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Juan Pablo II - La huella
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Libro electrónico376 páginas4 horas

Juan Pablo II - La huella

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Él es el pastor, el que ha guiado el camino de la Iglesia católica en la transición de un mundo a otro, de un universo a otro. Juan Pablo II, primer papa polaco, último papa del segundo milenio y primero del tercero, cuyo pontificado ha sido el más largo del siglo xx, es un defensor ardiente de la fe y de los derechos humanos. Por todos es sabido que su pontificado es una novela marcada por acontecimientos de todo tipo: múltiples viajes, un atentado del cual escapó con una fuerza que enmudeció al planeta, un cisma que dividió a los católicos, un discurso en la UNESCO que dejó huella, la creación en 1985 de las Jornadas Mundiales de la Juventud, la celebración de la mayor asamblea ecuménica en Asia en 1986, el protagonismo en la caída del muro de Berlín, un viaje esencial a Jerusalén, la revelación del tercer secreto de Fátima, un jubileo que reunió a más de 40 millones de peregrinos en Roma, trece importantes encíclicas, una fuerte y determinante consolidación de la doctrina social de la Iglesia cien años después del Rerum Novarum... Sus más de veinte años de pontificado dejarán huella. En esta obra descubrirá fotografías y documentos de archivo únicos, testimonios visuales donde Juan Pablo II aparece tal y como es: hombre de lucha y de contacto, apasionado del diálogo con los jóvenes, combatiente del sufrimiento. Retomando las palabras de Don Christian Pagano en el prólogo: «A pesar de lo que se pueda pensar sobre sus posicionamientos, hay algo que no se puede poner en duda: su devoción total por Cristo y su respeto hacia los demás».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 dic 2020
ISBN9781646998692
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    Hermoso, detallado libro. Lástima que no se consigue en físico.

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Juan Pablo II - La huella - Jean Poggi

NOTAS

PRESENTACIÓN

Es para mí una tarea muy grata presentar a los lectores de lengua española esta nueva biografía de nuestro buen papa Juan Pablo II, titulada Juan Pablo II. La huella, escrita por Jean Poggi y Philippe Olivier, bajo la dirección de Hugues Vassal, y para la que ha redactado un cuidadoso y sugestivo prólogo Don Christian Pagano, sacerdote de la Sociedad de San Pablo.

Una impresión dominará al lector una vez haya acabado la lectura de esta nueva biografía de Karol Wojtyla: la tremenda coherencia, en su vida, de los hechos y las ideas, el estilo de vida y el mensaje enseñado con su magisterio. Creo que si hay dos palabras que pueden definir la compleja, dramática y polifacética trayectoria vital del primer papa polaco de la historia de la Iglesia, estas dos palabras son resistencia y coherencia.

Ambas atraviesan su vida. Una vida dramática, pero no trágica. La tragedia es enfrentarse a los problemas sin esperanza de poder superarlos. El drama es dar la cara a los problemas, pero con una esperanza, que a veces se hace realidad, de no hundirse en ellos. Para el cristiano pueden existir dramas, y desde luego existen, pero no pueden darse tragedias, porque si algo define al creyente cristiano es que, además de «creyente» y «amante», ha de ser un «esperante» o, hablando más propiamente, una persona esperanzada.

¡Qué bien ilustran toda la vida de Juan Pablo II estas reflexiones! Se forjó en la resistencia frente al drama vivido por su pueblo. Fue coherente con su fe y sus profundas convicciones humanas —apoyadas en una teología y en una filosofía sumamente sólidas—. Y ha podido asistir a la clausura de un tenebroso ciclo histórico, que llena una buena parte del siglo XX y la mayor parte de su trayectoria vital.

Esta biografía entreteje las diversas etapas de su vida con los temas mayores de su magisterio. Es una idea feliz, que da una especial originalidad a la obra y que permite al lector contemplar, ya desde las primeras páginas, como en una panorámica, esta rica personalidad que Dios ha regalado a la Iglesia y al mundo en el tránsito del siglo XX al XXI, del segundo al tercer milenio cristianos.

Los lectores agradecerán la técnica utilizada en esta nueva biografía de Karol Wojtyla. Es una técnica que, como aficionado a la montaña, me atrevo a comparar con la satisfacción con la que, una vez llegados a la cumbre que nos hemos propuesto, contemplamos el panorama que se extiende a nuestros pies y rememoramos aquellos pasos «delicados» en su momento, pero que nos han permitido alcanzar nuestro propósito y gozar de un panorama que, sin la dura ascensión, nunca habríamos conseguido contemplar.

Deseo que la dura ascensión del niño, el adolescente, el joven universitario, el sacerdote, el obispo, el cardenal y el papa Karol Wojtyla ayude al lector a gozar de las cualidades humanas, cristianas y sacerdotales de esta rica personalidad y, si es creyente, a dar gracias a Dios por haberla regalado a la Iglesia y al mundo en estos tiempos.

† CARDENAL RICARD MARIA CARLES,

arzobispo de Barcelona

PRÓLOGO

Juan Pablo II, combatiente de la paz

Podemos aplicar este título «ecuménico» a una de las más grandes personalidades de nuestro tiempo: el papa Juan Pablo II, «atleta» de Dios, confesor de la fe. Este deportista del alma y del cuerpo ha batido varias marcas:

— mayor comunicador popular de todos los tiempos;

— papa con el pontificado más largo del siglo XX;

— Sumo Pontífice que ha concentrado a más de cuatro millones de personas en Manila en 1995;

— más viajero que todos sus predecesores.

Y podríamos continuar:

— iniciador de la principal reunión ecuménica celebrada en 1986 en Asís;

— papa del mayor jubileo con 40 millones de peregrinos reunidos en Roma.

Pero, sobre todo, su combate contra el sufrimiento, la enfermedad y el peso de la edad ha emocionado y fascinado a los pueblos y a la juventud del mundo entero, hasta suscitar un sentimiento de amor.

Como tantos pontífices hicieron antes que él, Juan Pablo II ha demostrado que la paz en el mundo no es sólo una cuestión de tolerancia, aunque sea activa, sino una apuesta por la fe hasta sus últimas consecuencias. La fe que hacía decir a San Pablo scio cui credidi («estoy seguro de Aquel en el que he creído»), Cristo, que dio testimonio no sólo con sus palabras sino también con su propio ser: el Camino, la Verdad y la Vida.

Como pocos pontífices antes que él, Juan Pablo II ha tenido ocasión de anunciar la buena nueva al mundo entero, convertido en aldea global por el incesante desarrollo de las tecnologías. Así, ha proclamado el mismo kerigma, mensaje inscrito en las letras del término ictys (en griego, «pez») que figura en las catacumbas, punto de referencia de los primeros cristianos: «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador».

A diferencia de sus predecesores, Juan Pablo II ha tenido la oportunidad y la humildad de arrepentirse frente al mundo entero, en nombre de la Iglesia, de los pasos en falso que esta ha dado en su laborioso recorrido por el tiempo. Este hecho tuvo lugar ante el muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Después de dos mil años de andadura resultaba oportuno reconocer las faltas que han marcado este camino religioso pero humano, que es en esencia universal, en el sentido etimológico de universo: «hacia la unidad».

Una forma de avanzar hacia la unidad pasa, en primer lugar, por definirse, en el sentido principal del término, es decir, confesar la propia identidad, que es también confesar el propio amor. Este es el único modo de conciliar certeza y verdad en la paz y el respeto hacia los demás, que también tienen derecho a manifestar su testimonio de amor.

Los romanos, inventores de la Bibliotheca pacis, lo habían comprendido a su modo, auspiciando así el más largo periodo de «pacificación» mundial —la pax romana— y organizando una administración basada en el respeto de los textos fundadores y, en la medida de lo posible en aquella época, de los sueños y creencias de cada pueblo.

A la pregunta fundamental sobre el sentido de la vida, pregunta que nos une a todos por encima de cualquier diferencia y cuya única respuesta posible según las religiones monoteístas no es la filosófica de si existe algo o no, sino si existe Alguien que nos ame o no, Juan Pablo II ha dado una respuesta.

Se piense lo que se piense de sus afirmaciones, hay algo que no se le puede negar: su total devoción a Cristo y su respeto por todos los demás. «Respeto» en el sentido etimológico del término, el de respicere, «mirar las cosas de frente». Más allá de las razones, incluso de las razones del corazón, se encuentra la fuerza de la razón y, sencillamente, el coraje (cuya raíz lingüística proviene de corazón). No se puede «entrar en el camino de la esperanza» sin atreverse a decir sí a la vida ni tener el coraje de amar.

Respeto y amor que jamás van el uno sin el otro, que exigen el esfuerzo (studium, decían los latinos) de mantenerlos unidos. Difícil mezcla en un clima de renuncia en el que el imperialismo cultural y el culto a los extremos parecen haber encontrado nuevos caldos de cultivo, a menudo contradictorios, como el ascenso de los integrismos o un sincretismo espiritual a la carta.

El camino de Juan Pablo II, que este libro describe desde su inicio, es decir, desde su nacimiento, hasta la actualidad, es un camino difícil que se aleja, pese a haberlas conmocionado, de las ideologías de izquierdas y derechas. Es la estrecha vía que existe entre lo real y lo ideal, entre el cuerpo y el espíritu, manteniendo siempre la fidelidad a Alguien. Fidelidad que no le ha impedido abrazar con ternura a los niños y a las gentes que espontáneamente se echan en sus brazos, e incluso sobrevivir a un atentado, un hecho único en la historia del papado.

«Aquel que actúa de puente, de enlace entre Dios y los seres humanos, de vínculo entre una persona y otra, entre una generación y otra». (© Franco Marzi/L’Osservatore romano)

Todo lo demás deriva de ello: desde el descubrimiento de su vocación hasta su apogeo en el balcón central de la basílica de San Pedro del Vaticano; como joven sacerdote y profesor, primero, obispo y cardenal, posteriormente, y, por último, dinámico papa. Pocos hombres han expresado tanta confianza en el ser humano, en su razón, en su imaginación, en su capacidad de ser solidario con los otros hombres, respetando todos los paradigmas de la existencia.

Con paso firme, Juan Pablo II ha atravesado el siglo XX sin flaquear ante la desconfianza que existe frente a las instituciones religiosas, el abandono de las prácticas espirituales, el perdurable complejo anticatólico romano, la decepción frente a un progreso lleno de peligros, la desesperanza instalada tanto en las capas sociales menos favorecidas como entre los intelectuales que buscan puntos de referencia…

Toda la vida de Juan Pablo II es la resonancia del mensaje del día de su elección, eco perpetuado de un refrán bíblico: «No tengáis miedo».

Es la condición sine qua non de la paz, pero no de la paz que puede dar el mundo, sino la de Cristo, basada en la firme creencia de que es posible matar el cuerpo, pero jamás el espíritu y, por lo tanto, a la persona con la promesa de convertirse en Una con Cristo en Dios.

Como resumen de este recorrido por la biografía de Juan Pablo II de nuevo podemos citar las palabras de San Pablo: «Ya no soy yo quien vive, sino Cristo, que vive en mí».

Imitar a Cristo —cuya naturaleza humana unida a la divina, sin confusión ni separación, le constituye en mediador universal— es ser pontífice en el sentido etimológico del término: aquel que actúa de puente, de enlace entre Dios y los seres humanos, de vínculo entre una persona y otra, entre una generación y otra. Y en el caso de Juan Pablo II ¡entre un milenio y otro!

Ser pontífice también es saber distinguir y realizar «la tarea» que Cristo dejó a todos sus discípulos y, en particular, la confiada a uno de ellos, a quien mandó guiar a todos los demás. Como el buen pastor, Juan Pablo II es el «conductor» de nuestro tiempo, aquel que está siempre en primera línea, dando pasos a lo largo de un camino sembrado de obstáculos en busca de mejores pastos.

Y entonces cayeron barreras y muros enteros, y cambió la cara del mundo.

Hablamos de paso en el mismo sentido del pascua hebreo (sacrificio por la inmunidad de un pueblo), pero también en el sentido cristiano: el encuentro de un amor que no es sólo un sentimiento enriquecedor o narcisista, según la enseñanza freudiana, sino también, y en primer lugar, el valor de ser uno mismo dándose por completo al otro. Es, además, esperanza de resurrección. Así, Cristo es nuestra Pascua, el paso erigido en persona, la imagen de todo progreso «genético» de la persona, un hecho de amor y para el amor.

A lo largo de este recorrido progresivo, Juan Pablo II ha sido un guía infatigable e infalible; lo cual le ha servido para dar la imagen de una juventud eterna, atrayendo a las multitudes y, sobre todo, a los jóvenes del mundo entero, a quienes, sin embargo, pide los esfuerzos más difíciles.

Y este progreso queda impreso entonces en una huella soberana.

Lo queramos o no, todo hombre es la marca de un paso, un libro del que se enriquece la biblia («biblioteca») del mundo… No sólo palabras sino texto único, escritura sagrada, huella significativa… A causa del momento histórico en el que ha vivido (entre dos milenios), de sus viajes por todo el mundo y su carácter, de su personalidad y su enseñanza, puede decirse que la huella del papa Juan Pablo II es universal.

Pero toda huella es también un misterio que nos interroga sobre el sentido de la vida, sobre el sentido sin más. En un mundo que avanza a marchas forzadas, la huella de Juan Pablo II constituye también un misterio que nos interroga y, al mismo tiempo, una esperanza y un testimonio poderosos: es posible un camino de progreso hacia el amor y la paz.

DON CHRISTIAN PAGANO S.S.P.

Imagen característica de su pontificado: el papa entre los peregrinos. (© D. Lefèvre/Alpha Omega)

UNA HISTORIA PARTICULAR

La infancia de un niño polaco

Wadowice

La vida del papa Juan Pablo II, que nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice (Polonia), es una verdadera novela. Wadowice es una pequeña ciudad polaca con menos de diez mil habitantes. Está bañada por el río Skawa y situada a 50 km de Cracovia. Disfruta de un importante aura cultural desde el siglo XIX por ser la sede de actividades literarias y teatrales. Por otra parte, Wadowice posee una parroquia, la iglesia de Santa María, que es no sólo el lugar donde se celebran las misas dominicales sino también el escenario de numerosas manifestaciones religiosas, el punto de encuentro de sus habitantes. En su baptisterio se encuentra una reproducción de la Virgen negra, pintura que —se dice— realizó San Lucas en la misma madera de la mesa que pertenecía a la Sagrada Familia.

A unos kilómetros de allí se alza el monasterio de los carmelitas, la orden más austera de la Iglesia católica. Más lejos, a unos diez kilómetros en dirección a Cracovia, está Kalwaria Zebrzydowska, uno de los principales centros de peregrinación polacos, un lugar célebre por su calvario y muy frecuentado por los católicos, llegados desde lo más recóndito de Polonia para asistir a la representación de la Pasión que se celebra durante la Semana Santa y que es interpretada por actores y voluntarios de la región. Esta representación se ha convertido en un ritual casi nacional.

1920. Juan Pablo II a los seis meses de edad en brazos de su madre, Emilia. (© colección C. Pagano)

KALWARIA ZEBRZYDOWSKA: UN ASOMBROSO LUGAR DE PEREGRINACIÓN

El conjunto arquitectónico de Kalwaria Zebrzydowska, familiar para Juan Pablo II, que acudía allí desde su infancia y adonde regresó como papa en 1979, constituye, sin duda, uno de los emplazamientos más singulares

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