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365 días con Teresa de Jesús
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Libro electrónico457 páginas8 horas

365 días con Teresa de Jesús

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Un encuentro y una convivencia diaria con Teresa de Jesús a lo largo de 365 días. "Este libro es una invitación personal que nos dirige Teresa de Jesús para recordar y vivir a lo largo del año lo que ella fue viviendo a lo largo de su existencia, y que aquí hemos dispuesto con una cierta correspondencia cronológica, a manera de un calendario teresiano. Si leer a santa Teresa siempre es útil y gratificante, leerla en sintonía con lo que ella vivió, hizo o escribió en esas fechas determinadas, puede serlo doblemente, pues a las virtualidades de su palabra, siempre seductora y eficaz, se añade la memoria del acontecimiento evocado, la memoria de un aniversario, y con ello el texto se hace aún más rico y oportuno".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 nov 2011
ISBN9788428565110
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    Vista previa del libro

    365 días con Teresa de Jesús - Salvador Ros García

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Créditos

    Presentación

    Cronología de santa Teresa

    Enero

    Febrero

    Marzo

    Abril

    Mayo

    Junio

    Julio

    Agosto

    Septiembre

    Octubre

    Noviembre

    Diciembre

    Información promocional

    Notas

    portadilla

    © SAN PABLO 2011 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

    Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

    E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es

    www.sanpablo.es

    © Salvador Ros García 2011

    Distribución: SAN PABLO. División Comercial

    Resina, 1. 28021 Madrid

    Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

    E-mail: ventas@sanpablo.es

    ISBN: 978-84-285-6511-0

    Depósito legal: M. 42.763-2011

    Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)

    Printed in Spain. Impreso en España

    A Sara,

    de parte de la autora

    y del amanuense.

    Presentación

    El libro que tienes en tus manos, querido lector, considéralo como una invitación personal que te dirige Teresa de Jesús para un encuentro y una convivencia diaria, para que recuerdes y vivas a lo largo del año lo que ella fue viviendo a lo largo de su existencia, los acontecimientos que ella misma recogió en sus escritos, pensando en el provecho de sus lectores, y que aquí hemos dispuesto con una cierta correspondencia cronológica, a manera de un calendario teresiano, y con su mismo propósito didáctico, expresado en términos bien conocidos: «Sabe su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto»¹.

    Si leer a santa Teresa siempre es útil y gratificante, leerla de esta manera, en sintonía con lo que ella vivió, hizo o escribió en esas fechas determinadas, puede serlo doblemente, pues a las virtualidades de su palabra, siempre seductora y eficaz, se añade la memoria del acontecimiento evocado, la memoria de un aniversario, y con ello el texto se hace aún más rico y oportuno, se convierte en una especie de celebración íntima entre la escritora y el lector, aparte de ser también un método de lectura tan legítimo como otro cualquiera².

    En este sentido, quizá convenga advertir que santa Teresa es una especie peculiar de escritora, no sólo por la calidad de la materia sobre la que escribe, sino también por la forma con que lo hace, pues ella no escribe para sí o por el mero hecho de escribir, sino que escribe hablando: «Iré hablando con ellas en lo que escribir黳; «muchas veces os lo digo, hermanas, y ahora lo quiero dejar escrito aquí»⁴. Su escritura, por tanto, es un texto oral que el lector deberá leer escuchando, como quien oye hablar, esto es, en voz alta.

    Así lo propuso ya su primer editor, fray Luis de León, en su famosa carta-prólogo a la edición príncipe, saliendo al paso de quienes se atrevieron a enmendar la sintaxis y el léxico teresiano: «Yo no conocí ni vi a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas ahora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros... Ninguna vez me acuerdo leer en estos libros, que no me parezca oiga hablar a vuestras reverencias; ni al revés, nunca las oí hablar que no se me figurase que leía en la Madre, y los que hicieren experiencia de ello verán que es verdad... Que hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlas, fue atrevimiento grandísimo; porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la Madre es la misma elegancia; que aunque en algunas partes de lo que escribe, antes que acabe la razón que comienza, la mezcla con otras razones y rompe el hilo comenzando muchas veces con cosas que ingiere, mas ingiérelas tan diestramente, y hace con tan buena gracia la mezcla, que ese mismo vicio le acarrea hermosura y es el lunar del refrán»⁵.

    En términos parecidos lo advirtió poco después otro contemporáneo de la autora y buen conocedor de sus escritos: «Para los que no conocieron ni trataron a esta santa, y que tan solamente han leído sus libros, les quiero advertir de camino una cosa, y es que los que los han leído, o leyeren, pueden hacer cuenta que oyen a esta santa Madre; porque no he visto dos imágenes o dos retratos tan parecidos entre sí, por mucho que lo sean, como son los libros y escritos, y el lenguaje y trato ordinario de la santa Madre»⁶.

    Y ya en tiempos más cercanos a los nuestros volvía a recordarlo don Miguel de Unamuno: «Una lengua sin incorrecciones, sin transiciones bruscas, sin anacolutos, es una lengua puramente escrita, es decir, muerta. Lean a santa Teresa y verán que cualquier dómine Valbuena encontrará allí una falta de sintaxis por línea. Y es que aquella mujer admirable hablaba con la pluma»⁷.

    Por otra parte, si Teresa escribe hablando, si se dirige al lector de manera coloquial, es en última instancia porque quiere conversar con él, solicitando por parte de este una actitud de escucha. Mejor dicho, de una doble escucha, como ocurre en toda conversación: de atención a lo que se dice, y de atención a la persona que lo está diciendo y que lo va matizando con acentos y tonalidades netamente personales. Y es que los escritos teresianos tienen, además, una gracia especial y en grado sumo, la de ser mediadores de presencia, de propiciar el encuentro no sólo con la autora, también con su interlocutor divino, pues ella siempre que habla de Dios, lo hace delante de él, coram Deo; no puede hablar de Dios sin hablar a Dios mismo, como tampoco puede enseñar a orar desde fuera de ese acto, sino de forma que él aparezca y se manifieste por sí mismo: «Y así –añadía su primer editor–, siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano, que así lo manifiesta la luz que pone en las cosas oscuras y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón que las lee»⁸. Unos libros, en definitiva, de naturaleza bíblica, semejantes a los de la Biblia⁹.

    Si esta es la actitud que adopta Teresa al escribir, y en ella radica el elemento más atrayente de su escritura y de su magisterio, esto mismo exige por parte del lector otro tipo de lectura, no ya por mera curiosidad o forzada obligación, sino una lectura participativa, porque lo que allí se dice está dentro de él y de alguna manera le sucede.

    Un ejemplo paradigmático de lectura participativa es el que hizo Edith Stein en junio de 1921, en la casa de campo de sus amigos Theodor y Hedwig Conrad-Martius, en Bergzabern. Edith estaba sola en casa, se encerró en la biblioteca y sacó al azar un voluminoso libro: «Llevaba por título Leben der Heiligen Theresia von Avila (Vida de santa Teresa de Ávila), escrita por ella misma. Comencé a leer, y quedé al punto tan atrapada que no lo dejé hasta el final. Al cerrar el libro, dije para mí: Esta es la verdad»¹⁰. Semejante afirmación era una respuesta de asentimiento –de empatía– con lo que acababa de leer en el último capítulo del libro: la experiencia de Cristo «lleno de gracia y de verdad», como la verdad de Dios y del hombre. Su amiga Gertrud Kuznitzky, «una amiga muy querida y que ha seguido muy de cerca mi conversión, aunque ella ha seguido siendo judía»¹¹, nos dice que Edith leía a Teresa «en voz alta, y que más que lectura, era como una oración»¹².

    En fin, lo dicho, que para leer a santa Teresa no se necesitan más capacidades que la de saber escuchar. Por tanto, aquí te dejo su invitación para ese encuentro diario a través –en la inmediatez– de su palabra y te deseo que pases un feliz año en su compañía. Con ella quedo yo también tuyo, condiscípulo y amigo.

    SALVADOR ROS GARCÍA

    Cronología de santa Teresa

    Enero

    1 de enero

    (Sta. María, Madre de Dios / Smo. Nombre de Jesús)

    Teresa funda por delegación en Caravaca (1576)

    Estando en San José de Ávila para partirme a la fundación de Beas, llega un mensajero propio, que le enviaba una señora llamada doña Catalina, porque se habían ido a su casa, desde un sermón que oyeron a un padre de la Compañía de Jesús, tres doncellas con determinación de no salir hasta que se fundase un monasterio... Yo, como vi el deseo y hervor de aquellas almas, y que de tan lejos iban a buscar la Orden de Nuestra Señora, hízome devoción y púsome deseo de ayudar a su buen intento. Informada que era cerca de Beas, llevé más compañía de monjas de la que llevaba; porque, según las cartas, me pareció no se dejaría de concertar, con intento de, en acabando la fundación de Beas, ir allá.

    Verdad es que, como yo me informé en Beas de adónde era, y vi ser tan a trasmano, y de allí allá tan mal camino, que habían de pasar trabajo los que fuesen a visitar las monjas, y que a los prelados se les haría de mal, tenía bien poca gana de ir a fundarle. Mas, porque había dado buenas esperanzas, pedí al padre Julián de Ávila y a Antonio Gaitán fuesen allá para ver qué cosa era, y, si les pareciesen, lo deshiciesen. Hallaron el negocio muy tibio, no de parte de las que habían de ser monjas, sino de la doña Catalina, que era el todo del negocio, y las tenía en un cuarto por sí ya, como cosa de recogimiento.

    Las monjas estaban tan firmes, en especial las dos, digo las que lo habían de ser, que supieron tan bien granjear al padre Julián de Ávila y Antonio Gaitán, que antes que se vinieron, dejaron hechas las escrituras, y se vinieron dejándolas muy contentas... Como ir yo era imposible, así por estar tan lejos como por no estar acabada aquella fundación, acordó el padre maestro fray Jerónimo Gracián, que era visitador apostólico, como está dicho, que fuesen las monjas que allí habían de fundar, aunque no fuese yo, que se habían quedado en San José de Malagón. Procuré que fuese priora de quien yo confiaba lo haría muy bien, porque es harto mejor que yo. Y llevando todo recaudo, se partieron con dos padres descalzos de los nuestros, que ya el padre Julián de Ávila y Antonio Gaitán había días que se habían tornado a sus tierras, y por ser tan lejos no quise viniesen, y tan mal tiempo, que era fin de diciembre.

    Llegadas allá, fueron recibidas con gran contento del pueblo, en especial de las que estaban encerradas. Fundaron el monasterio, poniendo el Santísimo Sacramento el día del Nombre de Jesús, año de 1576. Luego tomaron las dos hábito. La otra tenía mucho humor de melancolía y debíale de hacer mal estar encerrada, cuánto más tanta estrechura y penitencia. Acordó de tornarse a su casa con una hermana suya. Mirad, mis hijas, los juicios de Dios y la obligación que tenemos de servirle las que nos ha dejado perseverar hasta hacer profesión y quedar para siempre en la casa de Dios y por hijas de la Virgen.

    (Fundaciones 27, 1-4.8-10)

    2 de enero

    (Stos. Basilio y Gregorio Nacianceno / Serafín de Sarov)

    Gran fiesta tuvimos ayer con el Nombre de Jesús; Dios se lo pague a vuestra merced. No sé qué le envíe por tantas como me hace, si no es esos villancicos que hice yo, que me mandó el confesor las regocijase y he estado estas noches con ellas y no supe cómo sino así. Mire si ando bien aprovechada. Esas coplas que no van de mi letra no son mías, sino que me parecieron bien para Francisco, que como hacen las de San José de las suyas, esotras hizo una hermana. Hay gran cosa de eso estas Pascuas en las recreaciones.

    Pensé que nos enviara vuestra merced el villancico suyo, porque estos ni tienen pies ni cabeza, y todo lo cantan. Ahora se me acuerda uno que hice una vez estando con harta oración, y parecía que descansaba más. Eran (ya no sé si eran así), y porque vea que desde acá le quiero dar recreación:

    ¡Oh Hermosura que excedéis

    a todas las hermosuras!

    Sin herir, dolor hacéis,

    y sin dolor deshacéis

    el amor de las criaturas.

    ¡Oh nudo que así juntáis

    dos cosas tan desiguales!

    No sé por qué os desatáis,

    pues atado fuerza dais

    a tener por bien los males.

    Juntáis quien no tiene ser

    con el Ser que no se acaba:

    sin acabar acabáis,

    sin tener que amar amáis,

    engrandecéis nuestra nada.

    No se me acuerda más. ¡Qué seso de fundadora! Pues yo le digo que me parecía estaba con harto cuando dije esto. Dios se lo perdone, que me hace gastar tiempo. Y pienso le ha de enternecer esta copla y hacerle devoción; y esto no lo diga a nadie. Es hoy segundo día del año.

    (Carta a Lorenzo de Cepeda, 2 de enero de 1577)

    3 de enero

    (S. Antero / Genoveva de París / Daniel de Padua)

    Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor disponiendo para Sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y fue fraile, y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso que me estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era lo más ordinario de Dios y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese, y aunque no era amiga de ellos, mostraba que sí; porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo, aunque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera virtud, y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin discreción. ¡Oh, válgame Dios, por qué términos me andaba su Majestad disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que –sin quererlo yo– me forzó a que me hiciese fuerza!

    Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno. Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado; y así, poco a poco, me determiné a forzarme para tomarle.

    (Libro de la Vida 3, 4-5)

    4 de enero

    (S. Rigoberto / Bta. Ángela de Foligno / Manuel González)

    Cuando iba, me dio aquel tío mío –que tengo dicho que estaba en el camino– un libro: llámase Tercer Abecedario, que trata de enseñar oración de recogimiento, y así holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas... Comenzó el Señor a regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno ni lo otro, y lo mucho que era de preciar, que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era Avemaría; mas quedaba con unos efectos tan grandes, que con no haber en este tiempo veinte años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me acuerdo que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas.

    Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro Bien y Señor, dentro de mí presente, y esta era mi manera de oración: si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior, aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar y representar en mí –como lo procuraba traer– la Humanidad del Señor, nunca acababa.

    (Libro de la Vida 4, 7-8)

    5 de enero

    (S. Telesforo / Genoveva Torres / Carlos Houben)

    ¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes! A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigabais mis delitos. Y no creo digo desatino, aunque sería bien que estuviese desatinada, tornando a la memoria ahora de nuevo mi ingratitud y maldad.

    No sé si digo desatinos. Si lo son, vuestra merced los rompa; y si no lo son, le suplico ayude a mi simpleza con añadir aquí mucho. Porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir adelante, según se tiene por bueno andar en las vanidades y contentos del mundo... De mí sé decir que, si el Señor no me descubriera esta verdad y diera medios para que yo muy ordinario tratara con personas que tienen oración, que cayendo y levantando iba a dar de ojos en el infierno. Porque para caer había muchos amigos que me ayudasen; para levantarme, hallábame tan sola, que ahora me espanto cómo no me estaba siempre caída, y alabo la misericordia de Dios, que era sólo el que me daba la mano. Sea bendito por siempre jamás. Amén.

    (Libro de la Vida 7, 19.22)

    6 de enero

    (Epifanía del Señor / Stos. Melchor, Gaspar y Baltasar)

    Pues que la estrella

    es ya llegada,

    vaya con los Reyes

    la mi manada.

    Vamos todos juntos

    a ver al Mesías,

    que vemos cumplidas

    ya las profecías.

    Pues en nuestros días

    es ya llegada,

    vaya con los Reyes

    la mi manada.

    Llevémosle dones

    de grande valor,

    pues vienen los Reyes

    con tan gran hervor.

    Alégrese hoy

    nuestra gran Zagala:

    vaya con los Reyes

    la mi manada.

    (Poesías: En la fiesta de los Reyes)

    7 de enero

    (S. Raimundo de Peñafort / Luciano de Antioquía)

    Pues para lo que he tanto contado esto es –como he ya dicho– para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro, para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester, y cómo si en ella persevera –por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio–, en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como –a lo que ahora parece– me ha sacado a mí. Plega a su Majestad no me torne yo a perder.

    El bien que tiene quien se ejercita en oración, hay muchos santos y buenos que lo han escrito, digo oración mental. ¡Gloria sea a Dios por ello! Y cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan soberbia que en esto osara hablar. De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que, por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más dificultoso. Y no le tiente el demonio por la manera que a mí, a dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras, que en arrepintiéndonos de veras y determinándose a no le ofender, se torna a la amistad que estaba y hacer las mercedes que antes hacía, y a las veces mucho más si el arrepentimiento lo merece. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo, que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Y si vos aún no le amáis (porque para ser verdadero el amor y que dure la amistad hanse de encontrar las condiciones: la del Señor ya se sabe que no puede tener falta, la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata), no podéis acabar con vos de amarle tanto, porque no es de vuestra condición; mas viendo lo mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os ama, pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos.

    (Libro de la Vida 8, 4-5)

    8 de enero

    (S. Severino / Pedro Tomás)

    ¡Oh bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo y me veo de esta suerte! ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría, cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir Vos a quien os sufre que estéis con él! ¡Oh qué buen amigo hacéis, Señor mío, cómo le vais regalando y sufriendo y esperáis a que se haga a vuestra condición, y tan de mientras le sufrís Vos la suya! Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido. He visto esto claro por mí y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procure llegar a Vos por esta particular amistad. Los malos, que no son de vuestra condición, para que los hagáis buenos con que os sufran estéis con ellos siquiera dos horas cada día, aunque ellos no estén con Vos sino con mil revueltas de cuidados y pensamientos de mundo, como yo hacía. Por esta fuerza que se hacen a querer estar en tan buena compañía (miráis que en esto a los principios no pueden más, ni después algunas veces), forzáis Vos, Señor, los demonios para que no los acometan y que cada día tengan menos fuerza contra ellos, y dáiselas a ellos para vencer. Sí, que no matáis a nadie –¡Vida de todas las vidas!– de los que se fían de Vos y de los que os quieren por amigo, sino sustentáis la vida del cuerpo con más salud y daisla al alma.

    (Libro de la Vida 8, 6)

    9 de enero

    (S. Eulogio de Córdoba / Andrés Corsini)

    Pues si a cosa tan ruin como yo tanto tiempo sufrió el Señor –y se ve claro que por aquí se remediaron todos mis males–, ¿qué persona, por malo que sea, podrá temer? Porque por mucho que lo sea, no lo será tantos años después de haber recibido tantas mercedes del Señor. ¿Ni quién podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió, sólo porque deseaba y procuraba algún lugar y tiempo para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por gran fuerza que me hacía, o me la hacía el mismo Señor?

    Suplicaba al Señor me ayudase; más debía faltar –a lo que ahora me parece– de no poner en todo la confianza en su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio, hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco, si quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir –que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte– y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar, tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole.

    (Libro de la Vida 8, 8.12)

    10 de enero

    (S. Gregorio de Nisa / Bta. Ana de los Ángeles)

    Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.

    Mas esta postrera vez, de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.

    (Libro de la Vida 9, 1.3)

    11 de enero

    (S. Higinio / Paulino de Aquilea / Tomás de Cori)

    En este tiempo me dieron las Confesiones de san Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré, ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a san Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su Orden y también por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda y que, como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba.

    Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas y entre mí misma con gran aflicción y fatiga. ¡Oh, qué sufre un alma, válgame Dios,

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