Un caso más
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Sinopsis "UN CASO MÁS":
El inspector Andrés López regresa a su cabaña en busca de paz y el humo de sus cigarrillos, pero decide realizar una llamada a su "hija", una joven mujer llamada Marta que le ayudó como Hacker a descifrar los mensajes del asesino de los siete libros. Tras una parca conversación con ella, deciden tomarse unas vacaciones en San Juan, en Alicante. Allí, un hombre está sometido a la enfermedad del ELA y su mujer ya no le ama. Armada de valor, se entrega como la asesina de su marido, pero Andrés López —que no tiene jurisprudencia en Alicante—, mete sus narices en un asunto que cree que no está resuelto...
Sobre el autor:
Crecí y empecé a escribir influenciado por el maestro del terror y el drama, Stephen King. Soy el autor de la biografía de su primera etapa como escritor. Además, he escrito una antología basada en la caja que encontró la cual pertenecía a su padre que era también escritor. Ahora escribo antologías y novelas de terror, suspenses y thrillers. Ya he publicado "Los inicios de Stephen King", "La caja de Stephen King", "La historia de Tom", la saga de zombis "Infectados", "Miedo en la medianoche", "Toda la vida a tu lado", "Arnie", "Cementerio de Camiones", "Siete libros, Siete pecados", "El hombre que caminaba solo", "La casa de Bonmati", "El vigilante del Castillo", "El Sanatorio de Murcia", "El maldito callejón de Anglés", "El frío invierno", "Otoño lluvioso", "La primavera de Ann", "Muerte en invierno", "El juego de Azarus", "Pido perdón", "Ojos que no se abren", "Una sombra sobre Madrid", "Crímenes en verano", "Mi lienzo es tu muerte", "Mi odio", "El susurro del loco", "Confidencias de un Dios", "Solemn la hora", "Lifey", "AGUA" y "Tú morirás". Pero no serán las únicas que pretendo publicar. Hay más. Mucho más.
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Un caso más - Claudio Hernández
¿Cuántos libros llevo escritos ya? ¿Y a quién se lo dedico? Este libro se lo dedico una vez más, a mi esposa Mary, quien aguanta cada día niñeces como esta. Y espero que nunca deje de hacerlo. Esta vez me he embarcado en otra aventura que empecé en mi niñez y que, con tesón y apoyo, he terminado. Otro sueño hecho realidad. Ella dice que, a veces, brillo.... A veces.... Incluso a mí me da miedo.... También se lo dedico a mi familia y especialmente a mi padre; Ángel.... Ayúdame en este pantanoso terreno.... Y Sheila...
Un caso más
1
––––––––
Se había dejado el pelo largo y seguía flotando en el humo del tabaco. Algunas cosas no cambiaban para Andrés López. Al entrar, esperaba encontrarse todo desordenado (vamos, patas arriba). Sin embargo, todo estaba impecable y en orden. Obra del viejo Billy, pero por supuesto no se llamaba así. Billy era el seudónimo de Manuel. No tenía sentido, pero era así. La vieja alfombra de Angie, o Ángeles, seguía tumbada en el suelo, esperando a que unos pies planos la pisotearan. Había una estufa en el fondo, pero esta estaba apagada.
A la izquierda, se hallaba la cocina, impecable, sobre unos ladrillos, y en espera de que algo se caldeara en la mica, limpia como el suelo; pero la miraba con hastiado desdén. Esta ocupaba la parte derecha. Estaba justo debajo de un gran cuadro. Y para Andrés López, ese cuadro quizás no estaba tan recto como debía estar. Una escalera de tablones esperaba a que Andrés subiera al primer piso. Recordó los tiempos pasados, recordó todo. Absolutamente todo.
—Aquí puedo trabajar —dijo al aire.
Aquellas palabras —tan pocas y pobres— rebotaron entre las paredes de madera; era un eco especial, que tenía algo extraño en él. No esperaba encontrar un fantasma, desde luego que no. Sencillamente esperaba hallar a Billy allí dentro, con la chimenea encendida, los ojos desorbitados y el cabello encrespado.
Solo que le abrumaba tanta soledad y silencio.
Se sobresaltó al oír su propia voz; eso era normal. Pero no hizo nada, tragó humo y lo expulsó como una chimenea. Los cigarrillos nunca faltaban. La gabardina tampoco.
Para cuando hubo entrado el equipaje y las provisiones, pasaban de las ocho y media, y tenía hambre. Miró en derredor y no vio nada en aquella jodida cabaña. No había nada que llevarse a la boca.
Fuera de ella, la espesura del bosque oscurecía deprisa. Una liebre recorrió el camino hasta la cabaña escondiéndose en un rincón de ella. Seguramente allí se encontraría con una gran rata del tamaño de un gato.
Pero eso ya era harina de otro costal y no le incumbía a él.
Después de un buen rato, el reloj marcaba cerca de las nueve de la noche. Se precipitó al sofá, que tenía una sábana polvorienta y con aguas amarillas, como las canas de su propia vejez. Quitar esa sábana dichosa no era buena idea, ni ningún deseo. Se dejó caer sobre ella de forma pesada, y una nubecilla de polvo se unió al humo de su cigarrillo.
Entonces gruñó algo, pero no dijo nada.
Quería comer y descansar, ya que había venido de Francia donde estuvo atendiendo las bondades del Cuerpo de Policía de la UCO y resolviendo un caso
, por decirlo de alguna manera.
Eso le corroía por dentro, porque no lo había solucionado.
Más bien, había estado lejos de ello, y bastante. A años luz, como se decía vulgarmente.
En una esquina de la chimenea vio dos troncos; y en la otra esquina, un papel doblado. Sin duda alguna, ya sabía lo que iba a hacer el mes de noviembre: el frío que consumiría los huesos (sobre él), pero a sus pulmones no le faltaba el calor del cigarrillo.
Eso nunca faltaba, y siempre sería su calor.
Con las manos largas y oscuras, se sacudió la gabardina de polvo; este voló hacia el techo, como miles de palomas o como miles de luciérnagas. Se encogió de hombros y se levantó del sofá en el cual había estado parapetado durante más de 45 minutos. Cogió los dos troncos y los puso en el centro de la chimenea. Después de eso, sacó su caja de cerillas. Y era inevitable escuchar el zas del fósforo.
Empezaron a arder tanto las pequeñas ramas de alrededor que parecía que tenían gasolina en lugar de mugre, y se preguntó si el polvo era igual de inflamable que la pólvora. Volvió