La construcción y el auge de Constantinopla estuvieron profundamente interrelacionados con la simultánea decadencia que sufrió Roma. Fueron procesos coincidentes que se alimentaron mutuamente, pues cuanto más entraba en crisis la ciudad italiana, más rica y próspera se volvía la oriental. Al hundirse el Imperio romano de Occidente, su vieja capital era una sombra decrépita y medio en ruinas de lo que había sido tan sólo dos siglos antes, no conservando apenas nada de su esplendor. En contraste, la nueva urbe, que había sido levantada sobre la pequeña ciudad griega de Bizancio, iba a ser una de las capitales políticas del mundo más poderosas durante mil años, y fiel continuadora de Roma. Luego, bajo el dominio turco, seguiría siendo capital del nuevo Imperio otomano.
LOS ORÍGENES DE LA DECADENCIA
Las causas de la crisis de Roma fueron varias, mezclándose entre sí y potenciando enormemente sus efectos. El perfecto reflejo del proceso fue la abrupta caída demográfica que hizo que se pasase del millón y medio de almas que atesoraba en tiempos de Trajano, a principios del siglo ii, a las escasas 300 000 cuando fue depuesto el último emperador del Occidente en el año 476. ¿Qué había pasado?
El primer factor explicativo lo encontramos en el terreno político y militar. Las amenazas bárbaras de mediados del siglo iii hicieron de la parte occidental del Imperio una zona cada vez menos segura. Roma había permanecido a salvo durante siglos y la última vez que había sido saqueada fue nada menos que en el año 387 a. C. a manos de los galos. Sin embargo, las crecientes amenazas hicieron que la sensación de debilidad e inseguridad se instalase y en 271 el emperador Aureliano ordenó la construcción de un poderoso anillo de murallas que debía proteger en el futuro la ciudad. Eran las llamadas Murallas Aurelianas (las anteriores eran las Servianas, levantadas a