«YO VI A LAS ÁNIMAS EN PENA»
Cuando el reloj de la torre de la iglesia da las doce de la noche, las ánimas en pena se levantan de sus tumbas, recogen de la iglesia parroquial las cosas que necesitan: cruces y calderos de agua bendita, además de hisopos, velas o candiles, y comienzan una lúgubre procesión por los caminos y corredoiras de la parroquia. A la luz de candiles, velas o antorchas, y ataviadas con sudarios blancos o negros, encapuchadas y descalzas, caminan deslizándose por las laderas de los montes o por los acantilados de las costas donde bate el mar inmisericorde, entre cánticos desgarrados y olor a cera o ceniza. A veces, una pequeña campanilla señala su paso con un tintineo monocorde cuyo sonido alerta de su presencia.
Suele acompañarles un vivo, que es el que porta la cruz tomada de la iglesia, y que está condenado a vagar toda su vida mortal si antes no consigue pasar la cruz que lleva a otra persona viva, que desde ese momento se convertirá en el portador de la cruz por el resto de su existencia. Anuncian la muerte próxima de alguien de la parroquia acercándose a su domicilio, y a su paso extienden un frío intenso que encoge el cuerpo. En ocasiones les precede una niebla baja que se arrastra entre los arboles y arbustos y ese característico olor a cera o incienso. No todo el mundo tiene
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