scasean en la historia de la literatura las obras escritas en vocativo. Interpelar a los otros es claramente una llamada, pero también un reto. , de alguna manera, lo hace en sus , aunque siguiendo un modelo epistolar. Bien, pues , desde el título mismo, también se atreve. Y lo ejecuta con un estilo renovador (máxime para un texto teóricamente cautivo en los feudos de la filosofía), pero de aires decimonónicos en unos casos y modernísimo en otros. Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que el resultado es pimpante. Las referencias infinitas, muestra de una cultura excelsa, resultan muy cuando apunta en . No cabe duda de que es un clásico, tanto por su calado como por su universalidad, pero huelga decir que los clásicos no tienen edad. Afirmar esto sería tanto como sorprenderse de los versos magníficos que tejió con los mismos años con los que un adolescente hoy se lobotomiza sin tregua en mano. Es, efectivamente, excepcional, pero no tan raro en la historia del arte. El talento tampoco tiene edad. Llama la atención, eso sí, verlo con nitidez en determinados segmentos de la existencia. Por otro lado, la prensa que critica Freire por ser a veces adocenante, sí acierta en algunos apelativos maximalistas, como cuando apunta que es el filósofo más influyente de su generación. Pocos describen como él las fallas o las grietas del sistema. Es tremendamente crítico, pero a la par conjuga brillantez, humor y amabilidad. Y, como muestra, valga este botón:
Arden las costumbres
Jul 04, 2022
3 minutos
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