Recuerdos de París
La puerta se cerró y ella caminó despacio hasta la cama, no era la primera vez que hacía eso y ya sabía cómo manejar la situación. Bloqueaba su mente y actuaba por inercia, sin emoción y ajena a lo que vivía dentro de esa habitación.
—Hay una regla que debes respetar —dijo Mar-cela mientras ponía la rodilla sobre el colchón—. Nada de besos en la boca.
—No hay problema —respondió Alejandro. Marcela bordeó la cama y llegó hasta él, hacía mucho que no veía a un latino por el night club. Sonrió al observar su rostro de niño bueno mirándola como si fuera una mágica aparición; una mujer salida de sus fantasías. No lo había visto antes y se notaba que no estaba acostumbrado a pagar por favores sexuales, o tal vez ni siquiera había debutado con una mujer.
—Quítate la ropa —ordenó ella con suavidad, y observó con paciencia como él se iba desnudando. Luego se acercó y quiso empezar a hacer su trabajo, pero el muchacho inesperadamente la detuvo sujetándola por las muñecas.
—No hagas nada, desvístete y acuéstate en la cama —dijo, y sintió la fuerza de su mirada atravesando la barrera de sus emociones.
No era lo usual que le pidieran eso, pero obedeció pensando que su cliente quería ir al grano y marcharse. Se desvistió con coquetería, provocándolo con movimientos sensuales, quitándose cada una de las prendas hasta quedar desnuda frente a él, quién seguía observándola como si no fuera real. ¿Qué tenía que la ponía nerviosa?, si era tan joven como ella, pero con una inexperiencia que se reflejaba en la mirada.
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