Buscando a Faith
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Un palpitante thriller de misterio escrito por la autora de Best sellers del New York Times, Kristen Middleton.
Una niña desaparecida.
Una psíquica bendecida.
Un asesino serial al acecho.
Tras el aparente secuestro de una niña de siete años en Two Harbors, Minnesota, la psíquica Carissa Jones ofrece su ayuda para localizarla. En medio de la desesperación y sin ninguna pista por la cual empezar, las autoridades locales deciden involucrarla en el caso.
Este es el primer libro de la serie de Carissa Jones. Cada historia se encofcará en un caso distinto de abducción de niñas. Los libros pueden ser leídos por separado o consecutivamente.
Kristen Middleton
New York Times and USA Today bestselling author Kristen Middleton (K.L Middleton) has written and published over thirty-nine stories. She also writes gritty romance novels under the name, Cassie Alexandra.
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Buscando a Faith - Kristen Middleton
Buscando a Faith
––––––––
Por
Kristen Middleton
Traducción de Víctor Solano Urrutia
––––––––
Índice de capítulos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Prólogo
––––––––
Domingo
Noviembre 12
2:52 pm.
Moon Lake Park
Duluth, Minnesota.
––––––––
HOY ERA EL día.
Por fin se reuniría con su hija y nadie más volvería a interferir en ello.
Nadie.
En especial Bárbara.
Apretó los puños sobre el volante. Pensar en su esposa le hizo desear golpear algo. Esa mula pensaba que era increíblemente lista por haberse escapado con Faith en la mitad de la noche. Pero él finalmente había localizado a su princesa y ahora sería a ella quien le tocaría sufrir. Recogería a Faith y juntos se marcharían a Alaska. A Bárbara nunca se le ocurriría ir a buscarles allá.
Toma eso, perra.
Sonriendo para sí mismo, estacionó en un lugar lejos de los demás autos. Estaba complacido de saber que había llegado a la cancha de fútbol justo a tiempo. Los equipos juveniles estaban por terminar sus partidos y Faith se encontraba entre los jugadores.
Apagando el motor, se puso una gorra de béisbol de los Twins y miró su reflejo en el retrovisor. Nadie le reconocería con los anteojos, la peluca gris y el bigote falso que había comprado por internet. No había nada de qué preocuparse; se encontraba al menos a una hora del peligro.
Bajó silbando de la van y se acercó hasta la parte trasera para abrir la puerta. Dentro de ella había una Beagle de cinco meses con manchas blancas y marrones que mordía un hueso roído en su jaula.
−¿Estás lista para salir? −preguntó sonriendo.
La cachorra movió la cola y ladró.
−Sé que estás ansiosa, Maisie. También lo estoy yo −dijo mientras se inclinaba para abrir la cerradura. Tan pronto abrió la puerta, la entusiasmada cachorra rodó fuera de la jaula y empezó a atacar su cara a lengüetazos.
Mientras reía y la consentía, logró amarrar la correa al collar de Maisie para bajarla al suelo. Inmediatamente, la perra trató de soltarse.
−Siéntate −ordenó al halar suavemente de la correa.
Maisie se sentó y le miró fijamente.
Volviéndose al interior de la van, tomó un bastón Derby de roble y, tanteando en sus bolsillos, se aseguró de estar bien preparado. Satisfecho, cerró la puerta y miró de vuelta a la perra.
−Muy bien, vamos por nuestra chica.
La cachorra olfateó el suelo, se regocijó con el pasto y trató de empujar la correa hacia donde estaba la diversión. Una cosa era segura: Maisie amaba a los niños y los niños la amaban a ella. Era una buena mascota y supo que cuando su hija la viese, sería amor a primera vista.
Dirigiendo al animal hacia el área de juegos, justo en frente de la cancha de fútbol, el hombre escaneó el perímetro en busca de ella. No era fácil, sin embargo, encontrar a su hija; la mayoría de niños se ven iguales cuando tienen el uniforme puesto. Pero justo entonces... allí estaba. Él sonrió.
Faith.
Sí. Esta niña era definitivamente la suya. Estaba seguro esta vez. La última niña que había tomado había resultado ser un lamentable error.
Lo mismo con la que la había antecedido. Desafortunadamente, se había visto forzado a asesinarlas para evadir la prisión. No podía tomar ningún riesgo que le llevase tras las rejas. Faith necesitaba ser encontrada. Necesitaba que la rescatase de Bárbara. De esa furtiva y engañosa perra.
La sangre le hirvió una vez más de sólo pensar en aquella mujer. Lo que realmente quería era matarla a ella. Pero eso era muy riesgoso, especialmente porque él sería el primer sospechoso. Culpaba a Bárbara de lo que había hecho con las otras dos niñas. Ella iría a prisión por quitarle a Faith como una ladrona en plena noche, forzándole a cazar a su propia hija.
−¡Vamos, Amy! −gritó uno de los entrenadores.
Miró en torno al amplio campo. La rubia cola de caballo de Faith rebotaba en el viento mientras ella regateaba con la pelota hacia el arco contrario. Un disparo lejano. Había fallado, pero su corazón se llenaba de orgullo por su asertividad.
−Esa es mi chica −murmuró al mirarla abalanzarse sobre la pelota de nuevo−. De tal palo, tal astilla.
Alguna vez el fútbol había sido todo para él. Jugó de portero durante toda la secundaria y la universidad, hasta que llegaron las lesiones. Primero sufrió una patada en la cabeza que le dejó inconsciente en pleno torneo. Cuando despertó estaba en una ambulancia y, afortunadamente, no había ningún daño severo en el cerebro, apenas una pérdida temporal de memoria. Eso le dejó fuera de toda competencia por seis semanas. Por si fuera poco, tras dos semanas de haber vuelto a las canchas se hizo trizas la rótula. Las cosas no volvieron a ser iguales. El suceso acabó con sus sueños de ser un futbolista profesional asalariado. Aquello había sido una verdadera pena. Por meses se revolcó en vergüenza propia, desespero y, finalmente... en rabia. Cuando no estaba deprimido, gritaba y bramaba a la gente a su alrededor. Perdió a muchos amigos y en poco tiempo nadie quería tener nada que ver con él. La cosa se tornó tan compleja que su madre le aconsejó visitar un terapeuta. Allí fue cuando le diagnosticaron trastorno explosivo intermitente, posiblemente como efecto de su lesión en la cabeza. Recibió tratamiento médico y, ha de admitirlo, las pastillas parecieron poner su vida en orden de nuevo. Con el tiempo, consiguió un trabajo de paga decente, se fue de la casa de su madre e incursionó en las citas por internet. Así fue como conoció a Bárbara, el amor de su vida. Al menos eso fue lo que pensó... hasta que ella le traicionó arrebatándole a su hija.
Sintió que la ira le empezaba a trastornar y recordó que se había olvidado de tomar sus medicamentos. Cerró los ojos y contó desde veinte hacia atrás, tratando de imaginar cosas que le hicieran feliz, como volver a estar con su hija. Proyectando la maravillosa vida que tendrían juntos, sonrió y luego abrió los ojos.
Ya ves, no las necesitas más.
Recuperar a Faith era mejor que cualquier medicamento. Para empezar, su vida no era tan mala, y no podía esperar el momento de compartirla con ella. Era obvio que él y aquella niña en la cancha estaban emparentados, tenían muchas cosas en común. Especialmente el fútbol, lo cual era perfecto porque ahora se desempeñaba como uno de los entrenadores asistentes del equipo juvenil de la escuela primaria local. Así fue como encontró a Faith. Tres semanas atrás su equipo había jugado contra el equipo de ella, y en esas notó su presencia. Sorprendentemente, ella no le reconoció a él. Tampoco lo hizo su madre, gracias a Dios.
Mientras caminaba con el bastón, echó un vistazo sobre el campo donde se encontraban los padres. Ninguno de ellos lucía como su ex, pero eso no significaba nada para él. Quizás habría cambiado su identidad y se encontraba disfrazada. Sus ojos reposaron sobre una mujer rolliza con lentes de sol y cabello rubio atado atrás. Hablaba con otra mujer en lugar de prestar atención al partido.
Gruñó.
Esa podría ser ella, fácilmente.
Bárbara no tenía el más mínimo interés en el fútbol, ni en ningún deporte. Pero siempre tuvo pasión por la comida, lo cual sería explicación suficiente para los kilos de más.
Entrecerró los ojos.
Sí, aquella mujer se asemejaba a ella ligeramente. Pero no podía estar del todo seguro. No obstante, Faith lucía igual. Reconocería el hermoso perfil de su hija en cualquier lugar. El asunto era que ella no le reconociera, razón por la cual había traído el cloroformo y la cachorra. No habría ninguna resistencia, y cuando despertara, le explicaría todo. Faith lo entendería. Ella era tan especial.
Anticipando su reunión, sonrió mientras tomaba asiento en una banca de cara al parque. Apostaba a que, una vez terminado el partido, Faith vendría corriendo al parque para jugar. Con el propósito de estudiar sus hábitos, la había visto hacerlo durante las últimas dos semanas después de dirigir algunos encuentros con el equipo de la escuela.
De pronto, aplausos y vítores emanaron de la cancha, y entonces supo que la acción estaba a punto de comenzar. Poco después vio a Faith y a una amiga acercarse corriendo a los columpios.
−Allí está, Maisie −murmuró enderezándose en la banca−. Nuestra princesa.
−¡Oh, Jamie! ¡Mira ese perrito! −exclamó Faith, mirando en su dirección.
−¡Es tan lindo! −cuchicheó la otra niña, una pálida pelirroja de cabello crespo, corta estatura y pecas en la piel.
Escondiendo una sonrisa, dejó escapar la correa de Maisie y permitió que la cachorra se acercara a ellas. Las niñas chillaron con deleite cuando la cachorra se les aproximó con premura. Ambas consentían a Maisie y se regocijaban con las lamidas en las manos y los ladridos de felicidad.
Se puso de pie lentamente, como si sufriera al hacerlo.
−Discúlpenme, niñas, ¿podrían ayudarme con mi perra? −hizo la pregunta al levantar la mano−. Tengo artritis y mis rodillas me están matando. No quiero perseguirla por todo el parque.
Faith tomó la correa y pasearon a Maisie de vuelta al lugar en el que estaba caminando con el bastón.
−Aquí tiene −le entregó la correa.
−Gracias −replicó el hombre, echando un vistazo sobre sus cabezas. No había aún pistas de los padres. Sólo había unos cuantos muchachos en las barras pero no prestaban mayor atención. Aun así, tenía que hacer su movida rápidamente.
−Por nada −dijo Faith.
Se frotó la rodilla y bostezó.
−¿Se encuentra bien? −preguntó Jamie, consternada.
Sonrió tristemente. Era una niña tierna. No quería hacerle daño y esperaba no tener que llegar a tales circunstancias.
−Es sólo que estoy viejo.
−Mi abuela es más vieja que usted y todavía sale a trotar −dijo Jamie.
Su sonrisa se desinfló.
−Me alegra por ella. ¿Quisieras un bocadillo, Maisie? −preguntó a la cachorra.
Al oír la señal la perra había empezado a ladrar excitadamente y esto le había hecho sonreír de nuevo. Había estado entrenándola durante las últimas semanas. Lo único que tenía que hacer era mencionar la palabra bocadillo
, soltar la correa, y la perra iría corriendo hasta la parte trasera de la van.
−¿Maisie es su nombre? Qué lindo −dijo Faith.
Miró fija y detenidamente el rostro de Faith. Estando cerca de ella pensó que lucía un poco mayor a los siete años.
Es ella, estás siendo algo paranoico, se dijo a sí mismo.
−Deberíamos ir a los columpios antes de que lleguen nuestros padres −dijo la pelirroja, dando un paso atrás. Miró a la perra−. Adiós, Maisie.
−Adiós −dijo Faith mientras se inclinaba para acariciar a la Beagle una vez más.
−Maisie, ¿quieres un bocadillo? −preguntó firmemente. Esta vez dejó ir la correa.
La perra despegó en dirección a la van.
−¡Oh no! −pretendió entrar en pánico−. Alguien tiene que atraparla antes de que un auto la arrolle.
−¡Yo iré! –exclamó Faith partiendo detrás de la perra.
−¡Yo también! –gritó la otra chica, persiguiendo a su amiga.
Miró hacia la cancha y se dio cuenta de que los padres ya habían empacado las sillas de campo y se dirigían hacia el estacionamiento. Sabiendo que no había tiempo que perder, se dio la vuelta y corrió tras las niñas. Las encontró exactamente donde esperaba verlas: junto a la puerta trasera de la van, acariciando a la perra y riendo.
−Ustedes dos, muchachitas, han sido de gran ayuda el día de hoy −dijo al abrir la puerta trasera de la van mientras echaba un vistazo en busca de testigos. Afortunadamente una buena distancia separaba las canchas de fútbol del estacionamiento. Además, había estacionado en la última fila, lejos de los demás automóviles. Sólo esperaba que nadie hubiese notado a las dos pequeñas corriendo tras la perra−. ¿Podrías subirla a la van?
−Claro −dijo la pelirroja, levantando a Maisie.
El hombre abrió la jaula.
−Muy bien, déjenme darle un bocadillo antes de soltarla, o puede que eche a correr −dijo al posicionarse detrás de la niña para bloquear la visión de Faith. Arrojó una galleta dentro de la jaula−. Ahora puedes soltarla.
La niña hizo tal cual le indicó y la perra se desbocó en la jaula por la