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De acompañante a acompañante: Una espiritualidad para el encuentro
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Libro electrónico141 páginas2 horas

De acompañante a acompañante: Una espiritualidad para el encuentro

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El acompañamiento espiritual es uno de los servicios más importantes y de mayor responsabilidad dentro de la Iglesia. Para que tenga calidad evangélica es decisiva la persona del acompañante: no sólo, ni principalmente, sus habilidades o sus cualidades personales, sino, de modo especial, las actitudes de fondo con las que el acompañante afronta su ministerio.
De ello trata esta obra, del acompañante, de su espiritualidad; de sus actitudes y talante que, al modo de Jesús, ayudan al encuentro personal de cada persona con Dios.
Desde páginas concretas del evangelio se iluminan algunas de esas actitudes: la fe, la humildad, la abnegación, la eclesialidad… También las "tentaciones" que pueden sentir en su relación con el acompañado o algo tan complejo como es acompañar las situaciones de sufrimiento.
El libro está pensado con una finalidad eminentemente práctica, por eso ofrece materiales que pueden ser útiles para la formación y meditación de los acompañantes tanto personalmente como en grupos, comunidades y parroquias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 abr 2019
ISBN9788427725232
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    De acompañante a acompañante - Darío Mollá Llácer SJ

    ellos"

    Introducción

    SER ACOMPAÑANTE ESPIRITUAL

    Espiritualidad y acompañante espiritual: las dos expresiones que encabezan y sitúan este libro. No es éste un libro sobre lo que el acompañante ha de hacer en el acompañamiento espiritual, sino sobre lo que el acompañante ha de ser y vivir para poder acompañar espiritualmente a otras personas. No se trata en estas páginas de reflexionar sobre formas, métodos o contenidos del acompañamiento espiritual; vamos a centrar nuestra atención en la persona del acompañante y en la espiritualidad que anima su servicio. Creemos que reflexionar sobre la espiritualidad de quien acompaña espiritualmente es una buena ayuda que podemos prestar a quienes tienen la hermosa y no siempre fácil misión de acompañar a otros en su seguimiento de Jesús. Ayuda que, creemos, puede redundar, en beneficio de la calidad evangélica de su misión de acompañamiento.

    Libros, y buenos libros, sobre el hecho mismo del acompañamiento hay muchos y, con seguridad, nuestros lectores los conocen. En las páginas que siguen vamos a tratar de otra cosa. Sobre el acompañamiento, nos basta decir, de entrada, que entendemos el acompañamiento espiritual al modo que san Ignacio lo propone en los Ejercicios Espirituales: ayudar al encuentro de cada persona con Dios … de manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; más estando en medio, como un peso, deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor (nº 15)¹.

    Nos proponemos reflexionar y ayudar a reflexionar, prioritariamente, sobre el horizonte, las motivaciones, las actitudes de fondo, los criterios que deben animar y caracterizar el vivir de quien se siente llamado por Dios y enviado por la comunidad cristiana a la apasionante y delicada tarea de acompañar a las personas en su camino de encuentro personal con Dios y de servicio a los hermanos, al que ese encuentro con Dios conducirá. Todo ello (horizonte, motivaciones, actitudes, criterios…) forma parte de la espiritualidad del acompañante espiritual. Tratar de ella es abordar un tema decisivo para quien acompaña y para quien es acompañado.

    Es inevitable, y no es malo, que, aun poniendo el acento en las actitudes interiores del acompañante, aparezcan en algunos momentos los modos concretos en que esas actitudes se plasman. No son cosas radicalmente diversas; al contrario. Unas y otras se iluminan mutuamente.

    La tarea del acompañamiento espiritual es sumamente delicada. En él entramos, sin exageración ni metáfora, en terreno sagrado, en el terreno donde, en lo más íntimo, la persona formula sus deseos más hondos, decide sobre sus proyectos vitales, afronta sus contradicciones, límites y conflictos. Y para entrar en ese terreno sagrado sin pisotear ni hacer daño, sino ayudando, hacen falta no solo técnicas y habilidades (que también) sino un talante y un modo de utilizarlas que ayude. Demasiadas veces, por desgracia, en el acompañamiento se han dado situaciones de avasallamiento, manipulación, dominio e infantilización de la persona acompañada. El acompañamiento espiritual tiene también sus tentaciones y peligros².

    Cuando san Ignacio expresa las condiciones o cualidades de la persona para dar ejercicios espirituales a otros (tarea que es básicamente una tarea de acompañamiento y no de indoctrinación) dice que uno puede empezar a dar ejercicios solo después de haberlos en sí probado. Acompañar en el camino de encuentro con el Dios de Jesús es una tarea sumamente delicada donde la propia experiencia del acompañante de haber recorrido ese camino es ineludible, condición sine qua non, para no desorientar, confundir o impedir.

    De ningún modo estamos diciendo que para acompañar a otros haya que ser perfecto. Si así fuera, nadie podría ser acompañante. Este libro tiene un peligro: ser leído como una especie de perfil necesario para ser un buen acompañante espiritual. No es eso. No se trata de diseñar el retrato-robot del acompañante ideal, porque tal acompañante ideal no existe y diseñar tal retrato-robot no dejaría de ser una tarea no solo inútil, sino contraproducente pues solo causaría desánimo. Se pretende apuntar, sencillamente, al horizonte espiritual en el que se sitúa la persona y la tarea del acompañante. Horizonte que ilumina un camino de crecimiento y profundización, camino que se va haciendo al acompañar a otros y que nunca está concluido.

    Sí creo que hay un principio y fundamento ineludible para poder acompañar a otras personas: haber hecho un recorrido propio en la propia experiencia de Dios y del seguimiento de Jesús, haber leído esa experiencia, haberse dejado acompañar. A partir de ahí vamos creciendo y madurando también como acompañantes. Para acompañar a otros no se trata de ser alguien perfecto, pero sí alguien maduro y alguien que ha tenido una buena experiencia en el dejarse acompañar.

    Como seguramente han intuido ya los lectores de estas páginas de presentación, hay dos puntos de partida en mis reflexiones. El primero de ellos, más teórico, es la concepción ignaciana del acompañamiento espiritual, expresada en los Ejercicios, experiencia en la que he vivido y desde la que he desempeñado mi servicio de acompañar a otros. El segundo punto de partida, más vivencial, es la reflexión sobre mi propia experiencia personal de acompañante espiritual durante muchos años a personas muy diversas y en situaciones también diversas. No va a ser éste un trabajo de cariz académico, sino compartir una experiencia personal.

    Estas páginas van de acompañante a acompañante. Son, casi, la autobiografía espiritual de un acompañante que, invitado a compartir sus vivencias, cree que con ello puede hacer un servicio de cierta utilidad.

    El libro se estructura en una serie de capítulos breves que abordan diversas actitudes básicas en la espiritualidad del acompañante. Su orden responde a un cierto itinerario de fondo pero dichos capítulos también tienen entidad propia en sí mismos para poder ser trabajados aisladamente. Junto a cada capítulo aparece una meditación sobre algún pasaje evangélico que puede ayudar a profundizar en alguna de las cuestiones que el capítulo plantea.

    Estas meditaciones tienen también su entidad y perspectiva: hasta tal punto que solo ellas darían cuenta de todo aquello que he querido compartir y también pueden leerse independientemente de los capítulos de contenido.

    El conjunto del libro se presta a la reflexión y meditación personal y también al trabajo en actividades de formación de acompañantes, personales o grupales. Las meditaciones evangélicas pueden ayudar también en retiros de formación espiritual o incluso en unos Ejercicios Espirituales para acompañantes.

    Hemos concebido este libro con una doble intención, la de ayudar a la reflexión personal y la de elaborar un material que, por contenido y forma, puede ayudar a la formación de acompañantes en diversos ámbitos: parroquias, comunidades, centros educativos, seminarios, formación en vida consagrada, etc.

    No puedo acabar esta introducción sin expresar un profundo agradecimiento a Dios que me ha concedido la gracia y la oportunidad de acompañar a muchos hermanos y hermanas en el apasionante itinerario del encuentro con sus criaturas amadas, a las personas que me han acompañado a mí a lo largo de mi vida, y que me han aportado mucho más de lo que ellas mismas puedan pensar, a tantas personas que me han confiado su acompañamiento y que, ellas también, han sido para mí presencia de Dios y, finalmente, a la editorial Narcea que tuvo la gentileza, en su día, de invitarme a esta reflexión y que, tras paciente espera debida a mi lentitud, la publica.

    Cuando ya habían comido, Jesús preguntó a Simón Pedro:

    –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?

    Pedro le contestó:

    –Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

    Jesús le dijo:

    –Apacienta mis corderos.

    Volvió a preguntarle:

    –Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

    Pedro le contestó:

    –Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

    Jesús le dijo:

    –Apacienta mis ovejas.

    Por tercera vez le preguntó:

    –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

    Pedro, entristecido porque Jesús le preguntaba por tercera vez si le quería, le contestó:

    –Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

    Jesús le dijo:

    Apacienta mis ovejas. (Jn 21,15-17).

    Este encargo final de Jesús a Pedro en el diálogo junto al lago, tras las negaciones de Pedro al Crucificado y el perdón del Resucitado, pueden ser un texto significativo y fundante del ministerio del acompañar en la Iglesia. Subrayemos algunos rasgos del texto.

    Simón, hijo de Juan

    El encargo y el ministerio de apacentar es encomendado a un pescador, cuyo único mérito y dignidad es el de ser escogido por Jesús junto al lago en un momento de su vida: Jesús dijo a Simón… serás pescador de hombres (Lc 5,10). En este momento solemne del encargo final Jesús vuelve a llamar a Simón por su nombre familiar.

    Somos personas humanas, con nuestra historia de elección y de negaciones, los que somos enviados por el Señor. Suya es la elección, suya es la gracia. Y somos enviados tras la experiencia del perdón y la misericordia regaladas. Somos enviados como lo que somos: pecadores perdonados.

    No podemos olvidar nunca nada de todo ello. Ni el misterio de nuestra elección, que nos lleva a vivir desde el agradecimiento, ni la realidad de nuestras negaciones que nos hace sabios sobre nosotros mismos y sobre la condición humana, ni la experiencia del perdón recibido que es la que nos hará posible acompañar con misericordia.

    No podemos olvidar nunca que seguimos siendo Simón, hijo de Juan, el pescador-pecador (Lc 5,8) elegido gratuitamente, ni siquiera después de tantos años de seguimiento y de tanta experiencia de acompañamientos. Si nos olvidamos de ello, erramos y ya no acompañaremos, sino que nos situaremos en planos que no son los del acompañamiento de hermano a hermano: yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos (Lc 22,32).

    ¿Me quieres?… Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero

    Es la pregunta única y decisiva antes de encomendar la misión. El Señor nos pide como condición para encargarnos la misión que le queramos a Él. Incluso le vale ese amor limitado y humano que significa el filéo de la tercera pregunta frente al agapáo de las dos primeras que expresa un amor sin fisuras y sin límite.

    El Señor es el buen pastor que ama a sus ovejas hasta dar la vida por ellas (Jn 10,11) y en ningún caso sería capaz de encomendar el cuidado de sus ovejas a alguien que no compartiera ese sentimiento. Amar al pastor es amar a las ovejas por las que el pastor ha dado la vida. Cuando alguien entre nosotros se siente cercano a morir

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