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Un comentario filosófico y teológico a la filosofía de Sigmund Freud
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Libro electrónico347 páginas5 horas

Un comentario filosófico y teológico a la filosofía de Sigmund Freud

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Para Sigmund Freud había tres tareas imposibles: gobernar, educar y psicoanalizar. En este estado de las cosas, sólo un Quijote puede abordarlas;Zanotti se ha ocupado de las dos primeras a lo largo de toda su obra, le ha tocado el turno a la tercera.
Este libro sobre Freud abre las puertas de un prometedor camino conjunto para los únicos dos discursos de Occidente que sostienen que razón sin fe y saber sin verdad llevan a un callejón sin salida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 mar 2021
ISBN9781393034100
Un comentario filosófico y teológico a la filosofía de Sigmund Freud
Autor

Gabriel Zanotti

Doctor en Filosofía: Universidad Católica argentina (UCA), 1990. Profesor y Licenciado en Filosofía: Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), 1984.

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    Un comentario filosófico y teológico a la filosofía de Sigmund Freud - Gabriel Zanotti

    PRÓLOGO

    Hacia un cristianismo filosófico: Freud leído por el tomismo hermenéutico de Gabriel Zanotti

    Hay cosas que no se pueden oír o que habitualmente ya no se oyen, y el chiste trata de hacer que se oigan en alguna parte, como un eco[1] (Jacques Lacan)

    MI MAESTRO EN PSICOANÁLISIS, Jean-Michel Vappereau, para explicar qué es el psicoanálisis regalaba una postal del Zuiderzee. Armé un cuadro en mi primer consultorio con un retrato de Freud y esa postal, solía presentarlo como el psicoanálisis y su inventor.

    Es un trabajo de cultura como el desecamiento del Zuiderzee[2], así caracterizó Sigmund Freud a la tarea del psicoanálisis. Wo es War, soll Ich Werden[3], donde Ello era Yo debe advenir. El Zuiderzee es una bahía del Mar del Norte que los neerlandeses le ganaron al mar, obteniendo tierra fértil. Bonita respuesta para dar a quienes critican al psicoanálisis por ser una práctica egoísta, individualista.

    En la actualidad podemos observar en nuestra Civilización grecolatina judeocristiana, un statuo quo secularizado, incluso militantemente ateo. Se hace necesario, entonces, indagar los puntos de intersección de aquellos discursos resistidos y rechazados por ella. Esto nos abre la oportunidad de indagar la trama íntima del estado de nuestra civilización.

    Como muy bien nos señala Gabriel en su libro, la historia humana salvo excepciones es la historia de Caín. Solemos recordar el Nuevo Testamento y sus promesas a futuro pero olvidamos que mucho antes nos explican que hemos cruzado un límite que debía ser infranqueable. Una vez traspasado... el reino de la neurosis descripto por Freud... El psicoanálisis no dice que hay un montón de personas hermosas que quieren saber la verdad, dice que hay un montón de neuróticos que reprimen las cosas.[4]

    El llamado progreso de la razón ha permitido un avance inédito sobre los objetos de conocimiento bajo la égida de una ciencia que se ha creído La Ciencia.

    Thomas Kuhn mostró muy bien que esa La Ciencia no es tan científica en su praxis social concreta. Si no están dadas las condiciones subjetivas por más racional que algo sea será rechazado y puesto en la bolsa de las anomalías y por más inmensa que sea necesitará del aval de una autoridad (¿paterna?) del paradigma de la ciencia normal para sancionar que una crisis se avecina. Incluso los científicos descienden de Adán y Eva.

    Esto es sólo un caso particular de una de las pocas tesis universalizables del psicoanálisis: "Jacques Lacan, por su parte, trató de mostrar que existe un horror al saber —que puede disimularse en un deseo de información, de conocimiento— que se deduce de la tesis de Sigmund Freud sobre la represión. Sí es verdad que lo reprimido pasó por el yo, cada uno sabe más de lo que soporta y por eso rechaza algo de sí, como rechaza algo del mundo."[5]

    Por supuesto que es fundamental dialogar con la enormidad de avances de los últimos 150 años.

    Gabriel lo ha dejado más que claro en un enorme libro, no sólo por su tamaño sino por lo novedoso y osado de su proyecto. Recuerdo que en la presentación de éste en el CEOP - UNSTA alguien del público se refirió a Santo Tomás de Aquino como filósofo independientemente de su teología (no recuerdo bien si fue un novicio o un fraile de la Orden), inmediatamente Gabriel recordó que Santo Tomás jamás se dijo filósofo, su ocupación era la Sacra Doctrina. Gilson lo deja claro: Tengamos cuidado, no obstante, con el sentido exacto de las palabras de Santo Tomás. Cada vez que habla como doctor o maestro, nosotros pensamos más bien en el filósofo, mientras que él piensa ante todo en el teólogo (...) en último término no descubrimos nada más que un filósofo al servicio de un teólogo[6].

    Por su parte, el psicoanálisis surgió en el final del siglo XIX, ha recurrido a la lingüística estructural, la matemática y lógica moderna, sus referencias a toda la tradición filosófica occidental han sido muy desarrolladas, etc.

    El 12 de marzo de 1964 el argentino Oscar Masotta pronunció la conferencia Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía, primer trabajo en lengua castellana dedicado al psicoanalista francés. Su título es más que sugerente, allí se afirma que: "Lacan entiende hoy permanecer fiel al espíritu de la obra de Freud y reivindicar, para la praxis psicoanalítica, el lugar de una reflexión sobre la situación del hombre en el mundo, que en la medida que debe buscar su propia coherencia, si quiere constituirse en teoría, es ya, filosofía"[7].

    Cuarenta y cinco años después, uno de los más célebres discípulos-no-psicoanalista del Góngora del psicoanálisis afirma que: hay dos programas diferentes: o bien tomar en cuenta la aparición del psicoanálisis freudiano y lacaniano para, en cierto modo seguir como antes, o bien tomarla en cuenta para, justamente, no seguir como antes. Usted sabe qué significa vacunarse: tomar el agente patógeno justo en la cantidad suficiente para que pierda su virulencia (...). El filósofo se inyecta solo lo suficiente la temática freudiana para que la filosofía siga como si esta temática no hubiese tenido ningún efecto.[8] Quien haya leído el blog de Gabriel sabe muy bien que los virus no lo amedrentan, incluso si tienen corona, este libro es un testimonio, en este sentido se encuentra en el primer programa señalado por Milner.

    Entre ambos momentos (en el sentido de la física) encontramos una diferencia: en el primero, la asimilación del psicoanálisis a la filosofía es afirmada; en el segundo, la diferencia es supuesta y la posibilidad de su articulación está puesta en la vocación por defenderse o perlaborar lo acontecido. En el medio todo el trabajo de Lacan y el lacanismo.

    La estrategia retórica de Lacan y las dificultades para abordarla, así como la represión de su cultura católica (fue alumno del Collège Stanislas, su primer profesor de filosofía fue Jean Baruzi, tomó clases con Gilson, fue amigo de Maritain, polemizó con Mircea Eliade en el congreso carmelita de 1954, su hermano Marc Francois fue monje benedictino) podrían traer buena luz sobre lo acaecido. Lo primero fue tratado por Jorge Baños Orellana en el mítico libro El idioma de los lacanianos[9], lo segundo será tratado por el mismo autor en el segundo tomo de La novela de Lacan[10].

    Vemos que tanto en el psicoanálisis como en el tomismo encontramos articulaciones con la vanguardia de las más variadas disciplinas contemporáneas y al mismo tiempo desde el interior de ambos campos hay un rechazo al componente teológico.

    Este libro aborda ambas cuestiones en intersección. Tanto el rechazo de la teología, particularmente católica, como el del psicoanálisis ponen de relieve que el gran avance con relación al saber trajo aparejado una depreciación de la verdad.

    Suele decirse que filosofía es amor al saber, y la noción de verdad de la ciencia refiere a la correspondencia de enunciados teóricos con datos. Verdad, amor y saber se encuentran disyuntos en la actualidad.

    En Freud el intento fue reconciliar saber, verdad y erotismo (no olvidemos que en la Grecia clásica no existía la palabra amor sino agapé, philein y eros). Sus elucubraciones acerca de una pulsión epistemofílica y las elaboraciones acerca del amor de transferencia dan testimonio.

    La praxis de Gabriel Zanotti es ejemplar en relación con la transferencia: Una misma enseñanza (...) produjo muchos aprendizajes: he ahí la transferencia. (Germán García) Su trabajo en relación con la filosofía política que se deduce de la Escuela Austríaca de Economía supone unas consecuencias no intentadas que son el equivalente en lo social de la definición lacaniana del Inconsciente Freudiano como saber no sabido.

    Su enseñanza en la Escuela Libre de Estudios Filosóficos y Epistemológicos son testimonios de una apuesta por un saber que no prescinde de la verdad y conoce la importancia del lazo amoroso necesario para su unión.

    Para Sigmund Freud había tres tareas imposibles: gobernar, educar y psicoanalizar. En este estado de las cosas, sólo un Quijote puede abordarlas; Zanotti se ha ocupado de las dos primeras a lo largo de toda su obra, le ha tocado el turno a la tercera.

    Este libro sobre Freud abre las puertas de un prometedor camino conjunto para los únicos dos discursos de Occidente que sostienen que razón sin fe y saber sin verdad llevan a un callejón sin salida.

    Sólo me resta agradecer su publicación, el honor de poder prologarlo, el regalo de la amistad de su autor y la oportunidad de compartir la mutua amistad con un lógico que se las trae.

    Retomando el exergo de este prólogo y recordando la admiración de Gabriel por Woody Allen, sugiero leer este libro como un chiste sin olvidar que para que se entienda hay que ser de la parroquia[11].

    Matías Domínguez

    Noviembre de 2020

    PREFACIO

    LA BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA sobre Freud es sencillamente infinita. ¿Qué aporta una más?

    Abundan las críticas salvajes a Freud de todo tipo. No nos referimos a calmas críticas académicas que lo asuman como un clásico. Freud ha despertado, y él lo sabía, odios de todo tipo[12]. Pero sobre todo hay uno que en este comentario trataremos de analizar y rechazar: que su obra es esencialmente contraria al catolicismo, que es esencialmente imposible de asumir desde una filosofía cristiana, inspirada en Santo Tomás de Aquino y compatible con el Catecismo de la Iglesia Católica firmado por Juan Pablo II en 1993[13]. Trataremos de probar, en este libro, que no es así.

    Hay excepciones, por supuesto, algunas muy conocidas como las de Carlos Domínguez Morano[14]. Pero este libro no es una tesis sobre el status quaestionis del debate. Es mi aporte totalmente personal al tema, desde mi interpretación de Sto. Tomás, desde mi epistemología y hermenéutica, desde mi liberalismo clásico, desde mi estudio de la Escuela Austríaca.

    Y abundan, por supuesto, las interpretaciones ideológicas de Freud, donde se lo asume de modo acrítico, donde se lo defiende in totum y se lo convierte en una ideología omni-abarcadora que no se puede criticar desde ningún lugar sin padecer las neurosis diagnosticadas por Freud. Obviamente nosotros no tenemos nada que ver con ese fanatismo.

    Nuestra tesis consiste en que Freud vio aspectos esenciales del ser humano que consisten precisamente en cómo hemos quedado después del pecado original. Esa visión es muy pesimista pero, precisamente, deja de serlo cuando la complementamos con la redención. Su terapia, consecuentemente, es como las terapias médicas preventivas y curativas contra las enfermedades infecciosas: hay que fortalecer el sistema inmunológico. Antes del pecado original estábamos protegidos de esas enfermedades, pero después no. Y la redención borra la culpa del pecado original pero no las consecuencias. Y Santo Tomás nos enseña a manejarnos concomitantemente con las causas segundas y con la Causa Primera. Por ende podemos rezar y confiar en la Gracia de Dios para que una pulmonía se cure, pero NO tomar el antibiótico sería temerario y contrario al espíritu de la filosofía de Santo Tomás y al correcto orden entre orden natural y milagro que hay en el cristianismo.

    De igual modo, dado el quiebre que hemos sufrido luego del pecado, en el aspecto psicológico debemos recurrir a la redención y al mismo tiempo a las terapias naturales (o sea que no están en el orden sobrenatural) que puedan hacernos tomar conciencia de nuestros conflictos originales y corregirlos. Eso es el Psicoanálisis.

    Nuestro trabajo no consistirá tampoco en otra de las tantas exposiciones sobre la obra de Freud, ni tampoco pretendemos introducirnos en el tema específicamente terapéutico. Nuestro trabajo consistirá en analizar las obras más abarcadoras, más filosóficas y culturales de Freud y compararlas con el cristianismo en general, el catolicismo en particular y con la antropología teológica de Santo Tomás de Aquino. De ese modo esperamos contribuir a formar una nueva generación de sacerdotes y psicoanalistas que trabajen juntos en las profundas dolencias psíquicas del ser humano, que dada la distinción e integración de lo natural y sobrenatural, merecen ser tratadas conjuntamente.

    Ya hemos tratado el tema epistemológico en Freud, y lo ofrecemos como apéndice 1. Al mismo tiempo, damos por supuestas nociones básicas en el lector sobre Freud, aunque esperamos también que quien no lo conozca se sienta atraído a su lectura por este texto. De igual modo, usaremos la hermenéutica que ya hemos explicado en otras oportunidades, por si alguien pregunta desde qué criterios hermenéuticos estamos leyendo a Freud[15].

    Finalizaremos el libro con varios apéndices más: dos, un análisis de Eros y Civilización, de Marcuse; tres, una comparación y conciliación entre Psicoanálisis y Logoterapia; cuatro, un análisis de la película Zelig, de Woody Allen, a la luz de la tesis de Freud sobre la masificación; cinco, una comparación entre la racionalidad en Freud y en Mises; seis, la aplicación de nuestro psicoanálisis cristiano a diversos temas de la actualidad.

    Buenos Aires, mayo de 2020.

    1. PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS DEL YO

    COMENCEMOS, EN ORDEN cronológico, por su gran obra sobre psicología de las masas[16]. Esto nos permitirá, no sólo resumir nuestra interpretación básica de su Psicoanálisis, sino introducirnos en su teoría de la alienación y partir desde allí a los objetivos de este libro.

    La libido, el amor de ternura y el eros dirigido a su fin sexual

    Dejemos por un momento el extenso análisis que hace Freud de la obra de Le Bon y otros autores, para concentrarnos en un primer aspecto esencial para explicar la masificación: la libido. Y de paso, comentamos este aspecto fundamental de la obra de Freud.

    Intentaremos —dice, en efecto— aplicar al esclarecimiento de la psicología colectiva el concepto de la libido, que tan buenos servicios nos ha prestado ya en el estudio de la psiconeurosis.

    Libido —continúa— es un término perteneciente a la teoría de la afectividad. Designamos con él la energía —considerada como magnitud cuantitativa, aunque por ahora no mensurable de los instintos relacionados con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el concepto de amor. El nódulo de lo que nosotros denominamos amor se halla constituido, naturalmente, por lo que en general se designa con tal palabra y es cantado por los poetas, esto es, por el amor sexual, cuyo último fin es la cópula sexual.

    Hasta allí, parece que libido encaja perfectamente con lo que habitualmente se interpreta de Freud: libido = sexualidad. Sin embargo es importante el párrafo siguiente:

    "... Pero en cambio, no separamos (atención: dice NO separamos....) de tal concepto aquello que participa del nombre de amor, o sea, de una parte, el amor del individuo a sí propio, y de otra, el amor paterno y el filial, la amistad y el amor a la humanidad en general, a objetos concretos o a ideas abstractas. Nuestra justificación está en el hecho de que la investigación psicoanalítica nos ha enseñado que todas estas tendencias constituyen la expresión de los mismos movimientos instintivos que impulsan a los sexos a la unión sexual, pero que en circunstancias distintas son desviados de este fin sexual o detenidos en la consecución del mismo, aunque conservando de su esencia lo bastante para mantener reconocible su identidad. (Abnegación, tendencia a la aproximación).  (El subrayado es nuestro). Creemos, pues, que con la palabra «amor», en sus múltiples acepciones, ha creado el lenguaje una síntesis perfectamente justificada y que no podemos hacer nada mejor que tomarla como base de nuestras discusiones y exposiciones científicas. Con este acuerdo ha desencadenado el psicoanálisis una tempestad de indignación, como si se hubiera hecho culpable de una innovación sacrílega. Y sin embargo, con esta concepción «amplificada» del amor, no ha creado el psicoanálisis nada nuevo. El «Eros» de Platón presenta, por lo que respecta a sus orígenes, a sus manifestaciones y a su relación con el amor sexual una perfecta analogía con la energía amorosa, esto es, con la libido del psicoanálisis, coincidencia cumplidamente demostrada por Nachmansohn y Pfister en interesantes trabajos, y cuando el apóstol Pablo alaba el amor en su famosa «Epístola a los corintios» y lo sitúa sobre todas las cosas, lo concibe seguramente en el mismo sentido «amplificado», de donde resulta que los hombres no siempre toman en serio a sus grandes pensadores, aunque aparentemente los admiren mucho. (El subrayado es nuestro). Estos instintos (cuidado: donde López Ballesteros traduce instinto, es en realidad pulsión) eróticos son denominados, en psicoanálisis, a priori y en razón a su origen, instintos sexuales. La mayoría de los hombres «cultos» ha visto en esta denominación una ofensa y ha tomado venganza de ella lanzando contra el psicoanálisis la acusación de «pansexualismo». Aquellos que consideran la sexualidad como algo vergonzoso y humillante para la naturaleza humana pueden servirse de los términos «Eros» y «Erotismo», más distinguidos. Así lo hubiera podido hacer también yo desde un principio, cosa que me hubiera ahorrado numerosas objeciones. Pero no lo he hecho porque no me gusta ceder a la pusilanimidad. Nunca se sabe adónde puede llevarle a uno tal camino; se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas. No encuentro mérito ninguno en avergonzarme de la sexualidad. La palabra griega Eros, con la que se quiere velar lo vergonzoso, no es en fin de cuentas, sino la traducción de nuestra palabra Amor. Además, aquel que sabe esperar no tiene necesidad de hacer concesiones"

    Como podemos ver hay aquí tres cuestiones. Primero, la distinción entre pulsión de vida orientada a su fin sexual una pulsión que él llama amor de ternura, cortada a su fin sexual. Segundo, si ello merece ser llamado pansexualismo, y tercero, las autodefensas de Freud para proceder como procede ("...Así lo hubiera podido hacer también yo desde un principio, cosa que me hubiera ahorrado numerosas objeciones. Pero no lo he hecho porque no me gusta ceder a la pusilanimidad. Nunca se sabe adónde puede llevarle a uno tal camino; se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas ... Aquel que sabe esperar no tiene necesidad de hacer concesiones").

    Vamos a concentrarnos en lo primero y en lo segundo, porque lo tercero es simple: es su honestidad intelectual.

    Lo primero es esencial para toda la comprensión de todo el psicoanálisis. Nacemos con una pulsión de vida, una pulsión hacia sí mismo y hacia el otro, siempre narcisista en el sentido en que NO es precisamente la caridad cristiana, que como virtud sobrenatural, viene de la Gracia de Dios y es precisamente lo que supera la NO consideración del otro en tanto otro, NO consideración que deriva directamente del pecado original. Yo la llamo pulsión de abrazo, porque va yendo hacia el otro conservando sin embargo su carácter narcisista.

    No comentaremos aún la pulsión de muerte.

    Pero precisamente esa pulsión de vida tiene que socializarse, civilizarse (ya veremos todo ello en El malestar en la cultura) para lo cual interviene ipso facto el Súper Yo, que forma parte del inconsciente en la segunda tópica (Ello-yo-Super Yo) y que es ejercido por el rol paterno (el que va marcando los no del Súper Yo, que no necesariamente tiene que ser un varón).

    Esa socialización implica una evolución psíquica que, si sale bien implica necesariamente la distinción entre el amor dirigido a su fin sexual, en el exogrupo, y el cortado a su fin sexual, en el endogrupo: padres, hermanos (y allí entrarían otros casos que luego analizaremos) con el consiguiente tabú del incesto. Todo esto supone la teoría de la horda primitiva, que ya entrará en nuestro análisis.

    Cuando esto sale mal la persona queda perversa o psicótica. Por eso el Súper Yo es fundamental. El Súper Yo implica un papel represor y de re-direccionamiento de la pulsión de vida originaria. Represión NO es en Freud un consciente re-direccionamiento de un deseo, sino precisamente algo inconsciente, que se va tejiendo desde los primeros segundos de vida del bebé (que hoy podríamos extender a la vida intrauterina). Ese re-direccionamiento es precisamente el origen de la neurosis, y está psíquicamente bien que así sea. En los primeros escritos de Freud, la neurosis era una dolencia a curar; en sus últimos, es la estructura psíquica sana, necesaria, del que ha socializado su pulsión originaria: sana NO porque las neurosis no necesiten psicoterapia psicoanalítica, sino porque si la persona no sale neurótica, sale perversa o psicótica. ¿Por qué? Porque las neurosis son precisamente una serie de comportamientos sustitutivos, socialmente adaptados, de esa pulsión originaria. Su grado es una cuestión importante para la terapia: pueden ser más o menos graves, pero no es eso lo que nos interesa en este momento. Lo que nos interesa es que las neurosis son el precio necesario a pagar por la socialización y el re-direccionamiento de la pulsión de vida. Y en ese re-direccionamiento, el amor de ternura dirigido a los miembros del endogrupo es fundamental. Es ese amor de ternura el que luego aparecerá en la etiología de la masificación y la alienación correspondiente, pero no ya dirigido al endogrupo familiar originario, sino a una masa.

    Segundo: esta pulsión de vida, ¿implica un pansexualismo antropológico?

    Esta es la pregunta del millón que tiene precisamente infinitas respuestas. Freud mismo hace una fundamental aclaración al distinguir la líbido de la genitalidad. Eso lo aceptan casi todos. Pero, sin embargo, en muchos de sus escritos la libido, y en el párrafo que hemos visto casi también, es pulsión sexual, sólo que no es igual a genitalidad, per se, y en el endogrupo, cortada a su fin sexual.

    No es igual a genitalidad per se. Porque una de las tesis más importantes de Freud, y más negadas y más escandalosas para casi todos, es la sexualidad infantil. Pero la sexualidad infantil no es más que el análisis detallado de lo que implica nacer con una pulsión de vida indiferenciada que por indiferenciada implica que el bebé sea, y deje de ser evolutivamente, un perverso polimorfo. O sea que todas las conductas sexuales que luego Freud va a considerar perversas psíquicamente (entre las cuales está el incesto) están en acto primero en el ser humano al nacer. Cuando esa pulsión originaria, indiferenciada, va evolucionando, socializándose, esas conductas NO aparecen en acto segundo, en ejercicio precisamente porque han sido re-direccionadas por el Súper Yo y el precio es que, necesariamente, aparecen las neurosis (fobias, angustias, histerias, melancolía como duelo no elaborado). Eso es lo mejor que puede pasar. En los casos graves, esas conductas se desarrollan en acto segundo.

    ¿Alguien llamaría sexual al amor que tiene por sus padres y hermanos? Obviamente no, pero como vemos, si la libido es directamente sexualidad, esos afectos son sexuales sólo que fuertemente cortados a su fin sexual. Para otro tipo de afectos (amigos y etc.) podría entrar la sublimación, pero ello es una opinión personal que desarrollaremos más adelante.

    Una segunda posibilidad de interpretación, pero que correría más como intentio lectoris que como auctoris[17], sería afirmar que la pulsión originaria es un una pulsión de abrazo que, aunque narcisista, no sería sexual en sí misma, sino que es más amplia, y que se divide luego en dirigida a una función sexual y cortada a su función sexual. O sea:

    En cuyo caso, como vemos, la pulsión originaria sería algo ontológicamente más amplio, que incluye la pulsión sexual pero que no se reduce a ella, sino que emerge de ella también un amor de ternura que sería esencialmente NO sexual. Pero difícilmente encontraremos esto así dicho en Freud, aunque es una interpretación NO aberrante de los textos de Freud que permitirían llegar a casi idénticas conclusiones.

    Pero una tercera posibilidad de análisis, que es aquella a la cual tendemos, es decir: es irrelevante. Esto es, a fines de leer lo que Freud quiso decir, el famoso tema de su pansexualismo no es relevante. Y ahora nos tenemos que arriesgar: ¿qué es lo que Freud quiso decir? Freud ve la pulsión sexual originaria, la ve teoréticamente, esto es, intenta hacer ciencia sobre ello (ver nuestro apéndice 1), se da cuenta de que la sexualidad juega un papel esencial en el desarrollo de las neurosis, y advierte sobre los peligros que esa psiquis humana tiene para el ser humano en El Malestar en la cultura. Y todo eso fue un logro extraordinario, un despertarnos de un sueño dogmático con terribles consecuencias para nosotros,  y un noble y heroico acto del médico S. Freud. Ahora bien, ¿hay más cosas? Claro que sí. ¿Hay en el ser humano algo más, más allá de su libido? Claro que sí. ¿Esas cosas se le escaparon a Freud? Claro que sí. Pero, ¿qué importa? Si el lector va sin darse cuenta a 160 km/h hacia una pared de concreto, ¿es tan relevante que yo olvide hablarle, en ese momento, de las supuestas bondades de su espíritu y que, en cambio, lo exhorte a que por favor, haga consciente lo inconsciente?

    Porque, además, no fue una omisión que exagerara otra cosa. No exageró nada. Somos sexuados. En términos de Santo Tomás, nuestra forma sustancial es única e integra al mismo tiempo la vida vegetativa, sensitiva y racional. Por lo tanto la sexualidad atraviesa toda nuestra esencia, incluso nuestra inteligencia y voluntad humanas.

    Antes del pecado original, la sexualidad estaba en armonía plena con toda nuestra naturaleza porque estábamos en situación de naturaleza elevada, con Gracia deiforme. Gozábamos de dones preternaturales gratuitamente dados por la Gracia de Dios, e incluso dice Santo Tomás que Adán y Eva gozaban más de su sensibilidad[18]. La armonía entre su sexualidad y su fin último como humanos, o sea Dios, era total, y un pecado de naturaleza sexual era inconcebible.

    Pero no hay en la antropología teológica de Santo Tomás, como tampoco en el catolicismo, creo, un estado de naturaleza pura, esto es, en un limbo ontológico sin pasar por la historia de la salvación, o sea antes y después del pecado original. Hubo un estado de naturaleza elevada, ese antes del pecado original, un estado de naturaleza caída, luego del pecado original, y un estado de naturaleza redimida, esto es salvada de la culpa del pecado, pero no se sus consecuencias, por la redención realizada por Cristo.

    Entre esas consecuencias del pecado original, que

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