HISTORIA DE UN MIRÓ
Cazador de estrellas. Así llamaba Pablo Picasso a Joan Miró. El mismo pope André Breton consideraba al pintor catalán «el más surrealista de todos ellos». Y, para Eduardo Chillida, «era como un niño». «Totalmente cierto. Miró tenía un sexto sentido y el ojo del subconsciente colectivo siempre a flor de piel. Cuando yo era un niño de 10 años, él sumaba 85 y sabíamos entendernos a la perfección: mirando un atardecer en Cala Mayor, observando un cielo por la noche o disfrutando de la película de Chaplin. Para mí, siempre fue un niño mayor, una persona con una sensibilidad extrema que poseía una manera diferente de acercarse al mundo y que podía sorprenderse ante una flor, un pájaro o una estrella», dice su nieto Joan Punyet Miró (Palma de Mallorca, 1968), gestor de su legado y cabeza visible de sus tres fundaciones. Lo recuerda rodeado de pinceles y con olor(hasta el 16 de mayo) las dos últimas décadas de su vida y su lado más experimental y se sumerge en su peculiar proceso creativo, con obras que brotan de la naturaleza y el cosmos sobre un lienzo rasgado o una arpillera. Su heredero habla del genio, pero también de un hombre al que la edad no le impidió renovarse y que animó a sus nietos a trabajar con dignidad.
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