra, uno dimensiona la perfección de la paz y la felicidad extrema de ese tipo de vida.
Era una niña que ignoraba lo feliz que era hasta que empecé a dejar de serlo de un momento a otro.
2.
Nuestra casa estaba en el barrio cristiano de Monastir, muy cerca de la de mis abuelos paternos. Mis abuelos maternos vivían al otro lado del río cerca de nosotros. A veces, me imaginaba que yo misma era un poco como la ciudad: partida en dos, con mi ser situado en las dos mitades de Monastir. Por las noches, tenía la ilusión de que tenía alas y de que podía volar de un lado al otro. La casa de mis padres estaba en una de las calles más antiguas del barrio cristiano, una calle empedrada a la vieja usanza: piedras irregulares, redondeadas por el tiempo y que podían haber contado las historias que guardaban desde hacía siglos. A veces, cuando nevaba, esas piedras quedaban un poco resbalosas. A los niños de la cuadra nos encantaba jugar ahí al escondite, o al pillarse. Era una vida tranquila: el lugar perfecto para jugar con las amigas del barrio, todas niñas como yo, algunas cristianas, otras judías.