UNA BASE EN LAS FILIPINAS
Muchos procesos de la globalización actual tuvieron un lejano precedente en la primitiva mundialización del Imperio español en la Edad Moderna. La multiplicación de exploraciones por mares y océanos, los descubrimientos y conquistas de territorios muy distantes y diversos exigieron a la monarquía hispánica un esfuerzo militar, religioso y tecnológico, así como una capacidad organizativa sin precedentes, muy alejados de los estereotipos de la leyenda negra. Para bien o para mal por sus costes humanos, el protagonismo de la monarquía hispánica –cuyos reyes, más aún después de la unión con Portugal en 1580, bien pudieran considerarse “soberanos del mundo”– en la primera globalización es tan incontrovertible como su influjo en la historia moderna de Europa, que, por primera vez, adquiere una dimensión mundial.
Con la anexión de Portugal, Felipe II y sus sucesores poseyeron, hasta 1640, el imperio más extenso jamás conocido; sus dominios se extendieron por Europa, África, América y Asia. Según Gaspar de San Agustín (1650-1724), historiador agustino y autor de las , “el Imperio Ibérico era la última frontera y el final del mundo”. Bien pudo decir Lope de Vega en : “El mundo se puede andar por tierra de Filipo (Felipe II)”, “rey universal de España, que hasta él ninguno tuvo su cetro de playa a playa”. De este modo se cumplía la deslumbrante premonición de Hernán Cortés, que soñó con volver a cruzar el umbral de la historia cuando le escribió a Carlos V, en 1524, que estaba construyendo unos navíos con los cuales “tengo de ser causa
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