LA ÚLTIMA CRUZADA
Cuando se habla de la curia, siempre acuden a nuestra mente silenciosos e intrigantes clérigos moviéndose sibilinamente en la sombra por el Vaticano e influyendo en la acción papal, incluso determinándola. Quizá no sepamos exactamente en qué consiste la institución, pero escándalos como el asesinato del “banquero de Dios” Roberto Calvi en 1982 −y obras literarias de ficción tan populares y exitosas como El código Da Vinci (2000)− han asentado la imagen de una máquina de formidable y discreto poder alrededor de los pontífices, capaz de aplastar cualquier disidencia en la interpretación de las enseñanzas de Jesucristo.
UN OSCURO PODER FÁCTICO
La curia, que es tan antigua como el papado, estuvo formada en sus inicios por unos pocos consejeros y colaboradores del pontífice, pero, con la centralización del poder en torno a este, hoy es prácticamente un gobierno: una vasta estructura administrativa y funcionarial organizada en nada menos que 56 departamentos, según la información oficial del Vaticano. Y, para algunos estudiosos, “se ha convertido en un poder fáctico que muchas veces se impone al mismo papa”, en palabras del teólogo Joaquín Perea González en su libro Del Vaticano II a la Iglesia del papa Francisco. Cincuenta años de posconcilio.
Al actual pontífice se le atribuye, precisamente, la adscripción al ideario progresista que intentó poner
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