Oficio y compromiso cívico: Memorias de un profesor universitario (1973-2015)
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Oficio y compromiso cívico - Josep Maria Jordán Galduf
PRÓLOGO
«Mis convicciones de otros tiempos las he cambiado por ideas y buenos deseos». Arturo García Igual: Entre esta España nuestra y la peregrina, 2.ª ed., p. 322.
No es habitual encontrar un libro de memorias como el que, querido lector, tienes a la vista. El profesor Josep María Jordán Galduf, de la Universitat de València, realiza un ejercicio de expresión múltiple. En este libro Josep María manifiesta sentimientos de fraternidad con todo ser viviente que se cruzó en su camino, y de cierta melancolía pero a la vez entusiasmo por una labor profesional realizada durante 42 años. Enuncia razonamientos coherentes, con un conocimiento profundo de la realidad económica de nuestro país, y con propuestas basadas en el sentido común y la solidaridad. Desborda respeto por la labor de muchas personas. ¡Tanto expresa!
Nuestro amigo Josep María (Pepe) se retira de la actividad académica. Lo dice él mismo: «tiene un final mi vida como profesor universitario». Y más adelante escribe: «la vida es una sucesión de generaciones». Y en el epílogo parece que nos da una pista: «a veces pienso que he escrito demasiado…».
Amigo Pepe, cuesta verte como alguien retirado. Aunque a lo mejor me equivoco y sigo viéndome atrapado en un esquema de objetivos y metas profesionales que no capta que ya has cumplido sobradamente con tu responsabilidad y que hay vida más allá de la universidad. ¿Y qué es ser universitario, después de todo?
En efecto, el profesor Josep María Jordán Galduf es un universitario. Así lo creemos quienes tuvimos el privilegio de compartir su amistad y momentos de reflexión. En mi caso, tuve la suerte de conocer al profesor Jordán a inicios de los noventa, en un periodo de mi carrera en el que su experiencia me ayudó mucho. Ser más joven que Josep María Jordán tiene sus ventajas, pues él es un buen maestro, y lo puedo afirmar como docente que soy de la Universitat Politècnica de València, al otro lado de la avenida Tarongers.
Gracias al profesor Jordán comprendí que trabajar en temas económicos del Mediterráneo, con mi especialización agraria, no era perder el tiempo, y me transmitió una visión sobre los problemas sociales de la región que acabará aceptándose tarde o temprano. La vocación por el desarrollo humano en el sur del Mediterráneo de Jordán se recordará cuando dejen de existir obstáculos físicos y políticos entre ambas orillas. Qué acierto tuviste, Pepe, al marcarnos ese camino, en una obra fecunda en artículos y libros, siempre orientada a superar las barreras de la integración euro-mediterránea a través de soluciones «por elevación», como a su vez te inspiró el maestro George Yannopoulos en la segunda mitad de los ochenta. Pienso que la obra de Jordán sobre esta materia debe releerse, pues sigue aportando puntos de encuentro necesarios.
Pero surgió otro punto de coincidencia cuando en 1997 mi padre, Arturo García Igual, representante del legado Manuel Castillo en el Patronat Sud-Nord de la Fundación General de la Universitat de València, me habló de un profesor de la Facultad de Economía que apreciaba los temas de agricultura en el Mediterráneo. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que se refería a Pepe Jordán. Esta casualidad resultó importante en mi vida por dos motivos. El primero, porque me estimuló a interesarme en la ingente labor de cooperación de la Universitat de València, respaldada por un grupo de intelectuales activistas de la paz y de la solidaridad. El segundo motivo fue que me ayudó a poner en valor el trabajo que mi padre había realizado como albacea de Diego Castillo Iglesias, quien aportó en su testamento la dotación inicial del Patronat. Arturo García había sido un luchador de esa España truncada por la Guerra Civil, un emprendedor en el exilio mexicano, y ahora desvelaba que seguía siendo un individuo inquieto, con proyectos en la etapa final de su vida. Pepe Jordán fue la primera persona ajena a mi familia que leyó las memorias de Arturo García Igual e impulsó su primera edición en 2005. A veces no apreciamos la labor de quienes tenemos cerca. Gracias, Pepe, por ayudarme a descubrirlo.
El libro de memorias de Josep María Jordán Galduf es algo más que una autobiografía. Es una rendición de cuentas ante la sociedad. Más allá de una lista de numerosos textos, lo que nos devuelve es una justificación de por qué fueron escritos. Y es un alegato. Por la independencia intelectual y por la defensa de la función social del profesor, de una especie de profesor que no respalda el sistema actual que fomenta la disciplina y no la rebeldía. Josep María ofreció un legado académico notable, siempre con fundamentos de gran altura en el área de la integración europea, y con un texto de referencia, Economía de la Unión Europea. Ha sido, además, un profesor vinculado a su entorno, como lo demuestran sus trabajos específicos sobre la comarca del Camp de Túria, y un gran divulgador y columnista, como reflejan sus aportaciones en Saó y en Levante-EMV, entre muchas otras publicaciones.
Josep María Jordán deja una obra relevante, pero puede recordarse por pequeños actos que lo sitúan como pionero de una manera de entender la universidad basada en la colaboración y en el trabajo en red. En cierta medida, es un precursor del VLC-Campus, de esa alianza de las universidades públicas del área metropolitana de Valencia. Quizá anecdótico, pero ilustrativo de esa vocación, fue su docencia en el grupo internacional de Economía de la Unión Europea. Coincidía semestralmente con mi grupo de Economía Mundial en mi universidad. Y tomamos como costumbre intercambiarnos una clase al año, él en la Politécnica y yo en la Facultat. Nadie nos obligaba, y ello pertenece al tipo de iniciativas que no son recogidas en los indicadores individuales de actividad académica. Pero siempre en esta colaboración, como en otras, el objetivo final de Jordán y el mío era el de motivar a nuestros alumnos a través de un concepto tan actual como la fertilización cruzada.
Jordán ha sido (y es) un profesor comprometido políticamente, sobre todo en el ámbito municipal de Liria, siendo alcalde de esa ciudad durante los albores difíciles de la democracia en la España de la transición. Hace un buen ejercicio de memoria histórica. La transición española merece respeto y no resultó necesariamente de pactos de dominación, sino de generosidad y pasión por una nueva historia que relegara la dictadura y el enfrentamiento. D’un temps que será el nostre…, dice la canción de Raimon. Muchos lo creímos y lo intentamos practicar. Jordán representa el mejor saber intelectual de la transición. De una transición que muchos contribuyeron a impulsar. Pero, como muchos otros, Jordán no eligió apropiarse de ella, sino contribuir de buena fe al debate económico e institucional de España. La historia del cambio político no es de renuncias, sino de una intensa controversia intelectual que ha quedado algo dejada de lado por la urgencia de la crisis actual. Debemos revisar el sistema político español en aspectos fundamentales, pero no por ello renegar de la labor de personas que intentaban hacer bien su trabajo, con responsabilidad, y que requieren toda nuestra consideración. Toda una generación que menciona Jordán, con nombres y apellidos.
Sería imposible resumir la obra de Josep María Jordán en breves párrafos y por ello recomiendo la lectura de sus memorias. Es destacable su contribución a la economía de la integración, con estudios relevantes en el momento en que se analizaba la adhesión de España al proceso europeo. Siempre fue por delante en desgranar, de manera consciente y clara, los mitos de la integración en el espacio euro-mediterráneo. Como él mismo apunta, su visión de la realidad económica fue evolucionando desde la comprensión de la combinación de elementos de distintos paradigmas, con lucidez en la detección de las deficiencias estructurales de la economía española. Siempre de manera ajena al oportunismo político y con una firmeza intelectual congruente con su elegancia al exponer sus argumentos, soportados por evidencias.
Quienes hemos leído y escuchado a Jordán podemos dar fe de tres atributos. Uno, muy evidente para sus lectores: claridad, concisión, profundidad, un prodigio de escritor. Lo anota todo y trabaja en trenes y aviones. Y aporta obras no técnicas y entrañables en castellano y catalán, como Cartes a Judes, entre otras. Leyéndolo, nos conocemos mejor a nosotros mismos y encontramos sentido a las cosas.
El segundo atributo es su vocación internacional, siempre insatisfecho con sus límites, ansioso por aprender de sus referentes académicos y con un buen dominio del inglés en una época en la que a los profesores les costaba expresarse en esa lengua.
El tercero es su capacidad de compartir sus lecturas con sus amigos y lectores. La historia de Pepe se puede escribir a través de los libros que ha leído y que has leído porque él los ha leído. Y es que resulta admirable su capacidad de recordar lo que lee y sobre todo, dónde lo leyó y qué impacto tuvo su lectura en cada momento de su vida.
Este prólogo puede parecer un panegírico de Pepe Jordán. Pero lo es más de una generación que aportó lo suyo para hacer este país mejor de lo que cree ser. Y de una manera de entender la universidad que supone sentar bases de madurez y responsabilidad en investigadores y estudiantes.
El sistema no siempre fue justo con Pepe Jordán, lo que se trasluce en algunos fragmentos de sus memorias que él expone sin rencor. Cuenta que uno de sus leiv-motivs es la canción Resistiré. Jordán resistió a las presiones de obedecer algunas imposiciones incomprensibles. Y al ser como es no se equivocó, lo que deseo expresar con contundencia. Como profesor ha sido muy apreciado en el entorno español, pero también en el ámbito europeo, como muestra su participación en el grupo de asesores externos deThe European Report on Development en 2010, elaborado por la Comisión Europea.
Este libro no es solo autobiográfico, sino también biográfico, pues muchas personas se verán reflejadas en su historia y les encantará recordar sus hechos a través de sus colaboraciones con Josep Maria Jordán Galduf.
Querido Pepe, si vuelves a escribir no te reprocharé que no te retires.
JOSÉ MARÍA GARCÍA ÁLVAREZ-COQUE
Valencia, noviembre de 2014
INTRODUCCIÓN
¿Dónde estamos ahora?, «Where are we now?», se preguntaba en 2013 el cantante británico de las mil caras, David Bowie, en una de sus últimas canciones, como una despedida. Y eso también me pregunto yo aquí, cuando termina mi carrera en plena madurez y parece que me pierdo gradualmente en el camino del tiempo: ¿dónde estamos ahora?
Estas son mis memorias como profesor universitario durante los cuarenta y dos años que van de 1973 a 2015. Como acertó a decir hace tiempo Antonio Tabucchi, «una vida no se escribe, se vive». Aun así, yo he querido mostrar aquí mi labor como docente e investigador. Ello me permitirá descubrir a la vez el rastro de numerosas personas que, de un modo u otro, apoyaron esa actividad y me hicieron mucho bien. Evidentemente, no es un relato completo de aquello que he vivido como profesor. Toda narración es siempre selectiva, y lamento que habrá compañeros que dejaré de nombrar, aun cuando les guardo admiración y afecto.
No quiero aparecer en estas memorias ni como un héroe ni como un antihéroe. Todos tenemos unas determinadas capacidades para nuestro trabajo y todos hemos vivido nuestras propias experiencias. Cuando yo era joven me gustaba jugar al baloncesto. Soy más bien bajito, y tampoco he tenido nunca un gran tiro a distancia. Sin embargo, tenía una buena visión del juego, era rápido y buen pasador. Como profesor universitario, no creo haber tenido una inteligencia privilegiada ni unas especiales dotes para la investigación, pero sí una buena intuición, una gran capacidad de trabajo y una verdadera vocación docente. También un cierto sentido de la responsabilidad social y del compromiso cívico.
¿Dónde estamos ahora? El tiempo pasa y son muchas las cosas que van quedando atrás. De pronto, uno siente que él mismo comienza a alejarse de forma ineludible. Cada cual es hijo de su tiempo, de la época que le ha tocado vivir, y es allí donde se reconoce y se siente alguien. Sin embargo, también es verdad que existe un puente permanente entre las sucesivas generaciones, y reconocemos en nosotros la herencia de otras personas que nos precedieron en el tiempo.
«Somos lo que dejamos en los otros», dijo en cierta ocasión la escritora mexicana Ángeles Mastretta. Yo también lo creo así. Los seres humanos imprimimos nuestra huella los unos en los otros, a veces de forma positiva y otras de manera negativa. Yo quiero acordarme aquí, sobre todo, de las cosas positivas, y expresar mi gratitud a todas aquellas personas que dejaron en mí una influencia que me ha hecho ser un poco mejor. Deseo igualmente que el rastro que pueda dejar mi propia conducta haya sido beneficioso para alguien.
No, no pretendo hacer aquí ningún ejercicio de reflexión sobre la evolución de la Universidad, tal como lo hizo, por ejemplo, Jordi Llovet en su libro Adiós a la universidad, escrito con motivo de su jubilación como profesor. Al menos no de una forma directa y explícita. Coincido con él, sin embargo, en sentir que en la actualidad se vive bajo una cierta tiranía del presente, como si el pasado no explicase la hora actual y se reinventara el mundo en cada momento. Ello entraña mucha ignorancia y estupidez, y según Llovet se debe en buena medida a la pérdida de peso de las humanidades en los distintos niveles educativos.
En mi caso, me he manifestado también en alguna ocasión en defensa de la Filosofía y del sentido que esta le aporta a la Economía. No puedo olvidar, por ejemplo, cuánto influyó el profesor Ernest Lluch en que los economistas de mi generación nos interesáramos por la historia del pensamiento económico. Dicha historia es, en realidad, la historia de las controversias entre sus distintos paradigmas y planteamientos teóricos a lo largo del tiempo. De hecho, es a través de estas controversias como ha avanzado la Economía como disciplina en los dos últimos siglos y medio de existencia.
¿Y cuál es el objeto de esa ciencia social que yo elegí personalmente como carrera universitaria en 1968? Según Sylvia Nasar, y estoy bastante de acuerdo con ella, la gran búsqueda de la Economía ha sido convertir a la humanidad en dueña de sus circunstancias materiales para contribuir así a su mejor bienestar social. Con todo, es cierto también que ha habido y sigue habiendo grandes discrepancias sobre cómo debe hacerse esto.
Pero no es este el momento para seguir tratando este tema. ¿Dónde estamos ahora? Hace ya tiempo que siento el aliento de una nueva generación que empuja con fuerza para ocupar profesionalmente su sitio. Es natural, y prefiero, pues, retirarme discretamente. Escribo estas memorias principalmente para mí mismo, para fijar mi posición en el transcurso del tiempo, a modo de despedida personal. Aun así, quizá puedan ser también de interés para otras personas. En este caso, me sentiré realmente muy complacido.
I. APRENDER EL OFICIO EN TIEMPO DE CAMBIOS (1973-1984)
El espejo de la orla
Por fin me he decidido a desembalar la orla de final de carrera. Pone en ella: Universidad de Valencia, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Promoción 1968-1973. Tal como la recibí entonces, la tenía guardada y empaquetada aún en un rincón de la casa. Ahora he querido abrirla para ver los rostros de aquellos compañeros de estudios de quienes guardo un recuerdo muy especial, algunos fallecidos ya. Por qué lo hago, no lo sé. Quizá por pura nostalgia. O quizá porque, como decía antes, con el paso del tiempo el ayer nos parece más vivo y más nuestro que el propio presente, y queremos agarrarlo para que no se nos escape del todo.
Veo en aquella orla a jóvenes de distintos estratos sociales. Algunos, como yo, chicos de pueblo y de familia más bien modesta: José Luis Faguás Martín (de Paterna), Paco Almela (de Benaguasil), Virgilio Gómez Labrado (de Riola), Ezequiel Labernia (de Sant Mateu)… También personas que con el devenir de los años se convertirán en destacados profesionales y dirigentes de empresa. El caso de mayor éxito es, sin duda, el de Juan Roig, presidente de Mercadona, junto a su mujer, Hortensia Herrero, que aparece igualmente en la orla. Hay a su vez unos cuantos compañeros que elegirán, como yo, la carrera académica: Francisco Pérez (director académico desde hace muchos años del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas), Ernest Reig, Andrés García Reche, José Antonio Martínez Serrano, Josep Sorribes (todos ellos profesores de la Universidad de Valencia), Constantino Martínez Gallur (que se marchó a la Universidad de Murcia y ya falleció), Ignacio Jiménez Raneda (que fue rector de la Universidad de Alicante)…
Sobre aquellos años de estudios, a finales de los sesenta y principios de los setenta, escribí en el libro Cartes a Judes, publicado por la editorial Saó en 2000. La nuestra fue una de las primeras promociones (la tercera) de la recién creada Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valencia. Finiquitaba el franquismo y diversos movimientos sociales empujaban entonces hacia la transición democrática en España. La facultad inició sus pasos en el Convento de Mercedarios del barrio del Carmen, pasó por unas aulas en la antigua Facultad de Derecho y después ocupó la sede histórica de la Universidad en la calle de la Nave. Por fin, en la primavera de 1973, cuando acabábamos quinto de carrera, se estrenó el edificio de la Avenida de Blasco Ibáñez que hoy ocupa la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación.
La etapa de formación universitaria suele ser muy importante, en general. Los jóvenes de mi generación forjamos allí grandes sueños. Yo vivía entonces en un piso de la calle Matías Perelló de Valencia, junto a otro estudiante de la facultad que se convirtió en un gran amigo para siempre: José Vicente Pérez Cerverón (de Casinos). Al margen de las clases y del material docente, estaban las lecturas de todo tipo (revistas, novelas, ensayos) y otras actividades (conferencias, seminarios, cine) que completaban nuestra formación y alimentaban nuestros sueños.
Recuerdo a la mayoría de mis profesores. Entre ellos, influyeron quizá más en mi formación algunos como José Jiménez Blanco, Jordi Nadal Oller, Rafael Martínez Cortiña, Miguel Olmeda, Ernest Lluch, Emèrit Bono, Manuel Sánchez Ayuso, Alejandro Lorca... ¿Cuántos de mis alumnos, tras cuarenta y dos años de docencia, se acordarán también de mí y me mencionarán entre los profesores que han ejercido tal vez una buena influencia en ellos?
Por cierto, en mis presentaciones del libro Cartes a Judes, en el año 2000, era frecuente la pregunta de quién era Judas. Me interesaba la ambigüedad en el título, y hacer pensar que pudiera tratarse de un símbolo de la traición como elemento clave en mi ensayo. Pero la verdad es que no me refería al Judas traidor del Nuevo Testamento, sino a Antonio Judas Moreno, un amigo jesuita, algo mayor que yo, a quien conocía desde la adolescencia. A ese viejo amigo le participaba en