Viajeros de la Antigüedad
La curiosidad nos ha hecho humanos. Gracias a ella desarrollamos la ciencia y la imaginación; gracias a ella seguimos vivos y prosperamos como especie. Durante milenios, reunidos en grupos nómadas de cazadores y recolectores, vagamos por el mundo explotando lo que nos daba la naturaleza hasta que aprendimos a cultivar y pastorear y nos hicimos sedentarios. Pero el interés por conocer otras tierras nunca se sació por completo y, cuando logramos construir embarcaciones sólidas y fuertes, el horizonte se abrió ante nosotros. Con todos sus peligros, el mar se convirtió en una inmensa autopista por la que era posible recorrer cómodamente grandes distancias que hubieran sido insalvables por tierra.
Las ideas de los primitivos pensadores –los caldeos, egipcios o indios– sobre el mundo y el cosmos resultaban bastante parecidas. A sus ojos, el mundo era un disco de tierra y agua sobre el que se eleva una campana o una burbuja en la que están encajados el Sol y la Luna. Esa burbuja tiene una multitud de poros (las estrellas) por las que se filtra la luz del exterior. Pero además, la cúpula gira constantemente sobre sí misma en torno a un punto fijo del cielo (el norte, que hoy está ocupado por la última estrella de la Osa Menor, la Polar), y ese hecho resulta crucial para orientarse en
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