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Levantar la mirada: Vida del Beato Carlo Acutis, «el apóstol de los milenials»
Levantar la mirada: Vida del Beato Carlo Acutis, «el apóstol de los milenials»
Levantar la mirada: Vida del Beato Carlo Acutis, «el apóstol de los milenials»
Libro electrónico144 páginas3 horas

Levantar la mirada: Vida del Beato Carlo Acutis, «el apóstol de los milenials»

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Con la intención de ayudarnos a conocer y comprender mejor su persona y su contexto de vida, el autor nos ofrece una formidable biografía de Carlo Acutis, conocido como el «influencer de Dios» y «el apóstol de los milenials». ¿A qué se debe el gran aprecio que le tiene la gente? ¿Qué aspectos de su persona y de su cotidianeidad son los que atraen y embelesan? ¿Cuáles fueron sus pasiones y metas? ¿Cuáles sus experiencias desde pequeño hasta el momento de su muerte? Apoyado en los testimonios recogidos en internet, en libros y en artículos, el autor describe, con un cierto aire periodístico, la historia de este joven cuya existencia estuvo marcada por la Eucaristía y la caridad, analizando y explicando los acontecimientos, acciones y pensamientos que forman cada hito del camino a la santidad de Carlo Acutis.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 mar 2023
ISBN9788428568876
Levantar la mirada: Vida del Beato Carlo Acutis, «el apóstol de los milenials»
Autor

Javier Manso Osuna

Javier Manso es licenciado en Filología hispánica y especialista en Literatura española, además de un entusiasta de las biografías históricas. Se ha dedicado durante toda su vida profesional al mundo del libro en sus vertientes más diversas, sin descuidar el estudio de personajes relevantes, su verdadera pasión. Ha publicado algunas biografías para jóvenes lectores de protagonistas de la talla de Miguel de Cervantes, El Greco o santa Teresa de Jesús. En SAN PABLO ha publicado la biografía de San Benito (El hombre que vivió consigo mismo).

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    Levantar la mirada - Javier Manso Osuna

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    ESTA EDICIÓN

    El mejor método de acercarse a la figura de Carlo Acutis y profundizar en su legado es la navegación a través de la Red de redes. Internet fue su medio natural, como corresponde a un representante de la juventud de inicios del siglo XXI, el medio donde mejor supo desenvolverse, el terreno abonado que él aprovechó como instrumento principal en sus labores de apostolado. Cuando nació, en el año 1991, ya existían los ordenadores, los módems y las páginas web. Por este motivo es en la Red donde han ido quedando huellas indelebles de su breve, aunque intenso, paso por este mundo. Si alguien pretende convertirse en uno de sus biógrafos, está obligado a investigar estas huellas.

    Desde su fallecimiento se han escrito muchos libros sobre su figura, su vida, su obra y su profunda espiritualidad, especialmente en italiano, su idioma natal, aunque también en otras lenguas, entre las que se incluye el castellano. Ahora bien, es en Internet donde podemos encontrar toda una crónica, dispersa y apasionante, de la forma en que este joven ordinario se ha ido poco a poco convirtiendo en una personalidad extraordinaria, en el tránsito vertiginoso que lo ha llevado de ser un milenial más a convertirse primero en un joven muy especial, después en una figura venerable para la Iglesia y, finalmente, en un beato. Un tránsito que lo terminará llevando, en muy breve espacio de tiempo, a ser un santo de la Iglesia.

    Esta crónica, un tanto confusa y desordenada, aunque también rica y compleja, ha sido la fuente principal de información que ha servido como inspiración para la creación de esta biografía. El método ha aportado un cierto aire periodístico a la narración, aroma que tiene a la vez algo de buscado y de inevitable. En este sentido se han utilizado noticias publicadas en diferentes medios de comunicación electrónicos, esencialmente cristianos, que nos ofrecen de forma fresca y de primera mano los hechos que han ido acaeciendo a medida que nuestro protagonista progresaba hacia la santidad, especialmente desde el momento en que fallece, a la impensable edad de quince años, y se empiezan a conocer los detalles que convierten una existencia aparentemente corriente en un ejemplo de santidad para los jóvenes de nuestro tiempo.

    Tengo que agradecer, por supuesto, el esfuerzo de muchas personas que conocieron a Carlo y que decidieron en su momento fijar por escrito los detalles de lo que fue una vida orientada al cielo desde su más tierna infancia. Cabe destacar entre ellas a Nicola Gori, su primer y principal biógrafo, el más insistente y abnegado postulador para la causa de la beatificación del joven milanés; pero también a su propia madre, Antonia Salzano, quien ha escrito un libro muy reciente[1] y ha concedido numerosas entrevistas sobre la vida y el pensamiento de su hijo. Gracias a estos documentos podemos conocer hoy cómo fue la infancia de este joven beato, los detalles de su personalidad y de su cotidianeidad, hasta el día en que le llegó la muerte. A ambos debo la mayoría de las citas textuales de Carlo Acutis que aparecen en este libro, frases que dejó escritas en su diario y en sus cuadernos de notas o que pronunció en algún momento de su vida, algunas de las cuales se han hecho virales en las principales redes sociales.

    Del mismo modo, agradezco los trabajos de otros de sus biógrafos, de los que he tomado prestados algunos datos o ideas interesantes en relación con la figura del joven beato. En especial debo mencionar a Vito Rizzo y el sesgo marcadamente espiritual del que ha impregnado su biografía, o las originales lecturas que Alessandro Deho o Will Conquer han hecho de su figura.

    El principal objetivo de esta nueva aportación al conocimiento del flamante beato milanés ha sido acompañar al lector en la búsqueda de un sentido a ese tránsito que explicábamos en las primeras líneas, que llevó, en menos de treinta años, a la conversión de un niño normal y sencillo, nacido en los últimos años del siglo XX, en todo un beato reconocido por la Iglesia y con miles de seguidores en todos los países del mundo cristiano. Con este propósito se hace un análisis, o más bien se explican los acontecimientos, acciones o pensamientos que forman cada hito de ese camino hacia la santidad, hitos de un sorprendente recorrido que ha convertido a un chico ordinario en un ser extraordinario.

    EL AMIGO DE JESÚS

    Esta es la historia de un niño bueno, que tuvo consigo a Dios en su interior desde que nació. Es también la historia de un adolescente como todos, y a la vez distinto a todos, que se encontró con la muerte a la prematura edad de quince años. Tan bueno había sido durante su corta vida que, pocos años después de su fallecimiento, se convirtió en venerable a los ojos de la Iglesia. Ahora ya es beato. Pronto será un santo. Es la historia de un chaval de nuestros días, un chico como otro cualquiera, no especialmente listo, ni guapo, ni atlético, pero sí un muchacho sin defectos a los ojos de Dios, que desde pequeño decidió hacerse amigo de Jesús. Esa amistad le mostró el camino que para él estaba destinado, el camino hacia la santidad. Nunca, ni en su solo momento de su existencia, se desvió de él.

    Para Carlo, Jesús fue siempre una presencia viva que le acompañaba en todo momento, que sentía en su interior de forma constante e intensa. Como se dice en la web oficial de Carlo Acutis, este fue el «rasgo distintivo» de su vida: «Vivir con Jesús, para Jesús, en Jesús». «Sin Él, no puedo hacer nada», dejó escrito en su diario.

    En efecto, Cristo estuvo vivo en él desde su nacimiento hasta su muerte; vivo y presente de forma continua, con su divinidad, pero también con su humanidad, dentro del pan eucarístico: la clave fundamental de la existencia del joven Carlo Acutis, quien descubrió desde muy pequeño la gran verdad que se esconde en la Eucaristía, la existencia real de Jesús, de su carne y de su sangre, en las formas consagradas. Adquirió ese conocimiento siendo solo un niño y más tarde nos lo quiso transmitir –pues él creía que se encontraba adormecido en los creyentes– de forma sencilla pero también con toda la fuerza e insistencia de las que fue capaz.

    Para Carlo no había términos medios: era todo o nada. Él decidió darlo todo. Por eso, cuando la muerte vino a buscarlo, siendo aún tan joven, lo encontró con una sonrisa en los labios, con la seguridad que le daba no haber gastado ni un solo minuto de su vida en hacer cosas que no le hubieran gustado a Dios. Su «programa de vida», como él decía, era ser de Cristo, siempre y en todo lugar. Y lo cumplió. A pesar de ser un muchacho corriente, «supo transformar lo ordinario en extraordinario» –según palabras del papa Francisco–, pues en su corazón habitaba en todo momento la presencia de Dios.

    Cuando todavía no era ni un preadolescente, tenía colgado en su habitación, en un lugar bien visible, un gran retrato de Jesús que le ayudaba a sentirse en todo momento más cerca de Él. Del mismo modo que el chaval levantaba su mirada hacia el retrato y gozaba con su compañía, quería que todo el mundo pudiera sentir ese mismo gozo, por lo que solicitaba a todos los que querían escucharle que le acompañaran a escuchar misa y a estar siempre reconciliados con Dios, que miraran a Dios.

    Dejó escrito:

    «La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta con levantar la mirada, un simple movimiento de los ojos».

    Esta frase, trascendental en el pensamiento y en el modo de entender la vida de Carlo Acutis, fue encontrada por su madre, Antonia Salzano, cuando pudo leer el diario íntimo de su hijo ya fallecido. En estas sencillas palabras se contiene lo esencial de su existencia. Era tan fácil como levantar la mirada y encontrar a Dios cerca, a nuestra mano, esperándonos, y entonces renunciar a la individualidad, ser Él, vivir como Él quiere. «No yo, sino Dios», decía a menudo. Nos sorprende y sobrecoge cómo un niño pudo verlo tan claro, enfocar toda su vida en ese único y esencial objetivo, no desviarse ni un ápice del camino, hasta el día en que la leucemia se lo llevó de este mundo.

    Desde la muerte de su hijo, Antonia ha dedicado toda su existencia a ayudar a transmitir el legado de Carlo Acutis. En una entrevista reciente ha dicho al diario Corriere della sera que el chico tuvo desde muy pequeño «una predisposición natural a lo sagrado». Empezó a percibirlo cuando, con solo tres años, le pidió que lo llevara a una iglesia para que pudiera hablar con Jesús. De camino al templo recogía flores para ofrecérselas a la Virgen cuando llegaran. A los siete años pidió recibir su Primera Comunión. En la catequesis, demostró saber más conceptos de la Iglesia que el mismo sacerdote que la impartía. «Yo era una analfabeta de la fe –ha dicho Antonia–, él me salvó».

    Para este joven italiano la Eucaristía fue el centro de su vida, su camino, su «autopista hacia el cielo», como él solía decir. No era una «cosa», sino la especial presencia de Jesús entre nosotros, que él vivió siempre como una relación de amistad. Como amigos que eran deseaba encontrarse con Él cada día, y así lo hizo hasta que dejó este mundo. Mientras vivió, tanto Jesús como la Virgen María no eran para él únicamente personajes sagrados, sino personas vivas, cercanas, que lo acompañaban en sus quehaceres diarios. Era consciente de que vivía una existencia cotidiana en nuestro mundo, pero también de que tenía un pie puesto en la eternidad, por lo que desde pequeño se lanzó con entusiasmo hacia ese objetivo. No concebía el camino a la santidad como algo fuera de lo normal, sino como la consecuencia lógica de haber elegido ser amigo de Jesús y vivir según los valores que Él nos enseñó. Así lo explicó el día antes de la ceremonia de su beatificación monseñor Sorrentino, obispo de Asís:

    «La forma de llevar el sabor del Evangelio a la vida cotidiana varía de vez en cuando. Pero debe enfatizarse que la santidad no quita nada de lo bueno, bello, justo a nuestra condición terrenal, sino que más bien hay que vivirla plenamente, pero introduciendo los valores evangélicos».

    Al reflexionar sobre la biografía de Carlo Acutis, sobre las frases y hechos que nos legó, podemos deducir que no nos transmitió una ascética descarnada, al estilo de los antiguos santos de hace siglos; tampoco destacó por poseer unas virtudes heroicas, impuestas en una lucha personal, sino que hizo lo que hizo por su amor inconmensurable a Jesús, a quien puso desde niño en el centro de su vida.

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