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La guía de supervivencia del existencialista: Cómo vivir auténticamente en una época inauténtica
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La guía de supervivencia del existencialista: Cómo vivir auténticamente en una época inauténtica
Libro electrónico247 páginas7 horas

La guía de supervivencia del existencialista: Cómo vivir auténticamente en una época inauténtica

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Información de este libro electrónico

En este texto se
redefinen los consejos prácticos
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 feb 2022
ISBN9786074178456
La guía de supervivencia del existencialista: Cómo vivir auténticamente en una época inauténtica
Autor

Gordon Marino

Gordon Marino. Profesor de filosofía y director de la Hong Kierkegaard Library en el St. Olaf College de Minnesota. Además de ser un veterano entrenador de boxeo, Marino es un premiado escritor de boxeo.

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    La guía de supervivencia del existencialista - Gordon Marino

    Imagen de portada

    LA GUÍA DE SUPERVIVENCIA DEL EXISTENCIALISTA

    LA GUÍA DE SUPERVIVENCIA DEL EXISTENCIALISTA

    CÓMO VIVIR AUTÉNTICAMENTE EN UNA ÉPOCA INAUTÉNTICA

    Gordon Marino

    Traducción de

    Matías Tapia Wende

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    The Existentialist’s Survival Guide: How to Live Authentically

    in an Inauthentic Age

    © 2018 by Gordon Marino

    Published by arrangement with HarperOne, an imprint of HarperCollins Publishers.

    D.R. © 2022 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: 2021

    Versión electrónica: febrero 2022

    Versión: 1.0

    ISBN: 978-607-417-845-6

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto 451

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    NOTA A LA TRADUCCIÓN

    PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

    INTRODUCCIÓN

    1. ANGUSTIA

    2. DEPRESIÓN Y DESESPERACIÓN

    3. MUERTE

    4. AUTENTICIDAD

    5. FE

    6. MORALIDAD

    7. AMOR

    EPÍLOGO

    AGRADECIMIENTOS

    SOBRE EL AUTOR

    Este libro está dedicado

    a la que amo, Susan Ellis Marino

    NOTA A LA TRADUCCIÓN

    Esta traducción se realizó a partir de la primera edición de The Existentialist’s Survival Guide, publicada en tapa dura por HarperOne en abril de 2018. Al replicar las referencias utilizadas por Gordon Marino al momento de citar a otros autores, se agregó entre corchetes y cuando fue posible el apunte a una versión castellana de confianza. En contados casos, se incluyeron notas propias al pie de página, con el fin en gran medida de hacer aclaraciones terminológicas. Estas notas están debidamente señaladas y son distinguibles de las originales de Marino.

    Aunque la labor del traductor esté determinada a ser lo más silenciosa posible, es preciso dar lugar a unos breves agradecimientos. A Gordon Marino, por su entusiasmo y guía en este proyecto. A Sandra Loyola, por su infinita paciencia para sortear formalidades. A Luis Guerrero, por su respaldo desde la propuesta inicial. A Fernanda Rojas y Nassim Bravo, por su apoyo en asuntos bibliográficos. Y a Victoria Marambio y Natalia Uribe, por su atenta lectura del manuscrito y sus siempre acertadas correcciones.

    PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

    Me honra que la versión en español de The Existentitalist’s Survival Guide haya sido preparada por el doctor Matías Tapia, mi amigo y un prometedor filósofo. Como se dará cuenta rápidamente el lector, hay muchas historias e ideas extraídas del mundo del ring en estas páginas, y con esto quiero decir extraídas del mundo del ring de boxeo. A pesar de que estudié español por unos buenos años, la mayor parte de mi conocimiento de ese idioma arrobador y melódico lo he sacado de mi entrenamiento con boxeadores mexicanos. Algunos de ellos me han honrado con dejarme ser parte de sus vidas al punto que nos hemos convertido en familia.

    Un libro sobre existencialismo no sería tal si no se le prestara atención a la idea axial del absurdo. Aquí un ejemplo de absurdidad en el boxeo. Por casi un año, le solía gritar cosas a uno de mis peleadores profesionales de México. De vez en cuando, él soltaba una risita ante mi consejo; esto me irritaba terriblemente. Yo le respondía rugiendo: "No leer", y en vez de corregirme, se reía como si me quisiera decir, ¡no se preocupe, entrenador, no voy a leer! Por supuesto, lo que le quería ordenar era "no reír", y eventualmente mi boxeador me concedió algo de entrenamiento lingüístico. Dado que el boxeo está tan lleno de frustraciones y calles sin salida, también me enseñó una muy útil expresión mexicana de resignación, "ni modo, que entiendo significa qué se le va a hacer, lo que resuena al quejido de Kurt Vonnegut cuando uno de sus personajes muere: Y así es la cosa". Pero ¡basta de mi formación en español y de mi oscuro sentido de resignación!

    Como verá el lector lo suficientemente amable como para escucharme, escribí este libro porque sentí que ya para mis sesenta y tantos debía ser capaz de cosechar algunas de las lecciones de vida de mis treinta y más años de caminar con pensadores como Kierkegaard y Nietzsche.

    Hablando clínicamente, los existencialistas estaban un poco locos. En esta época, cuando los departamentos de filosofía se están reduciendo o incluso cerrando sus cortinas, la filosofía estoica se ha vuelto popular entre el público general que está buscando una mano para sobrevivir las olas de dolor, miedo y decepción que golpean sus pequeños botes salvavidas en el mar de la existencia. Los estoicos tienen sentido porque en gran medida eran seseras racionales que por medio de la práctica se mantenían tranquilas. No pasa lo mismo con Kierkegaard y compañía. Todos y cada uno de ellos eran individuos altamente neuróticos. Entonces, ¿cómo es que aquellos de nosotros que buscamos superar nuestras angustias deberíamos aprender de estos, bueno, a falta de otra expresión, dementes lunáticos?

    Uno de estos lunáticos, Dostoievski, predicaba que se requiere una condición patológica para ser capaz de enfrentar la pura verdad, lo que supongo que equivale a la idea de que estamos a la deriva y sin forma de volver a casa. El viejo nazi, Heidegger, usaba la imagen de la nostalgia para describir nuestra angustia y nuestro ser en el mundo. A pesar de que me inclino a aceptar esa imagen, intento conservar la fe, y es efectivamente un tipo de fe, en que debemos permanecer unidos, que debemos ayudarnos y levantarnos unos a otros.

    La expresión si te soy sincero siempre me causa impresión, pero tengo que usarla aquí. Si te soy sincero, el autor de La guía de supervivencia del existencialista todavía está luchando por sobrevivir, por hacer oídos sordos a ese canto de sirenas que nos trata de convencer de que nada importa. Para eso, necesito desesperadamente la ayuda de otros. A veces esa ayuda viene en la forma de una persona que necesita mi ayuda. Felizmente, me es difícil tomarme un par de cervezas y ver un maratón de series en Netflix, cuando sé por ejemplo que un amigo que está a punto de ser deportado necesita una mano, o que mi esposa no se siente bien. Pero en la misma medida, necesito urgentemente que mis amigos me abracen real o imaginariamente y me animen a levantarme, sí, muy parecido a lo que hace un buen entrenador cuando ayuda a su pupilo a levantarse de la lona y a seguir peleando. De hecho, muchos de los puntos que hubiese querido resaltar más y que, Deo volente, resaltaré en otro libro, es el significado de las relaciones y del estar relacionados. Sí, fue la relación con Kierkegaard la que me apartó del borde de la autodestrucción, pero igualmente importantes fueron las personas que siempre estuvieron ahí para escucharme. ¡Qué bendición! A la multitud de personas que no tienen a nadie que las escuche se les hace mucho más difícil escucharse a sí mismas y, como resultado de esa falta de autoconciencia, les resulta todavía más desafiante cambiar la trayectoria de sus vidas.

    Por eso, mi lector, estoy profundamente agradecido de que me escuches en estas páginas extremadamente personales, páginas en las que espero que ustedes, hermanas y hermanos, puedan encontrar inspiración y un amigo que, aunque sea solo en palabras, está con ustedes apoyándolos en el ring de la existencia.

    INTRODUCCIÓN

    Quiero que este sea un libro sincero. Sin faltarle el respeto a otros escritores y curadores de ideas, hablo de sinceridad en el sentido de que, en vez de proveer un reensayo de la historia intelectual, quiero creer que he absorbido y que puedo transmitir cierta sabiduría de Søren Kierkegaard y otros existencialistas que he estudiado gran parte de mi vida adulta. Aquel que estudia con un filósofo —nos dice el estoico Séneca (4 a. C.-65 d. C.)—, debería llevarse a casa consigo algo bueno cada día; debería volver a casa cada día como un hombre más fuerte o de camino a volverse más fuerte. Lo mismo vale para alguien como yo que ha dedicado décadas a caminar con Kierkegaard y aquellos que le sucedieron. O me estaba haciendo más fuerte o estaba perdiendo mi tiempo. Si ocurrió lo primero, entonces debo ser capaz de transmitir unas pocas pepitas de sabiduría, y si ocurrió lo segundo, entonces debería quedarme callado o limitarme simplemente a trazar la historia de las ideas existenciales. El existencialismo es una región en el campo de la filosofía y la filosofía es el amor a la sabiduría —en tanto opuesta al conocimiento—, donde la sabiduría puede ser entendida como una comprensión preteorética de cómo vivir. Hacia el final, que fue en realidad el inicio de este libro, comencé a sentir que, neurótico como soy, no tenía nada que fuera digno de impartir, ni siquiera de segunda mano. Sí, lo sé: no hay nada más molesto que un autor escribiendo acerca de qué tan difícil fue para él o para ella escribir su libro. ¡Como si el procesador de texto fuera Alepo! Pero cuando me senté por primera vez frente al teclado, la página en blanco me puso a trabajar o, mejor dicho, me noqueó. Hablando en términos personales, el intento de escribir siempre me ha parecido una confrontación con el vacío dentro de mí, con mi propia nada.

    A pesar de todas mis bendiciones, soy un ser humano relativamente atormentado. De hecho, tendría que situarme más bien en el lado miserable del espectro. Clínicamente hablando, soy un depresivo militante. Para ser justo conmigo mismo, he intentado ser una buena persona. Al menos desde mis años cuasicriminales, he hecho esfuerzos sustanciales por nutrir las vidas de mis estudiantes y otros, pero no soy más un héroe moral o un sensato que lo que soy un individuo satisfecho que duerme profundamente y que se levanta en la mañana ansioso por abrazar las promesas del día.

    Mi objetivo en este libro es articular las perspectivas de los existencialistas que puedan servir para la vida. Dejando de lado su reluciente genialidad, el elenco de personajes introducidos en estas páginas no tiene una mejor calificación que yo en la curva de la felicidad o de la moral. En efecto, para cualquiera, los existencialistas son un verdadero cuadro de neuróticos. Entonces, ¿quiénes son ellos —o quién soy yo, su apóstol— para transmitir prescripciones vitales?

    En esta coyuntura, estarías en lo correcto si te prepararas para un por otro lado o un aun así, tal como en a pesar de que he socavado la idea misma de este libro, ¡continúa leyendo, por favor! Bueno, acertaste: hay un aun así para todas mis debilidades y problemas que los existencialistas, y Søren Kierkegaard (1813-1855) en particular, me ayudaron a soportar. A riesgo de sonar histriónico, hubo un tiempo en el que Kierkegaard me tomó del hombro y me alejó de la viga y de la soga.

    Kierkegaard, Nietzsche, Dostoievski y otros pensadores existencialistas enfrentaron la vida tal cual es y sin embargo fueron capaces de llevar vidas auténticas y de mantener sus cabezas y corazones intactos. Más que cualquier otro grupo de filósofos, ellos entendieron contra qué luchamos en nosotros mismos, esto es, estados de ánimo tales como la angustia,(1) la depresión o el miedo a la muerte. Hoy, estas perturbaciones internas son clasificadas usualmente en términos médicos. Pero en su propia manera inimitable e indirecta, los existencialistas nos recuerdan otra perspectiva sobre estas y otras emociones problemáticas. En las páginas que siguen, voy a intentar recuperar esos recordatorios.

    Kierkegaard, Nietzsche, Dostoievski y otros pensadores existencialistas enfrentaron la vida tal cual es y sin embargo fueron capaces de llevar vidas auténticas y de mantener sus cabezas y corazones intactos.

    Estoy seguro de que hay lectores familiarizados con esa alarmante expresión, amenaza existencial, pero pocos están familiarizados con el existencialismo. Para aquellos que puedan estar inclinando sus cabezas y preguntando ¿qué es el existencialismo?, es necesario hacer un repaso de este movimiento.

    El existencialismo que me ayudó a sostenerme es de naturaleza personal. Los que representan este acercamiento piensan la existencia desde adentro hacia afuera, desde la perspectiva de una primera persona. Hay mucha disputa acerca de la nómina de este variopinto grupo de pensadores. Con excepción de Jean-Paul Sartre (1905-1980), que fue el único que aceptó la etiqueta y solo durante un corto periodo, los estudiosos no se ponen de acuerdo en una lista oficial. Por ejemplo, yo edité Existentialism: The Essential Writings, una antología que incluía a Albert Camus (1913-1960), que, por razones a discutir, parecía un caso fácil y figura virtualmente en cada colección de este tipo. Luego, hojeé el excelente Existentialism de David Cooper, solo para darme cuenta de que el venerable profesor niega que Camus sea un existencialista, porque a diferencia de los demás autores, no es en absoluto su objetivo reducir o superar el sentido de alienación o de separación del mundo.(2) Extraño, porque yo hubiera pensado que el certero intento de comunicar esta sensación de alienación hubiera sido suficiente para garantizar una membresía en el club.

    Los existencialistas han estado siempre preocupados por las preguntas respecto del sentido mismo de la vida, preguntas que tienden a acentuarse cuando nos hemos deshecho de nuestro soporte tradicional.

    Complicando todavía más al asunto, muchos de los autores clasificados bajo este título no se pensaron de ninguna forma como filósofos, a pesar de que en general vas a encontrar cursos de existencialismo solo en los departamentos de filosofía. Por ejemplo, sería apropiado contar a Henry David Thoreau (1817-1862), un contemporáneo de Kierkegaard, como un existencialista, a pesar de que rara vez es incluido como tal en una antología o en un plan de estudios.

    A pesar de que no tenemos un cuerpo de credo unificado, una batería de temas conecta a este diverso grupo de piratas intelectuales. Los existencialistas han estado siempre preocupados por las preguntas respecto del sentido mismo de la vida, preguntas que tienden a acentuarse cuando nos hemos deshecho de nuestro soporte tradicional. Se ha argumentado (3) que las raíces del existencialismo fueron plantadas en cuanto la ciencia comenzó a desplazar a la fe, en lo que Max Weber llamó el desencanto de la naturaleza. Échenle la culpa a Copérnico, que despertó a la humanidad del sueño de que el Jardín del Edén está en el centro de la Tierra, de que la Tierra está en el centro del universo, con Dios observando la obra de la historia humana como en un teatro. Otra causa para la intriga existencial fue la emergencia de las naciones-Estado en Europa occidental, lo cual trajo consigo el quiebre del pulcro orden feudal de la sociedad, en el que cada uno entendía su lugar tanto en el cosmos como en la sociedad.

    En la era moderna, los periodos de cataclismo han sido siempre una bendición para el existencialismo. Luego de la matanza de la Primera Guerra Mundial, muchos se volvieron hacia los escritores que entendieron que la vida no era dictada por la razón, para que los ayudaran a entender o al menos a aferrarse a la locura. El interés por el existencialismo aumentó rápidamente después de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, cuando la humanidad probó nuevamente de lo que es capaz. Y, aun así, a mediados del siglo XX, al mismo tiempo que el existencialismo iba ganando popularidad, la filosofía analítica dominaba el gallinero en las universidades angloamericanas. Este modo de investigación se desarrolló a costas del positivismo lógico, un movimiento que comenzó en Austria con Rudolf Carnap y con la convicción de que cualquier proposición que no fuera comprobable no era digna de ser considerada. Los avances en la lógica formal dieron también un estímulo a esta mentalidad obstinada, una que convierte el estrés maniaco en lógica y claridad formales.

    Si nos adherimos a la distinción bíblica entre palabra y espíritu, el espíritu de la filosofía analítica era limpiar a la filosofía de todo lo que oliera a metafísica, preguntas sin respuesta sobre la naturaleza y los fundamentos del ser en sí mismo. Por lo que concernía a los fundamentalistas de esta escuela de pensamiento, cualquier cosa que no pudiera ser definida claramente era palabrería que era mejor abandonar o dejársela a los poetas.

    Recuerdo un seminario de posgrado en la Universidad de Pensilvania, un bastión de la filosofía analítica a principios de los ochenta. Antes de que comenzara una clase, nuestro renombrado profesor leyó en voz alta una frase de Kierkegaard, una frase que volverá a aparecer más de una vez en las páginas que siguen. Es una frase que encapsula el leitmotiv de este libro: El yo es una relación que se relaciona consigo misma, o dicho de otra manera: es lo que en la relación hace que ésta se relacione consigo misma.(4) Dejando el texto en la mesa, se rio entre dientes y se preguntó en voz alta con un dejo de genuina compasión: ¿Cómo podría una persona razonable tomarse en serio este plato de espagueti lleno de palabras? A pesar de que en ese tiempo era un estudiante novato y mayormente secreto del danés, no pude negar que la imagen del espagueti fue tan convincente que hasta Kierkegaard hubiera soltado una sonrisa.

    Si hubo un juicio que unió a los existencialistas fue la antipatía hacía la filosofía académica, con la notable excepción del profesor Martin Heidegger (1889-1976). Si bien obtuvo el equivalente de un doctorado en teología, Kierkegaard no fue nunca profesor. De hecho, no expresaba más que desdén por los academicistas, a los que percibía como construyendo castillos de abstracciones, mientras vivían en la perrera de al lado. Kierkegaard despreciaba a los profesores porque los consideraba parásitos que no tienen nada propio que decir, sino que se alimentan de los pensamientos de espíritus más creativos. El triunvirato existencial de Sartre, de Beauvoir y Camus era de prolíficos autores que no recibían cheques de las universidades. Nietzsche, el hombre que muy pronto renunció a su puesto de profesor en la Universidad de Basilea y que correctamente dijo de sí mismo: No soy un hombre, soy dinamita,(5) reprendía a aquellos con un gis en la mano por su falta de coraje y creatividad, lanzándoles insultos como momificadores conceptuales.

    Hay al menos dos ramas del existencialismo. La fenomenología existencial, una de las ramas, tiene su raíz principal en las preocupaciones epistemológicas acerca de lo que podemos y no podemos conocer. Proviene de la revolucionaria obra del filósofo judío-alemán Edmund Husserl (1859-1938). La epifanía que impulsó a la fenomenología emanó del maestro de Husserl, Franz Brentano (1838-1917). Brentano observó que, a diferencia de los objetos del mundo material, los eventos mentales —ideas, pensamientos y sentimientos— son intencionales; siempre refieren a algo más allá de ellos mismos. Por ejemplo, la imagen que tengo del pino junto a mi ventana refiere a algo fuera de la conciencia. En contraste, el pino en sí simplemente es y no refiere a nada. Dicho a la rápida, las ideas apuntan a algo, mientras

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