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Los Asesinatos del Aquelarre: Los Misterios del Inspector Sheehan, #3
Los Asesinatos del Aquelarre: Los Misterios del Inspector Sheehan, #3
Los Asesinatos del Aquelarre: Los Misterios del Inspector Sheehan, #3
Libro electrónico532 páginas13 horas

Los Asesinatos del Aquelarre: Los Misterios del Inspector Sheehan, #3

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Los Asesinatos del Aquellare comienza con una horrible historia de un ritual de Misa Oscura y un sacrificio humano en una iglesia abandonada. Veintiun años después, cerca de una iglesia en ruinas, El Inspector Detective Sheehan y su equipo descubren el esqueleto de una mujer joven. Pero lo que al principio parecía ser un caso sencillo, lleva al equipo a un conflicto con un poderoso Satanista que tiene planes para otro sacrificio humano en el festival de Lughnasa. Varios asesinatos ocurren, desconcertando al Inspector hasta que hace una conexión entre los asesinatos modernos y el esqueleto de veintiun años de antiguedad. La determinación del equipo de proteger a una joven mujer que está siendo apuntada por el aquelarre los lleva a un climax horripilante en una cripta subterranea infernal donde intentan luchar contra el aquelarre y un poderoso demonio, Baphomet, poniendo en riesgo no solo sus vidas sino arriesgandose a enfurecer a Satanás contra sus almas mortales.

¡Wow, que camino tan estupendo!  Fue escalofriante. [C. Todd, Beta Reader]

La próxima vez que escuches a alguien decir que los misterios de asesinatos nunca son bien escritos o son literarios, mételes este libro en sus caras. [Willcape, blogger]

Es escalofriante, muy de miedo, sin ir a los recursos graficos detallados de asesinatos ritualisticos o bestias grotescas. No muchos autores pueden hacer eso. [B.M Perrin, US Crime Writer]

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento7 may 2021
ISBN9781071598832
Los Asesinatos del Aquelarre: Los Misterios del Inspector Sheehan, #3

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    Vista previa del libro

    Los Asesinatos del Aquelarre - Brian O'Hare

    LOS ASESINATOS DEL AQUELARRE

    ––––––––

    por

    ––––––––

    Brian O’Hare

    Portada por Loraine Van Tonder

    Los Misterios del Inspector Sheehan Libro 3

    Traducido por Deivid González

    © Brian O’Hare, 2021. Todos los derechos reservados.

    Los Misterios del Inspector Sheehan (Libro 3)

    Traducido por Deivid González

    ISBN 13:

    ISBN 10:

    ––––––––

    Este libro es una obra de ficción. Nombres, personajes, eventos y locaciones son facticias y se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales o eventos, vivos o muertos, es enteramente una coincidencia. Este libro está autorizado por entretenimiento individual y privado nada más. El libro contenido en este documento constituye un trabajo protegido por derechos de autor y no puede ser reproducido, almacenado o introducido en un sistema de recuperación de información o transmitido de ninguna forma por CUALQUIER medio (electrónico, mecánico, fotográfico, grabación de audio o de otro tipo) por ningún motivo (excepto los usos permitido por el titular de la licencia por la ley de derechos de autor bajo los términos de uso justo) sin el permiso específico por escrito del autor.

    Editado por:Elisa García

    Tabla de Contenidos

    PRÓLOGO

    UNO

    DOS

    TRES

    CUATRO

    CINCO

    SEIS

    SIETE

    OCHO

    NUEVE

    DIEZ

    ONCE

    DOCE

    TRECE

    CATORCE

    QUINCE

    DIECISÉIS

    DIECISIETE

    DIECIOCHO

    DIECINUEVE

    VEINTE

    VEINTIUNO

    VEINTIDÓS

    VEINTITRÉS

    VEINTICUATRO

    VEINTICINCO

    VEINTISÉIS

    VEINTISIETE

    VEINTIOCHO

    VEINTINUEVE

    TREINTA

    TREINTA Y UNO

    TREINTA Y DOS

    TREINTA Y TRES

    TREINTA Y CUATRO

    TREINTA Y CINCO

    TREINTA Y SEIS

    TREINTA Y SIETE

    TREINTA Y OCHO

    TREINTA Y NUEVE

    CUARENTA

    CUARENTA Y UNO

    CUARENTA Y DOS

    Sobre el Autor

    PRÓLOGO

    ––––––––

    31 de Julio de 1995: Cerca de la Medianoche.

    T

    odo se ve igual. El cielo estrellado y la luna de verano dan al paisaje una luminiscencia plateada. Visible en la misteriosa luz está la superficie brillante del río que fluye a través de un pequeño bosque en el borde del claro y serpentea suavemente. A pocos metros de la orilla del río se encuentran las ruinas de una antigua iglesia, sus contornos sombríos apenas discernibles.

    Uno no tiene que alejarse mucho de los grandes pueblos y ciudades de Irlanda del Norte para encontrarse con tales escenas. Largos valles y suaves y onduladas colinas deleitan la vista de casi todas las carreteras principales. Si uno se desvía por caminos menos conocidos, el viajero encontraría las vistas aún más impresionantes. Sin embargo, gran parte de esta tierra está virgen, sola, perdida, lejos del itinerario normal del turista. Tantos bosques encantadores, tantos claros verdes llenos de flora y fauna silvestres, irradian su belleza solo a los ojos despreocupados de los pequeños habitantes que cazan, se alimentan y viven allí, en su mayor parte sin ser molestados por ninguna presencia humana.

    Este claro, con su ruina triste, pero de alguna manera impresionante, es uno de esos lugares. Pocos pasan por aquí. El río sigue fluyendo, la iglesia sigue desmoronándose, y todo es paz. Todo se ve igual.

    Pero no esta noche. Esta noche, nada es lo mismo. Esta noche, el aire ha sido perturbado por el sonido de los coches que llegaban. Pequeños grupos de personas, hombres y mujeres, han llegado a la iglesia llevando cajas, paquetes. Los que llegaron antes ya se están sumergiendo desnudos en el arroyo que es lo suficientemente profundo como para acomodarlos. Aquí, sin embargo, no hay charlas alegres, ni chillidos, ni escalofríos. A pesar de que más desnudos llegaban y se unían a los primeros bañistas, seguía habiendo un silencio decidido. Los recién llegados se unen a los demás sin saludar. Todo el mundo parece decidido solo a frotar, a lavar, a desinfectar sus cuerpos.

    Como si respondieran a alguna señal silenciosa, todos dejaron el agua juntos, secándose con toallas dejadas en la orilla del río. Aún desnudos, caminan silenciosamente hacia las ruinas de la antigua iglesia. Allí, de entre la parafernalia depositada anteriormente, recogen ampollas de aceite de ámbar gris y comienzan a frotarlo en sus cuerpos, cantando continuamente mientras lo hacen, —Agios o Satanas. Agios o Satanas.

    Luego se visten con túnicas de negro, todos menos uno que usa rojo, cada túnica lleva el sello de Mendes en su pecho, una forma de pentáculo dentro de dos círculos con una cabeza de cabra en su centro. Todos tiran grandes capuchas sobre sus cabezas y la tensión llena el aire a medida que el grupo se mueve más dentro de la iglesia. Esto es Lughnasa, el gran festival Sabbat, la noche más sagrada del calendario oculto, más sagrada incluso que Walpurgisnacht. En esta noche, al final de la decimotercera semana del solsticio de verano, el debido homenaje al Gran Señor Satanás exige un sacrificio humano.

    Ya se han hecho los preparativos. Velas negras en soportes plateados, algunas rodeadas de pantallas negras, se han colocado en el altar, y otras se han ubicado a intervalos alrededor de las ruinas, formando un círculo improvisado. Rocas, cañas y montículos de hierba cubren el suelo de la iglesia en ruinas. Los escombros y la mampostería están esparcidos, pero un gran semicírculo de tierra en frente y alrededor del altar había sido despejado anteriormente para hacer un espacio abierto sustancial para los adoradores.

    Los miembros del aquelarre se mueven dentro del anillo de velas para formar una media luna cruda frente al altar. Suspendido de un arco en forma de roca sobre el altar hay un gran crucifijo negro que cuelga boca abajo sobre la cabeza del Gran Maestre, el personaje de la túnica roja que se ha adelantado para dirigir la ceremonia de la noche. Se inclina reverentemente hacia el altar en el que descansa un gran tazón de plata en forma de cáliz. Esto lo empuja hacia un lado y despliega dos cuadrados sustanciales de pergamino que extiende sobre el altar. Los pergaminos están cubiertos con escritura rúnica antigua y bordeados con tinta negra pesada con los sellos de Lucifer, Baphomet, Ameth y Mónada.

    El Gran Maestre levanta sus manos al hombro, mirando el crucifijo negro sobre él, y entona, —Sanctus Satanas. Sanctus Satanas. A ti, Satán, Príncipe de las Tinieblas y Señor de la Tierra, dedico este templo. Deja que se convierta en un recipiente para tu poder y una expresión de tu gloria.

    Bajó las manos y, recogiendo un vaso de sal que había sido colocado en el lado izquierdo del altar, dice nueve veces, "Agios o Satanas" y rocía la sal sobre el altar y alrededor de la habitación, cantando, —¡Con esta sal sello el poder de Satán! —Luego toma un pequeño tazón de tierra, también a la izquierda del altar, y echa el polvo sobre el altar y hacia los otros miembros del aquelarre, proclamando con creciente fervor—: Con esta tierra dedico este Templo. Satanas venire. Satanas venire. Agios o Baphomet. Yo soy dios imbuido de tu gloria.

    Los miembros del aquelarre, en cierta agitación ahora y apenas capaces de permanecer quietos, cantan en voz alta, —Satanas venire. Satanas venire.

    Uno de los miembros del aquelarre, llevando un incensario en su mano izquierda, da un paso adelante y camina alrededor del altar, incensándolo en las cuatro esquinas y en el centro. Coloca el palo en un candelabro pequeño en el altar, dejándolo ardiendo, y regresa a su lugar.

    También a la izquierda del altar reposa el sagrado athame, un pesado cuchillo de sacrificio con un mango negro. El Gran Maestre se inclina de nuevo, levanta el athame en su mano izquierda y lo señala hacia el este. Las doce figuras vestidas en el semicírculo giran con él y, levantando los brazos izquierdos, los dedos índices extendidos, también apuntan hacia el este. A medida que lo hacen, cada uno visualiza una corriente de luz azul eléctrica que entra en la punta de su dedo señalador y llena todo su ser. Todos cantan al unísono, —In nomine dei nostri Satanas, Luciferi Excelsi. Ad Satanas qui laeticicat juventum meum.

    La figura de túnica roja gira ceremoniosamente noventa grados hacia la izquierda, sus movimientos reflejados por el aquelarre hasta que todos miran hacia el norte, los brazos y los dedos índice nuevamente extendidos. Con cada giro, el azul se vuelve más y más intenso, llenando y cargando la esencia interior de todos allí. El celebrante de nuevo señala el cuchillo sagrado y entona, —Veni, Beelzebub. Veni, omnipotens arternae diabolus.

    Los miembros responden, sus voces se elevan en tono, —Veni, Beelzebub. Veni, Beelzebub.

    Todos se inclinan y giran otros noventa grados, ahora mirando hacia el oeste, y, como antes, señalan mientras el Gran Maestro canta, —Veni, Astaroth. Pone, diabolus, custodiam.

    Los miembros responden más fuerte, —Veni, Astaroth. Veni, Astaroth.

    La última vuelta los hace mirar hacia el sur. Muchas de las manos extendidas tiemblan ahora, la emoción y la anticipación son fuertes en el grupo, ya que todos apuntan y cantan cada vez más vigorosamente en respuesta a la exhortación del Gran Maestre, —Agios o Azazel. Agios o Azazel.

    A medida que el canto continúa y crece en frenesí, dos figuras altas seguidas por una mucho más pequeña, obviamente una mujer, abandonan el grupo y salen de las ruinas hacia la oscuridad. Alguien en el grupo suena un gong y se produce un silencio espeluznante. Unos momentos más tarde, las altas figuras regresan, arrastrando a una mujer aterrorizada entre ellas. Sus ojos giran salvajemente mientras cava sus pies en el suelo, luchando por resistir el tirón de sus custodios. Ella está vestida con un vestido suelto de verano, su cabello oscuro pegado a su cabeza, y solo puede hacer sonidos amortiguados debido a la cinta adhesiva gris que cubre su boca. La mujer encapuchada que los sigue lleva un bebé recién nacido, uno que está dormido o drogado. Ella da un paso atrás para unirse a la línea en forma de media luna, aun sosteniendo al bebé.

    Una ola de anticipación malévola agita a los acólitos que esperan. Ojos relucientes miran venenosamente desde lo profundo de las cabezas encapuchadas. Se pueden escuchar pequeños gruñidos y bufidos mientras el vestido ligero es arrancado de la víctima del sacrificio. Ella es arrojada desnuda sobre el altar, sus manos y pies atados a anillos fijados a cada lado. La mujer aterrorizada arroja su cuerpo de un lado a otro, luchando inútilmente contra las ataduras que la mantienen en su lugar. Su pánico maullando detrás de la cinta adhesiva solo sirve para intensificar la sed de sangre de los observadores, cuyos gruñidos y silbidos comienzan a sonar más animales que humanos.

    Julio está a punto de fusionarse con agosto. El Gran Maestre está sobre la víctima, con el cuchillo de sacrificio en ambas manos, mirando impasible a su desesperado esfuerzo mientras espera la alerta que significará la hora de las brujas. Sintiendo que el momento está sobre él, lentamente levanta el cuchillo por encima de su cabeza. Al sonido del gong y los chirridos del aquelarre, sumerge el cuchillo profundamente en el abdomen de la mujer retorciéndose. Por un momento la víctima continúa luchando, sus movimientos se vuelven lentos, débiles. La sangre comienza a gotear de detrás de la cinta que cubre su boca. Ella balbucea, y su cuerpo se eleva en un arco apretado y agonizado antes de colapsar sin vida en el altar.

    En ese momento un viento repentino se levanta, susurrando alrededor de las ruinas, girando a través de la capilla, levantando los bordes del papiro debajo de la víctima, revolviendo los pliegues de la capa del sumo sacerdote. Un temor atávico paraliza a los miembros del aquelarre, impactándolos en un cuadro silencioso y paralizado. Pero tan rápido como surgió, el viento se apagó. El Sumo Sacerdote, tan aterrorizado como sus acólitos, se recupera primero, torpemente toma el tazón de plata y se inclina hacia adelante para recoger la sangre que rezuma del lado del altar por un estrecho arroyo.

    Ajeno al cuerpo muerto, se vuelve y levanta el cáliz, entonando: —¡Príncipe de las Tinieblas, escúchame! Escúchenme, Dioses Oscuros que esperan más allá del Abismo. Con esta bebida cierro mi juramento. Yo soy tuyo y haré obras para la gloria de tu nombre. —Él puso su mano izquierda en el cuenco y roció la sangre sobre los miembros del aquelarre. Luego se puso el cáliz en la boca y bebió profundamente. Uno por uno los acólitos inflamados, liberados ahora de su repentino terror, dan un paso adelante y beben del cáliz, recitando frenéticamente—. Agios o Satanas. Agios o Satanas.

    Mientras esta comunión blasfema está en progreso, la música impía sale de un reproductor de CD oculto. Un chirrido cacofónico provino de un violonchelo bajo, acompañado de una percusión que suena como huesos secos chasqueando juntos, y un raspado discordante emerge de algún tipo de cuerno primitivo.

    La música cede a medida que la mujer con el bebé se adelanta y entrega al niño al Gran Maestre que se vuelve de nuevo hacia el altar. Con las manos todavía ensangrentadas por el sacrificio humano, sostiene al bebé desnudo en alto y se lo ofrece al Señor Oscuro con las palabras: —Señor Satán, te pedimos que bendigas a esta niña, a quien llamamos Tanith, protegiéndola y guiándola durante toda la vida, manteniéndola fuerte en tus caminos oscuros. En su edad de ascensión, la traeremos a tu altar una vez más para el sacrificio sublime.

    Dos miembros del aquelarre, un hombre y una mujer, se acercan al altar. El Sumo Sacerdote se vuelve hacia ellos y entrega la bebé a la mujer, preguntando:—¿Aceptas la obligación Satánica de criar y preservar a esta niña en los caminos del Sendero de la Mano Izquierda?

    Ambos padres adoptivos responden fuertemente: —Aceptamos, y que Su Majestad Infernal, el Señor Satán, y los Poderes del Infierno, sonrían sobre nosotros y esta niña. Que todos los poderes oscuros la protejan a lo largo de su vida, guiándola por el Sendero de la Mano Izquierda.

    El Gran Maestre puso sus manos sobre la cabeza de la niña y dijo: —En el nombre de nuestro Señor Infernal y ante los Poderes del Infierno, te damos la bienvenida, Tanith, a la Familia de Satán.

    Hubo vítores de los otros miembros del Aquelarre y todos gritaron: —¡Agios o Satanas! Agios o Satanas.

    La música se hizo más fuerte y, a pesar de su discordancia, poseía un ritmo extrañamente hipnótico. Los miembros del aquelarre se balanceaban a su ritmo, tiraban de sus túnicas y comenzaban a bailar, giros extraños que aumentaron en ritmo y salvajismo hasta que explotaron en un frenesí demoníaco. Cada vez más fuerte creció la cacofonía, y los miembros, desnudos ahora, saltaban unos sobre otros, tirando, rascándose, mordiendo, hasta que todos se convirtieron en una masa retorcida en el suelo de la capilla, perdidos en la lujuria animal de una orgía desenfrenada y lasciva.

    UNO

    ––––––––

    Martes, 5 de Julio de 2016: Media Mañana.

    E

    l Inspector en Jefe Jim Sheehan se sentó en el escritorio de su oficina maldiciendo el dolor en su cadera ciática. Una sesión demasiado larga leyendo informes invariablemente exigía este peaje. Se movió en la silla, buscando una posición más cómoda. La sugerencia de Margaret de que debía traer un cojín a la oficina se le pasó por la cabeza, pero se apagó de nuevo con la misma rapidez. De ninguna manera iba a permitir que su equipo viera alguna debilidad.

    El timbre del teléfono cortó su gemido interno. Lo tomó rápidamente, gruñendo: —Sheehan. —Escuchó durante algunos minutos la voz graznando en el otro extremo, y luego comenzó a dar instrucciones—: Ponte en contacto con Dick Campbell y sácalo lo antes posible. Lleva a Bill Larkin y a su equipo allí también. Está en el departamento Forense. Y organiza un auto para mí, por favor. Oh, recuérdales que envíen las coordenadas al navegador satelital.

    Se levantó, se estiró, se ajustó la chaqueta de su traje oscuro y se enderezó la corbata. Simplemente estaba ordenando su apariencia, ajeno al oscuro y hermoso reflejo que le miraba desde el espejo de la pared. No para su yo sin corbata, de look de cuello abierto y la chaqueta sobre los pantalones vaqueros. Tal ropa podría estar de moda, pero para Sheehan era un aspecto que bordeaba lo descuidado. Salió a la Sala de Delitos Graves que, aparte de su sargento, Denise Stewart, que estaba mirando por encima de una pantalla portátil en su escritorio, estaba inusualmente vacía. Tom Allen y Geoff McNeill estaban en la corte, ordenando un sencillo asesinato domestico con cuchillo. Agitó la cabeza, pensando, Estas personas y sus cuchillos. Declan Connors y Simon Miller habían aceptado una invitación para asistir a una convención de carreras de la escuela secundaria. A Connors le encantará. Sus labios se movieron. ¡Sí, claro! Bill Larkin estaba pasando casi todo su tiempo en el departamento forense ahora, con apenas tiempo para asistir a alguna reunión. Incluso el Sargento McCullough, cuyo culo gordo rara vez dejaba la silla de su escritorio, se fue a hacer un recado en alguna parte. Doyle se había ido, Fred McCammon todavía estaba en Londres, Loftus se había transferido a Manchester, y McCoy y Smith ahora estaban disfrutando de su retiro.

    Las cejas de Sheehan bajaron. Su equipo se estaba desintegrando frente a sus ojos. Habría que dirigirse al Subcomisario para solicitar personal adicional. Tal vez reemplace a los católicos que perdí, pensó, sus labios rizados contradiciendo cualquier esperanza en la posibilidad. A pesar de la preponderancia de protestantes en el PSNI - ¿Alguien realmente dice Servicio de Policía para Irlanda del Norte? se preguntó - este pequeño equipo había tenido más de su parte de católicos, un despliegue algo inexplicable que emanaba de la oficina del Subcomisario. Con las salidas de Doyle, McCammon y McCoy, sin embargo, el equilibrio había cambiado. No es que importara un poco. Era poco probable que encontrara mejores oficiales que Allen, Miller y Stewart en cualquier lugar, independientemente de su afiliación religiosa.

    Su mente vagó. Esta mañana había escuchado argumentos en la radio sobre la posible reintroducción de la desacreditada política de reclutamiento 50/50. Realmente no había funcionado, aunque inicialmente solo había un ocho por ciento de oficiales católicos en la fuerza, y eso había crecido a un treinta por ciento. Pero los poderes fácticos estaban preocupados de que en ... la batalla para ganar los corazones y las mentes de nacionalistas y republicanos, un mayor porcentaje de oficiales católicos tendrá que ser reclutado.¡Humph! Solo munición para más gritos furiosos en los programas de radio matutinos. Cerró los ojos y sacudió el pensamiento de su cabeza. No podía molestarse con las disputas políticas que constantemente se interponían en el camino del verdadero progreso.

    —¿Te apetece conducir por el campo, Stewart? —llamó a su sargento.

    Stewart levantó la cabeza, su expresión de asombro. —¿Señor?

    —Vamos. Un par de excursionistas han informado que encontraron restos óseos en un bosquecito a pocos kilómetros de distancia.

    Stewart cerró su portátil con presteza. —Listo, Señor.

    Sheehan le ofreció una media sonrisa. —Entusiasta, ¿eh?

    Ella sonrió mientras se ponía una chaqueta beige de verano. —La rutina se está volviendo un poco aburrida, Jefe —dijo, agregando rápidamente—, pero no quisiera que mataran a nadie para hacer mi vida interesante.

    —Bueno, nadie ha sido asesinado recientemente que yo sepa.

    —Muy bien, señor. ¿Un esqueleto, dice?

    —Sí, una joven pareja estaba vagando por un claro, el muchacho vio una caída y simplemente saltó sobre ella... un chico merodeando. Pero levantó un hueso y cuando empezó a tirarlo, aparecieron otros huesos. Fue entonces cuando la chica se asustó y llamó a la policía.

    Stewart se unió a su jefe en la puerta, sonriendo. —Puedo lidiar con huesos. Esos horribles asesinatos de hace unos meses eran un poco difíciles de soportar.

    Sheehan abrió la puerta de la habitación y se apartó para dejarla pasar. —Sí, tuviste un maldito bautismo.

    Tres horribles asesinatos en Belfast por un asesino psicópata habían sido la introducción de Stewart a Delitos Graves como una sargento detective recién ascendida. Lidiar con la investigación hubiera sido bastante difícil, pero Stewart se había encontrado justo en medio de las cosas, un objetivo para el asesino. Habían sido unas semanas estresantes.

    Treinta minutos más tarde, después de confiar en el sistema de navegación por satélite para guiarlos a través de carreteras estrechas en un valle salvaje y deshabitado, se detuvieron junto a varios otros automóviles en un claro cerca de una vieja iglesia en ruinas. Al salir del coche, ambos dejaron de moverse, encantados por la vista ante ellos. El sol de verano extendió un color llamativo sobre la escena. El cielo, aparte de algunas nubes esponjosas, era un azul profundo y distante. Las ruinas, el claro verde, los pocos árboles y arbustos que se habían alejado de los bosques, el cielo y las nubes, se reflejaban gloriosamente en la superficie de espejo de un ancho arroyo que fluía con lánguida indiferencia desde su fuente en las colinas.

    Stewart apenas podía apartar sus ojos de la escena. —Dios, señor, sé que estamos aquí para investigar un posible asesinato, pero esto es absolutamente hermoso.

    —Supongo que, si tienes que ser asesinado y enterrado en una tumba poco profunda en algún lugar, este es un lugar tan bueno como cualquier otro —dijo secamente Sheehan. Pero no era inmune a la belleza del área y se demoró unos momentos para mirar a su alrededor antes de dirigirse al nudo de personas reunidas en el borde de un pequeño bosque al otro lado del claro.

    El Doctor Richard Campbell, y su asistente, el Doctor Andrew Jones, un hombre negro alto y guapo, ya habían llegado. Vistiendo camisas blancas de manga corta y pantalones uniformes, ambos estaban arrodillados junto a una sábana de plástico que habían extendido en el suelo. Estaban tratando de construir un esqueleto básico con huesos levantados de la tumba. Un par de oficiales de policía con palas estaban esperando. Sheehan notó que los oficiales de escena del crimen en tyvek estaban peinando el área, su búsqueda se ampliaba a medida que trabajaban. Vio el paté calvo y anteojos de Bill Larkin entre ellos y le saludó.

    Sheehan dirigió su atención al patólogo gordito. —Hola, Dick —dijo, ofreciendo un reconocimiento a Jones también—. Entonces, ¿qué tenemos?

    Campbell levantó la vista. —Hola, Jim. —Sus ojos atraparon a la compañera de Sheehan. Su cabello corto y rubio, recién lavado, brillaba a la luz del sol mientras sonreía un saludo al médico forense—. Y trajiste a la Sargento Stewart para añadir glamour a un escenario ya espectacular. Eso está bien.

    —Cuidado, Dick —dijo Sheehan—. Podrías estar cerca de romper algunas reglas políticamente correctas allí.

    —No seas tonto, Jim. ¿Qué hermosa mujer podría ofenderse por un cumplido sinceramente dicho? —Se volvió hacia Stewart—. Bienvenida, Sargento. Es bueno verte de nuevo.

    Stewart le sonrió. —Gracias, Doctor. Y gracias por el cumplido.

    —De nada, Denise.

    —¡Está bien! ¡Está bien! Si ustedes dos han terminado —dijo Sheehan—, tal vez alguien podría hacerme saber lo que tenemos aquí.

    —Bueno —dijo Campbell, señalando la sábana—, tenemos algunos huesos.

    Sheehan le miró fijamente.

    Campbell simplemente sonrió.

    El Doctor Jones, con una voz de bajo profundo que parecía comenzar en algún lugar cerca de sus botas, ofreció: —Podemos decirles que son humanos y que hay alguna evidencia de juego sucio.

    El interés de Sheehan fue despertado. —¿Y lo sabes porque...?

    Campbell, nunca capaz de permanecer en silencio por mucho tiempo, contribuyó:—Porque los dientes han sido golpeados brutalmente con una roca o algo, presumiblemente para evitar la identificación de los restos a través de los registros dentales.

    Los dos detectives miraron el cráneo. Una vez que se les había señalado, podían ver el daño. Campbell les hizo señas de que se alejaran mientras ellos comenzaban a moverse más cerca.

    —¡Fuera! ¡Fuera! —dijo, luchando para ponerse en pie, su figura regordeta permitiéndole moverse con mucha menos fluidez que su colega más joven—. No necesitamos que sus gruesos zapatos contaminen la escena. Estamos tratando de aclarar el destino del pobre individuo que solía vivir en estos huesos. La recuperación y gestión adecuadas de los restos y, de hecho, de cualquier prueba conexa, son de vital importancia para la identificación forense.

    —¿Evidencia asociada? —Los ojos azules intensos de Sheehan perforaron la bondad de Campbell.

    —Ropa, objetos personales, otras piezas de material.

    —¿Qué? ¿Encontraste ese tipo de cosas?

    —No —Campbell sonrió—. Solo estoy citando vagamente del manual Forense y Restos Esqueléticos.

    Jones, normalmente con cara de piedra, se esforzó por ocultar una sonrisa. La relación extrañamente beligerante entre estos amigos cercanos era una fuente de misterio, y de diversión ocasional, para aquellos que los conocían.

    —¿Encontraste algún trozo junto con los huesos?

    Campbell agitó la cabeza. —Nada. Supongo que el cadáver estaba desnudo cuando fue enterrado aquí.

    —¿Cuáles son las posibilidades de identificación si los dientes están arruinados? —preguntó Sheehan.

    —Bueno, no puedo decirte mucho aquí sin mi equipo.

    —Pero puedes decirme algo, ¿verdad?

    Campbell se encogió de hombros. —Puedo decirte que estos huesos están muy limpios. Un esqueleto tardará mucho tiempo en volverse así, dado que anteriormente una forma humana lo ha rodeado. —Se sentó sobre sus talones.

    Aquí vamos, pensó Sheehan. Otra conferencia.

    Campbell levantó un dedo de enseñanza. —En el momento en que un esqueleto ha sido descubierto, puede haber sido enterrado durante semanas, meses o incluso años, dependiendo del clima, el entorno circundante y también la existencia de la llamada fauna forense.

    —¿Fauna forense?

    —Animales alimentándose, insectos, varios tipos de gusanos y babosas. Andrew y yo pasaremos algún tiempo examinando qué especies tenemos aquí.

    —Muy bien. Muy bien. ¿Cuánto tiempo crees que este esqueleto ha sido enterrado entonces?

    —Jim, todavía estoy sin mis instrumentos, pero tendría que decir años.

    —¿No hay muchas posibilidades de identificar los restos?

    Campbell extendió sus manos, con una sonrisa de satisfacción. —Ah, ahora, Jim, estamos muy lejos de eso. La identificación requiere un enfoque holístico que tenga en cuenta todas las pruebas científicas y contextuales disponibles. Cada línea de evidencia debe ser sopesada y tratada según sus méritos.

    —¡Dick, por el amor de Dios!

    Campbell sonrió. —Solo te estoy regalando un poquito más del manual. Sabía que te interesaría. Escucha, Jim. Escucha y aprende. No tenemos los dientes, es cierto, pero tenemos huesos y pelo. Puedo obtener muestras de ADN de estos. Y... —volvió a levantar el dedo— aún tendré que llevar los restos a la morgue. Con suerte, podré examinarlos en busca de grietas y fracturas que puedan remontarse a la infancia y que puedan aparecer en los registros del hospital en algún lugar. Y, por supuesto, a partir de estas fracturas y grietas podremos determinar cómo murió la víctima.

    —¿Es todo lo que tienes?

    —¡Hmmmph! —Campbell sonaba disgustado—. Bueno, voy a ser capaz de decirte la raza y el sexo de la víctima y darte una aproximación de la edad.

    —¿Cuándo? —Sheehan intervino.

    Campbell hizo una mueca y extendió las manos, mirando fijamente a Stewart. —Lo sabía. Lo sabía. —Se volvió hacia Sheehan—. No será hoy, eso es seguro. Llama a la morgue el viernes. Podríamos tener algo para ti entonces.

    Sheehan se giró sin decir una palabra y, con la chaqueta ahora colgada sobre su hombro, deambuló por el claro hacia las ruinas. La leve sonrisa en su rostro reveló que era plenamente consciente de que el patólogo estaba sonriendo cuando se iba de regreso.

    Cuando Stewart lo alcanzó, Sheehan se había detenido en la entrada de la iglesia en ruinas, de pie debajo del gran nártex curvo que todavía había sobrevivido a los años. Desde este punto de vista, su mirada vagaba por el suelo cubierto de escombros y detritos de años, y en los altos restos de paredes, aún en pie, pero con huecos rotos e irregulares donde solían estar las ventanas. Miró fijamente a través de una extensión de espacio que una vez había sido el cuerpo de la Iglesia. La mayor parte del techo había desaparecido, pero por encima del altar que se desmoronaba, ubicado en una gran alcoba, estaban los restos de un techo arqueado, que todavía servía orgullosamente como refugio del altar, pero erosionado ahora hasta el punto de derrumbarse. El altar fue repentinamente iluminado por un brillante rayo de sol que cayó sobre él a través de una abertura en lo alto de la pared detrás de éste, causando que Sheehan experimentara un temblor vestigial que no podía explicar. Para distraerse de esta perturbación, asintió hacia la abertura y le dijo a Stewart: —Debe haber habido vitrales en esa abertura en un momento dado.

    Stewart, mirando de derecha a izquierda, dijo casi asombrada: —Mirándolo ahora, es increíble pensar que esta fue una vez una iglesia real, con luces y ventanas, y la gente rezando y adorando. Te preguntarías cómo pudo haberse desintegrado hasta este punto.

    —Tormentas, lluvia, erosión. Sucede —gruñó Sheehan mientras avanzaba con cautela, pisando con cuidado el piso desigual y cubierto de hierba, consciente de que un paso equivocado en una pieza de mampostería oculta podría resultar en un esguince de tobillo. Se detuvo frente al altar. Su contorno rectangular todavía era claro, aunque su superficie estaba cubierta de tierra y mugre, fragmentos de rocas, hojas muertas y ramitas. Pasó su mano ligeramente por la superficie. Lo suficientemente plano pero definitivamente desintegrándose. Mientras se sacudía las manos para desalojar la suciedad gris, sus ojos fueron atraídos a dos anillos de metal oxidados fijados en la parte delantera del altar, uno en cada extremo. Se le cayeron las cejas. Los anillos parecían de alguna manera incongruentes.

    Stewart había notado que los miraba mientras ella vagaba detrás del altar. —Hay dos más de esos anillos alrededor de este lado —ella llamó.

    La siguió y los estudió. Después de un momento agitó la cabeza, perplejo. —Extraño —fue todo lo que dijo.

    Se volvió para mirar hacia atrás en el cuerpo de la iglesia. Desde aquí pudo discernir pequeños montículos de mampostería cubierta de hierba, ramas de árboles casi enterradas, pequeños montones de escombros.

    Casi parecía como si hubieran sido empujados hacia atrás para formar un crudo semicírculo, dejando un espacio despejado algunas yardas frente al altar. Perplejo, no encontró sentido en lo que estaba viendo. Después de algunos momentos más de infructuosa contemplación, murmuró:—Definitivamente extraño.

    Pisadas crujientes llamaron su atención. Algunos de los oficiales de la escena del crimen habían ampliado su búsqueda para incluir las ruinas y su periferia. El Sargento Bill Larkin acababa de entrar con otro oficial a cuestas. Sheehan le hizo señas a Larkin para que se uniera a él en el altar. —¿Bueno, Bill? ¿Algo?

    Larkin agitó la cabeza. —Después de todo este tiempo, no lo creo. Lo que pudo haber estado en el camino de los forenses ha sido bien soplado o lavado por ahora.

    Sheehan no se sorprendió. Señaló los anillos oxidados en la parte delantera del altar. —¿Qué piensas de esto?

    Larkin los estudió. Se encogió de hombros. —No me gustan las cosas de la iglesia. ¿Se solían colgar cosas? ¿Luces, tal vez? ¿O reliquias de algún tipo?

    —Hay otro par en la parte de atrás —dijo Sheehan.

    Larkin caminó alrededor del altar para verlos. Su cara roja, sudando por el calor del cubretodo blanco, reveló su perplejidad. —¡Raro! Lo siento, jefe. No tengo ni idea para qué podrían ser. ¿Por qué preguntas?

    —Solo yo y mi curiosidad. Parecen ser una anomalía, y me conoces, Bill. Las anomalías siempre despiertan mi interés.

    Larkin retrocedió, preparándose para unirse a sus compañeros de búsqueda. —Se lo dejaré, Jefe. Pero tengo que decir que no puedo ver cómo afecta a nuestra desafortunada víctima.

    Sheehan le dio una sonrisa irónica. —Yo tampoco, Bill. Yo tampoco.

    Stewart miró una vez más alrededor de la antigua iglesia, en el gran espacio abierto donde solía estar el techo. —Tiene razón, señor. Esos restos deben haber estado allí durante mucho tiempo. No vamos a encontrar pistas por aquí.

    Sheehan asintió. —Ajá. Parece que vamos a ser muy dependientes de Dick y su microscopio. Podría haber una respuesta en los huesos. ¡Está bien! Vamos. No podemos hacer nada al respecto hasta que veamos lo que él diga el viernes.

    Al salir de la iglesia en ruinas, Stewart se dio la vuelta para mirarla una vez más. —Si nos hubiésemos quedado allí el tiempo suficiente, creo que podríamos haber tenido una idea de su pasado. De hecho, creo que ya estaba empezando a sentir algo. —Ella se dio la vuelta y caminó con él—. Triste que algo tan vibrante podría haber llegado a esto.

    —El paso del tiempo, Stewart... y negligencia. Letal.

    DOS

    ––––––––

    Viernes, 8 de julio de 2016: Media mañana.

    C

    uando Sheehan y Stewart entraron en la morgue el viernes siguiente por la mañana, los doctores Campbell y Jones estaban inclinados sobre una camilla de acero. Estaban estudiando una serie de huesos dispuestos en forma de un esqueleto algo fragmentario; cráneo en la parte superior, con una serie de extremidades incompletas, incluyendo el hombro y las fajas pélvicas, formando vagamente los brazos, el torso y las piernas. Sheehan notó que la nariz de Stewart se arrugaba en disgusto. Se acostumbrará.

    El doctor Campbell levantó la vista cuando los oyó entrar. Mirando por encima de sus gafas a Sheehan, dijo: —¿Jim? Tienes que estar bromeando.

    Stewart tuvo tiempo de darle a Jones un gesto amistoso antes de que los otros dos comenzaran su duelo verbal.

    Sheehan extendió sus manos. —Nos dijiste que viniéramos el viernes.

    Campbell lo miró enfurecido. —Bueno, no debería haberlo hecho.

    Sheehan se acercó a la camilla y miró los huesos. —¿Qué pasa, Dick?

    Campbell carraspeó. —¿Tienes alguna idea de la naturaleza multifacética de los determinantes de la edad esquelética que deben considerarse al tratar de estimar la edad del fallecido en el momento de la muerte?

    Sheehan suspiró. —Ni idea, Dick, pero ¿por qué tengo la sensación de que estás a punto de iluminarnos?

    Campbell se levantó y alzó cinco dedos, contando con ellos con el dedo índice de la otra mano. Él tocó el pulgar primero. —Bueno, para empezar, los métodos de envejecimiento de adultos se basan casi exclusivamente en observaciones de cambios degenerativos, un proceso que ocurre a diferentes velocidades dentro y en diferentes poblaciones.

    Se movió al siguiente dedo. Sheehan hizo una mueca, pero eligió permanecer en silencio por ahora.

    —La fusión epifisaria de los huesos, que es la fusión del eje de un hueso al final del mismo, puede actuar igualmente como un indicador de edad, ¿verdad?

    Los ojos de Sheehan estaban vidriosos.

    Su cara normalmente impasible se arrugó con una leve sonrisa, Stewart, escuchando atentamente, estaba haciendo todo lo posible para mantenerse al día.

    Otro dedo. —Tal vez suturas de cráneo... ¡uh! —Movió una mano negativa con la boca hacia abajo— Se vuelven menos distintos con el tiempo. Pero... —Estaba otra vez con otro dedo— hay que tener en cuenta otras variables. —Se detuvo para mirar fijamente a Sheehan.

    Sheehan miró de vuelta. —¿Qué? ¿Estás tratando de hacerme adivinar lo que viene después?

    Los labios de Campbell se sacudieron, como si luchara por no sonreír, y su cabeza siguió avanzando mientras comenzaba a lanzar palabras a Sheehan como misiles. —Variación individual aleatoria en la degeneración... efectos sistemáticos en el crecimiento del individuo... el ambiente de la víctima mientras estaba viva... nutrición... el régimen dietético de la víctima... factores genéticos.

    Los ojos de Sheehan se cerraron y, a cada frase, agachó la cabeza hacia la izquierda, hacia la derecha, como si estuviera esquivando balas.

    —Y luego está el estado de salud —continuó Campbell, ignorando las travesuras de Sheehan—, así como las actividades ocupacionales y de estilo de vida. ¿Me entiendes?

    Sheehan suspiró. —Pero por supuesto.

    —¡Humph! Todo esto —Su dedo subió de nuevo— y el estatus socioeconómico, afectan la expresión biológica de varios determinantes de la edad esquelética, y estos deben tenerse en cuenta cuando intentemos estimar la edad de los restos esqueléticos.

    —Lo entiendo —dijo neutralmente Sheehan—. Definitivamente no querrías dejar ninguno de esos fuera. —Sonrió interiormente ante la falsa mirada de Campbell y ante su menos que exitoso intento de mantener la cara recta. Su propia expresión permaneció implacablemente impasible.

    —Y aquí ya estás buscando respuestas —se quejó el doctor. Se detuvo brevemente—. Y el siguiente... —No había nada que lo detuviera ahora. Señaló el cráneo—Erupción dental habría sido un indicador muy útil, ¿no? Pero alguien le ha roto los dientes a la víctima con una piedra o algo así, ¿no? ¿Qué tan molesto es eso?

    —Muy molesto, Dick. Tiene que serlo.

    —Es jodidamente molesto, es lo que es. ¿Y quieres saber la mejor parte? Ninguna de las técnicas disponibles son perfectas, por lo que todo es conjetura. ¿Qué te parece?

    Sheehan levantó sus manos en rendición. —¡Dick! ¡Dick! Ya es suficiente. Me estás dando dolor de cabeza. Mira —agregó, su tono ultra-placentero—, te conozco, y sé que debes haber estado dando a esto cada onza de tu inestimable habilidad y atención, pero también sé, absolutamente sé, que tienes algo para nosotros.

    —¡Hummph!

    —Entonces, ¿qué puedes decirnos?

    Campbell olfateó, se inclinó sobre la camilla y dijo: —Siguiendo lo que hemos podido descubrir hasta ahora, y hay

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