La sabiduría de la vida (traducido)
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Profundo defensor de la fuerza de voluntad y la deliberación racional, Arthur Schopenhauer creía que la felicidad y la satisfacción completas eran inalcanzables. Este ensayo de su última obra, Parerga und Paralipomena (1851), examina cómo descubrir el mayor grado posible de placer y éxito y sugiere pautas para vivir la vida en plenitud.
Arthur Schopenhauer
Nació en Danzig en 1788. Hijo de un próspero comerciante, la muerte prematura de su padre le liberó de dedicarse a los negocios y le procuró un patrimonio que le permitió vivir de las rentas, pudiéndose consagrar de lleno a la filosofía. Fue un hombre solitario y metódico, de carácter irascible y de una acentuada misoginia. Enemigo personal y filosófico de Hegel, despreció siempre el Idealismo alemán y se consideró a sí mismo como el verdadero continuador de Kant, en cuyo criticismo encontró la clave para su metafísica de la voluntad. Su pensamiento no conoció la fama hasta pocos años después de su muerte, acaecida en Fráncfort en 1860. Schopenhauer ha pasado a la historia como el filósofo pesimista por excelencia. Admirador de Calderón y Gracián, tradujo al alemán el «Oráculo manual» del segundo. Hoy es uno de los clásicos de la filosofía más apreciados y leídos debido a la claridad de su pensamiento. Sus escritos marcaron hitos culturales y continúan influyendo en la actualidad. En esta misma Editorial han sido publicadas sus obras «Metafísica de las costumbres» (2001), «Diarios de viaje. Los Diarios de viaje de los años 1800 y 1803-1804» (2012), «Sobre la visión y los colores seguido de la correspondencia con Johann Wolfgang Goethe» (2013), «Parerga y paralipómena» I (2.ª ed., 2020) y II (2020), «El mundo como voluntad y representación» I (2.ª ed., 2022) y II (3.ª ed., 2022) y «Dialéctica erística o Arte de tener razón en 38 artimañas» (2023).
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La sabiduría de la vida (traducido) - Arthur Schopenhauer
ÍNDICE DE CONTENIDOS
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. DIVISIÓN DE LA MATERIA
CAPÍTULO 2. LA PERSONALIDAD, O LO QUE ES UN HOMBRE
CAPÍTULO 3. LA PROPIEDAD, O LO QUE EL HOMBRE TIENE
CAPÍTULO 4. POSICIÓN, O EL LUGAR DE UN HOMBRE EN LA ESTIMACIÓN DE LOS DEMÁS
LA SABIDURÍA DE LA VIDA
ARTHUR SCHOPENHAUER
1890
INTRODUCCIÓN
En estas páginas hablaré de La Sabiduría de la Vida en el sentido común del término, como el arte, a saber, de ordenar nuestras vidas para obtener la mayor cantidad posible de placer y éxito; un arte cuya teoría puede llamarse Eudaemonología, pues nos enseña cómo llevar una existencia feliz. Tal existencia podría definirse como aquella que, considerada desde un punto de vista puramente objetivo, o, más bien, después de una reflexión fría y madura -pues la cuestión implica necesariamente consideraciones subjetivas-, sería decididamente preferible a la no existencia; lo que implica que deberíamos aferrarnos a ella por su propio bien, y no simplemente por el miedo a la muerte; y además, que nunca nos gustaría que llegara a su fin.
Ahora bien, si la vida humana corresponde, o podría corresponder, a esta concepción de la existencia, es una pregunta a la que, como es sabido, mi sistema filosófico da una respuesta negativa. En la hipótesis eudaemonista, sin embargo, la pregunta debe responderse afirmativamente; y he demostrado, en el segundo volumen de mi obra principal (cap. 49), que esta hipótesis se basa en un error fundamental. En consecuencia, al elaborar el esquema de una existencia feliz, he tenido que renunciar por completo al punto de vista metafísico y ético más elevado al que conducen mis propias teorías; y todo lo que diré aquí se basará en cierta medida en un compromiso; es decir, en la medida en que adopte el punto de vista común de todos los días y abrace el error que está en el fondo. Mis observaciones, por lo tanto, sólo tendrán un valor cualificado, ya que la propia palabra eudaemonología es un eufemismo. Además, no pretendo ser exhaustivo; en parte porque el tema es inagotable, y en parte porque, de lo contrario, tendría que repetir lo que ya han dicho otros.
El único libro compuesto, que yo recuerde, con un propósito semejante al que anima esta colección de aforismos, es el De utilitate ex adversis capienda, de Cardan, cuya lectura merece la pena y puede servir de complemento al presente trabajo. Aristóteles, es cierto, tiene algunas palabras sobre la eudaemonología en el capítulo quinto del primer libro de su Retórica; pero lo que dice no llega a mucho. Como la compilación no es mi negocio, no he hecho uso de estos predecesores; más aún, porque en el proceso de compilación se pierde la individualidad del punto de vista, y la individualidad del punto de vista es el núcleo de las obras de este tipo. En general, en efecto, los sabios de todas las épocas han dicho siempre lo mismo, y los necios, que en todos los tiempos forman la inmensa mayoría, han actuado también a su manera, y han hecho justo lo contrario; y así seguirá siendo. Porque, como dice Voltaire, dejaremos este mundo tan necio y tan malvado como lo encontramos a nuestra llegada.
CAPÍTULO 1. DIVISIÓN DE LA MATERIA
Aristóteles1 divide las bendiciones de la vida en tres clases: las que nos vienen de fuera, las del alma y las del cuerpo. No manteniendo nada de esta división más que el número, observo que las diferencias fundamentales de la suerte humana pueden reducirse a tres clases distintas:
(1) Lo que es un hombre: es decir, la personalidad, en el sentido más amplio de la palabra; bajo la cual se incluyen la salud, la fuerza, la belleza, el temperamento, el carácter moral, la inteligencia y la educación.
(2) Lo que un hombre tiene: es decir, propiedades y bienes de todo tipo.
(3) Cómo se encuentra un hombre en la estimación de los demás: por lo que debe entenderse, como todo el mundo sabe, lo que un hombre es a los ojos de sus compañeros, o, más estrictamente, la luz en la que lo consideran. Esto se demuestra por la opinión que tienen de él; y su opinión se manifiesta a su vez por el honor que se le tiene, y por su rango y reputación.
Las diferencias que se encuentran bajo el primer título son las que la propia naturaleza ha establecido entre el hombre y el hombre; y sólo de este hecho podemos deducir inmediatamente que influyen en la felicidad o infelicidad de la humanidad de una manera mucho más vital y radical que las contenidas bajo los dos títulos siguientes, que son meramente el efecto de los arreglos humanos. En comparación con las ventajas personales genuinas, como una gran mente o un gran corazón, todos los privilegios de rango o nacimiento, incluso de nacimiento real, no son más que como reyes en el escenario, para los reyes en la vida real. Lo mismo dijo hace tiempo Metrodoro, el primer discípulo de Epicuro, que escribió como título de uno de sus capítulos: La felicidad que recibimos de nosotros mismos es mayor que la que obtenemos de nuestro entorno.2 Y es un hecho evidente, que no se puede poner en duda, que el elemento principal del bienestar de un hombre -en realidad, de todo el tenor de su existencia- es aquello de lo que está hecho, su constitución interior. Porque ésta es la fuente inmediata de la satisfacción o insatisfacción interior que resulta de la suma de sus sensaciones, deseos y pensamientos; mientras que el entorno, por el contrario, sólo ejerce sobre él una influencia mediata o indirecta. Por eso los mismos acontecimientos o circunstancias externas no afectan a dos personas por igual; incluso con un entorno perfectamente similar, cada uno vive en un mundo propio. Porque el hombre sólo tiene una percepción inmediata de sus propias ideas, sentimientos y voliciones; el mundo exterior sólo puede influir en él en la medida en que le da vida. El mundo en el que vive un hombre se configura principalmente por la forma en que lo mira, y así resulta diferente para los distintos hombres; para uno es estéril, aburrido y superficial; para otro es rico, interesante y lleno de significado. Al oír hablar de los acontecimientos interesantes que han sucedido en el curso de la experiencia de un hombre, muchas personas desearán que cosas similares hayan sucedido también en sus vidas, olvidando completamente que deberían envidiar más bien la aptitud mental que prestó a esos acontecimientos la significación que poseen cuando él los describe; para un hombre de genio fueron aventuras interesantes; pero para las percepciones aburridas de un individuo ordinario habrían sido sucesos rancios y cotidianos. Este es el caso de muchos de los poemas de Goethe y Byron, que obviamente se basan en hechos reales; donde un lector insensato puede envidiar al poeta porque le ocurrieron tantas cosas deliciosas, en lugar de envidiar ese poderoso poder de fantasía que fue capaz de convertir una experiencia bastante común en algo tan grande y hermoso.
Del mismo modo, una persona de temperamento melancólico convertirá en escena de una tragedia lo que para el hombre sanguíneo sólo aparece a la luz de un conflicto interesante, y para un alma flemática como algo sin ningún significado; - todo ello se basa en el hecho de que todo acontecimiento, para ser realizado y apreciado, requiere la cooperación de dos factores, a saber, un sujeto y un objeto, aunque éstos estén tan estrecha y necesariamente conectados como el oxígeno y el hidrógeno en el agua. Por lo tanto, cuando el factor objetivo o externo de una experiencia es realmente el mismo, pero la apreciación subjetiva o personal del mismo varía, el acontecimiento es tan diferente a los ojos de diferentes personas como si los factores objetivos no hubieran sido iguales; porque para una inteligencia embotada, el objeto más bello y mejor del mundo sólo presenta una realidad pobre, y por lo tanto sólo se aprecia pobremente - como un buen paisaje en un tiempo aburrido, o en el reflejo de una mala cámara oscura. En lenguaje llano, todo hombre está reprimido dentro de los límites de su propia conciencia, y no puede ir directamente más allá de esos límites, como tampoco puede ir más allá de su propia piel; así que la ayuda externa no le sirve de mucho. En el escenario, un hombre es un príncipe, otro un ministro, un tercero un sirviente o un soldado o un general, y así sucesivamente - meras diferencias externas: la realidad interna, el núcleo de todas estas apariencias es el mismo - un pobre jugador, con todas las ansiedades de su suerte. En la vida ocurre lo mismo. Las diferencias de rango y de riqueza dan a cada hombre su papel, pero esto no implica de ninguna manera una diferencia de felicidad y de placer interior; aquí, también, hay el mismo ser en todos: un pobre mortal, con sus dificultades y problemas. Aunque estos pueden, en efecto, proceder en cada caso de causas diferentes, son en su naturaleza esencial muy parecidos en todas sus formas, con grados de intensidad que varían, sin duda, pero que no corresponden en absoluto al papel que un hombre tiene que desempeñar, a la presencia o ausencia de posición y riqueza. Puesto que todo lo que existe o sucede para un hombre existe sólo en su conciencia y sucede sólo para ella, lo más esencial para un hombre es la constitución de esta conciencia, que es en la mayoría de los casos mucho más importante que las circunstancias que van a formar su contenido. Todo el orgullo y el placer del mundo, reflejados en la conciencia aburrida de un tonto, son pobres en verdad comparados con la imaginación de Cervantes escribiendo su Don Quijote en una prisión miserable. La mitad objetiva de la vida y de la realidad está en manos del destino y, por tanto, adopta diversas formas en los distintos casos: la mitad subjetiva somos nosotros mismos y, en lo esencial, sigue siendo siempre la misma.
De ahí que la vida de cada hombre esté marcada por el mismo carácter en todo momento, por mucho que cambien sus circunstancias externas; es como una serie de variaciones sobre un mismo tema. Nadie puede ir más allá de su propia individualidad. Un animal, en cualquier circunstancia que se le coloque, permanece dentro de los estrechos límites a los que la naturaleza lo ha consignado irrevocablemente; de modo que nuestros esfuerzos para hacer feliz a un animal doméstico deben mantenerse siempre dentro del ámbito de su naturaleza, y restringirse a lo que puede sentir. Lo mismo sucede con el hombre; la medida de la felicidad que puede alcanzar está determinada de antemano por su individualidad. Esto es especialmente cierto en el caso de las facultades mentales, que fijan de una vez por todas su capacidad para las clases superiores de placer. Si estas facultades son escasas, ningún esfuerzo exterior, nada de lo que puedan hacer por él sus semejantes o la fortuna, bastará para elevarlo por encima