Además de Petra –la mítica capital de los nabateos y lugar de descanso eterno del santo Grial según la tercera entrega de Indiana Jones–, Jordania cuenta con otros tantos tesoros arqueológicos que no dejarán indiferente al viajero sediento de aventuras. A apenas ciento cincuenta kilómetros al sur de Amán se yergue uno de los castillos cruzados más poderosos que todavía quedan en pie. Nos estamos refiriendo al Karak, el primer destino al que Saladino se dirigió después de vencer al ejército cristiano en la batalla de los Cuernos de Hattin. Tras cruzar el Jordán, el soberano musulmán sitió la fortaleza e hizo prisioneros a Reinaldo de Chatillon y a Guido de Lusignan, con quienes tenía cuentas pendientes.
Otro de los imperdibles en nuestra ruta será el Monte Nebo, en la cordillera de Abarim, donde se ubica el cenotafio que conmemora la muerte de Moisés, puesto que, según los relatos veterotestamentarios, su tumba no será encontrada jamás. Pero tal vez el enclave más evocador del país árabe sea Betania de Transjordania, el lugar donde un profeta llamado Juan bautizó a un tal Jesús de Nazaret.
Si subimos a alguno de los cerros que rodean el yacimiento arqueológico en un día claro, podremos divisar a lo lejos Jericó, e incluso soñar con la silueta de la ciudad santa de Jerusalén en la lontananza. Debido al paulatino descenso del caudal del Jordán durante las últimas décadas, las aguas fueron dejando al descubierto los vestigios de una pequeña escalinata que descendía hasta una piscina en forma de cruz. Varios equipos de especialistas, tras examinar el complejo, encontraron significativas evidencias de que aquel baptisterio al aire libre pudo haber sido un importante lugar de peregrinación para las primeras comunidades judeocristianas, las cuales a buen seguro creyeron que este era el lugar exacto donde el Hijo del Hombre fue sumergido en las aguas antes de comenzar su misión redentora.
A pesar de que posiblemente Juan el Bautista fue uno de los referentes más destacados en
