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Crítica y homenaje del entendimiento: (I)
Crítica y homenaje del entendimiento: (I)
Crítica y homenaje del entendimiento: (I)
Libro electrónico817 páginas18 horas

Crítica y homenaje del entendimiento: (I)

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Aquí se hace borrón y cuenta nueva a toda nuestra cultura. Sólo se perdona a Tales de Mileto, porque Tales descubrió qué es la Razón, y razonando con esa Razón se revelan cosas extraordinarias. A partir de este libro todo nuestro conocimiento del mundo cambiará sutil pero radicalmente: la filosofía, la ciencia, la sociología, la política y la religión ya nunca volverán a ser lo que son ahora. También cambiará el concepto que tenemos de nosotros mismos, de lo que es nuestra vida y de lo que es nuestra muerte. Las mujeres quedarán encantadas de descubrir su verdadero papel en el orden del Cosmos, y los científicos descubrirán por fin qué es la Realidad. Y hay mucho más.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2018
ISBN9788417436940
Crítica y homenaje del entendimiento: (I)
Autor

Lucifer Racional

El autor nació en 1956 en Villanueva de la Serena (Badajoz); estudió primaria en los Escolapios de Barbastro (Huesca). Con diez años llegó a Madrid, donde hizo el instituto y su primera carrera en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación de Madrid; de cuando esta carrera eran seis años, y casi otro año el proyecto fin de carrera. Trabajó cuatro años para Marconi Española haciendo proyectos de radiocomunicación, y luego fue uno de los ingenieros de Telefónica que desarrollaron la implantación de las primeras redes de telefonía móvil en España. Más tarde estudió Psicología en la UNED, aunque nunca la ejerció (al menos, de forma remunerada). Los últimos años de su vida profesional trabajó en la creación de planta de Telefónica en Asturias. Durante los últimos cinco años ha escrito un increíble libro de filosofía fundamental.

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    Crítica y homenaje del entendimiento - Lucifer Racional

    Lucifer Racional

    Crítica y homenaje

    del

    entendimiento

    (I)

    Crítica y homenaje del entendimiento (I)

    Lucifer Racional

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Lucifer Racional, 2018

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Motivo de cubierta El Nacimiento de Venus., del pintor Alexander Cabanel , 1863. Musée d'Orsay.

    Licencia: Dominio Público.

    © 2018 Imagen obtenida de archivo Wikipedia, según las claúsulas de la licencia Wikimedia Commons.

    universodeletras.com

    Primera edición: mayo, 2018

    ISBN: 9788417436063

    ISBN eBook: 9788417436940

    «Cuatro cosas no valen nada si no son participadas:

    el placer, el saber, el dinero, y el coño de la mujer...»

    Francisco Delicado

    Retrato de la Lozana andaluza

    Venecia, 1528

    «Lo que es, es, y lo que no sea, no se diga»

    Dicho popular

    Nota previa

    Una filosofía es fundamentalmente un marco conceptual desde el que entender el mundo. Claro que si un filósofo quiere explicar a la gente su marco conceptual no puede hacerlo desde su propio marco conceptual, por lo menos no desde el principio, sino que tiene que referirlo al marco conceptual de su cultura, dado que si no lo hace así su discurso resulta ininteligible.

    Así que el primer problema con el que se enfrenta un filósofo es el de la inteligibilidad de su discurso, y no sólo por parte de la gente, sino también por parte de él mismo, dado que si él mismo entiende lo que dice es porque lo refiere también al marco de su cultura, o al menos, al marco de los conceptos básicos en los que fue educado; por mucho que luego los modifique en alguna medida como fruto de sus particulares reflexiones sobre ellos, creando así su propio marco filosófico.

    El concepto más básico de nuestra cultura y de todos nuestros discursos es el de 'ser', porque de lo que no es algo, es decir, de lo que es un sinsentido, también es un sinsentido hablar de ello o utilizarlo para hablar de otra cosa. De lo que no es algo nada puede decirse.

    Pero hay muchos otros conceptos básicos de los que también vamos a hablar aquí: verdad, Razón, Realidad, apariencias,… Este libro habla de muchas cosas, pero su verdadera importancia radica en que habla de las cosas fundamentales.

    Tan fundamentales son que veremos que afectan a todos los asuntos humanos y divinos. Incumben a la biología, a la psicología, a la sociología, a la política, a la religión, a la filosofía, a la historia, a la ciencia, a las matemáticas, a la lógica… Atañen a nuestras fantasías y nuestro libre albedrío, a las leyes de la física, a la astronomía, a la mecánica cuántica, a los átomos, a los quarks, a las supercuerdas, a las estrellas, al caos, al cosmos, al universo y a la historia del universo.

    Son cosas que veremos que afectan incluso a nuestros instintos fundamentales, a la estructura de nuestra mente y de nuestras sociedades, al matriarcado y el patriarcado, a la locura y a la cordura, a la libertad y a la esclavitud, al espacio y al tiempo, a lo posible y a lo imposible, a lo absurdo y a la verdad absoluta. Conciernen a la existencia y a las apariencias, a la muerte y a la vida eterna. Una lista que no es exhaustiva, y de hecho falta en ella lo principal: que también conciernen y mucho a nuestra felicidad.

    En resumidas cuentas, aquí se habla de cuatro grandes grupos de cosas. En el tomo I hablaremos primero de los fundamentos de la razón, y luego de lo que fundamentalmente existe, es decir, de lo que subyace desde a la más pequeña partícula elemental hasta al universo entero. Y en el tomo II hablaremos primero de los fundamentos de la vida y de la conducta de los seres vivos, de su estética y su ética; y después de los fundamentos de la conducta social, lo que incluye a las religiones y a los sistemas políticos, y por lo tanto, a las estéticas y las éticas virtuales de los seres humanos. Lo verdadero, lo real, lo bello, lo bueno, lo biológico, lo psicológico, lo político y lo religioso se dan pues aquí la mano.

    Este texto habla de cosas que son tan importantes que afectan a todo y por lo tanto que afectan al Todo. Y la imagen que nos dan del Todo es tan distinta a la que nos ofrece nuestra cultura, que el lector va a necesitar mucho dominio de sus emociones para no irritarse conmigo. Lo cual le mostrará, mejor que cualquier discurso, que no le resulta fácil refutar lo que digo, pero sobre todo que no trato de seducirle a través de sus emociones sino, como mucho, a través de su entendimiento.

    Por eso, antes de empezar siquiera con el preámbulo de este libro, quiero avisar al lector de que considero que aunque todas las personas sean respetables, tengan estas personas las ideas que tengan, también considero que ninguna idea de nadie es respetable; tampoco las mías, por supuesto. Así que si el lector exige respeto por sus ideas, le invito cordialmente a que no siga leyendo, porque aquí no sólo no va a encontrar ningún respeto por ellas, sino que lo más probable es que encuentre una opinión contraria.

    Me veo en la necesidad de denunciar que la gazmoñería de nuestra época hace equivalente la tolerancia con el respeto, cuando resulta que son cosas muy distintas. Así que mientras que es perfectamente razonable y civilizado el tolerar que los otros tengan las ideas que les dé la gana, por lo mismo esos otros tendrán que tolerar también que nosotros tengamos las nuestras. Y resulta que las nuestras y las suyas pueden contradecirse, lo que implica que es inevitable que unas nieguen a las otras, y que por lo tanto que no se respeten entre sí.

    Tolerar las ideas de otro es no oponerse a que ese otro tenga sus propias ideas, pero respetar las ideas de otro puede significar poner una mordaza a las nuestras. Ahora bien, si conocemos las ideas de otro es porque ese otro no les puso mordaza alguna, lo cual hace equitativo y justo el que tampoco nosotros se la pongamos a las nuestras.

    Se percatará el lector de que quizá comienzo mal. De que al contrario de lo que se hace al comienzo de todos los libros, no estoy tratando de ganármelo con todas mis fuerzas para que siga leyéndolo, sino más bien de ponerle en guardia contra lo que va a leer.

    La razón de ello es que no pretendo hablar con sus emociones sino con su entendimiento, y quisiera que esto quedara claro desde el principio, a pesar de algunas licencias poéticas que también me tomo.

    Antes de nada, este es un libro lúdico, escrito con y para el disfrute del entendimiento de su autor, el cual pretende amplificar su felicidad compartiéndola con otros entendimientos que sepan disfrutar de ideas muy contrarias a las que les han enseñado.

    A pesar de mis libertades estéticas, que indudablemente hablan más de mis particulares sentimientos que de otra cosa, estas páginas son en lo fundamental un intento de mi entendimiento de comunicar a otros entendimientos una parte muy importante de mis conocimientos. No trata de persuadir a las emociones del lector a que tomen por verdadera una cosa u otra. La seducción emocional queda para los poetas, los políticos, los economistas, los músicos, los sacerdotes, y otros mentirosos profesionales. Así que pido perdón a aquellos a los que molesten mis ligerezas literarias. No sé escribir de otro modo y divertirme al mismo tiempo.

    Pero pronto verá el lector que el núcleo de lo que digo son verdades fundamentales por derecho propio. Unas verdades fundamentales que creo que no tengo derecho a mantener en secreto porque pienso que todo el mundo tiene derecho a conocerlas. Creo que pertenecen a todos y por lo tanto me siento obligado a compartirlas con todos.

    Cuando un ser humano considera haber descubierto algo que puede interesar a otro ser humano, nuestra cooperativa biología le impulsa a comunicárselo; le guste a ese otro la noticia o no le guste. No hacerlo sería ignorar que todos vamos en el mismo barco de la vida, sería una falta de respeto por los demás y una cobarde autoenajenación de la especie humana.

    Naturalmente, es imposible ignorar por completo al sistema emocional, es evidente que es precisamente él quien empuja a mi entendimiento a realizar esta tarea, quien la dota de pasión y de entusiasmo, y en consecuencia… también de licencias poéticas.

    Pero lo importante es que no pase de ahí, es decir, que además de impulsarme a decir lo que pienso no se inmiscuya también en el contenido de lo que pienso, y como mucho sólo intervenga en la forma de expresarlo, en su adorno.

    El lector sólo podrá juzgar adecuadamente con su propio entendimiento si he conseguido o no mi objetivo, pero si lo juzga sólo con sus emociones su conclusión no tendrá ningún valor para ningún entendimiento, incluido el suyo.

    Y lo mejor de hablar con entendimientos y no con sistemas emocionales es, sin duda, que la responsabilidad del resultado de la comunicación es tanto del lector como mía, lo que me libera de la obligación de no inducirle a algún error. Sí, ya sé, esto mismo hizo Pilatos. Espero que a mí no se me maldiga también durante siglos por el simple hecho de intentar ser razonable.

    Por otra parte… es fácil de saber qué es lo que hay detrás de esa obsesiva búsqueda del respeto de sus ideas: esos que viven de las supersticiones políticas, económicas o religiosas, que no les gusta que critiquen sus necias afirmaciones porque les quitan parroquianos.

    Bueno, también los hay que han sido tan abducidos y alienados que no soportan los errores de quienes les critican, y si además padecen una paranoia psicótica, algo muy común en integristas políticos, económicos y religiosos, puede que al mínimo desencuentro tomen al crítico por agente especial del KGB o del mismísimo Averno.

    Pero a lo que hay que respetar es a los demás no a sus ideas. Cosa que esos profesionales de las mentiras parece que ya no tienen nada claro, si se tienen en cuenta las persecuciones políticas y religiosas que han llevado a cabo durante milenios. Millones de personas torturadas y asesinadas por no compartir las ideas que a ellos les interesaba que tuvieran o, como mínimo, por no decir que las compartían. Es más, quien exige respeto por sus ideas, amén de reconocer ya sólo por eso la debilidad de éstas, lo primero que tendría que hacer es mostrar respeto por las nuestras.

    Pero intentaré equilibrar tan desequilibrada balanza. También conviene distinguir la crítica de la burla vana. Burlarse de una idea sin exponer una crítica que justifique razonablemente tal burla es sólo un acto de debilidad, un acto despreciable y autodescalificador.

    Pero descuide el lector que yo no tengo necesidad alguna de burlarme en vano, la historia y la estulticia humana me abastecen de muchas más razones de las que necesito para reírme a mi gusto.

    A pesar del sorprendente pseudónimo, que después se verá que es algo que va mucho más allá de ser la primera licencia poética que me permito, este libro no está escrito ni mucho menos desde un punto de vista religioso o espiritual. Se trata de un texto por completo materialista, de hecho es más materialista que el materialismo tal como se entiende todavía, y cuyo eje es lo que indica el título: el entendimiento.

    Aquí se critican los errores más peligrosos del entendimiento y se habla de las consecuencias que se derivan de corregir esos errores para la filosofía y la ciencia dominantes de hoy día. No se trata de una crítica exhaustiva de estas disciplinas ni mucho menos, sólo de la imprescindible para que otros, si lo consideran una buena idea, continúen una necesaria labor de poda y reorientación del pensamiento colectivo que hoy está, si no tan descarriado como en otras épocas, bastante desorientado en cosas fundamentales.

    Ahora bien, si se habla de entendimiento y conocimiento es también inevitable criticar a las religiones, especialmente al cristianismo que tantas trabas ha puesto siempre al avance del conocimiento, y que tantos crímenes ha cometido durante siglos para que el conocimiento no pudiera conocer y el entendimiento no pudiera entender.

    Y claro está, tampoco es posible dejar de mencionar al sistema capitalista que ha tomado el relevo, aunque de momento sea de manera algo más matizada, en la propagación del oscurantismo y la ignorancia.

    Pero lo más asombroso por inesperado que se descubre es que la crítica de ciertos errores del entendimiento, construye casi por sí misma una nueva física, o por lo menos, unas importantes condiciones de contorno que debe respetar cualquier física, o cualquier ciencia en general, que aspire a ser racional.

    Y lo más importante de todo es que las consecuencias son enormes para la concepción de nosotros mismos, y para resolver el problema fundamental del ser humano: su felicidad.

    Tanto es así que si los faraones hubieran podido leer lo que sigue, se hubieran ahorrado el titánico trabajo de construir sus megalómanas pirámides, porque hubieran entendido enseguida que no son necesarias en absoluto para ser felices eternamente.

    Una importante advertencia: si el lector está muy comprometido emocionalmente con alguna religión, especialmente si es con alguna de las religiones cristianas, puede que algunos pasajes de este libro (especialmente del tomo II) le causen un profundo malestar emocional. Aunque también puede ocurrirle lo contrario: que sienta ante ellos una enorme liberación de las cadenas emocionales con que le esclavizaron en su infancia.

    Esto último podría llevarle a abandonar su fe religiosa. Sin embargo, no es seguro, ya que a consecuencia del condicionamiento psicológico que le indujeron en su niñez puede también que, lleno de pánico a la libertad de pensamiento, rechace la apostasía. Si es así tal vez necesite de los servicios de algún sacerdote que vuelva a llevarle a una fase de sueño más profundo, en cuyo caso le pido perdón por las molestias.

    Una vez advertido el lector religioso, tanto de los posibles riesgos como de los posibles beneficios emocionales relacionados con su religión, que puede encontrar si continúa con la lectura de este libro, de su cuenta corren los efectos que pueda causarle el seguir leyéndolo.

    Y otro aviso más importante todavía: si el lector es mujer, este libro le interesa muy especialmente. Sobre todo la segunda parte.

    El pseudónimo de Lucifer Racional

    Antes de entrar en materia quisiera explicar algunas de las razones, luego se verá que hay más, de por qué he elegido el pseudónimo de Lucifer Racional. El caso es que este libro es un libro auténticamente satánico. Satánico en su sentido primero, ya que se opone a todo lo que se opone al entendimiento y al conocimiento racional, y por lo tanto se opone, entre a otras muchas cosas, al dios de los cristianos.

    Estas páginas tratan del entendimiento, y por lo tanto de su producto: el conocimiento racional, y resulta que desde que los seres humanos crearon a Dios, Dios y el conocimiento racional han estado siempre en una guerra a muerte entre sí por el poder. Ambos se juegan la vida si no consiguen vencer a su adversario.

    Y el verbo 'poder' no es un verbo intransitivo como opinan algunos; en el contexto político, religioso militar, económico, etc., 'poder' significa: facultad de imponer sobre los demás la propia voluntad. Así que el poder de Dios, consiste en realidad en la capacidad de las Iglesias cristianas, de imponer su voluntad sobre la especie humana; y el poder de Lucifer Racional consiste en la capacidad de la especie humana por imponer sobre ella misma su propia voluntad. O sea, en ser libre del poder del dios Dios, y de otros dioses semejantes a él.

    En esta guerra sin cuartel, Lucifer Racional representa al conocimiento racional. Pero no porque la antigua diosa Lucifer hubiera representado nunca antes entre los paganos el deseo de imponer la voluntad de conocimiento racional, sino porque la Iglesia se dio cuenta de que, además de representar la voluntad del instinto sexual humano, Lucifer también representaba la voluntad de la Razón humana, y este autor lo ha aprendido de la Iglesia.

    Pero, ¿quién era Lucifer y por qué la odia tanto la Iglesia?. Si atendemos a su etimología Lucifer significa 'Luminosa'. También se la llamaba Luzbel, que significa 'Luz Bella'. Y si la trato en femenino es porque estos nombres son los que cariñosamente daban los paganos (los campesinos romanos, y por lo tanto la mayoría de los romanos) a la gran diosa Venus, por lo hermosa que Venus brilla en el cielo nocturno.

    Lucifer es pues Afrodita, la diosa de la belleza, del amor, del sexo, de la lujuria y de la fertilidad. Es decir, Lucifer es la diosa de la reproducción, y por lo tanto es una forma de llamar a la antiquísima Gran Diosa del paleolítico y del neolítico. La diosa única de la Humanidad durante decenas de miles de años. Una diosa que obviamente existía mucho antes de que el emperador Constantino I se inventara el dios Zeus-cristiano (Dios), en el siglo IV.

    Sin embargo, la guerra que Dios le hace a Lucifer tiene un calado mucho mayor que el de ser una mera competencia entre una nueva superstición romana de laboratorio y una vieja superstición de la Humanidad, ya que tiene un enorme trasfondo psicológico, social y político, como consecuencia de tener un profundo trasfondo biológico.

    La guerra que, desde que nació, Dios le tiene declarada a Lucifer es, entre otras muchas cosas, la no demasiado secreta guerra que en los patriarcados los hombres declaran a las mujeres, a causa de la natural supremacía biológica que las mujeres tienen sobre nosotros. Visto de otra manera: Dios, como muchos otros dioses varones, es una herramienta ideológica creada por los patriarcados, los cuales necesitan destruir el poder femenino que Lucifer representa, con el fin de imponer el suyo propio: el poder del Rey, el poder del Señor.

    En el ámbito de lo político se trata pues de la guerra entre el poder de los ejércitos y el poder de la naturaleza humana. Guerra que sólo puede terminar cuando los ejércitos dejen de existir o, por lo menos, cuando su sostén deje de ser la prioridad de los poderes políticos. O sea, cuando los hombres dejen de tener miedo los unos de los otros.

    Lucifer Racional personifica la psicología y la estética de los seres humanos durante la mayor parte de su existencia. Es decir, representa la sociedad natural de los seres humanos antes de que la aparición de los ejércitos trastornara el orden natural de nuestras sociedades. Ejércitos que introdujeron, poco a poco, los dioses varones necesarios para dar una justificación, sobrenatural e irracional, al mayor y más persistente extravío conocido de la naturaleza racional humana. Un extravío causado por el miedo a otros hombres, el peor miedo que existe, porque el hombre es el ser más temible de la naturaleza.

    Con la aparición de los ejércitos apareció un orden social y político artificial, unas culturas que llamamos 'patriarcados', los gobiernos de los patriarcas, los reyes y los presidentes de gobierno, que se opusieron y se siguen oponiendo al orden social y político natural, es decir, a culturas que llamamos 'matriarcados': la anarquía gobernada por el racional poder biológico femenino; los gobiernos sociales femeninos laxos e informales, verdaderos gobiernos liberales donde «laissez faire et laissez passer», formaba parte de su naturaleza, y donde, como diría Vicent de Gournay, «le monde allait de lui même».

    Desgraciadamente, las sociedades humanas hace demasiado tiempo que están compuestas por demasiada gente, y por lo tanto, hace demasiado tiempo que la antigua anarquía matriarcal es imposible. Sin embargo, el poder biológico de las mujeres sobre los hombres sigue siendo tan real como lo ha sido siempre, y además los patriarcados no han conseguido extirpar la Razón. Obviamente, ya que ni el hombre puede sobrevivir sin la mujer, ni el ejército puede sobrevivir si la Razón desaparece totalmente del ejército. En consecuencia, por mucho que los repriman y los vejen todo lo que pueden, los patriarcados necesitan tanto de las mujeres como de la Razón.

    Desde la gran explosión demográfica del neolítico se necesitan normas básicas que regulen la convivencia racionalmente. Se necesitan suficientes semáforos, ceda el paso, direcciones prohibidas, etc., que permitan que ese ir del mundo por sí mismo sea posible, agradable y seguro; reglas que conviertan el mundo en una civitas. La vuelta a la selva ni es ya posible, ni sería agradable y segura, como lo era antes.

    Sin embargo ni una civilización irracional es una civilización humana, ni es humana una civilización que no permita a la mujer y a los hombres ser como son. Por lo tanto, es esencial que las sociedades se liberen ya de la irracionalidad y la represión femenina de los patriarcados. Si esto se consigue, es seguro que las sociedades recuperarán muchos de los rasgos matriarcales de las sociedades naturales.

    Sin embargo, incluso hoy día son satanizadas las ideologías que proponen en serio que las sociedades tomen rasgos matriarcales, como los de democracia, solidaridad, igualdad, fraternidad, libertad, etc.

    No confundir con esas otras ideologías que, aunque curiosamente proponen lo mismo, se burlan de nosotros. Las ideologías de los actuales poderes fácticos (los ricos, la derecha y gran parte de la izquierda que en realidad es derecha), que dicen perseguir esas mismas metas pero que en la práctica hacen poco o nada por conseguirlas; incluso hacen todo lo contrario de lo que conviene hacer para alcanzarlas.

    El problema es que los patriarcados son ejércitos, y los ejércitos están hechos para la guerra, y en la guerra todo vale. Y el problema está justamente aquí: en que todo vale. Lo que implica que los patriarcados no se atienen a razones. Ni se atienen a la Razón, ni se atienen a la naturaleza humana en general, pero especialmente ningunean la naturaleza de la mujer.

    El problema es que los patriarcados son demasiado simples para lo compleja que es la naturaleza humana, y en realidad sólo imponen una única regla: que se haga la voluntad del patriarca. No importa lo irracional o lo poco conveniente para la felicidad de nadie que sea esa arbitraria voluntad del rey.

    Si de verdad hubiera democracia, solidaridad, igualdad, fraternidad y libertad, las mujeres habrían vuelto ya a gobernar las sociedades con la misma riqueza y complejidad que tiene la naturaleza humana. Por lo tanto gobernarían a su estilo, no al estilo patriarcal; con lo que estaríamos en un matriarcado moderno en el que habría desaparecido el falaz e irracional poder patriarcal. Tan falaz, irracional, y violento hoy como siempre lo ha sido, y quizá hoy lo sea más que nunca.

    Con la aparición de los ejércitos la vida de las personas quedó intensamente regulada por la arbitrariedad. Y una de las primeras cosas en arbitrarse de manera insensata fue la más importante para la supervivencia de los patriarcados: la vida sexual; dado que el instinto sexual (y por lo tanto Lucifer) es la fuente del poder femenino.

    Aunque muchas mujeres de las sociedades patriarcales se quejen (casi siempre hipócritamente) de la excesiva necesidad sexual masculina, resulta que esa necesidad es una de las servidumbres biológicas fundamentales de los hombres.

    Una servidumbre creada por la evolución de nuestra especie para permitir a las mujeres manipular nuestras conductas; aunque no todas nuestras conductas, sólo las que a ellas les interesa manipular debido a su propios condicionamientos biológicos.

    Un control que tampoco sería posible si los hombres no tuviéramos además otra importantísima servidumbre biológica: nuestro instinto de defensa de las mujeres y los niños. Lo que no es impedimento para que las mujeres no tengan a su vez la más importante servidumbre biológica de nuestra especie: la necesidad de tener y criar hijos hasta convertirlos en adultos.

    Tales servidumbres biológicas que nuestra especie impone a sus organismos, tienen el objetivo que tienen en todas las especies: el de que la especie se propague por el espacio-tiempo. El problema surge de que los humanos, además de tener estos conocimientos instintivos fundamentales, también tenemos otros menos fundamentales aprendidos por nuestra cuenta, lo cuales, a pesar de no ser siempre sensatos, se hacen pasar por nuestros auténticos y sensatos conocimientos instintivos.

    Estos conocimientos personales a veces se propagan en el espacio a sociedades enteras, los llamamos 'modas'. Unas modas que cuando se propagan por el tiempo de una generación a otra denominamos 'culturas'. Y el problema aparece cuando esas culturas se contradicen en puntos importantes con conocimientos instintivos fundamentales. Lo que repercute gravemente en la felicidad de la sociedad, en el futuro de la especie, y hoy día hasta en el futuro de la vida en el planeta.

    El resultado de las culturas patriarcales, surgidas hace unos seis mil años, es una enorme infelicidad generalizada cuyo único fin racional, pero sobre todo emocional, es el desarrollo de ejércitos más y más poderosos por temor a… no se sabe muy bien qué necesita hoy día de tanto sudor y de tanto dolor humano.

    Desde hace unos seis milenios, el miedo lo dirige todo. Desde el siglo IV hasta hace muy poco lo hizo en la forma de temor de Dios (es decir, de temor a la Iglesia y al rey), ahora lo hace en la forma de temor a la falta de dinero, de temor a los terroristas, de temor a los mercados, de temor al despido,… del mismo terror al futuro que trajeron las religiones patriarcales con sus miedos a la muerte y a imaginarias vidas postmortem, peores todavía que su miserable vida en el patriarcado.

    El Capitalismo, como el cristianismo y muchas otras ideologías patriarcales, son principalmente terrorismo psicológico; salvo porque ocasionalmente pueden ejercer el terrorismo físico cuando el psicológico no es suficiente para alcanzar su meta de sobrevivir. La vida es así, incluso los monstruos se esfuerzan por sobrevivir y reproducirse.

    Con los patriarcados aparecieron los dioses varones, los dioses de los ejércitos. Sin embargo, entre todos esos dioses varones, y ya muy avanzado el camino de los patriarcados, surgió un dios singular, inesperado a esas alturas, un dios con alma de diosa. Un dios creado a imagen y semejanza de quién lo inventó, uno de los personajes más fascinantes de la historia del mundo, el faraón Amenofis IV, renombrado a sí mismo Akhenatón, el servidor de Atón.

    Atón, Adonai para los judíos, fue un dios del que la Humanidad nunca ya se olvidó del todo, porque era una milagrosa resurrección de la Gran Diosa con forma de varón. La diosa única matriarcal escondida tras la figura de un dios único patriarcal.

    Pues bien, de ese dios dulce, enigmático y pacífico, casi matriarcal, descienden todos los grandes dioses únicos actuales, tremendamente amargos, violentos y patriarcales. Los éxitos de todos ellos provienen de la ambigüedad de su genética, porque un dios transexual es un absurdo teológico que tiene la gran virtud de todos los absurdos, que valen para todo, así que no sólo sirve como dios del rey y la nobleza, no sólo sirve como dios de los afortunados, sino que también sirve como dios del pueblo y la canalla, como dios de los pobres y los desventurados.

    Por muy patriarcales, por muy machos que sean esos grandes dioses únicos actuales, en realidad su gran fuerza popular continúa residiendo en los vestigios que todavía contienen del alma femenina de Atón.

    El lado femenino de Atón, más o menos explícito, fue lo que extendió su culto entre la gente humilde de un mundo patriarcal, al que hubo que despojar de diosas que hicieran la competencia a ese secreto lado femenino, la recóndita Lucifer patriarcal que con los siglos se hizo cada vez más pequeña y más secreta. Muy mal le tiene que ir a la Iglesia cuando, en nuestros días, la ha reactivado.

    Aún así, mucha gente, especialmente las mujeres, necesitan una diosa de verdad, una diosa puramente femenina. Una diosa que sólo puede retornar cuando desaparezca ese dios varón que usurpa su feminidad.

    En realidad, todo el mundo sigue necesitando a la Gran Diosa, a la diosa del amor (sexual), la fertilidad y la cooperación entre los seres humanos. Y no sólo eso, si queremos ser seres humanos de verdad también necesitamos volver a regirnos por la Razón humana. Así que todo aquél que pretenda ser un ser humano y no una bestia, necesita a Lucifer Racional.

    Pero mientras sigamos viviendo en patriarcados, la Humanidad seguirá estando expulsada del paraíso de su propia naturaleza, y sumida en la profunda infelicidad que trajeron los ejércitos y los dioses varones de los ejércitos. Un dios bisexuado no es suficiente, y mucho menos cuando lo que predomina en él es su parte masculina.

    Dios es uno de los nombres que acabó teniendo Atón tras sufrir varias metamorfosis, distintos procesos de atrofia de su lado femenino y de hipertrofia de su lado masculino, cuyo objetivo fue intensificar el carácter militar de los ejércitos que lo adoptaron.

    Hoy más que nunca, Dios le debe todo a su pequeña Lucifer interior. A causa de Ella Dios todavía sobrevive entre mucha gente sencilla, a pesar de llevar más de dos siglos muerto entre los intelectuales.

    La razón de esta supervivencia es que actualmente los prebostes cristianos muestran principalmente su lado femenino. No tienen otra opción porque ya no cuentan con el respaldo de la fuerza bruta de los reyes. Dios hubiera desaparecido del todo si los prebostes cristianos no hubieran cambiado de estrategia, y no hicieran ahora un hipócrita hincapié en los rasgos luciferinos de Dios, procurando que nadie se acuerde de su lado extremadamente varonil, inflexible, y violento.

    El que esos prebostes no tengan ya acceso a la intimidación violenta hace que el dios cristiano nos muestre su lado más amable, pero basta con mirar hacia atrás poco más de medio siglo para observar ya su fiera alma masculina, su dureza marcial, su naturaleza irracional, cruel y sanguinaria, su carácter heredado de Yahvé y de Zeus.

    Aunque los cristianos llamen Satanás a Lucifer, resulta que la gran Lucifer externa a Dios, la Gran Diosa en su forma más prístina, nunca se opuso a Dios, sino que fue Dios quién se opuso y sigue oponiéndose a Ella, única manera de que su pequeña Lucifer, oculta y vergonzante, tenga algún efecto sobre los pobres y desamparados.

    Pero en sus comienzos, con el fin de convertirlo en un dios cada vez más patriarcal, los prebostes judíos y cristianos tuvieron que renegar de la feminidad de Atón, incluso ocultarla bajo el grueso manto de un odio fanático hacia Lucifer. Una diosa que los judíos no llamaban Lucifer sino Asera, la diosa consorte de Yahvé. Sin embargo, obrando así negaban la parte más dulce de la naturaleza de Atón, Dios negaba lo mejor de sí mismo, lo que explica el carácter atormentado y violento que tenían sus fieles.

    Lucifer es una diosa mucho más antigua que Dios, Yahvé, y Zeus juntos, y es imposible saber quién la inventó, su nacimiento se pierde en la noche de los tiempos. Pero Dios nació en una época histórica y conocemos bastante bien su historia, sabemos cuándo, quién y porqué se creó, y quienes, cuándo y porqué le fueron transformando de un dios en otro con el curso de los siglos, hasta llegar al Dios cristiano.

    Al final del libro hay un resumen de esa interesante y poco divulgada historia que comenzó en Egipto hace 34 siglos y que todavía sigue su curso. Porque ojo, Dios no ha muerto, Dios no es ni ha sido nunca patrimonio de los intelectuales como supone Nietzsche, todo lo contrario. Así que Dios sólo dormita a la espera de mejores tiempos. Y si los interesados en ello consiguen despertarle vamos a pasarlo francamente mal. Todos, pero especialmente las mujeres.

    Para los cristianos ningún ser divino ostenta mejor que Lucifer el título de Satanás (Shaitán, es decir, quien se opone), por mucho que también jugaran un papel en la oposición a Dios todos los dioses de los demás, especialmente los dioses del mundo clásico: los demonios. En realidad, todos los que no compartimos las supersticiones judeo-islámico-cristianas somos Satanás, de ahí en parte mi pseudónimo.

    Pero aunque Dios consiguiera al final destruir a los demonios, sobrevivieron los dos más poderosos: Zeus y Afrodita. Tanto que, aunque se les llame de otra manera y se les asignen papeles diferentes, especialmente a Afrodita, son los dioses principales del cristianismo.

    Esta torva dinámica de enfrentamiento milenario entre Dios (los patriarcas interesados en mantener una estructura militar de la tribu) por un lado, y Lucifer (la naturaleza humana interesada en una estructura natural) por otro, es ya completamente explícita desde el primer libro de la Biblia, el Génesis, en donde el conocimiento se representa por la serpiente, una de las formas más extendida de aludir a la Gran Diosa Madre Tierra (porque se creía que las serpientes nacen espontáneamente de la tierra), que convence a Eva de comer del fruto del árbol prohibido: el árbol del… conocimiento, el talón de Aquiles de Dios.

    Ya desde el primer momento se culpa al conocimiento y a las mujeres de todos los males que les ocurren a los hombres. Ya desde el primer mito patriarcal del Génesis se ataca a la mujer y a la crítica que la naturaleza razonable, flexible y lúdica de la mujer hace del rígido, irracional, violento y controlador sistema patriarcal.

    Desde el principio del discurso patriarcal se ataca al poder femenino y al conocimiento racional, porque sin reprimirlos el patriarcado desaparece por sí mismo, no hace falta hacer ninguna revolución. La revolución sería un grave error porque las revoluciones implican violencia y la violencia no sólo forma parte inherente de los patriarcados, sino que además conduce directamente a ellos.

    El Génesis intenta convencernos de una gran mentira: que los varones son la esencia de la naturaleza humana, que la naturaleza de la mujer es secundaria de la del hombre (una ampliación de una de sus costillas), un regalo irresponsable de Dios, un ser subsidiario, débil y caprichoso, imposible de ser integrado en el disciplinado ejército de Dios para que luche con infinidad de enemigos. Unos enemigos que mayormente se inventa el propio y trastornado ejército divino.

    Nos intentan convencer de que la mujer sólo existe para disipar el aburrimiento del hombre y darle descendencia varonil con la que engrosar los ejércitos. Pero, irónicamente, los estudios genéticos muestran lo contrario, que el primer homo sapiens fue en realidad una mulier sapiens…, que la mujer es lo primeramente humano y que el hombre es sólo un producto y un instrumento biológico de la mujer, cuya misión es protegerla y aportar diversidad genética a su progenie.

    De hecho, la mujer es quien es más propiamente nuestra especie. No sólo porque apareció en la Tierra unos 75.000 años antes que el hombre, sino también porque una especie es fundamentalmente un conjunto de organismos que se reproducen, y resulta que es la mujer quien reproduce los organismos de nuestra especie, de su especie... Lo que además hace con infinita generosidad: poniendo en peligro su propia vida. Y además con el riesgo de que le nazca un varón, algo que incluso hoy día, muchas veces apenas es de su especie. Y no porque lo diga sólo la biología y la psicología, sino porque lo dicen los propios hombres patriarcales.

    Es bien sabido que los mesopotámicos, que fueron quienes idearon en realidad el Génesis de la Biblia, son los mismos que fundaron el primer patriarcado, el primer ejército del mundo, y que su forma de hacerlo fue deshumanizar a la mujer, es decir, animalizarla.

    Aunque para ser más preciso, el mecanismo fue muy diferente y mucho más sutil e indoloro. La naturaleza de la mujer no fue degradada directamente, sino que en su lugar se exaltó la naturaleza del hombre hasta un nivel intermedio entre la de los animales y la de los dioses.

    Los hombres mesopotámicos, sorprendidos y encantados del poder que obtuvieron sobre las mujeres cuando se convirtieron en soldados de un ejército organizado y capaz de dictar leyes a las mujeres, se declararon a sí mismos seres sobrenaturales, dejando que las mujeres permanecieran siendo animales, como siempre lo habían sido.

    Técnicamente no hubo una degradación de la mujer sino sólo una exaltación del hombre. Las mujeres no podían quejarse. Fue entonces la estúpida soberbia de los hombres que se declararon a sí mismos seres sobrenaturales, lo que convirtió en inferiores a las mujeres, que no fueron invitadas a esta apoteosis. No podían serlo, porque se trataba precisamente de eso, de legitimar el poder que, a causa de la guerra y la violencia, los hombres habían adquirido sobre ellas.

    No es de extrañar entonces que en las páginas del Génesis y de otros mitos judeo-musulman-cristianos de todas las épocas, se intente justificar la exigencia de sumisión de las mujeres a los hombres. Los hombres siguen reclamando un derecho divino sobre ellas.

    Incluso en nuestro tiempo se escriben libros apoyados por sacerdotes de las tres religiones del desierto que defienden esa sumisión. Y lo que es peor: alguno de ellos está escrito por las propias mujeres. Larga y siniestra es la sombra de las supersticiones que sostienen los patriarcados. Es espantoso contemplar hasta qué punto los patriarcas han conseguido deformar la psicología femenina.

    Pero lejos de ser seres sobrenaturales, los hombres son casi siempre seres infranaturales, que sólo algunas veces, y pocas de ellas sin esfuerzo, consiguen llegar a ser animales normales y corrientes. Aunque esta afirmación provoque alguna sonrisa no es una broma. Luego veremos porqué ocurre esto. Una paradoja que, eso sí, tiene hilarantes consecuencias, porque pone en adecuada perspectiva a los dioses que inventan los humanos… a semejanza propia, claro está.

    A pesar de que éste es un libro más materialista y más científico que el propio materialismo y la propia ciencia (dado que estos contienen más idealismo del que se cree), trata también de los extraviados caminos que sólo un instrumento de conocimiento tan potente como el entendimiento puede tomar, lo que obliga a hablar de los caminos más extraviados de todos: los de los sacerdotes, e incluso los de los políticos y economistas, otros grandes inventores de supersticiones.

    En consecuencia es inevitable mencionar en él a Dios más de lo que el autor hubiera deseado, porque bajo este sonido vaciado de significado por los propios cristianos desde hace ya muchos siglos, se han ocultado las personas y las ideas que más se han opuesto al conocimiento racional desde hace milenios.

    Sobre todo porque, dado que el conocimiento racional deslegitima la arbitraria autoridad del rey, los prebostes patriarcales no sólo han intentando reprimirlo por la fuerza bruta, sino también mediante el recurso más perverso que existe: el de atrofiar el entendimiento y corromper el conocimiento, el de animalizar realmente a los seres humanos. Cosa que han conseguido durante muchos siglos, y de la que hoy día seguimos sufriendo sus funestas consecuencias.

    Es imposible ponerse a pensar sobre las fortalezas y debilidades del entendimiento sin acabar, más temprano que tarde, topando con la Iglesia, con la Satanás del entendimiento y el conocimiento racional. Es justo pues reivindicar aquí a Lucifer, la diosa del panteón antiguo peor tratada por la Iglesia.

    Aunque también es una reivindicación política, porque es también una reivindicación del matriarcado, una reclamación a los políticos para que nos permitan abandonar su infeliz desierto patriarcal, pleno de arbitrariedad (especialmente contra la Razón y las mujeres), y volver al ubérrimo paraíso de nuestra naturaleza humana. El paraíso donde manda la serpiente, es decir, donde mandan la Razón y las mujeres.

    Pero al tratar con hombres patriarcales, especialmente si son políticos o sacerdotes, es preciso no perder nunca de vista que son gente que no tiene el menor empacho en jugar sucio contra todo lo que se les oponga. Incluso han inventado los fascinantes conceptos de mentira piadosa y de interés nacional para justificar ese juego malvado, indecente y embustero. También son bien conocidos sus crímenes piadosos, en los que Lucifer y sus mártires devotas tuvieron un protagonismo inmerecido. Y no han sido las únicas, también mucha gente ha tenido ese triste protagonismo por defender la Razón.

    Buen ejemplo de esta hipocresía es su aceptación del demonio Zeus (Zeus->Deus->Dios) como otro nombre de su Espíritu Santo. Resultó que Zeus se confundió con el dios judío, porque aunque es cierto que los romanos acabaron llamando Zeus al Espíritu Santo, es decir, al dios de los judíos, también es cierto que los cristianos acabaron llamando Espíritu Santo a Dios, es decir, al dios Padre de los romanos.

    Una hipocresía que se hace todavía más evidente cuando consideramos que el cristianismo se adaptó en gran medida a la religión clásica, tanto que mucho antes que otra cosa, acabó siendo paganismo cursi, paganismo pretencioso. Tan pretencioso como el judaísmo.

    Dado que he llamado demonio a Dios, es probable que el lector deduzca que soy un cátaro, un puro. No, que va, la pureza me da la grima que me da todo lo homogéneo, sólo estoy siendo tan lógico como aquellos viejos ascetas que defendían la doctrina de Juan el Bautista.

    Conviene aclarar la etimología de 'demonio': (castellano) demonio -> (latín) daemonium -> (griego) 'δαίμων' (leído: demon), cuyo significado es 'dios', o lo que es lo mismo: 'ser sobrenatural'. Obviamente, los antiguos griegos sólo llamaban Zeus a Zeus, no decían «el zeus Zeus», o «el zeus Saturno», sino «el demonio Zeus» o «el demonio Saturno». Por eso los cátaros (al igual que los testigos de Jehová actuales) no querían saber nada del demonio Dios, y querían volver a la doctrina original de Juan el Bautista y su verdaderamente dios único: el Espíritu Santo. Intentaban ser puros.

    Incluso el cristianismo más culto, el de los teólogos, no es otra cosa que una pretenciosa adaptación de la filosofía de Platón que intentó abarcar a Aristóteles sin conseguirlo. Así que basta con ampliar un poco el concepto de 'pagano' (cosa que suelen hacer los cristianos) para poder decir que el cristianismo culto es sólo paganismo esnob.

    En su larga y meticulosa campaña de adaptación al paganismo, o de su todavía más meticulosa destrucción de todo aquello a lo que no pudieron o no supieron adaptarse, los prebostes cristianos actuaron como lo han hecho siempre, según su naturaleza, sin la más mínima lealtad cognitiva. Claro que es imposible ser veraz con los demás, cuando ni siquiera se es veraz con uno mismo.

    Aunque también ha habido algunos más sinceros que se les han opuesto desde el comienzo del cristianismo (Arrio, Eusebio de Nicomedia, etc.) hasta hoy mismo (la Iglesia del Catolicismo Arriano, los testigos de Jehová, etc.), pasando por godos, cátaros, etc., incluso Isaac Newton defendía el arrianismo; pero siempre acabaron vencidos y hasta cruelmente exterminados por los hipócritas y los mentirosos, que por alguna curiosa razón, suelen tener casi siempre el monopolio de la violencia del Estado...

    No esperemos pues que los prebostes cristianos jueguen limpio en el tema del conocimiento. No sólo son herederos psicológicos del enfoque político arbitrario y dogmático del Pontifex Maximus romano, sino también del enfoque político, arbitrario y dogmático, del rey judío Josías, que en buena medida ninguneó la doctrina del dios Adonai (Atón ya muy transformado por siglos de regresión al patriarcado) con el fin de reconquistar Israel, cosa que lejos de conseguir supuso el peor desastre que ha sufrido el pueblo judío; y ha sufrido muchos.

    En consecuencia, son gente que no respeta nada, ni su propia doctrina, si con ello consigue lo que quiere: poder. Lo que incluye la riqueza, porque la riqueza es la forma más omnímoda del poder patriarcal. ¿Cómo van a tener con nadie ni la más mínima lealtad cognitiva cuando, o bien son ya intrínsecamente desleales, o bien sus desmesuradas aspiraciones dependen de esa deslealtad?.

    Y entre las más desvergonzadas hipocresías de los prebostes, la más maliciosa y sutil de todas, es la hipocresía de la fe cristiana, heredera religiosa de la fe militar. Triquiñuela psicológica de cuyos resultados deben de hartarse de reír porque conduce a creer que se cree lo que en realidad no se cree, destruyendo así el buen funcionamiento del entendimiento de la gente, y corrompiendo sus conocimientos más fundamentales.

    Nótese que 'fe' viene del latín 'fides' que no significa creencia sino confianza, y resulta que confiar no es creer. El que la Iglesia haya cambiado con el tiempo el significado de 'fe' es una de las mayores burlas al entendimiento que se han hecho nunca. La confianza obligada (por la fuerza) en el emperador romano, y por lo tanto en el Pontifex Maximus (el Sumo Pontífice), no es lo mismo que la creencia en Dios.

    Pero el caso es que aunque Zeus logró mantener el inmenso prestigio que tenía en el mundo clásico, la hermosísima Luz Bella del amanecer y del ocaso, Luzbel, la que regala a los hombres su preciosa luz, Lucifer, fue pavorosamente difamada y acosada durante siglos; sus adoradoras (las brujas) fueron quemadas en ignominiosas hogueras. Así que los prebostes cristianos no sólo consiguieron que el desprestigio social de la diosa del amor llegara a ser inmenso, sino que la bella diosa causara odio, en lugar del intenso amor que siempre le había tenido el pueblo.

    El ideal del amor, de la fecundidad y de la belleza del mundo antiguo, durante tantos milenios que incluso puede rastrearse hasta la Gran Diosa, es decir, hasta el mismísimo paleolítico, intentó ser sustituido en el siglo VII por una fantasía femenina sin contenido sexual, cuya única realidad subyacente, se reduce según se afirma en el evangelio de Nicodemo, a una pobre campesina que cometió fornicación (adulterio) con un soldado llamado Pander, el cual expulsó de casa al prometido de ésta, de oficio carpintero. Los dos amantes terminaron vagando de un lugar a otro hasta que Jesús (Josué) nació en alguna aldea de Judea. Véase lo que dice Voltaire de la antigua discusión a este respecto en su Diccionario Filosófico, concretamente en la entrada 'Genealogía'.

    Aunque menos plausible pero compatible con la anterior, otra hipótesis razonable es que fue una adúltera analfabeta a la que le fue bien en una ordalía, es decir, en un juicio de Dios. Por cierto, ¿por qué no se somete a ordalías a los sacerdotes y prelados para que Dios les confirme en sus cargos?; tanto para el acceso a ellos como para su renovación, por ejemplo, cada año. Sería un estupendo ejercicio de fe, paciencia y humildad cristiana. Y el que demuestre no tener fe por no querer someterse a los crueles juicios de Dios, que sea excomulgado; aunque sea el propio Papa. Ahí dejo la idea.

    Pero, en secreto, Lucifer ha seguido siendo adorada en Europa por algunas mujeres hasta casi nuestros días. Quizá lo siga siendo, porque Lucifer es la diosa de las mujeres, la diosa que otorga el poder natural femenino. Por eso Lucifer ha sido siempre la diosa más temida por los cristianos, incluso hoy siguen luchando a muerte contra Ella.

    Es un absurdo, porque luchar a muerte contra Lucifer es lo mismo que luchar a muerte contra las mujeres, e incluso contra la naturaleza humana de los hombres. Es decir, es lo mismo que luchar a muerte contra la especie homo sapiens.

    Desesperados ante la inutilidad de sus esfuerzos contra Ella, los prebostes cristianos le robaron a Lucifer su naturaleza femenina convirtiéndola en varón. De ser la reina de los demonios pasó a ser el rey de ellos. Lo que por otro lado era lo mismo que destronar a Dios...

    Tanto temieron los cristianos a Lucifer que no sólo la difamaron, la insultaron, la vejaron y la ultrajaron hasta la extenuación, sino que al transexuarla la deshonraron en lo más íntimo de su ser, en lo que la hacía valiosa para las mujeres, le robaron su esencia femenina y el inmenso atractivo y encanto que este ideal de mujer tuvo durante muchos milenios. Pero vencer a Lucifer es tan imposible como eliminar nuestra especie y sobrevivir a ello.

    La minúscula Lucifer heredada de Nefertiti que Dios conlleva no fue suficiente para muchas mujeres paganas. Por eso los prebostes cristianos intentaron sustituir a Lucifer por la Virgen María. Sin embargo, esta nueva diosa apenas tenía rasgo femenino alguno. Su único encanto sexual era su virginidad, lo que sólo es un encanto para varones patriarcales. Y lo que es peor, no podía esperarse de ella más fertilidad de la que ya había tenido al engendrar un único hijo.

    La Virgen era pues una diosa sin apenas naturaleza femenina. Pero tampoco los patriarcas cristianos podían hacer más concesiones. Es más, mucha gente se opuso a esta pequeña concesión. Por cierto, nótese que el cuento de Zeus disfrazado de paloma para acercarse a una mujer es típicamente pagano. No se olvide que en el mundo antiguo Zeus tenía una enorme reputación de conquistador y libertino.

    El invento de la diosa Virgen fue pues consecuencia del miedo a Lucifer, del miedo a las mujeres. Dicho de otra forma, aunque Virgen María es hija de Dios porque es hija del miedo, también es hija de Lucifer porque sin Lucifer no hubiera sido creada. De hecho, salvo en los laboratorios de biología, ningún ser vivo puede ser creado sin Lucifer. E incluso en ellos ha de estar presente Lucifer Racional.

    Con este lamentable reemplazo de una diosa por otra, las mujeres de nuestra cultura, al igual que Lucifer también se masculinizaron, perdieron la antigua brújula de sus vidas, perdieron la sanción divina de su naturaleza femenina, el gusto por su belleza y su deleite sexual. También perdieron gran parte de su erotismo y de su sensualidad natural, lo cual siempre fue para los cristianos una seducción diabólica.

    Con mi seudónimo de Lucifer quiero reivindicar y devolver la dignidad y la honra a la Gran Diosa Lucifer, a la Luminosa, a la hermosa Luzbel, que hoy día la gente conoce más por la denominación más culta de Venus, y que los griegos conocían como Afrodita, la diosa que surgió de la espuma del mar, muchos miles de años antes de que el Dios cristiano surgiera de la política del emperador Constantino I.

    Una diosa que, al contrario que Dios, todavía sigue existiendo, y que de hecho cualquiera puede contemplar en el cielo en toda su fulgurante y solitaria belleza cuando el Sol está cerca del horizonte; unas veces al alba y otras al ocaso.

    Al contrario que Dios, Lucifer es una diosa que no puede morir sin que muera la Humanidad con ella, y cuyo obvio resurgir en nuestros tiempos anuncia la vuelta de los seres humanos a los felices matriarcados, de los que Ares, hijo de Dios, nos expulsó. Aunque hoy sabemos muy bien que es falso que Ares sea hijo de Dios, la verdad es que Dios es hijo de Ares. Es más, cuando muera Ares morirá Dios.

    Resulta cómico que mientras que el dios cristiano es un dios infinito y por lo tanto es un querer y no poder, es decir, es un disparate que quiere pero que no puede ser un dios ni ninguna otra cosa, Lucifer es una diosa real que cualquiera puede ver con sus propios ojos refulgir en el cielo, bella, lejana y hermosa. Otro asunto es que todas las historias que se cuentan luego sobre Ella sean igual de verdaderas que su existencia. No sólo los sacerdotes, los políticos, los banqueros y los economistas mienten mucho, también los poetas mienten demasiado.

    Lucifer, la según Homero diosa risueña y amante de la risa, tuvo un prestigio inmenso en el mundo antiguo. Homero la llamaba Afrodita, pero su estirpe se remonta a la Gran Diosa, cuyo primer nombre conocido es Inanna, la diosa de los sumerios de cuando el asentamiento más antiguo del mundo era todavía un matriarcado.

    Era la época del paraíso terrenal en la que todavía no se había inventado ningún dios varón, la época en la que la Gran Diosa, símbolo de la naturaleza de los seres vivos, gobernaba el mundo. Hasta que llegó el miedo, y con él llegaron los ejércitos y los dioses varones de los ejércitos, que expulsaron a la Humanidad del paraíso. Es decir, resulta que tampoco Ares es padre de Fobos, sino su hijo.

    El amor a Lucifer quedó convertido en amor a Dios. El deseo sexual que regalaba Lucifer, quedó convertido en el amor que Dios regala, un amor sin sexo y por lo tanto absurdo, un sexo sin seso. Resulta que Dios es un ideal erótico incomprensible, místico, vacío, hipócrita; y en consecuencia un ideal impotente. Pero así es como se intentó destruir el encanto mágico del fascinante cuerpo de la mujer y la seductora psicología femenina.

    Y con ello desapareció gran parte de la inmensa dicha y felicidad que la magia de las mujeres había repartido por el mundo durante decenas de milenios. Una dicha y felicidad que también los hombres y mujeres actuales nos hemos perdido. Cosa que yo no perdono, porque han vaciado nuestra vida de lo mejor que la vida tenía para nosotros.

    Los cristianos despojaron a Lucifer de su poder de hembra para crear la vida, con el fin de dárselo a un Dios varón que únicamente es capaz de destruirla; un dios masculino que acabó acaparando todos los aspectos positivos de las diosas y dioses del panteón clásico.

    En Lucifer por el contrario, los cristianos instalaron el origen de todas las desdichas, en la vida y en la muerte. Fue un grave ultraje al sentido común del mundo clásico, pero sobre todo, fue un terrible agravio a la naturaleza humana, una vejación miserable que ningún ser humano, y mucho menos una mujer, tiene derecho a perdonar nunca.

    Con su enorme violencia contra el matriarcado representado, entre muchas otras diosas, por Lucifer, por Venus, por Turán, por Afrodita, por Cibeles, por Asera, por Isis, por Astarté, por Aurora, por Inanna, y por la Gran Diosa, los cristianos consiguieron imponer en nuestra cultura mediterránea (ya muy patriarcal en el Imperio romano) el feroz y acomplejado, el estéril y yermo superpatriarcado del desierto.

    Se sustituyeron las delicias de la Razón y del sexo, a que por razón de nacimiento tenemos derecho todos los seres humanos, por el miedo a no se sabe qué, por la ansiedad ante la libertad sexual y la angustia ante nuestros propios pensamientos. Se sustituyó felicidad por tribulación, con una enorme violencia fanática y absurda contra la Razón y las mujeres, y en realidad también contra los hombres.

    Se cambió el ubérrimo Paraíso de nuestra naturaleza humana por el siniestro infierno terrenal de Dios, el cual fue atribuido a Lucifer. Nuestro viejo Paraíso terrenal fue enviado al Cielo vacío de los mentecatos. Y aún así, la cultura mediterránea continuó siendo demasiado matriarcal para la necesidad de control sobre la gente que siempre han tenido los reyes, especialmente los más débiles.

    Y lo peor es que además debemos considerarnos muy afortunados porque, a pesar de tantas artimañas y de tantas atrocidades, ambas cosas de espantosa eficacia, principalmente por haber sido utilizadas sin descanso durante muchos siglos, los reyes y prelados no hayan conseguido destruir los últimos vestigios del matriarcado en el que la Humanidad fue feliz durante su prehistoria. Y si con las condiciones políticas tan favorables que tuvieron durante tanto tiempo no lo consiguieron, sólo puede ser porque es imposible.

    Lucifer representa al instinto de reproducción, y Lucifer Racional representa el instinto de reproducción específicamente humano. El que los ignorantes paganos sólo supieran de Lucifer no significa que la Lucifer que adoraban no fuera Lucifer Racional. La mejor prueba de ello es que cuando los prebostes cristianos masculinizaron a Lucifer incluyeron una enorme racionalidad entre los rasgos de la Gran Diosa; imitando así lo que mucho antes que ellos habían hecho ya los judíos con la serpiente del paraíso, o sea, con la misma Gran Diosa.

    Y dado que Lucifer Racional está ligada desde siempre a lo femenino, al entendimiento y al conocimiento racional, las tres principales fuerzas satánicas del fenómeno religioso del desierto, quiero que mi pseudónimo de Lucifer Racional sea un entusiasta homenaje al entendimiento y al conocimiento racional, pero sobre todo a la mujer sensata, la esencia de lo humano, y por lo tanto de lo racional, la misteriosa clave de la felicidad que busca la Humanidad.

    Sea también un emocionado recuerdo de todas aquellas mujeres denominadas 'brujas', las adoradoras del Demonio, es decir, las devotas de la amorosa, bella, fecunda, alegre y luminosa Lucifer, que fueron desprestigiadas, torturadas y quemadas a decenas de miles por unos animales feroces, por bestias sin entendimiento y sin corazón; o sea, sin Razón ni feminidad.

    Quiero pues que sea un caluroso agasajo a todas las mujeres que han sufrido y sufren, a causa de la imposición por la fuerza bruta de unas ideas descabelladas, que las someten con una autoridad arbitraria y por lo tanto ilegítima, que las insultan y las desvirtúan en lo más íntimo de su ser.

    Unas ideas estrafalarias y absurdas, cuyo fin no es precisamente desarrollar el entendimiento y obtener conocimiento racional del mundo, con el fin de idear estrategias racionales para hacer feliz a la Humanidad, sino sólo la miserable buena vida de unos pocos granujas de todos los tiempos, que en vez de ganarse el pan con el sudor de su frente, como dicen que tenemos que hacer los demás, prefieren ganárselo con el sudor de todos nosotros. ¡Vade retro, Dios!.

    Introducción

    A pesar de que esta introducción y algún otro punto de este libro, puedan parecer un poco áridos a algún lector, este texto ha sido escrito para todo el mundo. Así que si en algún momento se encuentran dificultades sólo serán transitorias. Merece la pena seguir leyendo porque lo que aquí se dice es transcendental para conocer la naturaleza del mundo y de los seres humanos, y por lo tanto para comenzar a caminar hacia la felicidad, propia y de toda la Humanidad.

    A pesar de que tal afirmación parezca tremendamente vanidosa, desde los primeros capítulos el lector se percatará de que este escrito es, fundamentalmente, un ataque a la vanidad. A la vanidad intelectual, claro, de la vanidad emocional nadie está completamente a salvo.

    De hecho, es muy difícil encontrar obras que ataquen tanto la vanidad; al menos si exceptuamos lo que escribieron o dijeron algunos pensadores en el alba de nuestra cultura, porque como a continuación veremos, son quienes descubrieron la racionalidad humana y es obvio que sin ellos, este ataque a la vanidad no hubiera sido posible.

    Y no sólo porque lo aquí escrito es heredero de sus logros, también porque es heredero de sus más importantes problemas. Unos problemas fundamentales cuya solución ha necesitado nada menos que de dos milenios y medio de maduración, como consecuencia de las largas vacaciones de casi mil quinientos años que el cristianismo le ha dado al entendimiento y al conocimiento de nuestra cultura, y los efectos que ello continúa teniendo.

    Sin embargo, para hablar con propiedad de la vanidad intelectual es imprescindible hablar también de verdades absolutas, así que una de las cosas que más sorprenderá al lector será la audacia del autor de hablar de ellas.

    Es probable entonces que, dado el generalizado relativismo en el que se haya instalada nuestra cultura, haya a quien le asuste que aquí se pretenda conocer verdades absolutas, algo que

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