A menudo pensamos que persecuciones judiciales como las ocurridas en Zugarramurdi durante el siglo XVI o en Salem cien años después son acontecimientos grotescos del pasado que nunca más volverán a repetirse. En ambos lugares, decenas de adultos fueron procesados y condenados por formar sociedad con el diablo y practicar atroces sacrificios en su nombre. Sin embargo, las pruebas recopiladas en su contra no fueron más que palabras. Palabras, eso sí, pronunciadas por niños de la localidad, en apariencia inocentes, cuyos labios compusieron truculentos relatos que las autoridades de la época tomaron muy en serio.
Hoy día, sabemos que nunca hubo brujas, aquelarres ni adoradores de Satanás en Salem ni en Zugarramurdi. Es más, amparados por el desarrollo racional y tecnológico del siglo XXI, nos creemos vacunados contra esos episodios de histeria colectiva, de contagio psicológico, más propios de sociedades ignorantes y supersticiosas que de la nuestra, capaz de poner seres humanos en la Luna o desentrañar los misterios más recónditos de la materia. Y, sin embargo, nuestro dominio de la criminalística o de diferentes ciencias para leer la mente no impidió que, en pleno ocaso del siglo XX, una frenética paranoia se extendiera como la peste por una comarca del norte de Italia. Esa locura compartida afectó a lo más preparados servicios de asuntos sociales, policías y autoridades judiciales, quienes, primero, separaron a los padres de sus hijos y, luego, los condenaron a diferentes penas de prisión y pérdida de patria potestad.
Cinco juicios, celebrados entre 1998 a 2014, depararon más de 20 acusados y 16 críos retirados a sus familias. Pequeños con edades comprendidas entre apenas unos meses y 12 años de edad que nunca más regresaron a sus hogares y terminaron en diversas casas de acogida. El escenario donde se aplicó tanta severidad judicial no pudo ser más diminuto. Apenas los 15 km de distancia que distan las poblaciones de Mirandola y Massa Finalese, auténtico epicentro de una de caza de brujas contemporánea tan vergonzosa como despiadada.
EL REPORTERO QUE DESCUBRIÓ LA VERDAD
«Aquí estamos hablando de un caso de 16 niños arrebatados a sus familias una noche y que no han vuelto a ver más sus padres. Después fueron aislados y empezaron a preguntarles si había pasado algo en su familia,
