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Edevane, el oro de las abejas 2: Edevane, el oro de las abejas, #2
Edevane, el oro de las abejas 2: Edevane, el oro de las abejas, #2
Edevane, el oro de las abejas 2: Edevane, el oro de las abejas, #2
Libro electrónico54 páginas43 minutos

Edevane, el oro de las abejas 2: Edevane, el oro de las abejas, #2

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Continuación de Edevane, el oro de las abejas 1

Edevane sueña con ser maquinista en un mundo donde ninguna mujer lo ha conseguido aún. Sumida en la pobreza y la miseria de una cuenca minera llamada Trinidad lucha por conseguir su sueño. Surco sueña con Edevane y con poderle dar una vida mejor a ella, a su hermano pequeño y a su abuelo.
Cuando Edevane consigue su título y tiene que comenzar a trabajar con el hijo del dueño de la estación, Surco descubre que este la está acosando y decide que la única manera de enriquecerse y poder liberar a Edevane de esa situación es poniendo en marcha una vieja y terrible leyenda acerca de unas abejas que fabrican oro. El único inconveniente es que nadie que lo haya intentado ha seguido vivo para contar si es cierta.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
ISBN9781540130747
Edevane, el oro de las abejas 2: Edevane, el oro de las abejas, #2

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    Edevane, el oro de las abejas 2 - Laura Pérez Caballero

    12.

    El abuelo observó el reloj de engranajes color cobre que la abuela de Edevane le había regalado a Surco hacía un par de años. Eran casi las siete de la tarde. ¿Qué podía haberle pasado a Surco? Hacía una hora que tendría que haber vuelto a casa. Ya deberían estar arrancando las esquirlas de oro.

    El abuelo terminó de fumar el cigarrillo que se había liado para calmar los nervios de la espera. Salió a la entrada de la casa y gritó el nombre de su nieto pequeño, que apareció  por detrás de la casa y le hizo un gesto interrogante.

    —Coge la carretilla cargada de sacos, tienes que acompañarme a un lugar.

    El pequeño se apresuró a cumplir la orden del abuelo mientras su rostro resplandecía. Sabía que estaban llevando a cabo el plan para conseguir el oro y le había decepcionado que le hubieran dejado fuera. Ahora pasó de nuevo a la parte trasera de la casa y de una destartalada caseta sacó la carretilla y contó los sacos. Cinco sacos.

    —¿Crees que llenaremos los cinco sacos, abuelo?

    El abuelo asintió abstraído, preocupado por la ausencia de su nieto mayor. Pero les llevaría un buen rato picar en las paredes rocosas para desprender el oro, más si solo iban él y Caspian, y solo tenían hasta las doce de la noche para conseguirlo.

    Tiró un par de piquetas en la carretilla y se pusieron en camino. Pero apenas habían avanzado un par de metros cuando escucharon tras ellos la voz de Edevane.

    —¡Esperad! ¡Caspian! ¡Abuelo!

    El niño soltó la carretilla y corrió a abrazar la cintura de la chica. No se parecía en nada a Surco. Era un niño cariñoso y expresivo.

    —¡Edevane, vamos a buscar el oro!

    La muchacha correspondió un segundo a su abrazo y luego oteó en busca de Surco.

    —¿Dónde está Surco?

    El abuelo se encogió de hombros.

    —Pensé que nos traías noticias suyas.

    —No, pasé por la estación y nadie le había visto, pensé que estaría aquí, o que ya habría ido a la cueva en busca del oro.

    Caspian observó el rostro preocupado de su abuelo y borró un poco la sonrisa de su cara. Turnaba la mirada entre el abuelo y Edevane y no le gustaban nada sus gestos.

    —No lo hagáis —suplicó Edevane—. Al menos vamos a encontrar a Surco primero.

    El abuelo negó con la cabeza.

    —No podemos esperar, Edevane, el oro desaparecerá a las doce y extraerlo es un trabajo duro, como el de las minas.

    —Abuelo, son fantasías —trató de convencerlo ella.

    El abuelo le dio la espalda y se puso en marcha. Caspian le miró, miró a Edevane y luego empujó la carretilla para seguir a su abuelo.

    —Si son fantasías, no hay nada de lo que debas preocuparte, Edevane.

    ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

    Surco había llegado a las siete en punto a la estación y se había puesto a pasar el paño a su carrito portamaletas. Lois, su compañero de turno ya estaba empujando el suyo, lleno de maletas, tras uno de aquellos burgueses adinerados que se podían permitir viajar en la primera clase de los trenes.

    Surco empujó el carrito y salió al andén. Como 100 metros más allá podía ver a Eilen fumando frente a la puerta de la oficina de jefatura. Sus miradas se cruzaron y Surco apretó los dientes. Pasó la mano bajo su nariz y sorbió con fuerza.

    Comenzó a caminar y al acercarse a Eilen pudo ver cómo sonreía. Sonreía con sus labios finos y también lo hacía con sus ojos mientras seguía a Surco con la vista. Sonreía con burla, con

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