«Gran parte de la pérdida de nuestra herencia se debe a que nuestra gente se avergonzaba de su identidad»
Con el deceso el pasado 16 de febrero, a los 93 años, de la abuela Cristina, debido a la COVID-19, se fueron para siempre una cultura milenaria y la mayor parte de su rica y sofisticada lengua. Cristina Calderón era la última persona que hablaba el yámana, o yagán, y la postrera miembro étnicamente pura de este pueblo establecido en el remoto confín meridional de América desde hace más de 6000 años. «Cuando falleció mi hermana Úrsula me quedé solita, sin nadie con quien hablar», explicaba en su modesta casita blanca a las afueras de Puerto Williams, el segundo pueblo más austral del mundo. Úrsula murió en abril del año 2003. Dos años después, en 2005 falleció su cuñada Emelinda Acuña, la penúltima hablante del yagán. Desde entonces, Cristina, distinguida como Tesoro Humano Vivo por el Gobierno chileno