Dios es más atrayente que el diablo
Por Gabriele Amorth
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Dios es más atrayente que el diablo - Gabriele Amorth
Prólogo
«VIENE CORRIENDO HACIA EL LUGAR
A DONDE ES ATRAÍDO»[1]
Me impulsan el Evangelio, san Pablo, la Virgen
[...] mi finalidad es llevar a quien lee
a reflexionar sobre su vida para ponerla en sintonía
con el objetivo para el que Dios nos la ha dado.[2]
Vivo al lado y en la misma comunidad religiosa a la que pertenece el padre Gabriel Amorth[3], el exorcista conocido en Italia y en el mundo entero.
En la memoria de quienes lo tratan permanece seguramente impresa la imagen del anciano sacerdote con sotana, ornada en ciertos casos con alguna insignia y chamuscones provocados presuntamente por llamas infernales. A mí me quedan en la mente y en los ojos su ancha cara, la cabeza bien afeitada y el montoncito de correspondencia diaria sobre su mesa. En mis oídos, en cambio, resuenan las expresiones de su acento boloñés, chispeantes como el lambrusco, además de los buenos días mañaneros que da a cada «compagnino bello» cuando se encuentran delante de la máquina de café.
Muchos piensan que, en cada eventual o efectivo endemoniado, él busca ante todo al diablo. En la literatura exorcista se propende, en efecto, a dar importancia al ángel rebelde. Don Gabriel, en cambio, rezuma cordialidad, esa bondad paterna y amistosa que indica que su única preocupación consiste en hacerte gustar por anticipado una muestra de la amabilidad del buen Dios que lo protege. En su exorcistado, la referencia «profesional» constante es sin duda el diablo, contra el que combate a base de oraciones, burlas, agua bendita y exorcismos. Pero, en verdad, lo que busca en las almas infelices es esa «imagen y semejanza» divinas que ninguna fuerza demoníaca osa empañar. En una palabra, da por descontado que Dios está más presente y es más bueno, bello y atrayente que el diablo.
Ciertamente es así, pero en realidad el fundamentalismo religioso de nuestro tiempo le hace un pésimo servicio a Dios, oscureciendo su benévolo y tolerante rostro materno y paterno: lo hace, por así decir, feo y malo. Los fundamentalistas lo presentan, en efecto, como si tuviera un corazón de piedra, del que habrían salido las tablas de la ley divina. Por eso pronuncian el nombre de Dios sin hacerlo atrayente y lo imponen sin haberlo comprendido; en consecuencia, juzgan a los «infieles» sin liberarlos; provocan de hecho temor y distancia del Creador divino sin alma ni adhesión a Dios.
Nos presentan a un Dios tan huraño y con tal amargor de boca que se convierte en hiel. De modo que, paradójicamente, uno acaba por ponerse más de la parte del diablo que de Dios. Esta es una de las razones –sostiene nuestro exorcista– por la que hay tan pocos espíritus felices que surquen la amable corriente del encuentro con Dios.
Según él, muchas personas que consideramos «endemoniadas», en realidad son individuos heridos, con muchos desgarrones en el alma porque se refieren solo a la ley de Dios sin haber degustado aún su amor. En efecto, hay muchos que creen estar poseídos por el demonio porque no «sienten» a Dios como Padre. Por eso el querido cohermano ve en estos infelices a hijos perdidos, ovejas descarriadas o personas crucificadas que no tienen experiencia de la gratuidad divina. En efecto, los hijos se sienten tales cuando advierten que en el origen de su existencia no ha mediado la casualidad o la necesidad, sino una decisión libre, un acto de amor humano y divino.
Movido por la premura y caridad sacerdotal, don Amorth les invita de este modo a redescubrir en sí mismos, siempre dentro de sus límites, la dignidad y la sacralidad de los hijos de Dios. Es por esta, su liberadora identidad de hijo amado por Dios, por la que el padre Gabriel logra enfrentarse al diablo, habiendo recibido la fuerza y la gracia divina para doblegarlo con autoridad.
«Es, pues, algo bueno, justo y útil –recomienda él– anunciar en un libro que nuestro Señor es absolutamente más bello y atrayente que el diablo. Los libros anteriores que he publicado han sido más bien descripciones
del diablo, de los fenómenos ocultos, de las posesiones demoníacas, del exorcismo y de todo lo relacionado con él. En estas páginas pongo en primer plano, con plena razón, a nuestro Señor, de modo que atraiga a sí para alejar del mal. En efecto, es la atracción interior del Padre la que suscita la fe»[4].
Y, en lo tocante a la prioridad de la atracción, recuerda lo que enseña san Agustín: «Muestra una rama verde a una oveja, y verás como atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño, y verás como lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar donde es atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo; es atraído por aquello que desea»[5].
Por eso, también en este volumen el padre Amorth envía expresamente el demonio al Índice, es decir, fuera del campo, como ha venido haciendo en su ministerio de exorcista.
Por lo que concierne estrictamente al diablo, en este trabajo el autor se ha referido predominantemente a su ministerio y a los libros escritos por él, aprovechando lo esencial de los mismos.
Al redactar estas páginas, empecé con entrevistas y conversaciones. Le presentaba al querido cohermano –cuya confianza agradezco– la primera versión de las conversaciones. Él leía lo elaborado, lo integraba en un primer momento y posteriormente aprobaba la redacción definitiva según el contenido y la forma acordados por ambos.
Angelo De Simone
[1] San Agustín, Liturgia de las Horas IV, 306.
[2] Padre Amorth-Paolo Rodari, L’ultimo esorcista. La mia battaglai contro Satana, Piemme, Milán 2012, 7 y 9.
[3] Para su perfil biográfico, cf 163-171.
[4] Catecismo de adultos 194.
[5] Liturgia de las Horas IV, 306.
1
Nuestro Dios
El hombre puede agradecer muchos beneficios a Dios,
pero no puede hacerlo mientras sienta miedo,
porque quien teme como un siervo
ciertamente no se deja amar por el Creador del género humano
y menos aún lo ama.[6]
¿Cómo «concilia» la religión al ser humano con Dios?
Iré a lo concreto. Todos los seres humanos saben que no siempre pueden salir airosos cuando se enfrentan con la realidad en general. Sobre todo si sufren una enfermedad terminal. Pueden desesperarse. En una situación tan trágica, todos somos religiosos, en el sentido de que nos «encomendamos a un santo»; en este caso, a un buen médico. Y si el médico no basta, recurrimos a Dios.
¿Es quizá diabólico el fundamentalismo de ciertas religiones?
No se puede ignorar el hecho de que las religiones cargan a la gente con fardos ideológicos, provocando después en ella fuertes reacciones contra la intolerancia y las imposiciones sufridas, que desembocan en la rebelión, la transgresión y el rechazo de Dios, en un ateísmo teórico y práctico. De este modo el fundamentalismo separa el mundo y la humanidad de Dios, y por ello puede ser obra del diablo.
Explíquese.
Las diversas formas difundidas de ideología religiosa desfiguran el rostro de Dios y la sacralidad del ser humano, puesto que pretenden, en general, «obligar» a Dios, como si fuera Dios quien nos necesita y no al revés. Por el contrario, san Pablo aclara a los atenienses, como se lee en los Hechos de los apóstoles, que Dios no se deja servir por manos humanas, como si tuviera necesidad de algo.
De ello se deduce que la ideología religiosa no solo no consigue liberar y elevar al ser humano, sino que por el contrario resulta nociva, obstaculiza o en todo caso ralentiza la revelación y la experiencia del verdadero Dios.
La religión así entendida se ha de superar o, en cualquier caso, integrar seriamente. Las provocaciones del fundamentalismo religioso actual inducen, por ende, a verificar el concepto de religión además del lenguaje y el comportamiento religiosos. Todas las religiones deberían ponerse en crisis, preguntándose si están realmente interesadas por el verdadero Dios y la felicidad del ser humano o por otras cosas.
¿Qué se ha de salvar de la religión o de las religiones?
Primero he de advertir que es complicado buscar la aguja en el pajar de las religiones en general, debido a la multiplicidad de las experiencias y de las informaciones al respecto. Intentaré, sin embargo, considerar qué puede haber de válido y de bueno en todo lo que las religiones dicen de Dios.
En cualquier caso me he hecho la idea de que las religiones no pueden decir toda la verdad sobre Dios, precisamente porque Dios es Dios. Por tanto, no deben imponerlo. Reitero, no obstante, como algo dado por descontado, que en las diversas expresiones de la religión y la cultura encontramos elementos de verdad con respecto a Dios.
¿Puede citar a una religión en particular?
En el hinduismo, la religión más difundida en la India, «la concepción de Dios como Misterio trascendente e inefable o como Ser personal es sin duda elevada» (n 590 del Catecismo de adultos).
Es admirable la primacía atribuida a la vida espiritual, especialmente si la confrontamos con el materialismo y el secularismo occidentales [...]. Es noble la ética y apasionada la búsqueda de la salvación definitiva [...]. Es generoso el espíritu de tolerancia para con las otras religiones [...]. Llegan a madurar experiencias gozosas de amor personal a Dios similares a las de los santos cristianos, como atestigua esta espléndida oración del poeta Tukaram (si-glo XVII): «Tú [Señor], siempre y dondequiera presente a mi lado, sostienes mi mano y me guías con firmeza. Mientras yo camino y me apoyo en ti, tú llevas mi pesada carga [...]. Yo reconozco en todo hombre a un amigo; en todo encuentro, a un familiar [...]. Como un niño feliz voy jugando, oh Dios, en tu querido mundo»[7].
O bien esta otra, compuesta en lengua tamil por el místico Appar: «Tú eres para mí, oh Señor, padre y madre. Tú eres todos los parientes que necesito. Tú eres el amado para mí. Tú eres mi tesoro precioso. Tú eres para mí casa, amigos, familia. Tú me das vida y alegría. Yo me desprendo de todos los falsos dioses del mundo. Oh Perla, oh Riqueza, tú eres mi Todo»[8].
¿Qué decir de la religión musulmana?
«La actitud apropiada del hombre ante Dios, como sumisión, obediencia y abandono confiado, caracteriza a la religión musulmana. La fe se expresa con la fórmula: No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta
. Las prácticas religiosas consisten en la oración, la limosna, el ayuno, la peregrinación y la guerra santa. Esta última es entendida como el esfuerzo para imponer los derechos de Dios en todos los ámbitos de la vida, ante todo el combate espiritual para conformarse a sí mismos a la voluntad divina, y después el esfuerzo misionero para extender el islam (la sumisión), llegando, si es necesario, incluso a la conquista armada [...]. Hoy la civilización occidental, secularizada, individualista y consumista, penetra en el mundo islámico y lo corroe desde dentro, suscitando la reacción del integrismo musulmán, que involucra en la misma aversión también al cristianismo» (n 599 Catecismo de adultos).
¿No es mejor dialogar que separarse y pelearse?
El magisterio de la Iglesia recomienda continuamente que los cristianos, al confrontarse con cuantos pertenecen a otras religiones, profesen sin ambigüedad la fe cristiana. Partiendo, pues, de esta condición indispensable y del principio de la necesidad de una real libertad religiosa, tolerancia y respeto, la Iglesia invita a los cristianos a adoptar un comportamiento de gran caridad y diálogo con todos. Es necesario vivir la propia fe cristiana sin juzgarse ni enfrentarse.
¿Hoy la Iglesia católica sigue siendo tolerante y caritativa?
El hecho de que Juan Pablo II conociera por experiencia directa el cerrilismo de las ideologías de todas clases y su incapacidad para reconocer sus errores lo indujo, en su tenaz pasión por la verdad superior a cualquier cálculo mundano y medida prudencial, a expresar con fuerza la verdad que hace libres.
El acto de valentía y la ocasión de diálogo por parte del Papa sancionaron un viraje que se concretó el 12 de marzo de 2000 en el acontecimiento central de la Jornada de la purificación de la memoria y de la reconciliación[9], en la cual pidió perdón por los pecados cometidos en el servicio de la verdad (intolerancia con los disidentes, guerras de religión, atropellos en las Cruzadas, inquisición); que dividieron la unidad del Cuerpo de Cristo (excomuniones, persecuciones, divisiones); contra Israel, el pueblo de la primera alianza (desprecio, hostilidades, silencios); contra el amor, la paz, los pueblos, la cultura y las demás religiones (cometidos durante la evangelización); contra la dignidad humana y la dignidad del género humano (hacia las mujeres, las razas, las etnias); contra los derechos fundamentales de la persona (los últimos,