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El Inquisidor: Thaddeus de Venecia, #1
El Inquisidor: Thaddeus de Venecia, #1
El Inquisidor: Thaddeus de Venecia, #1
Libro electrónico223 páginas3 horas

El Inquisidor: Thaddeus de Venecia, #1

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Sólo intérpretes en un escenario.

Thaddeus había logrado abrirse camino hasta la cima de su profesión. Como inquisidor del Dux, disfrutaba de todas las comodidades que ofrecía la Venecia de clase media.

Todo ello, hasta que le es asignado un llorón escriba de Padua, Geovanni. Desde entonces su vida da un giro hacia lo incierto.

Siéndoles encomendada la tarea imposible de descubrir el origen de una extraña epidemia, el inquisidor y el escriba son desterrados de Venecia hasta que encuentren una solución.

Extraños elementos acechan en la zona, y no son los turcos. La primera tarea de ambos funcionarios es llegar intactos a la ciudad de Udine, asolada por la peste.

¿Serán capaces de encontrar la fuente y regresar? ¿Sobrevivirán?

Lee el primer libro El Inquisidor, de la trilogía Thaddeus de Venecia, para averiguarlo.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento30 ene 2021
ISBN9781071586211
El Inquisidor: Thaddeus de Venecia, #1

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    El Inquisidor - Greg Alldredge

    CAPÍTULO 1:

    La mesa, muy desgastada, se encontraba en el centro de la oscura habitación. Los braseros y las planchas hacían poco para calentar el espacio. El techo de plomo del edificio permitía que el frío se filtrara hasta el núcleo de las celdas. Aquella pequeña prisión podía estar anexa a la residencia del Dux, pero no era lo que se podría llamar lujosa ni mucho menos. Ahí era donde se trataban los casos más especiales.

    Thaddeus miró al escriba que le había sido impuesto. Se dio cuenta de que el sombrero negro de cuatro puntas del otro hombre estaba algo torcido. Por reflejo, se aseguró de que el suyo seguía recto. Aquel sombrero negro había sido su marca de identidad durante demasiados años. Se enorgullecía de llevarlo, y no se le escapaba el hecho de que los identificaba a ambos como miembros de la judicatura. Consideró que el hombre que estaba a su lado no se parecía en nada a él.

    A veces era necesario hacer una pausa en el interrogatorio para dejar que el sospechoso reflexionara sobre las elecciones de su pasado y su futuro. También permitía que el dolor hiciera efecto. La mayoría de los acusados confesaban a gritos antes de que comenzara el interrogatorio. Aquella sospechosa había demostrado ser más resistente.

    La acusada estaba suspendida ante el inquisidor, con los brazos extendidos detrás de su espalda en una posición bastante incómoda. Brotaban lágrimas de sus ojos, pero gritaba poco. La mayoría de los hombres ya se habrían quebrado, llorando como un bebé, pero la mujer se negaba a ceder en su confesión. Casi seguramente ni siquiera Thaddeus podría haber soportado aquel dolor, como lo hacía aquella mujer.

    El inquisidor había estado ahí sentado la mayor parte de la noche y la mañana anteriores. Con sólo un duro taburete de madera apenas apto para sentarse, estaba seguro de que se le habían formado ampollas en el trasero. Estaba listo para un descanso. Las preguntas nunca se detenían, sólo se hacían breves pausas. Su tiempo para interrogarla se estaba agotando. Aunque las leyes de la ciudad permitían la tortura para obtener una confesión, había un límite de tiempo de veinticuatro horas por sesión. Si no podía doblegarla, le daría un día para descansar y sanar de sus heridas antes de que el tormento volviera a empezar.

    Un suave pañuelo empapado en perfume hacía maravillas para disipar el hedor de la muerte y carne quemada de las fosas nasales de Thaddeus. Señora, si confiesa el crimen de brujería, esto será mucho más fácil para usted. Volvió a taparse la nariz tras la declaración después de la afirmación.

    He cometido muchos crímenes, pero no daré falso testimonio sobre mí. No soy una bruja. La mujer escupía sangre de sus labios agrietados cuando hablaba. Rodaban lágrimas por sus mejillas, aunque se mantenía firme en su inocencia.

    El celador le dio una bofetada en la cabeza por su falta de respeto.

    Lo siento, pero ha sido acusada por un hombre de la iglesia. ¿A quién cree que le creerá el consejo? ¿A un sacerdote o a una vulgar ramera? Esta acusación no desaparecerá sin más.

    No soy vulgar. La mujer tosió con sus palabras mientras luchaba por tomar aire. No soy una bruja.

    Sin embargo, convenciste al sacerdote para que te diera dinero por sexo. ¿Estás diciendo que el hombre lo hizo por su propia voluntad? Fuiste atrapada en el acto de copulación, por la guardia nocturna, en un callejón. Confiesa, y esto será mucho más fácil para ti.

    Nunca. Ella gritó.

    Thaddeus hizo un gesto con su mano. Celador, hazla girar donde pueda ver su cara. Necesitaba un escriba que fungiera como abogado de la acusada, pero no se le había designado ninguno. Aquel caso era extraño, incluso para los estándares de Venecia. Era un caso que alguien quería que desapareciera de la memoria rápidamente. No se realizaría el espectáculo de una ejecución para aquella mujer.

    La mujer colgaba de sus muñecas, suspendida de la viga de madera por detrás de su espalda. El dolor debía ser insoportable. Dejó escapar un grito agónico cuando el celador la hizo girar, con su mano añadiendo peso a las distendidas articulaciones de sus hombros.

    Sé que esto debe doler. Confiesa tu brujería y déjanos seguir con nuestro día. Tengo hambre, y estoy seguro de que estás cansada de este tratamiento.

    ¡No soy una bruja!

    Thaddeus negó con la cabeza. Perdemos el tiempo aquí... Escribano, toma nota de su confesión, por favor. La mujer se negó a cooperar. Intuyó que no importaba cuánto tiempo continuara esto, no obtendría la confesión que el consejo buscaba. No le importaba interrogar a la mujer hasta la muerte.

    En un instante, la pluma se sumergió en la tinta y garabateó las notas en el libro de registro.

    ¿Admites que el sacerdote te dio libremente oro a cambio de sexo? Thaddeus preguntó de nuevo y negó con la cabeza.

    Sí, por supuesto. Lo hizo por voluntad propia, gritó la mujer.

    ¿Y afirmas que no has hecho un pacto con el diablo y que actualmente, ni nunca, has practicado la brujería?

    Lo juraría sobre una pila de Biblias, no soy una bruja, gritó ella.

    Muy bien... Celador, agregue peso a sus pies.

    ¡Pero no soy una bruja!

    Thaddeus se encogió de hombros. No, no creo que lo seas. Pero el consejo me envió aquí para obtener una confesión para el juez, y en base a tu propia declaración, eres culpable de fornicación y de tentar a un sacerdote. Te acostaste con un hombre de la iglesia y lo convenciste de que te diera dinero que estaba destinado para el cardenal y la ciudad. Dinero que estaba destinado a pagar las multas de la gente en nuestra superpoblada prisión. Espero que puedas ver el problema con tu confesión. Has dañado a la ciudad y a mucha gente con tu crimen y tu pecado.

    La mujer gritó cuando se le añadió peso a sus pies, sus hombros se dislocaron en el proceso. Un horrible sonido de estallido llenó la pequeña habitación. Una vez que cayó inconsciente, apenas podía respirar por la tensión de su cuerpo.

    Que Dios se apiade de tu alma. Thaddeus se volvió hacia el escriba que estaba a su lado. ¿Has anotado su confesión?

    Sí... ¿pero no es una bruja?, murmuró el joven. Su rostro pálido y lleno era fácil de distinguir, incluso en la penumbra.

    No esperabas honestamente encontrar una bruja en esta sala, ¿verdad? He sido inquisidor del Consejo de los Diez durante más de cinco años, y todavía no he encontrado una acusación veraz por brujería. La mayoría son como esta mujer, demasiado estúpidas para saber que han infringido la ley. Debería haber aceptado la acusación de brujería. Mejor ser quemada en la hoguera que lo que le sucederá ahora.

    ¿Qué le ocurrirá?, preguntó el escriba.

    Si tiene suerte, simplemente desaparecerá, será borrada del mapa, pero lo más probable es que la retengan hasta que puedan extraerle el dinero. Al consejo no le gustó que el sacerdote cediera tan rápido a sus artimañas. Dudo que un alma acuda en su ayuda. Supongo que terminará muerta en un canal o quizás en una tumba sin nombre en el campo. No importa el final, su vida ha terminado.

    ¿Eso es peor que ser quemada viva?

    Si fuera una bruja, podría mantener el juicio durante varias semanas antes de ser llevada a la hoguera. Tal vez, incluso jugar bien sus cartas y ser desterrada a un convento, donde al menos tendría la oportunidad de escapar algún día. ¿Cuándo fue la última vez que viste que quemaran a una bruja? No somos como la gente rústica del campo. Nosotros al menos intentamos rehabilitar a nuestros criminales si hay una oportunidad. Ahora ella será una nulidad y simplemente desaparecerá.

    Thaddeus se puso de pie, la silla hizo un sonido de raspado en la piedra áspera. Celador, haz ese trabajo que haces tan bien. Entregaremos nuestro informe sobre tu excelente trabajo aquí. Trata de que no muera antes del juicio. Tal vez los jueces podrían querer hablar con ella.

    El escribano apuntó algunas notas más antes de preguntar: ¿Usted no cree en las brujas?

    Por supuesto que sí. Si la iglesia cree en las brujas, entonces yo creo en ellas. No creo que sean tan evidentes como muchos en el clero quisieran que pensáramos. Déjame preguntarte... ¿crees en el cielo y el infierno?

    El joven escriba cruzó los brazos. Sí, por supuesto.

    ¿Aunque nunca hayas visto ninguno de los dos? preguntó Thaddeus.

    Sus preguntas rozan la herejía ahora... Los ojos del hombre se entrecerraron mientras inspeccionaba a Thaddeus.

    Thaddeus abrió la puerta. El estrecho pasillo exterior era aún más frío que la sala de interrogatorios. ¿Por qué? Nunca he visto el cielo ni el infierno, pero creo en ambos porque la iglesia me dice que existen. También me dicen que las brujas existen. Sólo digo que nunca he tenido la oportunidad de encontrarme con una bruja de verdad. Dudo que alguna vez la llegue a tener.

    ¿Incluso si el clero acusa a una mujer de brujería? El escriba cerró la puerta tras ellos.

    Para mí, cuando se trata de la culpabilidad o la inocencia de una persona, tiene que haber más pruebas que la acusación de un sacerdote pomposo. Recuerda que los sacerdotes son antes que nada seres humanos. Los humanos cometemos errores. Thaddeus se acercó su capa alrededor de su cuello. Cualquier cosa para mantener el frío lejos de su cuerpo caliente. Necesitaba comida. La falta de comidas le había aflojado demasiado la mandíbula.

    ¿Qué cree que el Consejo de los Diez pensaría de sus creencias tan poco ortodoxas? ¿O el Papa? El hombre apretó su estuche de cuero contra el pecho. Por miedo o por el intenso frío, Thaddeus no podía saberlo.

    Espero que estés de acuerdo en que todos los hombres pueden ser corrompidos. Pensar lo contrario es ingenuo. Tengo el oído del Dux, mientras sirva a su placer, creo que estaré bien. ¿Puedes decir lo mismo de tu burocracia? ¿Crees que apoyarían tus acusaciones infundadas? ¿Defendería alguien tus decisiones?

    Entonces dígame, ¿cómo sabe que esa mujer no era una bruja? preguntó el escriba.

    Thaddeus negó con la cabeza. ¿Crees que un sacerdote es más... santo que un hombre normal como yo?

    Sí, por supuesto. El joven escriba asintió.

    Entonces, si la mujer era una bruja, ¿por qué no me hechizó para que la dejara ir? ¿Por qué no te hechizó para matarnos a todos? ¿Por qué no hizo que su amante diabólico viniera a convertirnos a todos en una columna de sal y se la llevara en una columna de fuego?

    La boca del joven se abrió mientras intentaba pensar en algo que decir.

    ¿Tienes un nombre, Escriba? preguntó Thaddeus.

    Soy Geovanni de Padua, escriba del Consejo de los Diez.

    En la puerta, ambos recogieron sus armas, una daga y un estoque para ambos. Las calles de Venecia eran civilizadas, pero los duelos continuaban ocurriendo casi todos los días, y un pequeño desaire podría provocar un ataque. Era mejor llevar armas y no necesitarlas nunca que ser atacado y no tener ninguna defensa disponible. Depender de la vigilancia de la ciudad era una pérdida de tiempo. Además, como oficiales de la corte, ambos tenían pocas posibilidades de saber cuándo un ciudadano descontento podría descargar su ira en su profesión.

    Thaddeus salió de la villa del Dux y caminó bajo el cielo nublado. La piazza estaba llena de palomas y carruajes de venta ambulante, pero pocos clientes frecuentaban la zona cuando el clima era frío. Vaya, es un título bastante importante para un hombre tan joven. Te haré una promesa. Si alguna vez estoy en presencia de una bruja, me aseguraré de que envíen un mensajero para Geovanni de Padua, escriba del Consejo de los Diez. Estoy seguro de que querré ver la expresión de tu cara... si alguna vez me encuentro con una. Thaddeus le dio una palmada en la espalda al joven. No te preocupes, creo firmemente que serás un anciano antes de que eso suceda.

    Thaddeus miró al cielo antes de continuar. Escucha, he pasado la mayor parte del día y la noche en ese agujero del infierno, trabajando para conseguir esa confesión. Estoy hambriento y sufro de una gran sed. Si ya no necesitas de mis servicios... necesito un descanso. Tienes mi informe anotado de tu puño y letra. Entrégalo al consejo. Los jueces deberían poder hacer un gran uso de él.

    Pero... Geovanni trató de terminar su pensamiento.

    Fue interrumpido por Thaddeus, "Pero nada. Hay una pequeña y encantadora posada llamada La Scimmia no muy lejos de aquí, donde el vino es cálido, las gachas tienen una carne cuestionable, y pocas mujeres me molestan con ofertas de sexo. Iré allí para comer algo. Hemos terminado aquí". Thaddeus se giró sobre su talón y se fue antes de que el joven escriba pudiera expresar otra objeción a su acción.

    Había cumplido con sus obligaciones, y ahora necesitaba cuidar de su cuerpo. Después, tendría que cuidar de su alma. El interrogatorio lo había dejado agotado. Sabía que la mujer pagaría caro su confesión de robo hacia la iglesia. Hubiera sido mejor que la mujer admitiera que era una puta del diablo y se arrepentía de sus pecados. Podría haber sido enviada al convento en lugar de ser quemada en la hoguera. Después del desayuno iría a rezar. Tal vez aquello podría quitarle el peso de su alma.

    Thaddeus cruzó el estrecho puente donde las barcas llenaban el canal y se dirigió a un callejón, con la poca luz que se filtraba del cielo nublado y que llegaba al camino empedrado.

    En esta tierra de mercaderes, una mujer podría ser acusada de muchos crímenes, y podría pagar su salida de la mayoría, pero robar al clero era un crimen difícil de escapar. El inquisidor no le daba muchas esperanzas a la mujer de que viviese para ver el próximo amanecer. Su juicio sería rápido y definitivo.

    Ser una puta era malo, ser una puta estúpida y robar era mortal.

    Abrió a empujones la puerta de uno de sus lugares favoritos, la taberna y posada local conocida como La Scimmia. Cómo se llamó al mono de una historia para otra ocasión.

    CAPÍTULO 2:

    Thaddeus se deslizó hacia la parte trasera de la habitación llena de humo. El fuego siempre estaba encendido en esta época del año, y la chimenea nunca se limpiaba hasta que se incendiaba y arrastraba la vieja grasa en una llama rugiente. El humo y las cenizas parecían llenar la mayoría de los salones públicos de Venecia en aquella época del año. No había forma de escapar de ello.

    María, la mujer que estaba detrás de la barra, tenía algunas hierbas hirviendo para alejar la enfermedad. Muchos podrían pensar que esto es una forma de brujería, elaboración de pociones y cosas así. Thaddeus no buscaba una bruja malvada detrás de cada acción. Si la guardia nocturna le presionaba para que diera una explicación, ella afirmaba que era una sopa... un plato que nadie ordenaba.

    Algunos clérigos habrían cuestionado la quema de hierbas o el uso de agua caliente para alejar el mal. Para Thaddeus, no era diferente de los incensarios o prebeteros en los que los sacerdotes quemaban incienso en toda la península, o los médicos de la plaga con sus brebajes de hierbas para mantenerse a salvo.

    ¿Cómo podía uno ser bueno y el otro malo? Se trataba de que los que estaban en el poder controlaban a algunos que no tenían control sobre sus vidas, o nada en realidad. Odiaba el sistema pero tenía poca voz en él. Los influyentes de cada ciudad hacían lo que podían, con el poder en sus manos, contra los impotentes.

    Dada su profesión, Thaddeus tenía la capacidad de tener una mesa esperándole en este establecimiento más pobre. Disfrutaba de la soledad que ofrecía el comer solo. Incluso en la sala llena de gente, cualquiera que lo conociera se mantendría alejado. Su sombrero negro también mantenía a raya a los curiosos. Su lugar junto al fuego, reservado, era su sitio favorito para comer y esperar.

    La soledad le convenía. No le importaba estar rodeado de gente, simplemente no quería hablar con ellos. Pasaba su vida con los peores tipos de individuos, y había visto lo peor que los humanos podían hacerse unos a otros. Como observador constante, podía sentarse en esta habitación oscura y observar las acciones de los demás, tomando nota de los patrones que los humanos adoptaban.

    La última sesión de interrogatorio

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