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Camaleón: Saga Roman Lee
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Libro electrónico258 páginas4 horas

Camaleón: Saga Roman Lee

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Información de este libro electrónico

La doctora Marlene Scott es una respetada médica de urgencias en el hospital Kirkwood Memorial. Su casilla de correo suele estar inundada de lucrativas ofertas por todo el país. Habiendo reavivado una fogosa relación con su ex novio Kurt Collison, de sus días en la universidad de Rutgers, ahora tiene lo único que le faltaba a su vida.
Una serie de inexplicables muertes de pacientes en el Memorial han desestabilizado a la institución, sabiendo que pueden tener un potencial asesino serial en sus pasillos. Las autoridades tienen un sospechoso principal, y es Marlene quien inconcebiblemente comparte el mismo ADN con el asesino.
Los detectives Roman Lee y Willow Darby deberán resolver este misterio mortal antes de que más pacientes fallezcan y Marlene lo pierda todo.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9781071516188
Camaleón: Saga Roman Lee

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    Camaleón - Cole Steele

    Para la calle C y nuestro barrio.  

    UNO

    Lisa Ridenour se estiró hacia un costado cuando el insoportable dolor regresó. Se había vuelto más frecuente con el pasar de las horas. La transpiración era un nuevo síntoma y una nueva preocupación, ya que el pequeño ventilador en su escritorio no era de mucha ayuda. Se había despertado más temprano de lo normal debido a la incomodidad. Ésta la había sacado de un sueño profundo, y el uso del baño no generó el alivio que esperaba.

    El momento no podía haber sido peor. Una única aplicación a un préstamo titilaba en la pantalla de su computadora, esperando ser completada. Era cualquier cosa excepto una típica tarea de rutina, mientras pretendía seguir tipeando, intentando concentrarse en medio de intensos ataques de puntadas. Lisa trabajaba en una pequeña institución financiera situada en los límites de Kirkwood.  Había tenido suficiente suerte de encontrar un empleo estando segura de tener un currículum manchado. Lisa había trabajado previamente para Wells Fargo como encargada de una sucursal por casi veinte años. Una mañana de un jueves hace casi un año, fue despedida abruptamente, luego del último escándalo que había sacudido a su base de clientes, por segunda vez en casi una década. Una división regulatoria del gobierno de los Estados Unidos había respondido con una multa que simplemente no iba a ser absuelta sin alguna víctima. Los años de servicio para su empleador sólo habían sido reconocidos con una modesta indemnización. De todos modos, Lisa no había hecho nada para justificar su despido, pero eso importaba poco para el mayor accionista del gigante financiero. Habían demandado un despido público para renovar su imagen.

    Siendo empleada como una agente de préstamos, tenía menos flexibilidad que en su antiguo puesto en Wells Fargo. La actual encargada llevaba una agenda estricta incluyendo los horarios de almuerzo.

    Miró el reloj en la esquina derecha de la pantalla de su computadora.

    Eran casi las 10:30 AM, y faltaban aún noventa minutos para su horario designado de almuerzo. Había un Med Express a menos de una milla de la oficina del banco. Lisa se prometió a sí misma que iría por un chequeo si el dolor no disminuía para ese entonces. La fuente de su incomodidad parecía estar aislada en un área específica de su abdomen.  

    Habían pasado otros quince minutos, trayendo una intensa fiebre que notó al sentir la humedad en la palma de su mano, luego de tocarse la frente con ella levemente. Lisa terminó de subir la información para el potencial cliente del banco y luego respondió algunos emails. Se esforzó en mantener su mente en otro lado mientras el dolor crecía en el cuadrante superior derecho de su sistema digestivo. Ya no tenía sentido intentar distraerse de la letanía de los síntomas, que ahora incluían náuseas. A las 11:00 AM, Lisa golpeó la puerta de la gerente de la sucursal para explicarle su situación. Para su sorpresa, sin mucha duda, le dijeron que se hiciese ver en seguida, y que avisase vía texto si la verían la mañana siguiente.

    En vez de ir directamente hacia Med Express, manejó hasta a la sala de emergencia del hospital Kirkwood Memorial. Pasando casi todas las luces en verde sin tener que luchar contra el tránsito de la hora pico, estacionó en el espacio designado para emergencias. Una vez dentro de las puertas vidriadas, caminó lo más calmada posible hacia la recepción. Una mujer de veinti-largos, de cabello castaño hasta los hombros y vestida con ropa quirúrgica celeste, recibió a Lisa amablemente.

    Bienvenida a Memorial. ¿En qué puedo ayudarla?

    Apoyando su mano en el mostrador, se mantuvo erguida por un segundo con su otra mano sobre su abdomen.

    Necesito ayuda. Algo está terriblemente mal y no sé qué es.

    ¿Tienes dolor? preguntó ella.

    Es algo horrible, y parece estar empeorando. Le entregaron a Lisa algunos formularios enganchados.

    Muy bien. Si deseas, toma éstos y rellénalos en las áreas resaltadas. Haré que alguien venga por ti en un minuto. ¿Puedes con eso, o no?

    Sí, puedo, creo.

    ¿Su nombre, señora?

    Lisa Ridenour.

    La empleada tipeaba en un teclado que se deslizaba por debajo de su escritorio. Ajustando levemente el monitor, sonrió con gentileza hacia la mujer que estaba obviamente dolorida.  Lisa había completado casi toda la información que la empleada del hospital había sugerido.

    Una enfermera llegará en un momento, señora Ridenour, por favor tome asiento en el área de espera.

    La habitación del Memorial estaba casi vacía esa mañana, excepto por una pareja mayor sentada junto a un gran acuario, que contenía varios peces tropicales. Lisa eligió un asiento del otro lado de las puertas de la recepción, esperando que la enfermera finalmente saliese a recibirla. No pudo acomodarse en la silla, inclinándose en ninguno de sus lados. Su esposo todavía estaba en casa y no había respondido a los varios mensajes de texto. Él hacía el tercer turno de un local de plantas de plástico y normalmente no se despertaba hasta la tarde. Una voz masculina llamó por su nombre, así que guardó su celular.

    ¿Señora Lisa Ridenour?

    La temperatura de su cuerpo había aumentado significativamente desde su llegada. Estaba sudando intensamente, sentada en la silla, luchando contra el dolor para ponerse de pie en cuanto la llamaron.

    ¿Sí?

    Mirando a la mujer cuarentona sentada sola, no parecía una paciente ambulatoria por mucho tiempo. El enfermero rápidamente consiguió una silla de ruedas, ayudando a Lisa a sentarse. La llevó por un ancho pasillo hacia la sala de exámenes número tres.

    Le preguntó a su paciente algunas cosas de rutina, observando su respuesta antes de ahondar en el motivo central de su visita.

    ¿Dónde sientes el dolor, Lisa?

    En mi estómago, por aquí.

    Ella apuntó con su dedo índice al espacio bajo su costilla y no se animó a presionar el área afligida ya que incluso le dolía simplemente respirar. No había diferencia entre la cama del hospital con su delgado colchón, complementada con una almohada aún más incómoda, y la rígida silla del área de espera. Colocarle la ligera bata floreada mientras ella permanecía sentada resultó una ardua tarea. La privacidad casi no existía gracias a una delgada cortina que cubría el perímetro de la cama y al constante tránsito de pies fuera de la sala de exámenes.

    ¿Si tuvieses que ponerle un número al dolor del uno al diez?

    Ocho.

    Su enfermero rondaba los treinta años. Tenía una prolija barba y un corto corte de cabello. Su ropa quirúrgica verde oscuro resultaba pálida en comparación con sus costosas y coloridas zapatillas deportivas. Le tomó sus signos vitales, cargándolos rápidamente en su historial, dentro del sistema de pacientes del hospital. Aunque tenía sus propias teorías acerca de lo que podría estar pasándole a Lisa Ridenour, pronto se disiparon en cuanto una mujer de edad similar a la paciente entró en la habitación. Era hermosa, con rasgos afilados, complementados con grandes pómulos. Su largo cabello rubio parecía perfecto. La doctora era de altura normal, con una contextura ligeramente atlética. Su deslumbrante estilo la hacía parecer alguien más joven de lo que era.

    Lisa, soy la doctora Scott. Entiendo que no estás sintiéndote muy bien.

    Lisa se dobló de dolor al intentar sentarse.

    Nunca he tenido tanto dolor, doctora. Se siente como alguien apuñalándome con un atizador caliente.

    La doctora Scott escuchó mientras miraba el historial de la paciente.

    ¿Hace cuánto te sientes así?

    Lisa respondió con una mirada de aún más incomodidad.

    Desde esta mañana, temprano.

    ¿Has comido algo hoy?

    He intentado con mi desayuno de siempre, pero no pude terminarlo.

    ¿Pérdida de apetito?

    Sólo incrementaba el dolor.

    Lisa, ¿puedes hacerme un favor?

    Seguro, lo que sea. Sólo haga que se vaya.

    Lo intentaré. Quiero que inhales profundamente cuando te lo indique.

    Lisa respondió protestando.

    Me duele un poco hacer eso ahora.

    Sólo un par de veces.

    La doctora Scott rápidamente la palpó, encontrando el margen inferior izquierdo de la costilla de Lisa, y luego presionando suavemente justo debajo de esta. Lisa hizo una mueca sólo por el tacto de sus manos contra su piel caliente.

    Lo que sea que hayas hecho, ya está.

    La doctora Scott sostuvo su posición en uno de los lados de las costillas de Lisa.

    Bueno, una última inhalación para mí. Vamos, inhala.

    Ella siguió las instrucciones de la doctora, primero cerrando los ojos, luego inhalando profundamente.

    La doctora Scott presionó el tejido mientras palpaba el diafragma de la mujer de mediana edad, encontrando resistencia de la vesícula biliar. Inmediatamente, esto generó una retorcida expresión de dolor en el rostro de su paciente.

    Lisa Ridenour respondió instantáneamente, respirando con dificultad.  

    Por favor, no me pida hacerlo de nuevo.

    Lisa, creo que tienes un problema con un cálculo biliar. Sólo para asegurarnos, te haremos un ultrasonido. Prometo que no será tan incómodo.

    ¿Podrían darme algo para el dolor?

    Hagamos primero este examen, luego podremos discutirlo. Puede que no necesites algo hasta después.

    La doctora Scott ordenó el ultrasonido, inmediatamente. Había visto esos síntomas algunas veces.  El signo de Murphy era un fuerte indicador de colecistitis. Lo que le preocupaba era que la paciente podría estar sufriendo una rotura, lo cual requeriría una laparoscopía inmediata para extraerle la vesícula a la mujer.

    El técnico respondió con rapidez, y produjo las imágenes que confirmaron la sospecha preliminar de la doctora Scott.  Lisa Ridenour estaba potencialmente a horas de una rotura y de una inminente infección. Tenía pequeñas piedras que se habían acumulado causando el bloqueo. Era lógico que su paciente estuviese sufriendo de tal horrible malestar. Regresó caminando hacia la habitación, sosteniendo la evidencia en su mano.

    Lisa, hemos encontrado qué es lo que te ha estado molestando esta mañana. La buena noticia es que podemos ocuparnos de eso hoy mismo, pero tendrás que pasar la noche aquí.

    ¿Qué es lo que tengo?

    Tienes colecistitis. En palabras más sencillas, hay un severo bloqueo en tu vesícula biliar, y necesitamos removerlo antes de que aparezcan mayores complicaciones, como una rotura. Creí que era bastante serio, dado el dolor que tenías, y el ultrasonido fue el factor decisivo. ¿Quieres ver las imágenes?

    No, gracias. ¿Cuándo harían la cirugía?

    Un colega mío se encargará del procedimiento en las próximas horas, en cuanto esté disponible. Normalmente podrías irte el mismo día, pero nos gustaría que te quedes una noche para observación. ¿Tienes a alguien que pueda llevarte a casa mañana?

    Mi esposo, pero debería llamar al trabajo para pedir el día.

    Bueno, Lisa. La mejor de las suertes, y en unas semanas deberías estar de vuelta en tu vida normal.

    Gracias, doctora Scott.

    No hay por qué. Puede que pase más tarde para ver cómo te encuentras.

    Habían pasado varias horas desde que había estado en la sala de emergencias. Lisa Ridenour fue llevada a su habitación en el quinto piso, hacia el final del pasillo y lejos de la enfermería. Algunos de los efectos de la anestesia aún se aferraban a su torrente sanguíneo, volviendo las cosas un poco borrosas. Intentó desesperadamente recuperar su memoria a corto plazo previa a la cirugía cuando una figura apareció en la puerta.

    Haciendo un esfuerzo por sentarse, notó un pedazo de cinta adhesiva transparente sobre su mano derecha. Lisa siguió con la mirada la línea del tubo que emergía de la cinta hacia una bolsa con solución de Ringer, que estaba reabasteciendo a la cámara de goteo con un ritmo constante. 

    La puerta se cerró silenciosamente detrás de la solitaria visitante, vestida con ropas quirúrgicas, quien examinó la habitación por un momento antes de acercarse. Algo en ella le resultaba tan familiar, sin embargo estaba teniendo dificultades para recordar cualquier cosa. Quizás eran los ojos de la mujer, que permanecían visibles debido a la máscara quirúrgica, pero que escondía cualquier rasgo adicional que pudiese ser reconocido. La memoria de Lisa se acomodó por un breve segundo en cuanto la anestesia comenzó a disiparse. La doctora de la sala de emergencia. Había mencionado una posible visita. Le recordaba a ella de todos modos, cuando había hablado con un visitante mientras luchaba con un dolor de garganta. 

    ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente, doctora?

    La visitante de Lisa no respondió, pero casualmente extrajo una jeringa de su bolsillo delantero. Casi llegando a la línea IV, una tapa fue removida, y la aguja fue insertada. Los guantes de látex que cubrían las manos se estiraron mientras un pulgar presionaba lentamente el émbolo, distribuyendo un contenido letal en su torrente sanguíneo. Lisa volvió a mirar hacia arriba, hacia lo que pensó que eran unos ojos azules familiares, pero sólo se encontró con una mirada en blanco. Logró soltar unas pocas palabras más de su boca, que parecía seca como el algodón.

    Este debe ser el tratamiento para el dolor que habías mencionado más temprano.

    Cerró los ojos por un momento. Duró sólo unos segundos antes de que se abriesen como platos. Una ola de fuego le recorrió el brazo, y luego el resto del cuerpo. Todo su ser se retorcía en un dolor absoluto.

    Pocos minutos después, Lisa Ridenour tuvo un paro cardíaco, el líquido distribuido se había hecho camino a través de su torrente sanguíneo, y luego regresado hasta su corazón. La visitante de Lisa se esfumó rápidamente luego de que sonase la alarma de uno de sus monitores sobre la cama, indicando que su pulso ya no era detectable. Un equipo coordinado de personal llegó corriendo por el pasillo hacia su habitación, respondiendo al código azul del Memorial, cuando falleció.

    Unos pisos más abajo en la sala de espera familiar de operaciones, un hombre de cuarenti-largos miró hacia el gran monitor montado en la pared. Servía como pizarra de seguimiento para la comunicación quirúrgica del hospital. Su mujer, de hacía veinte años, había ido por un procedimiento de rutina, pero su estado no había cambiado en varias horas. Mirando nerviosamente alrededor, notó que la mayoría de los incómodos muebles de la sala se habían vaciado. Los familiares y amigos de otros pacientes que habían estado esperando, habían sido dirigidos a la unidad de cuidado post-operatoria. Un punto verde titilaba junto a sus respectivos números de identificación, excepto por uno. El hombre, casi calvo, se acercó a una mujer mayor de unos sesenta años. Estaba sentada detrás de un mostrador de madera con un monitor y un celular.

    Disculpe.

    ¿Sí?

    ¿Podría hacerme el favor de chequear a la paciente de apellido Ridenour?

    Por supuesto.

    DOS

    Roman Lee miró por encima del escritorio vacío frente a él, esperando a que su nuevo compañero llegase para la tarea de esa mañana tan particular. Lonnie Temple se había jubilado silenciosamente. Habían trabajado juntos durante varios años. No era un secreto, Lonnie lo había mencionado en varias ocasiones antes de presentar el papeleo. Su hijo Torey estaba jugando profesionalmente en Carolina luego de entrar al equipo y firmar un contrato por cinco años. Lonnie había conseguido básicamente todo lo que había pedido, incluyendo un clima cálido y excelentes condiciones para la pesca. Lonnie Temple había sido de gran valor para el departamento de policía de Kirkwood.  Siempre había sido la voz de la razón, especialmente en situaciones donde la violencia parecía ser la única solución viable.

    Un pequeño anotador se encontraba en el escritorio junto a una lapicera descansando junto a él. Su tamaño cuadrado y pequeño encajaría cómodamente en cualquier bolsillo de algún saco o chaqueta deportiva. Lonnie lo había dejado como regalo junto con un mensaje, alentándolo a usarlo de la misma manera que él lo había usado por años. En su casa había cajas llenas de ellos, por todos los casos en los que habían trabajado juntos. Hacia el final de su carrera, incluso había comenzado a dibujar en los márgenes para remarcar el registro de los eventos. Lonnie prefería un método arcaico a utilizar la tecnología emergente.  

    Roman Lee lo levantó, pasando las crujientes hojas en blanco. En ese mismo momento, llegó su nueva compañera, acomodando sus cosas en un escritorio vacío antes de acercarse y presentarse. Quien ocupaba el escritorio frente a él tenía un

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