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Viaje al centro de la tierra
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Libro electrónico253 páginas3 horas

Viaje al centro de la tierra

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 "Viaje al centro de la Tierra: Adaptación para jóvenes" es una emocionante y cautivadora versión de la clásica novela de Julio Verne, diseñada específicamente para atraer y cautivar a los lectores más jóvenes. Esta adaptación conserva la esencia y la magia de la historia original, pero presenta una narrativa más accesible y dinámica.
La trama gira en torno al profesor Lidenbrock y su sobrino Axel, quienes descubren un antiguo pergamino en el que se encuentra un código que los lleva a una increíble aventura: explorar el misterioso y peligroso mundo subterráneo que se encuentra en el centro de la Tierra. A medida que se adentran en las profundidades desconocidas, se enfrentan a criaturas prehistóricas, paisajes asombrosos y desafíos inimaginables.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jul 2023
ISBN9798215044896

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    Viaje al centro de la tierra - Alejandro

    Prólogo

    ¡Bienvenidos, jóvenes aventureros, a esta emocionante edición de Viaje al Centro de la Tierra adaptada especialmente para ustedes! Prepárense para sumergirse en una historia llena de intriga, descubrimientos asombrosos y una dosis extra de diversión.

    Julio Verne, el aclamado autor francés, nos transporta en esta fascinante novela a un viaje sin precedentes. Acompañaremos al valiente profesor Lidenbrock y a su joven sobrino Axel en una travesía hacia las profundidades desconocidas de nuestro propio planeta. ¿Se imaginan lo que encontrarán allí abajo? ¡Prepárense para sorprenderse!

    En esta adaptación juvenil, hemos mantenido intacta la esencia y el espíritu aventurero de la obra original, pero hemos hecho algunos cambios para que sea aún más atractiva para los lectores jóvenes. Hemos simplificado el lenguaje sin perder la emoción y hemos resumido algunos pasajes para mantener un ritmo ágil y cautivador.

    Además, hemos enriquecido la experiencia de lectura con ilustraciones vibrantes y detalladas que cobrarán vida en tu imaginación, sumergiéndote de lleno en la exploración de este mundo subterráneo. También hemos agregado algunos diálogos y situaciones para que te sientas aún más conectado con los personajes y sus emociones.

    En Viaje al Centro de la Tierra, no solo aprenderemos sobre geología y ciencia, sino que también descubriremos el valor de la amistad, el coraje y la superación personal. A medida que los personajes se enfrentan a desafíos y peligros inimaginables, aprenderemos importantes lecciones sobre la importancia de la confianza y la colaboración.

    Este libro te llevará en un viaje emocionante y te hará reflexionar sobre nuestra relación con el mundo que nos rodea. A través de las páginas de esta adaptación juvenil de Viaje al Centro de la Tierra, podrás explorar lo desconocido, soñar con lo imposible y dejarte llevar por la emoción de la aventura.

    Prepárate para adentrarte en las profundidades de la Tierra y descubrir un mundo subterráneo lleno de maravillas y misterios. ¡Acompaña al profesor Lidenbrock y a Axel en esta increíble odisea y déjate llevar por la emoción de Viaje al Centro de la Tierra! ¿Estás listo para comenzar la aventura? ¡Adelante, explorador intrépido, el viaje está por comenzar!

    Alejandro Ferrer

    Julio Verne

    Julio Verne fue un reconocido escritor francés nacido el 8 de febrero de 1828 en Nantes, Francia, y fallecido el 24 de marzo de 1905 en Amiens, Francia. Es considerado uno de los padres de la ciencia ficción y sus obras han dejado una huella perdurable en la literatura.

    Verne mostró desde joven un gran interés por la escritura y la ciencia. Estudió leyes en París, pero su pasión por la literatura y los viajes lo llevaron a dedicarse por completo a la escritura. Comenzó su carrera como escritor vendiendo guiones de teatro y colaborando en revistas, pero su éxito llegó con la publicación de su primera novela, Cinco semanas en globo en 1863.

    A partir de ese momento, Verne se dedicó a escribir una serie de novelas que exploraban el potencial de la ciencia y la tecnología. Sus obras más conocidas incluyen Viaje al centro de la Tierra (1864), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870) y La vuelta al mundo en ochenta días (1873), entre muchas otras.

    La precisión científica y los detalles técnicos que Verne incorporaba en sus novelas le dieron un reconocimiento especial entre los lectores y le granjearon el título de el Julio Verne de la realidad. Sus obras también reflejaban su fascinación por los viajes y la exploración, llevando a los lectores a aventuras exóticas y emocionantes en diferentes partes del mundo.

    A lo largo de su carrera, Verne escribió más de 60 novelas y numerosos relatos cortos. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas y han inspirado numerosas adaptaciones cinematográficas y teatrales. Su legado como escritor visionario y precursor de la ciencia ficción sigue vivo en la actualidad.

    Julio Verne dejó una huella imborrable en la literatura y su imaginación sin límites ha inspirado a generaciones de lectores y escritores. Su capacidad para combinar aventura, ciencia y exploración en sus obras ha hecho de él uno de los autores más influyentes y queridos en el mundo de la literatura.

    En busca del misterio oculto

    I

    El domingo 24 de mayo de 1863, mi tío, el profe Lidenbrock, regresó de repente a su casa en la calle König-strasse, en Hamburgo, que es súper antigua, ¿sabes? Marta, su súper buena criada, se sorprendió mucho porque pensó que se había tardado, y apenas estaba empezando a cocinar la comida en la estufa.

    Yo pensé para mí: Bueno, si mi tío viene con hambre, va a ser un lío enorme, porque es de los hombres más impacientes que existen.

    -¡¿Tan temprano y ya está aquí el señor Lidenbrock?! -exclamó pobre Marta, sorprendida, mientras abría un poco la puerta del comedor.

    -Sí, Marta, pero no es tu culpa que la comida aún no esté lista, todavía no son las dos. Acaban de dar las campanadas de San Miguel.

    -¿Y por qué ha venido tan pronto el señor Lidenbrock?

    -Probablemente él nos lo explicará.

    -¡Ahí viene! Yo me escapo. Señor Axel, haz que se calme.

    Y Marta, que es súper excelente, se fue rápido a la cocina, dejándome solo. Como soy tímido, decidí retirarme a mi pequeña habitación en el piso de arriba, que uso como dormitorio. Pero antes de que pudiera moverme, la puerta de la calle se abrió y la escalera de madera crujió bajo los pasos de mi tío, que son súper fuertes. Entró rápidamente al comedor, pasó de largo y entró apurado a su estudio. De paso, dejó su pesado bastón en un rincón y tiró su sombrero despeinado en la mesa. Me dijo con tono imperioso:

    -¡Ven, Axel!

    Ni siquiera había tenido tiempo de moverme cuando mi tío me gritó con voz enojada:

    -¡Pero, ¿qué estás haciendo que aún no estás aquí?!

    Y me apresuré a entrar al despacho de mi maestro enojado. Mi tío Otto Lidenbrock no es una mala persona, lo admito sinceramente, pero si no cambia mucho, lo cual dudo, morirá siendo el hombre más impaciente y original.

    Era profesor en el Johannaeum, donde enseñaba mineralogía y se enojaba, por lo general, una o dos veces en cada clase. Y no es que le importara tener estudiantes aplicados, el nivel de atención que le prestaban a sus explicaciones o el éxito que pudieran lograr en sus estudios. Enseñaba por sí mismo y no por los demás. Era un sabio egoísta, un pozo de conocimiento que se resistía a compartirlo. Era, en pocas palabras, un avaro.

    En Alemania hay algunos profesores así.

    Lamentablemente, mi tío no tenía mucha facilidad de palabra, al menos en público, lo cual es un defecto bastante lamentable para un orador. En sus clases en el Johannaeum, a menudo luchaba con palabras difíciles de pronunciar que se negaban a salir de sus labios. Algunas de esas palabras eran semigriegas o semilatinas, y podrían lastimar los labios de un poeta. No quiero profundizar en esta ciencia, no deseo profanarla. Pero cuando se trata de cristalizaciones romboédricas, resinas retinasfálticas, selenitas, tungstitas, molibdatos de plomo, tunsatatos de magnesio y titanatos de circonio, es comprensible que la lengua se enrede.

    En la ciudad, todos conocían y perdonaban este defecto de mi tío, que muchos aprovechaban para burlarse de él, lo cual lo enfurecía aún más. Y su furia provocaba más risas, lo cual no era agradable ni siquiera en Alemania.

    Aunque es cierto que tenía muchos estudiantes en su aula, la mayoría de ellos solo iba a divertirse a costa del profesor.

    A pesar de todo, no me canso de repetir que mi tío era un verdadero sabio. Aunque a veces rompiera muestras minerales al tratarlas sin cuidado, tenía el genio de un geólogo y la perspicacia de un mineralogista. Con su martillo, punzón, brújula, soplete y frasco de ácido nítrico, no tenía rival. Por la forma en que se rompían, su apariencia, dureza, fusibilidad, sonido, olor y sabor, podía clasificar sin dudarlo cualquier mineral entre las seiscientas especies que existían en ese momento.

    Por eso, el nombre de Lidenbrock era muy respetado en las escuelas y asociaciones científicas. Humphry Davy, Humboldt y los capitanes Franklin y Sabine lo visitaron en su paso por Hamburgo. Becquerel, Ebejmen, Brewster, Dumas y Milne-Edwards solían consultarle sobre los temas más apremiantes de la química. La ciencia le debía grandes descubrimientos y, en 1853, publicó un tratado de cristalografía transcendental en Leipzig, un libro ilustrado en tamaño folio que, lamentablemente, no logró cubrir los costos de impresión.

    Además de todo esto, mi tío era el conservador del museo mineralógico del señor Struve, el embajador de Rusia. Era una colección preciosa y famosa en toda Europa.

    Ese era el personaje que me llamaba con tanta impaciencia. Imagínate a un hombre alto y delgado, con una salud de hierro y una apariencia juvenil que lo hacía parecer diez años más joven de los cincuenta que tenía. Sus grandes ojos siempre se movían detrás de sus gafas anchas, su nariz larga y afilada parecía una lámina de acero. Los que se burlaban de él decían que estaba magnetizada y atraía las limaduras de hierro, pero eso era una vil calumnia. Solo atraía el tabaco, en grandes cantidades, hay que decirlo en honor a la verdad.

    Mi tío caminaba siempre con pasos precisos y medía cada uno exactamente medio metro. Siempre iba con los puños apretados, mostrando su carácter impetuoso. Con estas descripciones, el lector ya puede tener una idea suficiente de cómo es.

    Vivía en su modesta casita de la calle König-strasse, que estaba construida en partes iguales de madera y ladrillo. La casa daba a uno de esos canales sinuosos que cruzan la zona más antigua de Hamburgo y que afortunadamente no fue afectada por el incendio de 1842.

    Es cierto que la casa estaba un poco inclinada y parecía amenazar a los transeúntes con su vientre, como las gorras de los estudiantes de Tugendbund. Sus líneas verticales no eran perfectas, pero se mantenía firme gracias a un viejo y vigoroso olmo que apoyaba la fachada y que, en primavera, la llenaba de hojas verdes y alegres.

    Mi tío, siendo un profesor alemán, no era pobre. La casa y todo lo que había dentro eran de su propiedad. Allí vivíamos junto con su ahijada Graüben, una joven de Curlandia de diecisiete años, y la criada Marta. Yo, como huérfano y sobrino, lo ayudaba a preparar sus experimentos.

    Debo admitir que me dedicaba con entusiasmo a las ciencias mineralógicas. Llevaba sangre de mineralogista en mis venas y nunca me aburría en compañía de mis valiosas piedras.

    En resumen, vivía feliz en la casita de la König-strasse a pesar del carácter impaciente de su dueño, porque, aparte de sus formas bruscas, me tenía un gran afecto. Pero su gran impaciencia no le permitía esperar y siempre trataba de ir más rápido que la propia naturaleza.

    En abril, cuando plantaba plantas en macetas en su salón, solía arrancarles las hojas cada mañana para acelerar su crecimiento.Con una persona tan peculiar, no tenía más remedio que obedecer ciegamente, así que acudí rápidamente a su despacho.

    ––––––––

    II

    Era un auténtico museo. Todos los ejemplares del reino mineral estaban etiquetados y ordenados de manera perfecta en tres grandes divisiones: inflamables, metálicos y litoideos.

    ¡Cuánto me resultaban familiares esas curiosidades de la ciencia mineralógica! En lugar de jugar con chicos de mi edad, me entretenía quitando el polvo de esos grafitos, antracitas, hulla, lignito y turba. ¡Y los betunes, resinas y sales orgánicas que había que proteger del más mínimo rastro de polvo! Y esos metales, desde el hierro hasta el oro, cuyo valor relativo desaparecía frente a la igualdad absoluta de los ejemplares científicos. ¡Y todas esas rocas que podrían haber sido suficientes para reconstruir la casa de la Königstrasse, incluso con una habitación extra en la que yo me habría instalado cómodamente!

    Pero cuando entré en el despacho, no podía pensar en nada de eso. Mi tío ocupaba por completo mi mente. Estaba tumbado en su gran butacón, forrado de terciopelo de Utrecht, y tenía entre sus manos un libro que contemplaba con profunda admiración.

    -¡Qué libro! ¡Qué libro! -repetía sin cesar.

    Estas exclamaciones me recordaron que el profesor Lidenbrock también era un amante de los libros en sus momentos de ocio. Pero ningún libro tenía valor para él a menos que fuera raro o, al menos, ilegible.

    -¿No ves? -me dijo-, ¿no ves? Es un tesoro inestimable que encontré esta mañana en la tienda del judío Hevelius.

    -¡Magnífico! -exclamé con entusiasmo fingido.

    En realidad, ¿por qué tanto entusiasmo por un viejo libro en cuarto, con tapas y lomo forrados de cuero tosco, cuyas hojas amarillentas tenían un registro descolorido? Sin embargo, las exclamaciones admirativas del delgado profesor no cesaban.

    -Vamos a ver -se decía a sí mismo-, ¿es un buen ejemplar? ¡Sí, magnífico! ¡Y qué encuadernación! ¿Se abre con facilidad? ¡Sí, se mantiene abierto en cualquier página! Pero, ¿se cierra bien? ¡Sí, las cubiertas y las hojas están bien unidas, sin separarse ni abrirse en ninguna parte! ¡Y este lomo que se mantiene intacto después de setecientos años! ¡Ah, aquí tenemos una encuadernación que enorgullecería a Bozerian, Closs e incluso a Purgold!

    Mientras hablaba de esa manera, mi tío abría y cerraba el feo y repugnante libro. A mí, sinceramente, no me interesaba en lo más mínimo.

    -¿Cuál es el título de ese maravilloso volumen? -le pregunté con un entusiasmo exagerado que claramente era fingido.

    -¡Esta obra -respondió mi tío, emocionado- es el Heimskringla, de Snorri Sturluson, el famoso autor island

    és del siglo XII! ¡Es la crónica de los príncipes noruegos que reinaron en Islandia!

    -¡En serio! -exclamé, fingiendo gran asombro-. ¿Será acaso una traducción al alemán?

    -¡Una traducción! -respondió el profesor indignado-. ¿Qué haría yo con una traducción? ¡Para eso hay traductores! Es la obra original en islandés, ese magnífico idioma, simple y rico al mismo tiempo, que permite diversas combinaciones gramaticales y numerosas modificaciones de palabras.

    -Como el alemán -insinué con acierto.

    -Sí -respondió mi tío encogiéndose de hombros-, pero con la diferencia de que el islandés admite, al igual que el griego, los tres géneros y declina los nombres propios como el latín.

    -¡Ah! -exclamé, sintiendo una cierta curiosidad estimulada-. ¿Y la impresión es hermosa?

    -¡Impresión! ¿Cómo se te ocurre mencionar la impresión, desdichado Axel? ¡Sería genial! ¿Acaso crees que se trata de un libro impreso? Es un manuscrito, ¡y ni más ni menos que un manuscrito rúnico!

    -¿Rúnico?

    -Sí. ¿Ahora me dirás que te explique qué son las runas?

    -Me abstendré de hacerlo -respondí con el tono de alguien ofendido en su amor propio.

    Sin embargo, mi tío me enseñó cosas que no me interesaban en lo más mínimo.

    -Las runas -continuó, mostrando unos caracteres de escritura utilizados antiguamente en Islandia y que, según la tradición, fueron inventados por Odín mismo. Pero, ¿qué haces, insensato, que no admiras estos caracteres salidos de la mente excelsa de un dios?

    Sin saber qué responder, estuve a punto de postrarme, una respuesta que debería agradar tanto a los dioses como a los reyes, ya que tiene la ventaja de no requerirles replicar. Sin embargo, un incidente inesperado cambió el rumbo de la conversación.

    Fue entonces cuando apareció un pergamino grasiento que se deslizó entre las páginas del libro y cayó al suelo.

    Mi tío se apresuró a recogerlo con avidez indescriptible. Un antiguo documento, quizás encerrado desde tiempos inmemoriales dentro de un viejo libro, no podía tener menos que un valor extraordinario para él.

    -¿Qué es esto? -exclamó emocionado.

    Al mismo tiempo, desplegó cuidadosamente sobre la mesa un trozo de pergamino de aproximadamente cinco pulgadas de largo por tres de ancho, en el que estaban trazados caracteres mágicos en líneas transversales.

    Aquí está su facsímil exacto. Quiero mostrar al lector estos signos tan extravagantes, ya que fueron los que llevaron al profesor Lidenbrock y a su sobrino a embarcarse en la expedición más extraña del siglo XIX:

    El profesor examinó atentamente durante unos momentos esta serie de garabatos y finalmente, quitándose las gafas, dijo:

    -Estos caracteres son rúnicos, no tengo duda. Son exactamente iguales a los del

    manuscrito de Snorri Sturluson. Pero... ¿qué significan?

    Como las runas me parecían una invención de los sabios para engañar a los ignorantes, no me importó que mi tío no las entendiera. Al menos, eso pareció, ya que sus dedos comenzaron a temblar de manera convulsiva.

    -Sin embargo, es islandés antiguo -murmuró entre dientes.

    El profesor Lidenbrock tenía más conocimiento sobre eso que nadie. Aunque no dominaba las dos mil lenguas y los cuatro mil dialectos que se hablan en el mundo, hablaba muchos de ellos y era considerado un verdadero políglota.

    Al enfrentarse a esta dificultad, estaba a punto de dejarse llevar por su temperamento violento y ya vislumbraba una escena desagradable cuando el reloj de chimenea dio las dos.

    En ese momento, Marta abrió la puerta del despacho y dijo:

    -La sopa está lista.

    -¡Que el diablo se lleve la sopa! -exclamó furioso mi tío-. ¡Y que se lleve también a quien la hizo y a quienes la coman!

    María salió asustada y yo la seguí, sin entender cómo, me encontré sentado en la mesa, en mi lugar habitual.

    Viaje al centro de la Tierra - Versión para jóvenes

    Esperé unos momentos, pero el profesor no apareció. Era la primera vez que, que yo sepa, faltaba a la comida tan solemne. ¡Y qué comida, por Dios! Sopas de perejil, tortilla de jamón con acederas y nuez moscada, solomillo de ternera con compota de ciruelas, y de postre, langostinos en dulce, todo regado con exquisito vino del Mosa. ¡Una comida deliciosa que mi tío se perdió por un viejo pedazo de pergamino! Como buen sobrino, sentí la responsabilidad de comer por los dos y me llené de comida de manera asombrosa.

    -¡Nunca he visto algo así en toda mi vida! -decía la

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