UNOS MILLENNIALS YA TIENEN NUEVAS COMPAÑERAS DE PISO, Y SON MONJAS
CUANDO DEJÓ LA CASA COMUNAL en la que vivía para mudarse a un convento, Sarah Jane Bradley era una profesional liberal, soltera, de treinta y pocos años, “espiritual pero no religiosa”, con un revoltoso grupo de amigos y una incipiente empresa tecnológica en marcha. Unos cuantos amigos se fueron con ella. Llamaron al proyecto Nuns and Nones (“Monjas y Ningunos”, con cierta similitud fonética en inglés), y ellos eran los “Ningunos”: un grupo de integrantes de la generación millennial progresista, ninguno de los cuales practicaba el catolicismo. Esta insólita situación de convivencia con las Hermanas de la Caridad, que había sido concebida como un proyecto piloto, se iba a prolongar durante seis meses.
“Teníamos muchísimas cosas en común de las que hablar”
Quien alumbró la iniciativa fue Adam Horowitz, un judío de treinta y dos años, mientras que Judy Carle, una monja católica del área de la bahía de San Francisco, era la encargada de dirigir el programa piloto. Horowitz y sus amigos habían sentido la llamada después de un viaje por carretera en el que visitaron distintas “comunidades con propósito” [en Estados Unidos, una es una especie de diseñada desde su creación con objetivos comunes de comunidad y trabajo en equipo. Sus miembros suelen tener algún tipo de cohesión social, política, religiosa o espiritual y comparten recursos y responsabilidades, como sucede en los kibutz israelíes]. El grupo estaba tratando de encontrar la manera de llevar un estilo de vida activista más radical, que les permitiera dedicarse en cuerpo y alma a sus causas. Intentando descubrir si había alguien que hubiera encontrado ya la
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