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Recuerdos que el viento trae
Recuerdos que el viento trae
Recuerdos que el viento trae
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Recuerdos que el viento trae

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Este es el final de la trilogía que comenzó con el libro "Sintiendo en la Propia Piel" pasando por "Con el Amor no se Juega" hasta llegar a éste, "Recuerdos que el Viento Trae" que cierra la historia de la familia Sales de Albuquerque y la esclava Toña, que estaba vinculada a ella por lazos de amor y odio del pasado.
La secuencia de eventos, que comenzó hace 200 años, termina en Cabo Frío, el lugar de nacimiento de mi abuelo Edmundo, quien le presentó a Leonel a los personajes reales, en espíritu, para que pudiera traer su historia como un ejemplo para todos nosotros. Pero la historia no es suya, ni fue él quien la vivió. Sus personajes son los que alguna vez conoció, aunque no tenía una relación más cercana con ninguna de ellos. Eran situaciones de pueblos pequeños, a fines del siglo XIX, donde todos se conocían, al menos, por su nombre o al enterarse de ello.
Como me dijo mi abuelo, son una familia como muchas otras, pero cuyas verdades no conocemos. Nadie supo nunca sobre el drama que se desarrolló en esa casa, y, para los habitantes de la ciudad, eran solo personas que vivían allí, a medio camino de todo y de todos. Gente tranquila y sin importancia, que no atrajo la atención de nadie.
Pero la muerte del cuerpo despierta estas verdades, y es cuando vemos que nunca serán sin importancia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9798215032886
Recuerdos que el viento trae

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    Recuerdos que el viento trae - Mônica de Castro

    RECUERDOS QUE EL VIENTO TRAE

    PSICOGRAFÍA DE

    MÔNICA DE CASTRO

    POR EL ESPÍRITU

    LEONEL

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Julio 2020

    Título Original en Portugués:

    LEMBRANÇAS QUE O VENTO TRAZ

    © MÔNICA DE CASTRO

    Revisión:
    Bilha Sefora Veramendi Garcia
    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org
    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes; sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida esta reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 160 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Índice

    PREFACIO

    SINTIENDO EN LA PROPIA PIEL

    CON EL AMOR NO SE JUEGA

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    CAPÍTULO 18

    CAPÍTULO 19

    CAPÍTULO 20

    CAPÍTULO 21

    CAPÍTULO 22

    CAPÍTULO 23

    CAPÍTULO 24

    CAPÍTULO 25

    CAPÍTULO 26

    EPÍLOGO

    PREFACIO

    Este es el final de la trilogía que comenzó con el libro "Sintiendo en la Propia Piel pasando por Con el Amor no se Juega hasta llegar a éste, Recuerdos que el Viento Trae" que cierra la historia de la familia Sales de Albuquerque y la esclava Toña, que estaba vinculada a ella por lazos de amor y odio del pasado.

    La secuencia de eventos, que comenzó hace 200 años, termina en Cabo Frío, el lugar de nacimiento de mi abuelo Edmundo, quien le presentó a Leonel a los personajes reales, en espíritu, para que pudiera traer su historia como un ejemplo para todos nosotros. Pero la historia no es suya, ni fue él quien la vivió. Sus personajes son los que alguna vez conoció, aunque no tenía una relación más cercana con ninguna de ellos. Eran situaciones de pueblos pequeños, a fines del siglo XIX, donde todos se conocían, al menos, por su nombre o al enterarse de ello.

    Como me dijo mi abuelo, son una familia como muchas otras, pero cuyas verdades no conocemos. Nadie supo nunca sobre el drama que se desarrolló en esa casa, y, para los habitantes de la ciudad, eran solo personas que vivían allí, a medio camino de todo y de todos. Gente tranquila y sin importancia, que no atrajo la atención de nadie.

    Pero la muerte del cuerpo despierta estas verdades, y es cuando vemos que nunca serán sin importancia.

    Mônica de Castro

    SINTIENDO EN LA PROPIA PIEL

    A los noventa y siete años, Toña fue testigo de la abolición de la esclavitud y se niega a abandonar la hacienda donde vivió la mayor parte de su vida. Llamado a intervenir,

    Clarissa y Luciano, los jóvenes hijos del señor de esas tierras, no pudieron convencerla que se vaya. Con gran sacrificio, Clarissa convenció a su padre para dejar que Toña se quede en una habitación pequeña, donde cuenta su historia...

    A principios del siglo XIX, Toña vino de África en un barco de esclavos para servir como regalo de cumpleaños para la hija de un rico granjero. Vendida por el jefe de su tribu, arrancada de los brazos de su madre y arrastrada por la fuerza, hasta que llega a Brasil, después de breves enseñanzas, estuvo lista para ser presentada a Aline, su nueva dueña.

    Aline, una niña blanca y rica, con el tiempo se apega a Toña y comienza a cuestionar las actitudes de su padre, oponiéndose a la forma en que trata a los esclavos. Las dos niñas crecen juntas, Toña siempre bajo la protección de Aline, hasta que conocen a dos jóvenes, Ignacio y Cirilo, de quienes se enamoran.

    Aline y Cirilo pronto se comprometen, mientras que Toña se ve obligada a vivir un romance oculto con Ignacio. A partir de ahí, los eventos suceden y Toña pasa sentir en su propia piel el mismo tipo de tratamiento que le había infligido a la más humilde cuando era Cláudia, una niña rica e inútil que, en otra vida, había despreciado los verdaderos valores del espíritu.

    Hasta que los destinos se entrelacen y la vida se encargue de mostrar a cada uno el valor del respeto y el perdón.

    CON EL AMOR NO SE JUEGA

    Toña, ahora es una anciana, continúa sirviendo a la misma familia, pero se ve obligada a soportar el disgusto de Palmira, madre de los gemelos Fausto y Rodolfo.

    Físicamente idénticos; sin embargo, los gemelos difieren en temperamento. Mientras que Fausto es recto y honesto, Rodolfo es envidioso y astuto, y planea forzar una relación con Júlia, quien está comprometida con su hermano, de esta manera provocando los celos excesivos.

    Pero el destino les reserva otros caminos, y Rodolfo termina conociendo a Marta, la hija del capataz de la hacienda, que se enamora de él y hará todo lo posible para ganarse su corazón. Al mismo tiempo, surgen otros personajes, como Camila, la hija de Palmira y sus hijos, Dário y Túlio, que están involucrados en los placeres y en el crimen.

    Al mismo tiempo, en la hacienda vecina, una familia judía sufre los prejuicios y de la enfermedad que padece su única hija, la tuberculosis. Pero el mundo espiritual dibuja planes mucho más grandes para ellos, y la ayuda viene en forma de un sacerdote que conoce las cosas ocultas, y Marta, un médium de curación que ayuda en la recuperación de la paciente.

    Muchas intrigas y mentiras surgen en el curso de la historia, mientras que la vida pone a Fausto y Rodolfo frente a situaciones que los llaman a experimentar y superar sus sentimientos más difíciles, para Rodolfo, el odio y para Fausto, los celos.

    Para mi madre, Maria Antonieta, mi padrastro Sylvio, y mi hermano Fernando, por el cariño en familia, que da sustento a la vida.

    CAPÍTULO 1

    Tan pronto como los pájaros comenzaron a trinar afuera, Clarissa se despertó con disgusto, se estiró, se frotó los ojos y miró por la ventana. Un día más de aburrimiento en la hacienda de San Jerónimo, otro día sin nada nuevo que hacer. A excepción de su hermano Luciano y su prima Jerusa, no había nadie más con quien conversar. La hermana mayor, Valentina, era una dominante entrometida y estaba demasiado ocupada con el bebé.

    Clarissa escuchó un fuerte golpe en la puerta y dijo, sin mucho interés:

    – Puede entrar.

    La puerta se abrió y la madre entró, saludándola con una sonrisa:

    – Buenos días Clarissa.

    – Buenos días mamá. ¿Alguna novedad?

    – ¿Por qué preguntas?

    – Para que vengas a mi habitación muy temprano, seguro, algo nuevo ha sucedido.

    – Eres muy inteligente.

    – ¿Papá ya ha vuelto de la capital?

    – Todavía no.

    – ¿Entonces qué es?

    Miró a su hija con diversión y anunció:

    – Tu pedido acaba de llegar...

    Ni siquiera tenía que escuchar el resto. Clarissa saltó de la cama y se echó el chal sobre los hombros, bajó las escaleras y corrió hacia la sala de estar. Tan pronto como entró, vio una gran caja junto a la ventana y comenzó a saltar de alegría. Completamente emocionada, comenzó a desatar los nudos y a retirar las tablas, tratando de abrir la caja tan rápido como podía. Pero la madera era dura, y ella no podía. Inmediatamente, comenzó a gritar:

    – ¡Luciano! ¡Luciano! ¡Por amor de Dios, ven a ayudarme!

    Al escuchar esos gritos, el hermano parecía sin aliento, seguido por la otra hermana, que llevaba un bebé de meses.

    – Pero ¿qué está pasando aquí? – preguntó indignado.

    – ¡Mira Luciano! – exclamó Clarissa, señalando la caja –. ¡Papá cumplió su promesa y me envió lo que le pedí! ¡Vamos, ayúdame a abrir!

    Flora, la madre, se quedó parada detrás, mientras que el hijo ayudó a Clarissa a abrir esa enorme caja. Estaba muy bien atado y amarrada, y era necesario encontrar algunas herramientas para aflojar los tornillos. Unos minutos más tarde, las tablas comenzaron a ceder, y Clarissa las estaba jalando, llena de emoción. Un nuevo clavicordio apareció en medio de piezas de madera aserrada, y Clarissa aplaudió alegremente, alisando las teclas con sus largos dedos. De inmediato, las cuerdas del interior resonaron y una melodía suave invadió la habitación. ¡Fue maravilloso!

    – ¿De dónde sacó papá el dinero para comprar eso? – preguntó Valentina despectivamente.

    – No seas aguafiestas, Valentina – le reprochó su madre –. ¿No lo prometió tu padre? ¿Entonces? Cumplió su promesa.

    – Todos sabemos que nuestra situación no es la mejor. Ayer ni siquiera teníamos suficiente dinero para los gastos, y hoy me aparece aquí este clavo de olor, procedente de la capital, que debe haber costado una pequeña fortuna. Mira estas teclas. ¡Son de marfil!

    – ¿Cuál es el problema? respondió Clarissa –. Apuesto a que estás celosa.

    – No sé por qué estaría celosa de ti, niña tonta.

    – Porque no sabes tocar. Nunca lograste aprender.

    – ¿Y quién dijo que quiero aprender?

    – Basta, chicas –ordenó Flora –. No hay razón para pelear. Lo que importa es que tu padre compró el clavicordio, ¿no? Y ciertamente no tenía que robar ni extorsionar a nadie. ¿O crees que tu padre de repente se convirtió en ladrón, Valentina?

    – No lo creo –respondió Valentina a regañadientes –. Solo creo que papá mima a esa chica demasiado. Él hace toda la voluntad de Clarissa.

    – ¿Y qué pasa? – dijo Clarissa, de una manera muy desafiante. La niña en el regazo de Valentina comenzó a llorar, y Flora consideró:

    – Valentina, mi hija, creo que es hora de alimentar al bebé.

    De mala gana, Valentina salió de la habitación y fue a la habitación para cuidar a su hija. Después que ella se fue, Clarissa y Luciano comenzaron a montar el clavicordio, ajustando el cuerpo en los pies. Todo listo, Clarissa sacó el taburete y se sentó a tocar. Estaba afinado, y ella tenía la intención de preparar un concierto para cuando su padre regresara.

    Devolvería el regalo con otro, tocando para alegrarle los oídos. Flora se sentó en el sofá y admiró a su hija. Era hermosa y dulce, aunque un poco obstinada e incluso atrevida. ¡Y cómo le gustaba la música!

    Clarissa se había acercado a ella.

    Cuando Flora se casó con Fortunato, él le permitió tomar el clavicordio que había sido de su madre, y tan pronto como los niños tuvieron la edad suficiente para aprender, ella se dispuso a enseñarles.

    Pero Valentina no daba pie con bola. No había escuchado, no estaba interesado en aprender. Luciano, por otro lado, estaba muy inquieto y no tenía la paciencia para pasar largas horas sentado, lo que le dificultaba concentrarse.

    Solo Clarissa estaba interesada. La niña, desde temprana edad, demostró un don musical innato y pasó horas y horas entretenida con música, sin siquiera recordar los juegos.

    Hubo momentos en que la prima venía a la hacienda Oro Viejo, y luego tenían hermosas reuniones, con ella y su hija turnándose con el clavicordio. Pero, desafortunadamente, alrededor de un año antes, alguien había dejado abierta la ventana de la sala, debajo de la cual estaba el instrumento, justo en la época en que viajaban a la capital, para presenciar matrimonio de un pariente lejano. Era una estación lluviosa y una tormenta azotó la región. A través de la ventana abierta, la lluvia entró a cántaros mojando los muebles, las alfombras y también el clavicordio. Cuando regresaron del viaje, todos los muebles estaban dañados, las alfombras manchadas y la madera del clavo hinchada y olía a moho. Clarissa y Flora incluso lloraron de disgusto. Además del daño, la pérdida del amado instrumento parecía irreparable. Pero Fortunato les había prometido: tan pronto como pudiera, pediría un instrumento desde la capital, más hermoso y más sonoro, el último modelo en Europa.

    Clarissa estaba llena de esperanza y esperaba recibir su regalo. Sin embargo, la situación de las haciendas se volvió preocupante. Toda la última cosecha se había perdido debido a una plaga fatal que había atacado la plantación. Por más que intentaron, los granjeros no pudieron contenerlo, y en poco tiempo, la devastación fue total. Su padre había perdido prácticamente todo, así como sus familiares en la hacienda Oro Viejo y algunos de los agricultores más cercanos.

    Se dijo que el descuido y la dejadez del Sr. Américo, propietario de una hacienda vecina, terminó trayendo la peste, que pronto se extendió a las tierras contiguas. A un gran costo, lograron exterminarlo, pero las pérdidas, además de ser incalculables, también fueron irreversibles.

    Después que la plantación fue destruida, todo lo que tenían que hacer era comenzar de nuevo. Pero ¿cómo? Fortunato había perdido casi todos sus granos de café. Se necesitaba dinero para comprar nuevas semillas, plantarlas y esperar a que crezcan y den fruto. Todo esto llevó tiempo, y el dinero que tenían no sería suficiente para soportar tanto. Finalmente, convencido que sus reservas no serían suficiente para pagar la siembra y la subsistencia hasta la nueva cosecha, Fortunato se fue a la capital, en un intento de obtener un préstamo de los banqueros.

    La situación era precaria, pero Fortunato disfrutaba de prestigio, lo que sin duda le facilitaría obtener el préstamo.

    Al ver el clavicordio que su esposo le había enviado a Clarissa, Flora concluyó que había obtenido el dinero y comenzó a hacer algunos gastos. Estaba feliz, sí, pero pensándolo bien, tal vez Valentina tenía razón. ¿Sería prudente gastar tanto dinero en un cultivo que aun no existía? Una sombra de preocupación cruzó por su mente. El esposo, además de ser un excelente hombre de negocios, era un hombre prudente y sobrio, y nunca contaría con algo que aun no fuera realmente suyo. ¿Dónde, entonces, habría llegado ese dinero? ¿Había vendido alguna propiedad? Era posible, pero todos sus activos se encontraron allí, en esas dos haciendas, además de algunos edificios en la capital, cuyos ingresos por renta no fueron suficientes para cubrir todos sus gastos. Estaban acostumbrados al lujo y la riqueza, y no fue fácil conformarse con una vida de ahorros y privaciones.

    Joven y soñadora, Clarissa no se dio cuenta de todo esto. Los problemas financieros de la familia no le preocupaban. Si su padre le había enviado el clavicordio, ciertamente había obtenido el dinero de una manera honesta.

    Además de Valentina, Luciano también se sorprendió. Amaba mucho a su hermana menor y no quería arruinar su alegría, pero estaba muy preocupado por ese lujoso clavicordio. Sin embargo, eligió no decir nada. La madre también parecía feliz, y él no quería manchar tanta felicidad.

    * * *

    Temprano a la mañana siguiente, después del desayuno, Valentina se levantó, entregó el bebé a la criada y le preguntó:

    – ¿Trajiste las flores que pedí?

    – Si, señora. Están en el florero, en la mesa de la sala.

    – Excelente. Ahora lleva a la niña a tomar el sol. Pero ten cuidado, no te olvides de eso afuera.

    – Puede estar tranquila, doña Valentina, no me olvido, no.

    Valentina se levantó, fue a la sala y recogió las flores. Regresó a la mesa del desayuno, donde permanecieron los demás, divertidos en prosa animada, y preguntó:

    – ¿No vienes?

    – ¿A dónde? respondió Luciano.

    – Hoy, el abuelo Rodolfo falleció hace dos años.

    – ¿Verdad? – continuó el hermano.

    – Así es. Voy al cementerio a llevarle unas flores. Para él y la abuela Marta, que Dios los tenga.

    – Haces muy bien.

    – ¿No vienes conmigo? Es deber de la familia velar por el recuerdo de sus antepasados.

    – No creo que deba llorar sobre la tumba de mis abuelos para recordarlos, se opuso Clarissa –. Y, si realmente quieres saber, el abuelo Rodolfo ni siquiera era tan bueno.

    – Eres una chica descarada y descortés, Clarissa, y deberías avergonzarte de hablar así de nuestro abuelo, que hizo todo por nosotros.

    – ¿Qué hizo por nosotros aparte de reprocharnos por cualquier cosa? No recuerdo nada de lo que hizo para complacernos. La abuela Marta, no. Ella era dulce, cariñosa, amigable...

    Valentina tragó saliva y respondió:

    – Eres ingrata; es decir, y es mejor incluso si no vas –. Y, volviéndose hacia su hermano, le preguntó:

    – Y tú, Luciano, ¿no vienes?

    – ¿Quién yo? ¡Ah! No, no cuentes conmigo. Tengo más cosas que hacer Estoy de acuerdo con Clarissa. No necesitamos detenernos en su tumba para recordar que existió.

    – Ustedes dos son imposibles. No es de extrañar que se lleven bien. Son lo mismo: egoístas, groseros, irrespetuosos...

    – Vale, Valentina, eso es todo – dijo Flora –. Deja en paz a tus hermanos. Iré contigo.

    Flora tomó el chal y se fue con su hija. Tampoco le gustaba su suegro. Había sido un hombre aburrido e irascible, y siempre estaba despotricando y maldiciendo.

    La suegra; sin embargo, era diferente, y a todos les caía bien. Marta había sido una mujer buena y piadosa, y había vivido una vida desinteresada junto a su esposo, siempre dispuesta para ayudarlo y hacer todo por él. Solo ella pudo controlarlo. Rodolfo siempre había tenido un temperamento terrible, y su esposa era la única a la que escuchaba.

    Pero si a Valentina le gustaba su abuelo, ¿qué podía hacer ella? Después de todo, tenían la misma sangre, y ella se parecía mucho a él. Siempre lo había sido. El mismo temperamento, las mismas creencias, los mismos ideales. No fue por otra razón que siempre había sido el favorito de su abuelo, a diferencia de Clarissa y Luciano, con quienes vivía para burlarse y regañar.

    * * *

    Esa noche, cuando se fue a dormir, Clarissa olió un ligero perfume de rosas en el aire y recordó a Toña. Toña había sido esclava en su hacienda desde muy pequeña, cuando fue traída allí desde África en un barco de esclavos, para servir como regalo de cumpleaños para Aline, la hermana mayor de su abuelo, quien había muerto a una edad temprana. Mientras Aline estaba viva, la abuela Toña había disfrutaba de cierta libertad. Pero después que ella murió en un incendio, Toña fue brutalmente castigada y arrojada a senzala, hasta que la suerte la llamó, y fue asignada para servir como nodriza para su abuelo y su hermano gemelo. Desde entonces, regresó a vivir a la casa grande y crio a la mayoría de los niños que nacieron en la hacienda. Poco después de la abolición de la esclavitud, Toña murió, después de casi cien años de luchas y sufrimientos. Toña siempre había sido amiga de Clarissa. La había visto nacer, ayudó en su crianza, le enseñó a bordar y preparar manjares como nadie más. Incluso como una anciana, hizo lo que pudo, y Clarissa se deleitó con las historias que contó de su gente, su tierra, su cultura.

    Clarissa amaba la religión de los negros y desde temprana edad había aprendido a reconocer e identificar a todos los dioses africanos. Toña le contó sobre la asociación que hicieron con los santos católicos, y Clarissa estaba encantada. Sabía que había esclavos provenientes de diferentes regiones de África, que también tenían diferentes idiomas y culturas.

    Entonces, los pueblos comenzaron a mezclarse, y la cultura yoruba terminó predominando sobre las demás, incluso imponiendo sus Orixás, reemplazando las tinieblas de las que hablaba tanto Toña. Pero ella dijo que los dioses eran todos iguales, y no importaba cómo los llamaran o invocasen. Lo importante era que tanto los Orixás como los inkices eran deidades que representaban las fuerzas de la naturaleza y eso podría invocarse en cualquier situación de la vida. La imagen del esclavo no salió de su cabeza. Aproximadamente un año después de la muerte de Toña, Clarissa comenzó a soñar con ella, que siempre parecía sonriente, vestida en blanco o azul.

    Le dio noticias de su vida en el mundo invisible, le habló de cosas que ella no sabía y solía alertarla sobre algunos peligros o dificultades. Aunque Clarissa no recordaba todo lo que soñaba, siempre lograba conservar en su memoria las impresiones de lo que Toña le habló, impresiones que solían surgir en los momentos más oportunos, en forma de intuición o sensaciones.

    Esa noche, no fue diferente. Tan pronto como se durmió, el cuerpo fluidico de Clarissa se separó del físico y encontró a Toña allí, parada al lado de su cama, esperando por ella.

    Clarissa sonrió y tomó su mano, hablando dulcemente:

    – Hola abuela Toña. ¿Viniste a visitarme?

    – Vine a recogerte para dar un paseo. Caminemos un poco a la luz de la luna.

    Las dos salieron al jardín. Era una noche hermosa, cubierta de estrellas, y yacían sobre la suave hierba, mientras disfrutaban del cielo estrellado que se extendía sobre sus cabezas. Después de unos minutos, Clarissa preguntó:

    – ¿Entonces, abuela Toña? ¿De qué me hablarás esta vez?

    Sin apartar la vista del cielo, Toña estrechó la mano de Clarissa y respondió:

    – Necesitaba advertirte. Decirle que pronto harás un largo viaje a una tierra distante y desconocida.

    – ¿Cómo así?

    – Cuando llegue el momento, lo sabrás.

    – ¿Me va a pasar algo en este viaje? ¿Voy a morir?

    – No morirás, pero pasarás por un período muy difícil en tu vida, lleno de conflictos y angustias. Siempre estaré a tu lado, y si te quedas firme en sus propósitos de crecimiento, podrás liberar tu espíritu de la culpa que lleva del pasado.

    – ¿Qué culpas? Nunca lastimé a nadie.

    – ¿Ya no te he dicho que tenemos muchas vidas y que, a menudo, utilizando nuestro libre albedrío, adoptamos actitudes que ponen en desequilibrio la armonía de la vida y del universo? ¿Y luego, queriendo mejorar, elegimos ciertos caminos y situaciones que nos pondrán cara a cara con la oportunidad de devolver a la vida lo que le quitamos?

    – Sí...

    – ¿Pues entonces? Todo es solo la posibilidad que el universo te esté dando para restaurar al mundo la parte de equilibrio que tomaste de él, en otro momento, cuando viviste en otro lugar y ocupaste otro cuerpo de carne.

    – No recuerdo nada de eso.

    – Cuando llegue el momento, su memoria activará sus registros ocultos y revivirá momentos de extrema importancia para comprender algunos episodios que se desarrollarán en su vida actual.

    – ¿No podrías decirme algo? Si sucede lo peor, no quiero estar sin preparación.

    – No te sucederá nada, y tu alma sabe lo que necesita para vivir. Confía en Dios y ten fe. Piensa en los Orixás. También podrán ayudarte. Y recuerda que fue tu elección.

    Después de eso, Toña le dio un suave beso en la frente a Clarissa y la llevó de regreso a su habitación, ayudándola a regresar a su cuerpo. La niña suspiró mientras dormía, se volvió hacia un lado y continuó durmiendo tranquilamente. Al día siguiente, cuando despertó, solo tenía un vago recuerdo que había soñado con Toña y, en su sueño, le contó algo sobre viajes, elecciones y equilibrio. ¿Qué sería? No podía recordarlo. Cuando la prima llegó a tomar café, ella también estaba allí. Era domingo y Jerusa había venido a invitarla a ir a misa juntos. Las chicas no eran primas cercanas. Jerusa era la hija de Laís, la primogénita de Dário, quien se convirtió en el sobrino de su abuelo Rodolfo. El abuelo Dário, como solían llamarlo, todavía estaba vivo, al igual que su esposa, la abuela Sara, quien, a pesar de no tener muy buena salud, sobrevivió los años con fe y confianza.

    – Buenos días, Clarissa –dijo Jerusa alegremente.

    – Buenos días – respondió ella –. ¿Llegué tarde?

    – No. Es solo que mamá quería llegar temprano. Dijo que necesita hablar con el sacerdote acerca de una misa de acción de gracias por el mejoramiento de la abuela. Ella casi muere después de la última gripe.

    – Es cierto. Pero la abuela Sara es una mujer muy fuerte.

    – Así es. Quién iba a saber que viviría tantos años, ¿verdad?

    Cuando Luciano bajó y vio a su prima, se apresuró hacia ella. Luciano y Jerusa, por algún tiempo, estuvieron enamorados para felicidad de ambas familias.

    – Me alegro que hayas llegado temprano, Jerusa, se agachó y la besó en la mejilla.

    – Las cosas de madre – respondió ella, sonrojándose –.

    Después de la misa, todos fueron a la hacienda de San Jerónimo, donde se serviría el almuerzo del domingo. Los jóvenes eran extremadamente cercanos y amigos, y solían caminar juntos en la hacienda, yendo al arroyo para mojarse los pies o pescar. Después del almuerzo, Clarissa se sentó con el clavicordio, tocando, llenando la casa con su melodía alegre y bien ejecutada.

    Eran casi las tres y no estaba cansada. Le encantaba la música, y tocar el clavicordio era lo que le daba más placer. Las notas la divirtieron cuando una voz retumbante llegó desde la dirección de la puerta:

    – ¡Buenas tardes!

    Todos se volvieron y Clarissa soltó el clavicordio, corrió hacia el recién llegado y exclamó eufóricamente:

    – ¡Papá! ¡Papá! ¿Por qué no dijiste que vendrías?

    El padre la levantó en su regazo, como siempre hacía, la besó en la mejilla y la colocó de nuevo en el suelo, yendo hacia su esposa y besándola de manera respetuosa y medida. Con él vino su yerno, Roberto, el esposo de Valentina, quien siempre lo acompañaba en sus viajes. Luego saludó a los demás y comenzó a distribuir los regalos que había traído. Había regalos para todos, y Valentina fue la primera en preguntar:

    – Papá, ¿de dónde salió el dinero para todo esto?

    Fortunato estaba a punto de responder cuando un

    hum... hum... interrumpió su discurso. Inmediatamente, todos se dieron la vuelta, frente a un hombre maduro, alto, delgado y ligeramente calvo. El extraño los miró e hizo un gesto ceremonioso, al que los demás respondieron, sin comprender completamente de qué se trataba. Más que rápidamente, Fortunato presentó el visitante en el grupo:

    – Flora, me gustaría presentarle al Sr. Abílio Figueira Gomes, nuestro invitado. Flora lo miró sorprendida. No esperaba recibir visitas, mucho menos quedarse, y estaba extremadamente molesta.

    Sin embargo, los buenos modales le ordenaron dar la bienvenida al recién llegado, y ella habló amablemente:

    – Mucho gusto, Sr. Abílio, y bienvenido a esta casa.

    – Gracias, señora – respondió, besando su mano formalmente y mirando a Clarissa por el rabillo del ojo.

    La niña sintió un escalofrío y se estremeció. Ella no había simpatizado con ese tipo, y la forma en que la miraba, como si la estuviera estudiando, la dejó desconcertada. Fortunato continuó las presentaciones y luego le dijo a la mujer:

    – Flora, el Sr. Abílio vino de la capital para quedarse en nuestra casa por un tiempo. Tenemos asuntos importantes que hacer, y quiero que su estadía aquí sea lo más placentera posible.

    – Por supuesto, Fortunato – Flora se volvió hacia Abílio y continuó:

    – Le pido que me perdone, Sr. Abílio, pero no esperábamos su visita. Entonces, si me disculpa, me gustaría retirarme y tener alojamientos decentes preparados para usted.

    – A gusto, señora –respondió él –. Pero no debes preocuparte. Soy un hombre sencillo y no insisto en el lujo.

    Después que Flora se fue, Laís también se excusó para irse con su hija. Se estaba haciendo tarde y tenían que regresar. Había dejado a su marido en la hacienda, en compañía de sus padres, y había pasado mucho tiempo. Agradecieron a los presentes y se preparaban para partir cuando Luciano preguntó:

    – ¿No podría quedarse Jerusa? La llevaré a casa más tarde. Jerusa miró a su madre con ansiedad, pero ella no estuvo de acuerdo:

    – No, hija mía, no creo que sea el momento adecuado.

    – ¡Oh! por favor, tía Laís, vamos –

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