Padre Pío: Su testamento espiritual
Por Patricia Treece
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Sus palabras nos guiarán, al descubrimiento de un Dios misericordioso, tierno y compasivo en el que él creyó hasta el extremo.
Padre Pío de Pietrelcina (1887-1968) fue esa clase de místicos en quienes la fidelidad a Dios no mitigó su libertad interior, la experiencia extrema del dolor no disminuyó la humildad ni apagó la alegría, y ni siquiera sus experiencias espirituales extraordinarias lo enajenaron de la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo.
Fue un auténtico consejero espiritual para maestras, amas de casa, doctores, obreros, así como para sacerdotes y seminaristas. Los sabios consejos que dio a sus hijos e hijas son palabras de vida para todos nosotros, hasta el punto de sentirnos "adoptados" por su paternal sabiduría.
Antes de que la fama limitara su apostolado, el Padre Pío dirigió espiritualmente a un gran número de personas a través de cartas. Estas no sólo nos revelan su profundo conocimiento de los corazones humanos, sino también de las Escrituras. En las mismas se tratan todo tipo de problemas humanos: desde preocupaciones sobre el dinero, la salud, y las relaciones afectivas, hasta problemas legales; todos estos temas son vistos como instrumentos para llevar a los hombres a Dios. Evidentemente, el Padre Pío escribe porque ama a sus destinatarios; pero, obviamente el motivo principal es la santificación de los mismos y su crecimiento en la unión con Dios a través de la caridad.
Si bien como editores hemos tratado de no tergiversar el significado de las palabras del Padre Pío, en algunos casos, los textos fueron condensados o bien adaptados para poder ganar en claridad.
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Padre Pío - Patricia Treece
Aclaración
Antes de que la fama limitara su apostolado, el Padre Pío dirigió espiritualmente a un gran número de personas a través de cartas. Estas no sólo nos revelan su profundo conocimiento de los corazones humanos, sino también de las Escrituras. En las mismas se tratan todo tipo de problemas humanos: desde preocupaciones sobre el dinero, la salud, y las relaciones afectivas, hasta problemas legales; todos estos temas son vistos como instrumentos para llevar a los hombres a Dios. Evidentemente, el Padre Pío escribe porque ama a sus destinatarios; pero, obviamente el motivo principal es la santificación de los mismos y su crecimiento en la unión con Dios a través de la caridad.
Si bien como editores hemos tratado de no tergiversar el significado de las palabras del Padre Pío, en algunos casos, los textos fueron condensados o bien adaptados para poder ganar en claridad.
Introducción
Imaginémonos un crucificado viviendo en el siglo XX, un hombre con heridas como las de Cristo en su costado, en sus manos y en sus pies. Este ser aparentemente medieval y poco realista ¿puede tener algo que decirnos a nosotros?
Realmente yo pensaba que no cuando hace unos años sentí hablar del Padre Pío, el fraile franciscano capuchino estigmatizado de San Giovanni Rotondo, en el sur de Italia. Esos ojos oscuros y penetrantes detrás de esas cejas espesas me infundían temor, tanto como la idea del guerrero espiritual, llamado por el mismo Cristo a través de una serie de visiones juveniles, para que viva toda su vida en conflicto con Satanás. Él era un hombre como san Pablo, el héroe espiritual del Padre Pío que sufrió por Cristo para redimir a los pecadores (cf Col 1,24). Este Pablo del siglo XX me parecía lúgubre y severo. Ciertamente, no era alguien con quien hubiera deseado pasar momentos de quietud.
En esos días yo miraba al Padre Pío a través de mis propios miedos: miedo frente a mis culpas y al castigo de Dios; miedo de que el sufrimiento dirigiera su horrible mirada hacia mí. Por encima de todo, tenía miedo de la convicción interior del Padre Pío de que el amor por Dios, como el amor humano, debía ser medido por la aceptación voluntaria del sufrimiento. El amor que desea sólo las cosas buenas
de Dios no es amor de verdad.
Hoy me doy cuenta de que, en efecto, el Padre Pío, durante cincuenta años tuvo verdaderas heridas que dolían y sangraban; heridas que, como él mismo dijera sarcásticamente, no eran condecoraciones
. Pero él decía que, aunque fueran dolorosas, estas heridas también eran una fuente mística de vida para quien debía soportarlas, así como para los cientos de personas que compartieron los frutos de su crucifixión voluntaria y su constante oración. Si hoy alguien me pregunta sobre el Padre Pío, le hablo del sufrimiento reparador que Dios no necesita pero que a veces permite en ciertas personas como la gracia de poder participar en la obra de Cristo.
También le hablo de él como de un hombre como los demás, con una gran sonrisa, que amaba hacer bromas y travesuras, que no tenía un temperamento fácil, que luchó toda su vida contra la tendencia a irritarse y a responder bruscamente.
Fue esta persona real, y no una especie de santo de yeso, quien quería que la redención de Cristo alcanzara a todo el mundo, comprendiendo que, para ello, había que pagar un precio para salvar a la humanidad. Cuando sé que una persona sufre, ¡no sé lo que haría para que el Señor lo libere de sus sufrimientos! Si pudiera, soportaría yo todas sus aflicciones con tal de que él se sienta aliviado
, decía y deseaba Pío, mientras su corazón ardía de compasión y amor por la humanidad. Ese amor por los demás, obviamente, fue la expresión del amor desbordante que Dios concede a los santos; un amor tan grande que él temía que estallara si lo dejaba encerrado en la celda estrecha de su corazón.
Paradójicamente, este místico que vivía con un pie en la tierra y otro en una dimensión sobrenatural, un hombre con bilocaciones, olor de santidad, visiones, el don de leer los corazones y el carisma de sanar, era, al mismo tiempo, tan humano, que cuando un escritor italiano llegó al convento de San Giovanni Rotondo buscando al santo con aureola
, se encontró con un Padre Pío real, muy lejano de la persona que había pensado encontrar. ¿Por qué? Porque el verdadero Padre Pío era muy natural, muy —en el mejor sentido de la palabra— común y corriente.
Fue un auténtico consejero espiritual para maestros, amas de casa, doctores, obreros, así como para sacerdotes y seminaristas. También fue un gran conocedor de las Escrituras y de los escritos de muchos santos. Los sabios consejos que él dio a sus amigos —considerados sus hijos e hijas espirituales
— son palabras de vida para todos nosotros. En efecto, cuando llegamos a conocer a este hombre que podía ser tan tímido, tierno y gentil, y al mismo tiempo extraño y débil, como cualquiera de nosotros, se tiene la sensación de estar frente al misterio de Dios. En Dios y en sus santos, algunos se sorprenderán de encontrar misericordia en vez de ira, calidez, ternura y compasión en lugar de un juicio frío. Ojalá, querido lector, que estos momentos de quietud con el padre Pío inunden tu vida de estos valores evangélicos.
1. No teman por el mañana
Les recomiendo que tengan un firme propósito general que los ayudará a servir a Dios siempre y con todo el corazón: no teman por el mañana. Piensen en hacer el bien hoy. Y cuando llegue el mañana, será el hoy y entonces podrán pensar en él. Confíen en la Providencia. Es necesario guardar el maná solamente para un día y nada más. Acuérdense del pueblo de Israel en el desierto.
Carta a los seminaristas capuchinos del 4 de julio de 1917
2. Sobre las motivaciones del corazón
Me has hablado de la frivolidad y la inconstancia de tu corazón, de sentirte continuamente sacudida por los vientos de las pasiones, y, como consecuencia, siempre insegura. Te