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La Cruz del Verdugo 2, La investigación: La Cruz del Verdugo, #2
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La Cruz del Verdugo 2, La investigación: La Cruz del Verdugo, #2
Libro electrónico92 páginas1 hora

La Cruz del Verdugo 2, La investigación: La Cruz del Verdugo, #2

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Segunda parte de La Cruz del Verdugo
El Inspector Leguina comienza la investigación que le llevará hasta el asesino de Mara y a un encuentro consigo mismo que no se esperaba.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ene 2020
ISBN9781393520191
La Cruz del Verdugo 2, La investigación: La Cruz del Verdugo, #2

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    La Cruz del Verdugo 2, La investigación - Laura Pérez Caballero

    LA INVESTIGACIÓN

    ––––––––

    1.

    El Inspector Leguina llegó a la escena del crimen a las ocho de la mañana. El sol ya amenazaba con otro día caluroso, pero a esa hora aún podía apreciarse el frescor del amanecer reciente.

    Dejó su americana azul marino en el asiento trasero de su Opel Astra y salió del auto sin quitarse las gafas de sol.

    Después de recorrer aquel polvoriento y seco camino, la arboleda que se extendía a ambos lados del mismo frente a él le resultó inusitadamente hermosa. A su mente acudió un estúpido slogan un bonito lugar para morir, y se lo sacudió con una rápida y discreta cabezada.

    Como siempre, había un grupo de curiosos arremolinados en torno al lugar, a pesar de que las autoridades ya habían delimitado la zona para evitar su contaminación y extracción de pruebas.

    Algunos de los trabajadores de la fábrica de frutas próxima estaban incumpliendo con su horario de trabajo, pero no todos los días aparecía un cadáver en un pueblo tan pequeño como aquel. Un día especial, un día en el que todas las conversaciones girarían en torno a aquel suceso. La muerte, y más cuando era violenta, creaba aquel extraño efecto.

    Al primer golpe de vista, el Inspector ya sabía quiénes tenían alguna relación con la víctima y quiénes eran simples curiosos.

    Se acercó a uno de los Guardias Civiles apostado junto a una chica joven a la que mantenía abrazada un muchacho con cara de no haber dormido en toda la noche. Junto a ellos, otro chico joven, en cuclillas, mantenía la mirada fija en el cadáver, a  escasos metros de distancia. Seguramente trataba de convencerse a sí mismo de que lo que estaba viviendo en aquellos momentos era real. El Inspector conocía muy bien aquella sensación.

    —Familiares —afirmó, más que preguntó Leguina.

    El Guardia Civil asintió.

    —Dos hermanos y un cuñado.

    —Supongo que han reconocido el cadáver.

    —Sí.

    El inspector volvió a mirar al chico en cuclillas. Mantenía los puños apretados, en las sienes, mientras sus codos se apoyaban en las rodillas.  Se preguntó cuánto tiempo llevaría en aquella posición.

    —Pues aquí ya no tienen nada que ver. Ni ellos ni el resto. Que despejen la zona. ¿Quién encontró el cadáver?

    El Guardia Civil apuntó a un hombre viejo con un carrito de la compra y  a un muchacho muy joven a su lado. La escena le recordó un pasaje de El Lazarillo de Tormes.

    —El viejo lo encontró y el joven dio el aviso, la conocía.

    —Que se queden, el resto que circule.

    El Guardia Civil dio las órdenes oportunas y el lugar comenzó a despejarse de curiosos. Los coches de los trabajadores de la fábrica se ponían en marcha levantando una nube de polvo a su alrededor. Una patrulla se llevó de vuelta a casa a Valeria junto a su hermano Israel y a Manuel.

    Leguina se acercó al cadáver y le echó un ojo. Una hermosa adolescente con la belleza de una flor marchita. Leguina no tenía hijos, y era algo de lo que se alegraba cada vez que tenía que enfrentarse a un caso como aquel. Veía a muchos compañeros empatizar en demasía cuando tenían que investigar casos de niños asesinados.

    —¿Qué edad tenía?

    —Según nos ha dicho  su hermana, dieciséis.

    Leguina se volvió entonces y se dirigió hacia el viejo y el chico jovencito que permanecían juntos. Los dos permanecían en pie, ligeramente encorvados y con los brazos lacios a los lados de sus cuerpos. Era como ver la versión del viejo cuando era joven o la del joven cuando llegara a viejo.

    —¿Usted fue quien encontró el cadáver?

    —Sí, señor —contestó el viejo.

    —¿A qué hora fue eso?

    —A las seis de la mañana. Iba a la fábrica a vender mi mercancía al dueño, siempre lo hago antes de la hora de entrada de los trabajadores. Así es como le gusta al jefe —dijo apuntando al carrito de la compra.

    El inspector se volvió hacia el chico.

    —¿Y tú?

    —Yo iba a por el encargo semanal para el bar. Siempre lo hace mi padre, pero lleva unos días enfermo y yo le sustituyo —la voz del muchacho era un suspiro.

    —Tengo entendido que la conocías.

    —Sí, paraba a menudo por el bar.

    El inspector se volvió hacia el Guardia que tenían al lado, como si los custodiase.

    —Está bien, tómeles los datos, los quiero localizables.

    Luego volvió al lugar en el que se encontraba el cadáver de Mara.  Estaba tumbada, completamente recta, como si hubiesen recolocado al cadáver. Un asesino sensible, no quiso dejarla tirada de cualquier manera. La princesa de los cuentos esperando dormida el beso que la habría de despertar.

    El forense levantó la vista de su libreta y tendió una mano hacia Leguina. Los de la científica recogían muestran en bolsitas de plástico.

    —Inspector.

    Leguina agitó la mano del forense con desgana y volvió a clavar la vista en la chiquilla.

    —Menuda porquería —murmuró el forense.

    —Ya —se limitó a contestar Leguina.

    —La causa de la muerte estoy seguro que fue por corte en la carótida. Murió desangrada.

    El inspector asintió. Podía verse el corte en la yugular.

    —Tiene rastros de algún que otro golpe, se ven a simple vista, pero no son tan violentos como para haberle provocado la muerte. Diría que fueron causados porque se defendió.

    Se defendió hasta el golpe final. El de la hoja afilada que cortó su cuello. Se tarda poco en morir desangrado si se corta una arteria principal.

    Uno de los Guardias Civiles llamó al inspector y le mostró una tarjeta de móvil medio quemada en el suelo.

    —Típico —murmuró Leguina.

    El forense había vuelto a su lado y le rondaba como una mosca cojonera. Por alguna razón a Leguina no le gustaban los forenses. Sabía que solo hacían su trabajo, pero se le antojaba que todo lo que decían escondía cierto morbo, cierto afán de regodeo.

    —Está vestida, incluso lleva puesta su ropa interior, yo diría que no ha sido violada. De todas formas, con el informe completo...

    El Inspector Leguina se agachó frente a la huella de una bota en el suelo polvoriento.

    —¿Han tomado nota de esta huella?

    —Sí, señor, está hecha foto y calculada la medida.

    La huella estaba muy cerca de la muchacha. El inspector vio brillar algo bajo la muñeca derecha del cadáver. Con

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