Dejemos la historia clara
Por Lorena A. Falcón
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¿Acaso todo lo que está escrito en un libro de historia es verdad?
Clara ama los libros y las historias que estos le cuentan. ¿Qué niño no sueña con ser un héroe de adulto? Por fin se le presenta la oportunidad y no lo duda: encontrará la verdad para salvar a su reino. Pronto descubre que las mentiras no siempre las dicen los malos de la historia. Después de todo, ¿no fue mentir lo primero que se le ocurrió para salvar su vida y la de su amigo?
Acompaña a Clara en su viaje por la historia y descubre sus mentiras y sus verdades. Comienza a leer ya mismo.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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Dejemos la historia clara - Lorena A. Falcón
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DEJEMOS LA HISTORIA CLARA
Lorena A. Falcón
Copyright © 2017 Lorena A. Falcón
Primera edición.
Todos los derechos reservados.
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Capítulo I
Hacía solo unos días que lo había descubierto. Nada más que unos días y no podía pensar en otra cosa, como si toda su vida no hubiera sido más que ese descubrimiento y lo que sucedería después. Porque sabía lo que debía hacer: lo correcto.
Clara miró alrededor. La biblioteca estaba en silencio, pero ella sabía que eso era engañoso. El lugar podía parecer vacío, darle a uno la sensación de ser la última persona en el mundo; sin embargo, luego de años de trabajar allí, ella sabía que las personas se ocultaban en los lugares más insospechados. Sobre todo, el bibliotecario en jefe, quien la había instruido.
«¿Podré confiar en él?», se preguntó a la vez que se mordía el labio inferior. No estaba segura, pero sí sabía que necesitaba a alguien, no podría hacer eso sola.
Cerró el libro que tenía enfrente y guardó su cuaderno de apuntes. Miró hacia todos lados otra vez y se levantó para guardar los libros que había consultado.
—¿Ya has terminado? —La voz a su espalda no fue más que un murmullo, pero ella saltó como si le hubieran gritado.
—Sí, ya me voy a retirar, a menos que usted necesite algo más… —Elevó la entonación de esa última palabra para transformar la frase en una pregunta.
El hombre que se erguía frente a ella era inusitadamente alto y enjuto.
—No, eso será todo por hoy.
Se dio la vuelta y se alejó con su andar silencioso y raudo, como si se deslizara a unos centímetros del piso.
Ella lo observó hasta que se perdió entre los pasillos y luego dio la vuelta para seguir su propio camino.
Aunque todavía la noche estaba lejos, el mundo fuera estaba ya a oscuras. El invierno lo acortaba todo, como si las vidas no fueran lo bastante fuertes para brillar a través de su bruma.
Ella anduvo con presteza a través de las calles que ya conocía y nunca miraba. Había pocas personas a su alrededor, ninguna prestaba atención más que a sus propios pasos. El viento arreciaba contra todos y se afanaba con los más débiles.
Cruzó las calles hasta alcanzar aquellas por las cuales ningún medio de transporte se aventuraba y llegó hasta la casa donde alquilaba una habitación. La luz del comedor brillaba con un tono amarillento a través de las raídas cortinas.
Ella tenía su propio acceso por la puerta trasera. A veces pasaba semanas enteras sin ver a sus caseros, era lo que más le gustaba de su acomodación. Ellos la dejaban tranquila siempre y cuando pagara la renta con puntualidad. Tenía todo lo necesario en la habitación, incluso un anafe pequeño, solo compartía el baño. Pero ya conocía los horarios de la pareja y los evitaba con facilidad.
Tras cerrar la puerta se apresuró a prender la estufa y calentarse las manos. Esperó a tenerlas completamente secas antes de sacar su cuaderno y dejarlo sobre la única mesa. Lo observó conteniendo la respiración.
Allí estaba uno de los secretos más peligrosos del reino.
Se paseó por la pequeña habitación varias veces y se detuvo otras tantas. Cada vez que se paraba, sus ojos iban hacia el cuaderno que estaba sobre la mesa. Y mentalmente hacia el fragmento de pergamino que estaba dentro de este. Había hecho una copia, pero aun así había tomado el original y lo había traído con ella.
—¿Quién lo extrañaría? —murmuró mientras se retorcía los dedos.
No pensaba que nadie lo hiciera. Todavía no podía creer que lo hubiera encontrado casi por casualidad entre los textos de libre consulta. ¿Cómo puede ser que nadie más lo hubiera visto? Tal vez no le habían prestado la suficiente atención, pero ella sí. Lo había relacionado con otras lecturas, con cientos de rumores que había oído desde niña, algunos de los cuales había podido confirmar cuando comenzó a trabajar en la biblioteca. Y también con otras opiniones que se formó por sí misma después de leer muchos libros.
Había disconformidad en el reino, historias sobre pasados mejores, pero ella nunca había creído que todo estuviera tan mal hasta que leyó ese pergamino y, por fin, supo la verdad.
«Pero ahora todo tiene sentido, por eso las cosas no funcionan, no pueden hacerlo hasta que la historia sea rectificada.»
Se mordió el labio inferior y se acercó al cuaderno con cautela. Lo abrió con dedos temblorosos y examinó el pergamino. Miraba por sobre su hombro cada tres palabras, pero no importaba la distracción, ya que recordaba esos párrafos con exactitud.
Tenía muy buena memoria, podía recitar sin vacilar extensos fragmentos de libros que había leído hacía años. Los rumiaba en su mente una y