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Cartago
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Cartago

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En el siglo IX a. C. surge una nueva ciudad en la costa del Mediterráneo —en el Túnez actual—, fruto de la expansión marítima desplegada por los navegantes fenicios. Durante casi siete siglos, la ciudad-estado de Cartago crecerá en importancia, rivalizará con la Magna Grecia y con Roma, y alcanzará una gran prosperidad, beneficiándose del comercio de todo el Mediterráneo occidental. Enfrentada a Roma en tres ocasiones en su lucha por la hegemonía en el mar —las guerras púnicas—, será derrotada y destruida en el siglo II a. C., y convertida en la segunda ciudad más importante del imperio.

La historia de Cartago es controvertida, pues las fuentes grecorromanas justifican su ocaso y desaparición, etiquetando negativamente sus costumbres, su cultura y sus gentes. El autor ahonda en la historiografía, tratando de superar el mito y las sombras que la envuelven.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 sept 2021
ISBN9788432159855
Cartago

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    Cartago - J. Vilmont

    J. VILMONT

    Cartago

    La historia de un mundo eliminado por Roma

    EDICIONES RIALP

    MADRID

    © 2021 by J. VILMONT

    © 2021 by EDICIONES RIALP, S. A.,

    Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

    (www.rialp.com)

    © Mapas: VÍCTOR DE LA GUARDIA NAVARRO

    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Realización ePub: produccioneditorial.com

    ISBN (versión impresa): 978-84-321-5984-8

    ISBN (versión digital): 978-84-321-5985-5

    Imagen de cubierta: Tapiz de la batalla de Zama.

    Palacio Real de Madrid. @Photoaisa

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADA INTERIOR

    CRÉDITOS

    PRESENTACIÓN

    1. Los fenicios

    2. Los orígenes de Cartago

    3. Expansión mediterránea

    4. Cartagineses en el Atlántico

    5. Instituciones de gobierno

    6. La sociedad cartaginesa

    7. La economía púnica

    8. Culto y creencias púnicas

    9. El arte cartaginés

    10. El ejército cartaginés

    11. Primeros contactos con Roma

    12. Los tratados con Roma

    13. La guerra de Sicilia

    14. La guerra de los mercenarios

    15. Cartagineses en Iberia

    La guerra de Aníbal

    17. Periodo de entreguerras

    18. La última guerra de Cartago

    CRONOLOGÍA

    MAPAS

    BIBLIOGRAFÍA GENERAL

    AUTOR

    PRESENTACIÓN

    LA ANTIGUA CIUDAD DE CARTAGO, cuya cronología abarca desde el año 814 a. C. hasta el 146 a. C., fue sencillamente fruto de la expansión marítima desplegada por los navegantes fenicios procedentes de las costas del levante Mediterráneo y que llegarán más allá de las Columnas de Hércules penetrando en el Atlántico.

    El puerto de la ciudad fenicia de Tiro, junto con los de Sidón, Arados y Biblos fue uno de los que mayor actividad económica y mercantil desarrollaron en la Antigüedad. Pero de entre todas estas ciudades portuarias fenicias serán los comerciantes tirios los primeros en aventurarse a navegar por el Mediterráneo más occidental, sobrepasando el tradicional comercio con las costas griegas, chipriotas o egipcias más próximas a sus bases. Barcos procedentes de Tiro fundarán numerosas factorías y colonias de carácter comercial en todo el litoral sur del Mediterráneo. La más importante de ellas será Cartago que, aunque vinculada a la metrópoli en sus primeros años de existencia, muy pronto desarrollará su propia historia, que supone el objeto del presente trabajo.

    Sin duda, los cartagineses dispusieron de historiadores y cronistas que en su día dejaron constancia del desarrollo histórico de la ciudad en archivos y bibliotecas, con las que seguro contó la ciudad de Cartago. No obstante, tras la extinción del mundo cartaginés solo han llegado hasta nosotros algunas noticias y fragmentos de la cultura púnica a través de griegos y romanos, los mayores enemigos de Cartago.

    Aún así, no podemos afirmar de manera categórica que toda la historiografía grecorromana sea antipúnica, pero al tratarse de una ciudad-estado derrotada y su cultura extinta, las principales fuentes —todas grecorromanas— (Polibio, Diodoro, Tito Livio o Apiano, entre otros) han explicado, y sobre todo justificado, el ocaso y desaparición del mundo púnico. En este sentido, los cartagineses han sido retratados por la historiografía romana de modo peyorativo y despectivo, creando un estereotipo negativo en la mayor parte de la literatura desplegada por las fuentes, donde no faltan las descalificaciones de todo tipo hacia el mundo púnico, sus costumbres y sus gentes. Tendencia recogida sin más por muchos autores modernos que proyectan en sus trabajos la distorsionada visión romana de todo lo cartaginés. Otros autores actuales —entre los que me incluyo— consideran que en el mundo cartaginés existieron valores —sociales, culturales, políticos, comerciales, familiares o religiosos— tan nobles y con un desarrollo tan significativo y loable como en cualquier otra civilización mediterránea.

    Es por esto que el presente trabajo está destinado a ofrecer al lector interesado en la Historia Antigua y en concreto en la de esta civilización mediterránea, una visión global y a la vez detallada de lo que la historiografía nos aporta sobre la antigua ciudad de Cartago y los cartagineses; analizando crítica y objetivamente las fuentes a nuestro alcance, sin olvidar que, en su mayoría —en especial los autores grecorromanos—, crean una visión histórica distorsionada sobre el mundo púnico en todas sus facetas.

    Sin más preámbulos vamos a adentrarnos en conocer con todo el detalle que la historiografía nos permite el universo púnico, los cartagineses: sus orígenes, su cultura, su economía, su sociedad… en definitiva, su trayectoria histórica; eludiendo en lo posible el mito, la leyenda y las sombras que tradicionalmente envuelven la historia de Cartago.

    1.

    Los fenicios

    PARA UNA PRIMERA APROXIMACIÓN al mundo cartaginés es imprescindible conocer su procedencia oriental y semítica, por lo que este primer capítulo se lo vamos a dedicar brevemente al pueblo de los fenicios, prolíficos navegantes, quienes con la fundación de numerosas colonias en el Mediterráneo central —entre las que se encuentra la misma Cartago— sentarán las bases y el embrión fundacional de la civilización cartaginesa.

    Si lanzamos a la Historia la pregunta: ¿quiénes eran los fenicios? Nos encontramos con varias teorías y aportaciones historiográficas. Las dos más significativas y relevantes serían las siguientes:

    Por una parte, están los historiadores para quienes los fenicios serían semitas llegados a la costa oriental mediterránea desde el interior de los desiertos mesopotámicos. Los defensores de esta teoría se apoyan principalmente en los textos clásicos de Estrabón, Justino y Herodoto.

    Por otra parte, está la teoría que sostiene que el Estado fenicio sería fruto de la evolución de los habitantes del área palestina lindante con el litoral Mediterráneo. Esta evolución daría lugar a los cananeos. Sin excluir ninguna de las dos principales aportaciones historiográficas sobre el origen del pueblo fenicio, personalmente pienso que es totalmente factible que durante la larga evolución in situ de las gentes autóctonas protocananeas, en determinados periodos de convulsiones y movimientos migratorios —como la llegada de los llamados Pueblos del Mar [1]—, en los distintos reinos y estados del levante mediterráneo se añadiesen gentes de procedencia alóctona[2] —con nuevos componentes étnicos y también culturales—, confluyendo en este caso las dos teorías. Hemos de recordar que en historiografía las divisiones, las periodizaciones, las teorías e hipótesis no son nunca estancas y excluyentes, pudiéndose complementar y solapar perfectamente unas a las otras.

    Lo cierto es que hasta finales del segundo milenio a. C. no se diferencia con claridad a los fenicios del resto de los cananeos. Los cananeos serían los habitantes del litoral levantino enmarcados justo al sur de Fenicia. Las dos ciudades fenicias más antiguas serían Biblos y Ugarit, ambas a orillas del mar y a espaldas de los montes del Líbano. Esta situación geográfica será la misma para todos los asentamientos urbanos que se constituyan en Fenicia. Pronto se fundarán también las ciudades de Sidón y Tiro. Esta ubicación geográfica, unida a factores políticos y culturales condicionará la elección de lo que podríamos denominar un camino marítimo como natural vía de expansión de estas gentes. El geógrafo e historiador romano del siglo I, Pomponio Mela, contemporáneo al emperador Claudio, escribió refiriéndose a los fenicios: «Los fenicios fueron una raza inteligente, que prosperó en paz y en guerra. Fueron excelentes en escritura y literatura, y en otras artes; en marinería, en el arte de la guerra naval y en el dominio de un imperio».

    La ciudad de Tiro estaba emplazada originalmente en una isla —hoy unida a tierra firme— a 40 km al sur de Sidón. Las fuentes antiguas escritas nos dicen que tuvo dos puertos: uno natural al norte de la isla, y otro artificial al sur, conectados ambos por un canal que atravesaba la ciudad. Desde luego, no podemos atribuir a la casualidad la semejanza que las posteriores ciudades de Gadir y Cartago guardan con su ciudad madre. Los colonizadores fenicios tuvieron muy presente la imagen de su ciudad natal al elegir los emplazamientos de las dos urbes más importantes erigidas por los fenicios en el Mediterráneo occidental y central respectivamente. Gadir en sus orígenes era una isla como Tiro, y en Cartago se construyeron, aprovechando una pequeña dársena natural, dos puertos artificiales unidos entre sí.

    Todas las ciudades fenicias tenían unas características más o menos comunes: una playa —preferentemente de aguas bajas— para fondeadero de los grandes navíos de transporte, donde embarcaciones más pequeñas desembarcarían el cargamento en la arena; un manantial de agua dulce, imprescindible para el establecimiento y mantenimiento de una urbe; una zona rocosa, preferentemente un prominente montículo que utilizarían como atalaya, tomada como punto de referencia para sus barcos, siendo su primordial finalidad la de faro y torre vigía; otro elemento necesario a corto-medio plazo sería la necrópolis o cementerio, imprescindible y de vital importancia para las creencias fenicias. Estos asentamientos fenicios se encontraban relativamente cercanos entre sí, a una distancia estimada de un día de navegación —unos cuarenta kilómetros—. Estas características de las ciudades fenicias se repetirán en todas las colonias, factorías y asentamientos repartidos por todo el Mediterráneo central y occidental.

    Las principales características comerciales por las que se distinguirán los fenicios serán: la navegación de altura —y con ella el comercio a gran escala de los más variados productos—, el monopolio de la púrpura, la construcción naval, la pasta vítrea, los salazones de pescados, la alfarería y algo de trascendental importancia como el alfabeto[3]; que supondrá la base del griego, cirílico, latino y árabe posteriores. Aunque los anteriormente nombrados serían los más destacados productos, el abanico de mercancías transportadas por los fenicios para su comercialización sería sin duda mucho más amplio.

    Una de las causas más relevantes de la expansión fenicia por todo el Mediterráneo —según diversos autores— sería la obtención de metales. El historiador Diodoro Sículo dice: «Los fenicios expertos en el comercio compraban a Iberia plata con el trueque de otras mercancías. Llevaban la plata a Grecia, Asia y a todos los restantes pueblos, obteniendo grandes ganancias».

    Otros autores añaden a las causas de la expansión fenicia una posible carestía alimenticia de algunas urbes del país, debido tal vez a un cambio climático que actuó reduciendo las tierras en cultivo, así como el rendimiento de las ya cultivadas. Debido a la orografía accidentada del terreno, se trataba en muchas ocasiones de inclinadas laderas difíciles de roturar y cultivar. Todo esto, unido a un fuerte crecimiento demográfico, y tal vez también a desastres naturales, propició el embarque de gran número de colonos destinados a poblar las numerosas factorías que los fenicios establecerán en todo el litoral sur y occidental del Mediterráneo, especialmente durante el siglo VIII a. C. El historiador romano Quinto Curcio Rufo nos aporta alguna referencia sobre las causas y motivos de la expansión fenicia: «En sus incursiones por mar libre y en sus continuos viajes a tierras desconocidas por otros pueblos, los tirios escogieron, o lugares en donde colocar su juventud, abundante en exceso en aquel entonces, o quizá porque, cansados de los continuos terremotos, los cultivadores de tierras se vieron obligados, arma al brazo, a buscar nuevos domicilios lejos de la patria».

    En esta expansión, también debió de incidir la búsqueda de nuevos mercados, impulsada por los intereses económicos de la realeza y de la aristocracia de las ciudades fenicias, confluyendo la tradición marinera y comercial de los fenicios con el apoyo económico y político de las grandes ciudades del país para llevar a buen puerto tal empresa.

    Aunque la lógica expansión por el Mediterráneo fue progresivamente de Oriente a Occidente, se fundaron simultáneamente tanto colonias próximas a Fenicia, como en el extremo más occidental de este mar. Parece ser que estas expediciones o empresas marítimas, bien comerciales, bien colonizadoras —sin excluir que tuviesen ambos propósitos, con toda probabilidad—, eran planificadas con detenimiento y anterioridad a su puesta en marcha, aunque también es de suponer que dada su duración y lejanía de la metrópoli estarían sujetas a modificaciones y decisiones sobre el terreno. En algún momento de esta expansión fenicia, la ciudad de Tiro debió ostentar una primacía o hegemonía política y comercial sobre el resto de las ciudades fenicias, pues serán los tirios los que establezcan colonias en el Mediterráneo más alejado de la metrópoli, es decir, en la cuenca central y occidental de este mar. Nunca existió una auténtica confederación fenicia. Cada ciudad fenicia fue siempre políticamente independiente del resto de ciudades-estado vecinas. Esto no es obstáculo para que el comercio, la colaboración o intereses comunes en determinados momentos unieran los objetivos —sobre todo comerciales— de las diversas urbes fenicias.

    Aunque el comercio de determinados productos —como el múrice[4], la púrpura o la madera de cedro— podía ser un monopolio estatal, la gran mayoría de artículos con los que se comerciaba estaban en manos privadas, cuyos objetivos consistían —como buenos comerciantes— en obtener beneficios en sus transacciones. El eje principal de este comercio era el intercambio de materias primas por productos, artículos y objetos ya elaborados y terminados que tendrían gran demanda y aceptación entre las élites indígenas.

    El modelo comercial practicado por los fenicios presentaría tres formatos diferentes, según la recepción o el interés que los pueblos indígenas mostrasen hacia estos extranjeros y sus productos, así como la dificultad y la cantidad que estos pueblos encontrasen en obtener oro, plata o cualquier otra materia demandada por los fenicios.

    COMERCIO SILENCIOSO

    Se trata del intercambio comercial más sencillo y primitivo conocido, y consistiría en que los mercaderes fenicios descargarían su género en una playa para retirarse a continuación a su embarcación. Tras quedar la playa libre de fenicios, los indígenas se aproximarían a las mercancías expuestas, observándolas y examinándolas, y en el caso de llevarse algo que fuese de su interés dejarían su valor en oro o plata. Esta operación se repetiría las veces que fuesen necesarias hasta que las dos partes estuviesen de acuerdo en lo ofertado y lo recibido. Este tipo de comercio fue practicado también mucho después por los cartagineses con poblaciones de un nivel de desarrollo notablemente inferior al púnico, al menos en las costas atlánticas africanas, como deja entrever el siguiente texto de Herodoto:

    Los cartagineses cuentan también la siguiente historia: en Libia, allende las Columnas de Heracles, hay cierto lugar que se encuentra habitado. Cuando arriban a ese paraje, descargan sus mercancías, las dejan alineadas a lo largo de la playa y acto seguido se embarcan en sus naves y hacen señales de humo. Entonces los indígenas, al ver el humo, acuden a la orilla del mar, y, sin pérdida de tiempo, dejan oro como pago de las mercancías y se alejan bastante de las mismas. Por su parte, los cartagineses desembarcan y examinan el oro; y si les parece un precio justo por las mercancías, lo cogen y se van; en cambio, si no lo estiman justo, vuelven a embarcarse en las naves y permanecen a la expectativa. Entonces los nativos, por lo general, se acercan y siguen añadiendo más oro hasta que los dejan satisfechos. Y ni unos ni otros faltan a la justicia; pues ni los cartagineses tocan el oro hasta que, a su juicio, haya igualado el valor de las mercancías, ni los indígenas tocan las mercancías antes de que los mercaderes hayan cogido el oro.

    COMERCIO INTERMEDIO

    En este caso los fenicios desembarcarían con sus artículos y, formando una pequeña caravana comercial, penetrarían en las tierras del interior más próximo a la costa, donde se encontrarían con los indígenas en un lugar neutral, es decir, un lugar intermedio entre la playa de desembarco y el núcleo poblacional indígena. Allí, cara a cara, se negociaría el precio y se realizarían las transacciones. Con este tipo de negociado aparecerían los primeros intérpretes.

    COMERCIO DE FACTORÍA

    Este modelo comercial se desarrollaba en una factoría o colonia fenicia permanente dotada de almacenes, instalaciones portuarias, espacios públicos y zonas de mercado que albergaban gran variedad y cantidad de productos, lo que permitía realizar grandes transacciones. Incluso dentro de los templos se efectuaban intercambios, pues el comercio era sagrado para los fenicios. Los jefes y régulos de los pueblos indígenas trasladaban hasta estos establecimientos comerciales costeros grandes cantidades de los artículos más demandados por los fenicios. Como ya conocemos, estos asentamientos comerciales permanentes se encontraban por lo general junto a promontorios, desembocaduras de ríos, islas próximas a la costa, en playas propicias para varar barcos o junto a manantiales de agua potable. Con el tiempo se establecieron barrios comerciales fenicios dentro de los recintos urbanos indígenas más cercanos al litoral con el fin de captar con mayor facilidad y rapidez los productos proporcionados por las poblaciones nativas.

    Cualquiera que fuese el modelo comercial practicado por los fenicios, una vez fondeadas en el destino comercial, las naves fenicias podían estar amarradas o varadas largo tiempo en puerto en espera de buenas condiciones para hacerse de nuevo a la mar, con el barco cargado de mercancías. Ningún navegante de la Antigüedad quería verse inmerso en un naufragio y menos aún con la nave repleta de valiosos productos. En la Odisea de Homero se lee: «Quedáronse los fenicios un año entero con nosotros y compraron muchas vituallas para la cóncava nave».

    En su mayor parte, toda esta incesante actividad comercial fue posible gracias a una sofisticada red permanente de rutas marítimas bien conocidas, y por consiguiente transitadas con asiduidad. La más importante ruta de navegación comercial que une los distintos puntos de calado de la flota mercante fenicia partiría de cualquier puerto de la costa oriental del Mediterráneo —por ejemplo, Tiro—, descendería costeando el litoral hasta Egipto, para continuar navegando hacia el oeste siguiendo la costa africana hasta llegar al puerto de Cartago. A partir de este estratégico punto del Mediterráneo central existían varias alternativas para proseguir la navegación rumbo a occidente. Dentro de estas opciones de vías marítimas podemos diferenciar claramente dos; aunque por supuesto, con sus propias bifurcaciones y opciones de ruta cada una de ellas:

    La ruta continental. Las naves podían seguir navegando próximas a la costa africana en dirección oeste hasta llegar a las Columnas de Hércules. Una vez en este punto existían tres opciones de navegación. Primero, seguir avanzando por el litoral africano atlántico costeando la actual línea de costa marroquí. Segundo, desde Gadir y ya en el Atlántico, costear el litoral portugués hacia el norte. Tercero, desde Gadir también poner rumbo este para recorrer el litoral mediterráneo de la península Ibérica. Como hemos visto, el tipo de navegación predominante llevada a cabo en esta ruta es la de cabotaje —sin perder nunca de vista la línea de costa—.

    La ruta de las islas. Desde Cartago las embarcaciones podían conectar con Malta, Sicilia, Gozo, el resto de pequeñas islas próximas a estas y las costas del sur de Italia. Esta ruta de las islas tenía otra opción más occidental, consistente en llegar a Cerdeña y desde allí a Córcega, o bien navegar rumbo oeste hacia las Baleares, desde donde se podía continuar hasta las próximas costas de Iberia. En este caso, el tipo de navegación efectuada era de altura.

    Todas estas consolidadas rutas de navegación creadas por los fenicios y que se mantendrán en uso en los siglos venideros —prácticamente hasta hoy— son el fruto de su determinación como expertos marinos y navegantes, pero también de la puesta en práctica de unas depuradas técnicas y artes de navegación que certificaron el éxito de sus empresas comerciales. Pilotos de navegación, timoneles, oficiales de ruta, jefes de remeros y demás tripulación —como auténticos profesionales— sabían hacer bien su trabajo. No en balde, a los fenicios se les adjudica la invención de la quilla, el calafateo[5] y el espolón.

    La navegación de cabotaje —desarrollada en la ruta continental— se practicaba durante las horas del día, fondeando habitualmente en algún punto adecuado de la costa al caer el sol. Por el contrario, la navegación de altura —empleada sin otra opción en la ruta de las islas— solía practicarse de noche, pues la referencia para seguir el rumbo eran las constelaciones estelares. Estos conocimientos astrales de los fenicios para navegar en alta mar parecen estar tomados de los caldeos[6]. Se apoyaban de manera tan vital en las estrellas para llevar a buen puerto su navegación nocturna que los marineros fenicios llamaban Fenicia a la Estrella Polar.

    La navegación por el Mediterráneo —sobre todo la de altura—, se llevaba a cabo durante la época de climatología más benigna del año, esto es, entre finales de marzo y principios de octubre. La costumbre iniciada por los fenicios de navegar principalmente en esos meses se prolongará hasta finales de la Edad Media. En consecuencia, podemos calcular que un barco fenicio procedente de Tiro podía arribar a Gadir en algo menos de tres meses, por lo que tocar puerto en Cartago supondría unos dos meses de navegación. Es evidente que la flota fenicia no contó con un solo tipo de embarcación. La gama de diseños navales fue muy amplia, acomodándose la construcción al destino que se le iba a dar a la embarcación.

    Así, existían pequeñas embarcaciones para la pesca y el transporte local con cuatro remos a lo sumo y hasta cuatro tripulantes, con una eslora de entre 5 y 8 metros. En el ARQVA[7] se conserva uno de estos pequeños botes hallado en aguas de Mazarrón. Se trata de la nave antigua más completa hallada en el Mediterráneo. Estas embarcaciones podían lucir en la proa una cabeza de caballo tallada. Son los llamados hoppoi. Incluso los fenicios dispondrían de pequeños botes muy ligeros hechos con una flexible estructura de madera recubierta por tensas pieles, que posiblemente también serían empleadas para reforzar la estanqueidad de las embarcaciones de mayor eslora. El poeta e historiador romano Rufo Festo Avieno así lo documenta:

    Aquí [Gadir] se encuentra una raza de gran vigor, de talante altanero, y de una habilidad eficiente, imbuidos todos de una inquietud constante por el comercio. Y surcan con sus pataches, aventurándose a largas distancias, una mar agitada por los notos y el abismo de un océano, preñado de endriagos. De hecho, no saben ensamblar sus quillas a base de madera de pino y tampoco, según es usual, alabean sus faluchos con madera de abeto, sino que, algo realmente sorprendente, ajustan sus bajeles con pieles entrelazadas y a menudo atraviesan el extenso mar salado en estos cueros.

    Las naves destinadas al gran transporte de mercancías por todo el Mediterráneo eran anchas y panzudas —llamadas por los griegos gaulós [8]—, tenían una eslora máxima de treinta metros y una manga de siete, pudiendo albergar hasta 500 toneladas de los más diversos materiales con los que se comerciaba en el mundo antiguo; mercancías que eran colocadas en la nave con calculada y precisa distribución, pues cualquier movimiento de la carga durante la travesía podía resultar fatal. La propulsión de estos mastodontes de su tiempo estaba garantizada por una gran vela cuadrada en el mástil central, apoyada por hasta veinte remos auxiliares. La velocidad de estas naves a plena carga oscilaría entre los cinco y diez nudos a la hora, dependiendo siempre de la dirección de los vientos, las corrientes y el estado de la mar.

    Aunque los fenicios no sobresalieron precisamente como pueblo belicoso o guerrero, sí que dispusieron de naves de guerra con la finalidad de prestar apoyo a su flota mercante, además de como vigías y custodios de sus puertos, rutas y fondeaderos. Estos buques de guerra —llamados pentecontoros por los griegos— presentaban una característica popa en forma de cola de pez y espolón puntiagudo recubierto de bronce en la proa, para embestir y destrozar el costado de los buques enemigos. La fuerza de choque durante la embestida la otorgaban sus numerosos remeros. A estribor y babor de la proa eran visibles los característicos ojos de Horus[9] y, sobre estos, los orificios por donde se deslizaban los cabos o cadenas de las anclas.

    Como vamos a ir descubriendo a lo largo del libro, los herederos de todos estos conocimientos, tradiciones, técnicas, cultura y costumbres van a ser los cartagineses. Ellos serán los naturales continuadores de esta cultura de procedencia oriental, que se irá diluyendo con el paso de los años para perdurar si acaso, en lo púnico, en lo genuinamente cartaginés.

    [1] Es el nombre con el que la historiografía conoce a un conjunto de pueblos de la Edad del Bronce Final que hacia el año 1200 a. C. llegaron a Próximo Oriente y Egipto desde la península Balcánica. También pueden denominarse Pueblos del Norte.

    [2] De procedencia distinta al lugar donde se encuentra. Foráneo, forastero.

    [3] El alfabeto fenicio está documentado en torno al año 1000 a. C. en el sarcófago del rey Ahiram de Biblos, derivado de signos jeroglíficos simplificados de origen cananeo, que estos a su vez habrían adoptado de los egipcios.

    [4] Molusco marino de caparazón grande que segrega un líquido tintóreo de color púrpura muy apreciado en la Antigüedad.

    [5] En la construcción naval se llama calafatear al trabajo de introducir entre las tablas del casco una mezcla de cáñamo, estopa y brea para asegurar la estanqueidad de la nave.

    [6] Pueblo semítico asentado en la media Mesopotamia antecesor de Babilonia. Los romanos llamaron a los astrólogos y matemáticos por el nombre de caldeos.

    [7] Acrónimo del Museo Nacional de Arqueología Subacuática. Se encuentra en el puerto de la ciudad de Cartagena.

    [8] Bañeras.

    [9] Estaban pintados en muchas embarcaciones de la Antigüedad. Garantizaban protección y defensa en el mar y guiaban a la nave a buen puerto.

    2.

    Los orígenes de Cartago

    COMO EN EL CASO DE OTRAS MUCHAS ciudades de la Antigüedad, la leyenda envuelve la fundación de Cartago. La fecha más consensuada por la historiografía tradicional establece el año 814 a. C. como el de la fundación de la ciudad, cronología confirmada por los resultados de carbono 14[1] más recientes.

    Es más que probable que ya entre el 825 y el 820 a. C. —incluso algunas décadas antes— el lugar donde se fundó Cartago fuese una destacada y próspera factoría fenicia donde se comerciaba con los pueblos indígenas más próximos al litoral, a los que incluso se les pagaría una cuota anual con el fin de que respetaran el establecimiento colonial. El acto fundacional sería muy parecido al llevado a cabo en la colonia fenicia de Gadir [2] en la Península Ibérica, con la que guarda casi idénticos paralelismos en su origen y fundación. La diferencia más notable entre ambas ciudades de origen fenicio sería que, en el caso de Gadir, tanto sus orígenes como su consolidación estarían netamente vinculados a lo comercial, mientras que Cartago —sin eludir su carácter comercial como todo asentamiento fenicio— constituiría una colonia más aristocrática, a la que fueron llegando notables clanes familiares procedentes de Tiro.

    Los relatos más antiguos sobre la fundación de Cartago nos sugieren que el asentamiento fue establecido por la princesa Elisa[3], noble mujer natural de la ciudad fenicia de Tiro. Era hija del rey Mutto y se había visto obligada a abandonar su propia ciudad debido a la persecución de la que era objeto por parte de su hermano Pigmalión. Este había asesinado a su esposo, de nombre Sicarbas, el cual —según cuenta la leyenda— era un sacerdote de Heracles. ¿El motivo del asesinato? Un tesoro.

    Como era de esperar, la guerra entre hermanos trajo consigo el origen de dos bandos enfrentados, cada uno con sus propios seguidores; un pequeño grupo de estos acompañó a la princesa Elisa en su exilio. La primera escala los llevó hasta la cercana isla de Chipre, donde —siempre según cuenta la leyenda— raptaron a un grupo de doncellas para que sirvieran de esposas, y seguidamente continuaron el viaje pasando por la isla de Creta y la de Malta. Tras un largo periplo por el Mediterráneo llegaron hasta el Golfo de Túnez, donde fondearon sus naves y desembarcaron en la entonces pequeña factoría fenicia de Útica —al norte de lo que pronto sería Cartago—.

    Los recién llegados se encontraron con la natural hostilidad de las poblaciones locales —reacias a la presencia permanente de extranjeros—, y la tradición dice que en estas regiones estaba prohibido a los extranjeros comprar terrenos cuya extensión fuera superior a la que podía cubrir una piel de buey. De acuerdo con esta leyenda, Elisa elabora un brillante plan o estratagema para superar tal imposición y, haciendo tiras muy finas con la piel del buey y uniéndolas entre sí, logró perimetrar una superficie lo suficientemente grande como para que en su interior se pudiera construir un asentamiento. Dicha colonia —la futura Cartago— tuvo dos intentos de fundación: en el primero encontraron una cabeza de buey, y los auspicios decidieron que ese no era el lugar apropiado. En el segundo intento fue una cabeza de caballo la que se encontraron; esto

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