Desde el momento de su fundación en el siglo xii, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, nombre oficial de estos milites Christi o soldados de Cristo, presentó unas peculiaridades características que la diferenciaron del resto de órdenes religiosas nacidas en la misma época. Surgieron en el contexto de las Cruzadas para defender a los reinos cristianos fundados en Tierra Santa y proteger a los peregrinos que desde Europa pretendían alcanzar Jerusalén. Pero los templarios, constituidos en una poderosa milicia con importantes intereses económicos repartidos entre el continente europeo y Oriente, fueron mucho más que simples monjes-guerreros.
PRIMEROS DONATIVOS
En enero de 1120, la nobleza y la jerarquía eclesiástica del reino de Jerusalén, convocadas en la ciudad de Nablús por Balduino II, decidieron conceder a los templarios rentas y tierras para contribuir a su mantenimiento.
Gracias a esas primeras donaciones, la milicia, fundada apenas un año antes, 1119, por Hugo de Payns, vio crecer su patrimonio rápidamente, al mismo tiempo que aumentaba su prestigio entre las clases dirigentes de los reinos cristianos en Tierra Santa.
Elegido Gran Maestre de la Orden, en 1127 Hugo de Payns partió hacia Europa acompañado por un pequeño séquito formado por ocho de sus caballeros. La delegación se había planteado como objetivos conseguir el reconocimiento por parte del papa, el otorgamiento de una regla por la que regirse, recaudar los fondos necesarios para cumplir sus misiones en Tierra Santa y el reclutamiento de nuevos miembros para aumentar sus efectivos militares. Los buenos contactos que Hugo de Payns mantenía con la nobleza europea, y en especial con la de origen franco, hicieron que su gira se convirtiera en todo un éxito, superando las expectativas planteadas antes de su