Petrarca la llamó Laura, y, al describirla en sus poemas, fijó con exactitud el canon de belleza de la perfecta mujer renacentista: cabellos de oro, piel de alabastro, ojos grandes y claros, labios rojos, dientes como perlas, cuello largo, pechos pequeños y firmes, porte esbelto y manos delicadas. Ni uno solo de estos rasgos está presente en el retrato de mujer que les invito a contemplar en la página opuesta.
Desafiando a Petrarca
Rubicunda, desdentada, de ojillos chispeantes, nariz respingona, mentón recio y enormes orejas, esta mujer entrada en años no cumple ni una sola de las reglas de proporción, elegancia y decoro que obsesionaron a los artistas del Renacimiento. Aun así, se trata, sin el menor género de duda, de un retrato renacentista, y muy exitoso, además. El rastro de , una de las pinturas, el maestro de la proporción áurea, dibujó estas facciones grotescas por primera vez.