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El sabor de la vida: La dimensión corporal de la experiencia espiritual
Por Giovanni Cucci
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Habitualmente pensamos en la experiencia religiosa como una serie de informaciones sobre algunos problemas más o menos importantes de la vida. Sin embargo, si acudimos a los Evangelios, podemos desilusionarnos al no encontrar ninguna respuesta clara a los grandes porqués de la vida, aunque sí podemos ver la gran atención que prestan a los sentimientos. El sabor de la vida presenta algunos signos característicos de la experiencia humana que también pueden ser reconocidos en la base de la experiencia religiosa: los afectos, las relaciones, el deseo, la narración, la imaginación, el símbolo…
La vía bíblica por excelencia para el encuentro con Dios es la Encarnación; por eso, el reconocimiento de esos signos que expresan la condición esencialmente corporal de la experiencia religiosa, resulta necesario en la vida del cristiano, sobre todo en momentos importantes de su itinerario, como pueden ser la toma de estado o la relación con los demás. La exploración de estos signos puede ser un punto de encuentro fructífero entre el autoconocimiento y el conocimiento de Dios, un camino ciertamente no fácil, pero convincente, en el que se pone en juego la verdad sobre uno mismo.
La vía bíblica por excelencia para el encuentro con Dios es la Encarnación; por eso, el reconocimiento de esos signos que expresan la condición esencialmente corporal de la experiencia religiosa, resulta necesario en la vida del cristiano, sobre todo en momentos importantes de su itinerario, como pueden ser la toma de estado o la relación con los demás. La exploración de estos signos puede ser un punto de encuentro fructífero entre el autoconocimiento y el conocimiento de Dios, un camino ciertamente no fácil, pero convincente, en el que se pone en juego la verdad sobre uno mismo.
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El sabor de la vida - Giovanni Cucci
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INTRODUCCIÓN
Habitualmente pensamos en la experiencia religiosa como una serie de informaciones sobre algunos problemas más o menos importantes de la vida. Si acudimos a los Evangelios, sin embargo, podemos desilusionarnos al no encontrar ninguna respuesta clara y distinta (retocando al amigo Descartes) a los grandes porqués de la vida: el mal, las injusticias, la suerte de algunos personajes malvados, la descripción cuidadosa de lo que sigue a la muerte… Constatamos una sorprendente escasez de información, de ideas y de razonamientos sobre todo esto.
Sin embargo, los Evangelios prestan gran atención a los sentimientos que se presentan ante un acontecimiento. Por ejemplo, la alegría de los Magos cuando vuelven a divisar la estrella que les indica el camino, la tristeza del joven rico ante la propuesta de dejarlo todo y seguir al Señor, o el temor de Pilatos al oír la acusación de que Jesús ha pretendido ser hijo de Dios. Los discípulos de Emaús, rememorando el encuentro con el Señor resucitado y no reconocido inicialmente, quedan impactados sobre todo por la resonancia afectiva que sus palabras habían suscitado en su corazón. Es igualmente significativo mostrar cómo el evangelista prefirió incluir en sus relatos esas resonancias interiores más que la instrucción de Jesús, que debió ser más bien densa, documentada y exhaustiva (cfr. Lc 24,27-32).
Se trata de precisiones que se confirman si se confrontan con la vida: lo que se narra en esas páginas se vuelve a encontrar en los sucesos, grandes o pequeños, que caracterizan la existencia. En ambas situaciones, el criterio de claridad y distinción no parece ser de gran ayuda. Pocas cosas se evalúan en base a un riguroso razonamiento; mucho más a menudo en la decisión inciden otros criterios, sobre todo de tipo relacional y afectivo: la pasión por un tema cultural, la elección de una facultad universitaria o de un estado de vida como el matrimonio, la implicación en una nueva experiencia o en una iniciativa de la que, de hecho, se conoce poco o nada. En estas situaciones, aunque no se sabe con precisión cómo se desarrollarán las cosas, sin embargo, hay que decidir.
Los elementos de que se dispone, pocos o muchos, no eliminan el margen de incertidumbre que caracteriza a los acontecimientos más importantes de la vida, por eso es necesario, más que nada, saber qué se busca. En los Evangelios, Jesús da mucha importancia a las preguntas, hasta el punto de que a menudo parecen tener un valor superior a las respuestas, incluso algunas veces no respondió a las cuestiones planteadas y otras invitó a sus interlocutores a precisar la pregunta o la respuesta con otra pregunta. En la mayor parte de los casos parece mostrarse especialmente reacio ante las llamadas cuestiones especulativas
(aquellas a las que se hacía referencia al comienzo), quizá porque las discusiones dejan al interlocutor exactamente en el mismo punto de partida y lo confirman en sus posiciones. Considerado desde esta óptica, el resultado de los debates, a menudo acalorados, que Jesús ha tenido con escribas y fariseos sobre cuestiones muy distintas, es bastante elocuente.
Otra extraña enseñanza de los Evangelios es que ni siquiera los hechos extraordinarios, como los milagros, parecen suficientes para suscitar la fe en Dios. Son más bien presentados como signos ambivalentes, que interpelan al interlocutor incitándolo a tomar postura. Pueden ayudar en un contexto más amplio, caracterizado sobre todo afectivamente: la docilidad del corazón, la disponibilidad a la escucha (que en hebreo es sinónimo de obediencia), el deseo de conocer y cumplir la voluntad de Dios. Se trata de términos que, a diferencia de las diatribas, ponen en movimiento, invitan a recorrer un camino: Venid y veréis
, buscad y encontraréis
, ve y haz tú lo mismo
, ven y sígueme
... Es lo mismo que sucede con los Magos en Mt 2; por una parte parecen desprovistos de información incluso en el plano intelectual porque no conocen las Escrituras, la lengua ni las costumbres del lugar, son ingenuos, cometen errores de táctica y de valoración porque piden ayuda al mismo Herodes, obsesionado constantemente por posibles conjuras para arrebatarle el poder... A pesar de esto, tienen lo más importante: el deseo de encontrar al Señor, y por eso se nos presentan en el texto como los únicos personajes en movimiento. La disponibilidad para emprender un camino es el elemento básico de la experiencia de Dios, pues la falta de conocimiento, la incapacidad, los errores de valoración, etc., todo puede ser subsanado cuando se prestan oídos al deseo.
Pero, ¿cómo saber si un deseo es justo? La indicación llega, de nuevo, desde los sentimientos: "Los Magos, al ver la estrella, experimentaron una grandísima alegría" (Mt 2,10); estos dos términos, solo aparecen en todos los Evangelios, en otro pasaje que presenta una semejanza significativa con esta situación:
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la gran alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo (Mt 13,44).
El evangelista presenta ambos sucesos con un tipo particular de alegría, usando una palabra griega (χαρας) que aparece solo en estos dos lugares. Quiere indicar con esto que se trata de una alegría que no se puede conseguir por medios humanos, tan preciosa e incalculable que merece cualquier sacrificio; es la alegría de quien ha encontrado al Señor. También la descripción de la modalidad del encuentro es significativa: los Magos ven al niño y adoran al Señor. El encuentro pasa siempre a través de signos que hablan al corazón de quien busca, ayudándole a clarificarse y reconocer que finalmente han hallado lo que buscaban.
Este texto dice al lector que es posible llegar al Señor siguiendo las tres señales que caracterizan la búsqueda de los Magos: estrella, Escritura y sentimientos. Son tres signos que pueden ser interpretados dentro de una historia, de una narración, que a su vez ayuda a leer el libro de la propia vida, un libro precioso pero que, desgraciadamente para la mayoría de las personas, sigue siendo un libro cerrado o leído demasiado tarde, poco antes de morir. Sin embargo, la Escritura parece decir que es justamente en este libro, en nuestra vida, donde han de ser buscados los signos de la presencia de Dios.
En las páginas que siguen se ha intentado individualizar estas tres señales en un contexto narrativo de la existencia donde se encuentran el conocimiento de sí y el conocimiento de Dios; y se hace presentando en concreto la experiencia de un hombre que ha vivido el gran giro de su existencia gracias a la lectura casual de un libro. Esta lectura, con el tiempo, le ha ayudado a comprenderse a sí mismo con mayor profundidad y a conocer el modo de actuar de Dios en su vida, sacando a la luz lo que estaba ya presente, aunque permanecía sepultado, escondido o quizá olvidado.
Pero, ¿es correcto hablar de la experiencia de Dios y el conocimiento de sí mismo recurriendo a una experiencia particular? Yo creo que sí, por diversos motivos. Ante todo, es la misma Palabra de Dios la que se presenta así, narrando una experiencia, la de un pueblo concreto, con su lengua, su cultura, su mentalidad, tradiciones, sensibilidad, historia... Sin embargo lo que le sucedió a Israel quiere ser paradigmático, capaz de hablar a la experiencia de todos los pueblos y culturas, que es como decir que aquella aventura ayuda a reconocer la manifestación de Dios en la historia:
Acuérdate de todo el camino que Yahvé, tu Dios, te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o
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