Todo empezó aquella noche
Por Virna Depaul
5/5
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O eso pensaba Lily. Hasta que reabrieron el caso y lo llevó el inspector John Tyler, el hombre que le había roto el corazón.
La investigación de John provocaba pesadillas a Lily Cantrell, que padecía amnesia y escondía un secreto. También le provocaba graves dudas y sentimientos encontrados sobre un enamoramiento que nunca había superado. Por mucho que deseara a John, ¿cómo iba a perdonar al hombre que la había tratado con tanta crueldad?
Lo que Lily sí sabía era que su resucitada pasión sería peligrosa… aunque menos que el loco empeñado en matarla.
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Todo empezó aquella noche - Virna Depaul
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Virna DePaul. Todos los derechos reservados.
TODO EMPEZÓ AQUELLA NOCHE, Nº 1991 - Agosto 2013
Título original: It Started That Night
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3478-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Prólogo
28 de Agosto
8:45 de la tarde
Sacramento, California
John Tyler estaba sentado delante de su casa y el sonido de la fiesta llegaba hasta él desde el interior. Cerró los ojos, buscando consuelo en la oscuridad. No lo encontró. No podía olvidar las palabras de despedida de Tina Cantrell.
«Lily es una buena chica. Demasiado buena para ti. Si la quieres algo, envíala a su casa y no te acerques a ella».
John abrió los ojos y afrontó la verdad.
La madre de Lily tenía razón.
La chica, de dieciséis años frente a los veinte de él, tenía toda la vida por delante y la amistad de él ya le había causado una brecha con sus padres, brecha que había aumentado al marcharse el padre de ella. John no quería causarle más problemas. A pesar de sus sentimientos por ella, de que él quería más y ella también, aquello no podía ser. Él se iría de la ciudad al día siguiente y eso, su marcha, podía ser un comienzo nuevo para los dos. No sabía aún lo que iba a hacer con su vida, pero tenía un amigo en Seattle con el que podía quedarse por el momento.
Oyó ruido de pasos.
Lily. La dulce Lily, la mejor amiga de su hermana Carmen. Aunque estaba prevenido, el shock de verla casi le hizo caer de rodillas.
Las luces de la casa la rodeaban con un brillo tenue, casi surrealista. Miró su cabello suelto y el sencillo vestido negro que ceñía su cintura increíblemente fina y mostraba sus brazos y piernas blancos. Se había pintado los ojos con una línea negra que volvía aún más misterioso su aire exótico. En los labios llevaba carmín rojo.
Era una belleza. Hacía tiempo que John sabía que se había fijado en él, pero ninguno de los dos había hecho nada al respecto. Él quería. A veces deseaba desesperadamente aceptar su amor y entregarse a ella. Pero por suerte no lo había hecho. Ella seguía siendo inocente, no mancillada por la reputación de él.
Apretó los puños y alzó la barbilla.
—Es un poco tarde para que estés fuera, ¿no? Carmen no está...
Lily corrió hacia él y le echó los brazos al cuello. John la estrechó automáticamente para sujetarlos a ambos.
—No he venido por Carmen —musitó ella.
Temblaba, y él se dio cuenta de que lloraba. Le pareció que olía a alcohol y frunció el ceño. Y lo frunció todavía más cuando vio lo que parecían marcas rojas y arañazos en el cuello de ella y una marca morada en su mejilla pálida. Alzó la mano y la tocó con gentileza.
—¿Qué es esto?
Ella levantó la barbilla pero no contestó. John se inclinó a mirarle los ojos e inhaló con suavidad; el olor a alcohol desapareció, reemplazado por el aroma afrutado del champú de ella. Pero la chica tenía las pupilas dilatadas, lo que indicaba que estaba bajo los efectos de algo, aunque, por otra parte, se hallaba tan alterada que quizá eso podía explicarlo.
—Tengo que decírtelo antes de que te vayas —susurró ella—. Te quiero.
John dejó caer las manos y se enderezó. El pánico luchaba en su interior con la tentación. Sabía que tenía que dejarla marchar por el bien de los dos, así que le dio una palmadita en el hombro.
—Yo también te quiero, pequeña. Ya lo sabes. Somos familia.
Lily frunció el ceño y se aferró a él cuando intentó soltarse.
—No necesito más familia. Me sobra con la que tengo.
—Lily...
Ella le puso una mano en la nuca y lo besó en los labios. Su cuerpo, pequeño y frágil, se apretó contra él. Sus labios, dulces y suaves, se aferraron a los de él.
Y por un segundo, solo uno, los labios de él respondieron.
Luego apartó la cara y retrocedió. Ella ya había perdido a su padre por otra mujer. John no podía arriesgarse a que se enemistara también con su madre.
—Vete a casa, Lily.
Ella lo miró confusa.
—Yo... te quiero.
—¿A qué viene esto, Lily? —él fijó la vista en la oscuridad—. ¿Esto lo habéis planeado tus padres y tú?
Si ella antes parecía confusa, ahora se mostró atónita.
—¿Qué?
—Tu padre, el poli. ¿Quieres tenderme una trampa? ¿No me pudo acusar por tráfico de drogas y ahora lo intenta por corrupción de menores?
Ella se limitó a mirarlo fijamente.
John le agarró los brazos.
—¿Es eso?
Lily luchó inútilmente por soltarse.
—No. Estoy sola. Solo quería que supieras lo que siento.
—Pues ya lo sé. ¿Y tú sabes una cosa? No significa nada.
Ella tragó saliva audiblemente.
—No te creo —susurró, alzando la barbilla. Parecía que se dispusiera a pelear con él hasta que John admitiera que mentía.
¡Maldición! Ella era increíble.
—Eso es porque eres una cría —comentó él a la desesperada.
Ella palideció.
—¿Cría? —susurró. Y retrocedió.
—Sí. Una cría.
Ella lo miró dolida y a él se le encogió el estómago. Se obligó a continuar.
—Tengo un consejo para ti. No te maquilles. Te da aire de fulana. Y el que te enseñó a besar no lo hizo muy bien.
Lily lo miró de hito en hito.
—Puedes enseñarme tú.
El sonido de una risa llegó hasta ellos. Ella miró por encima del hombro de él y abrió mucho los ojos.
John se volvió y vio a su exnovia Stacy rodeada por sus amigas. Todas estaban en el umbral de la puerta abierta y se reían de ellos. De Lily.
John apretó los dientes y luchó por conservar la calma cuando deseaba destrozarlas. En vez de ello, avanzó hacia Stacy con pasos decididos, le sujetó la cara y la besó con fuerza. La lengua de ella se movió impaciente contra la suya, húmeda y ágil, y ella le agarró el pelo y le rozó la cabeza con sus largas uñas de un modo que siempre le había resultado excitante.
Esa vez, John solo sintió desesperación.
Se apartó y vio una mueca de satisfacción en la cara de Stacy.
—¿Por qué no te...? —John se giró hacia Lily y se interrumpió.
Ella se había marchado.
Capítulo 1
Quince años después...
Lily Cantrell abrió la puerta principal y miró al hombre que había alzado la mano para volver a llamar. Era alto y moreno, y llevaba una camisa abrochada de arriba abajo, vaqueros y americana. Tenía los hombros anchos y los ojos seguían siendo del azul más hermoso que ella había visto jamás. A pesar de los años que llevaban separados, él había sido el único hombre al que había querido, aunque la hubiera rechazado sin piedad.
—Hola, pequeña —dijo John con voz más profunda de lo que ella recordaba—. Me alegro de volver a verte.
Los años habían perfeccionado su figura masculina. Era más grande, más ancho de hombros... Los ángulos fuertes de sus mejillas y mandíbula ofrecían un marco duro a las cejas oscuras y los ojos azules, y la nariz prominente y las líneas sensuales de los labios gruesos anunciaban que tenía algo de bárbaro. Líneas finas se agrupaban al lado de los ojos y le decían que el chico al que había querido se había convertido en un hombre a tener en cuenta.
John se echó el pelo hacia atrás con un gesto familiar que llenó a Lily de anhelo y dolor.
—¿No me vas a invitar a entrar?
¿Invitarlo a entrar?
Ella se llevó instintivamente una mano a la mejilla. Quince años atrás, su madre la había abofeteado por primera y única vez. Y todo porque Lily había insistido en ir a ver a aquel hombre, al chico que su madre le había dicho que era muy mayor para ella y que acabaría haciéndole daño. Lily no había tenido ocasión de pedirle perdón por las cosas terribles que le había dicho. Tampoco había tenido oportunidad de despedirse.
Su madre había muerto. ¿Y ahora aparecía John, días antes de que fueran a ejecutar al responsable de la muerte de su madre?
Su primer instinto fue cerrar la puerta. Esconderse. Echar a correr. Pero no podía.
No lo haría.
En una ocasión se había portado como una hija desagradecida y egoísta y su madre había sido asesinada poco después. No deshonraría su memoria más todavía. No huiría de aquel hombre.
Salió al porche y cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Qué quieres, John?
Él no sonrió, pero sus ojos se iluminaron.
—Yo también me alegro de verte, Lily. ¿Puedo pasar?
Ella negó con la cabeza.
—Contesta a mi pregunta.
—Preferiría hablar dentro.
—Y yo prefiero que me digas a qué has venido antes de que llame a la policía.
—No es necesario. Ya estoy aquí —él sacó una cartera de cuero negra del bolsillo y le mostró una placa brillante.
—¿Eres policía? —preguntó ella, sin poder disimular su sorpresa. Él había tenido fama de chico malo, había sido acusado de vender drogas y cosas peores.
—Soy inspector del Departamento del Sheriff del Condado de El Dorado.
—¿El condado de El Dorado? Pero ¿por qué...? —Lily abrió mucho los ojos—. ¿Esto es por la ejecución?
La ejecución del asesino de su madre no producía ningún placer a Lily. De hecho, desde que habían vuelto a empezar los sueños, procuraba no pensar en ella. Solo rezaba para que, después, su familia y ella lograran encontrar la paz que llevaba tanto tiempo esquivándolos. Su trabajo como terapeuta artística ayudaba mucho, pero...
John apretó la mandíbula.
—No he venido a causar problemas. Esto no tiene que ser una batalla entre nosotros, Lily.
Él había cambiado. Seguía siendo intenso pero más controlado, más seguro de sí. Ya no necesitaba hacerse pasar por un chico malo. Era un macho alfa, seguro de sí mismo, al que no le importaba lo que los demás pensaran de él.
Pero ella también había crecido.
—Esto es por la ejecución, ¿verdad?
Él parpadeó y carraspeó.
—No es nada raro hablar con la familia de la víctima en las últimas fases del proceso de apelación. Chris Hardesty afirma ser inocente, así que...
—No comprendo —la fachada de calma que había adoptado ella se resquebrajó levemente—. ¿Qué más da lo que diga ahora? Tenéis las transcripciones del juicio y su confesión. ¿Por qué reabrís el caso de mi madre?
—Nosotros no reabrimos el caso, Lily, pero la Oficina del Fiscal General quiere que investigue algunas pistas. Ha habido una serie de asesinatos en El Dorado que estoy investigando yo, y el modus operandi de todos ellos es parecido al de tu madre. Al principio creímos que era un imitador, impulsado por la cobertura que ha dado la prensa