El día de la venganza
Por B.J. Daniels
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B.J. Daniels
New York Times and USA Today bestselling authorB.J. Daniels lives in Montana with her husband, Parker, and two springerspaniels. When not writing, she quilts, boats and always has a book or two to read. Contact her at www.bjdaniels.com, on Facebook at B.J. Daniels or through her reader group the B.J.Daniels' Big Sky Darlings, and on twitter at bjdanielsauthor.
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El día de la venganza - B.J. Daniels
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Barbara Heinlein. Todos los derechos reservados.
EL DÍA DE LA VENGANZA, N.º 70
Título original: Day of Reckoning
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.
Este título fue publicado originalmente en español en 2004.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9170-850-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Acerca de la autora
Personajes
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
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Acerca de la autora
Antigua periodista ganadora de varios premios, B.J. Daniels tenía ya treinta y seis relatos publicados antes de la aparición de su primera novela romántica y de suspense. B.J. vive en Montana con su marido, Parker, dos spaniels llamados Zoey y Scout, y un gato de mucho carácter que atiende por Jeff. Cuando no escribe, practica deportes de invierno y en verano realiza excursiones por las montañas. Durante todo el año se dedica a su deporte favorito, el tenis.
Personajes
Rozalyn Sawyer: Cree que lo único que debe temer de Timber Falls son los fantasmas del pasado. No puede estar más equivocada.
Ford Lancaster: Lo único que le importa es el dinero y la fama… hasta que conoce a Rozalyn Sawyer.
Anna Sawyer: Su hija Rozalyn aún sigue traumatizada por su suicidio, cuando se arrojó desde el balcón del ático, diez años atrás.
Liam Sawyer: El padre de Rozalyn ha desaparecido… muy poco después de su precipitado matrimonio con una mujer más joven que él. ¿Realmente ha salido a las montañas a buscar al mítico Bigfoot? ¿O ha caído víctima de una trampa?
Emily Lane Sawyer: Parece la esposa perfecta. ¿Quizá demasiado?
Drew Lane: Es el único de los nuevos parientes de Rozalyn que parece apreciarla. ¿Pero lo hace solamente para irritar a su madre?
Suzanne Lane: ¿Por qué siente la necesidad de anestesiarse continuamente con el alcohol?
Doctor James Morrow: Era la última persona que vio a la madre de Rozalyn con vida. Y ahora lleva diez años desaparecido.
Lynette Hargrove: Esta pequeña enfermera presenta un impresionante parecido con la nueva esposa de Liam. ¿Pero cómo es posible? Lynette falleció en un accidente de coche diez años atrás…
Prólogo
La mancha borrosa de unas luces rojas en la carretera desapareció de repente entre la lluvia y la oscura bruma. Rozalyn Sawyer frenó, y descubrió sorprendida que no sabía dónde estaba. La carretera no le resultaba familiar. Lo cual no era extraño en aquella parte de Oregón, con aquel bosque impenetrable creciendo a pie de cuneta.
Había estado siguiendo a aquella camioneta durante los últimos treinta kilómetros. La había descubierto en las afueras de Oakridge, feliz de encontrarse con otro vehículo en aquel solitario tramo de carretera, a esas horas de la noche y, sobre todo, en esa época del año. Detrás de las luces había logrado distinguir la silueta del conductor recortada al volante, y no había podido dejar de sentir una extraña simpatía por él.
Entre la lluvia, la oscuridad y lo aislado de aquella zona, se había sentido y seguía sintiéndose algo incómoda. Aunque lo cierto era que la sensación la había acompañado desde que se enteró de que su padre no había vuelto de su reciente viaje de acampada.
Recordaba vagamente haber visto una señal de desvío justo antes de que la camioneta se desviara hacia la izquierda. Pero ahora la carretera terminaba de golpe. De pronto descubrió dónde estaba: en las cascadas de Lost Creek. Se estremeció, consternada y perpleja a la vez. ¿Cómo había podido terminar en la carretera sin salida que llevaba directamente a aquel paraje?
Había estado siguiendo las luces rojas de la camioneta sin prestar atención al camino: esa era la explicación. El conductor debía de haber tomado un desvío más atrás, equivocadamente, y ella lo había seguido a ciegas. Se había distraído, preocupada como estaba por su padre. Y no era de extrañar. Nadie lo había visto ni sabido de él durante las dos últimas semanas. Y eso incluía a Emily, su esposa desde hacía tan sólo mes y medio.
—Ya te lo he dicho. Se llevó su camioneta, su equipo de acampada y su cámara de fotos, como tiene por costumbre —le había dicho Emily cuando Roz la llamó el día anterior—. Me dijo que volvería cuando quisiese volver, y que no me preocupara. Eso me lo dejó muy claro.
Sí, pero por unos días. No por un par de semanas. Para la edad que tenía, Liam Sawyer se conservaba en forma. Cumpliría sesenta años el Día de Acción de Gracias. A Roz, sin embargo, la preocupaba que pudiera hacer locuras después de haberse casado con una mujer quince años más joven.
Dado que no había sabido nada de él, se sentía terriblemente preocupada. Y ahora, para colmo, aquel desvío retrasaría mucho más su llegada a Timber Falls. El conductor de la camioneta dio la vuelta en el aparcamiento de grava y se detuvo. Sus faros cegaron por un instante a Roz cuando también se dispuso a girar. La noche sin luna y la densa floresta parecieron cerrarse sobre ella mientras terminaba la maniobra. Las zonas tan aisladas como aquella siempre la ponían nerviosa, desde que era una chiquilla.
De repente alguien echó a correr justo delante de ella. Lo único que acertó a distinguir fue el reflejo fugaz de un impermeable amarillo. Frenó de golpe. La figura, encapuchada, saltó la barrera de seguridad que rodeaba las cascadas y desapareció entre los árboles que se levantaban al pie del mirador.
¿Sería el conductor de la camioneta? ¿Pero por qué se habría aventurado a internarse en las cascadas en una noche como aquella?, se preguntó mientras esperaba a que reapareciera.
De pronto volvió a descubrir la mancha del impermeable amarillo justo en el borde de la cascada. La figura parecía asomarse al escalón por el que se precipitaba el agua, como si quisiera…
—¡Oh, no! —Roz abrió la puerta y echó a correr bajo la fría lluvia, sin protección alguna. El terror que le atenazaba el pecho le impedía respirar bien. «Otra vez no, Dios mío», se repetía sin cesar, horrorizada—. ¡No! —gritó con todas fuerzas, cuando apenas estaba a unos metros.
La figura no la miró. Ni siquiera mostró señal alguna de haberla oído. A través de la cortina de lluvia, Roz contempló horrorizada cómo el impermeable amarillo vacilaba antes de lanzarse al abismo. Corrió hasta la barandilla, pero no pudo distinguir nada más allá de los árboles. Aterrada, rodeó la cerca de madera y se abrió paso entre la maleza, rezando para que la persona en cuestión se hubiera agarrado al borde en el último momento.
El rugido de la cascada era ensordecedor. Podía sentir las diminutas gotas de agua, no tan frías como la lluvia que le empapaba la ropa. Tenía vértigo. Durante los diez últimos años había padecido una insuperable fobia a las alturas, pero el miedo por lo que podía haberle pasado a aquella persona fue mayor. Así que se agarró a una delgada rama de pino que se extendía hacia la cascada y, apoyándose en ella, empezó a acercarse poco a poco al borde. Y el corazón le dio un vuelco en el pecho cuando distinguió algo amarillo agitándose en las oscuras aguas.
De repente soltó un grito y empezó a retroceder. La rama se había roto. Se había quedado con ella en la mano. Desesperada, intentó buscar algún apoyo en el resbaladizo musgo de las rocas.
Con el estruendo de la cascada en los oídos, no lo oyó. Hasta que la agarró por detrás, rescatándola.
Capítulo 1
14 de noviembre
Era tarde cuando Charity Jenkins oyó entrar a alguien en la oficina del Timber Falls Courier. Sólo entonces se acordó de que no había cerrado la puerta con llave.
Acercó la mano al cajón del escritorio donde solía guardar su arma. Era una costumbre que había adquirido desde que intentaron asesinarla varias semanas atrás. Desgraciadamente, conforme fueron pasando los días, se había relajado demasiado en lo relativo a su seguridad. No era de extrañar. Quizá fuera porque, durante casi treinta años, se había sentido segura en Timber Falls.
—Maldita sea, Charity, si te vas a quedar trabajando hasta tarde, tienes que acordarte de cerrar la puerta con llave —bramó el sheriff Mitch Tanner, entrando en el oscuro umbral.
Soltó el aliento que había estado conteniendo y volvió a guardar su arma.
—Me olvidé —repuso con una sonrisa, viéndolo acercarse al círculo de luz que proyectaba la lámpara de su escritorio. El corazón le dio un vuelco de felicidad.
Era alto y moreno, con dos perfectos y deliciosos hoyuelos en las mejillas, un rasgo típico de los Tanner. Era maravilloso, perfecto, y el hombre adecuado para ella.
Mitch miró a su alrededor, contemplando la pequeña oficina del periódico. Como propietaria, editora y periodista, a menudo se quedaba a trabajar hasta horas avanzadas. Su única ayuda era una estudiante de instituto que acudía algunas tardes. Esa no era una de aquellas tardes.
De modo que estaban solos, algo de lo que Charity no podía alegrarse más. Había dedicado años a intentar convencerlo de una verdad llana y simple: que no podía vivir sin ella. Ciertamente había habido momentos en que su voluntad se había debilitado y la había besado. Pero en seguida había vuelto a su retraimiento habitual, convencido como estaba de que no estaba hecho para el matrimonio. Y que su unión en pareja podía derivar en un homicidio recíproco.
Eso había sido así… hasta tiempos muy recientes. Varias semanas atrás, después de que hubiera estado a punto de perecer asesinada, Mitch le había pedido que salieran juntos. Una cita de verdad. Incluso le había regalado una pulsera de plata, en la que se había fijado en cierta ocasión. El episodio la había llenado de entusiasmo. Quizá hubiera esperanzas, después de todo…
Por desgracia, sabía que Mitch aún estaba luchando con lo inevitable, como si tuviera alguna duda de que, finalmente, acabarían casados. Evidentemente él no creía, como Charity, que el amor era una fuerza todopoderosa, capaz de vencer todos los obstáculos.
—Te has quedado hasta tarde —comentó, sacando una silla para sentarse al lado de su escritorio. Bajó la mirada al cajón donde guardaba el arma y, con un gruñido, lo cerró—. Dime que no está cargada.
—¿Qué sentido tendría guardar un arma descargada? —exclamó, preguntándose por la razón de su visita.
—Intenta no dispararte a ti misma, ¿de acuerdo?
Le sonrió. Solamente el hecho de verlo le había alegrado el día. Quizá había ido a pedirle que lo acompañara al baile que organizaba el centro comunal para el próximo fin de semana. O tal vez lo único que quería era un beso. La perspectiva le provocó un delicioso cosquilleo en los labios.
Pero esa esperanza quedó rápidamente truncada cuando vio que se echaba hacia atrás el sombrero y ponía su cara de sheriff.
—Te ibas a enterar de todas formas, así que pensé que era mejor decírtelo… —se aclaró la garganta.
—¿De qué se trata? —le preguntó, interesada. Había ido a decirle algo que no había querido decirle. Podía tratarse de algo bueno. Casi tan bueno como un beso. Casi.
—Tenías tú razón —pronunció a regañadientes.
Charity se recostó en su sillón. Desde luego, aquel día no podía ir mejor.
—Lo siento. Creo que no te he oído bien.
—Me has oído bien. Tenías razón. El disparo que mató a Bud Farnsworth no procedía del arma de Daisy Dennison, sino de la de Wade.
Esa vez dio un respingo en su sillón, antes de asimilar las implicaciones de aquella frase.
—Lo sabía. ¡Te dije que Wade Dennison estaba involucrado en el secuestro!
Wade Dennison era el propietario de Dennison Ducks, la factoría local de patos de reclamo de caza que daba trabajo a la mayor parte de los habitantes de Timber Falls. Treinta años atrás, Wade había dejado asombrado a todo el mundo al volver al pueblo con una esposa mucho más joven. En seguida tuvieron una hija, Desiree. Y otra al cabo de dos años, llamada Ángela. Varias semanas después de su nacimiento, la niña desapareció de su cuna y nadie más volvió a verla. Por aquel entonces ya habían corrido rumores de que el bebé no era de Wade.
No hubo petición alguna de rescate. No se encontró ningún cuerpo. Daisy Dennison, que había sido el foco principal de habladurías del pueblo, se encerró como una ermitaña en su mansión después de la desaparición de su hija. Hasta que, en el último Halloween, apareció con una pistola en la factoría de Dennison Ducks y salvó a Charity cuando el capataz de la plantilla, Bud Farnsworth, estaba a punto de matarlas a las dos.
Bud Farnsworth había secuestrado a Charity para recuperar la carta que lo implicaba en la desaparición de Ángela Dennison. Una empleada de Dennison Ducks llanada Nina Monroe había remitido la carta al Timber Falls Courier, el periódico de Charity, justo antes de que fuera asesinada. Nina estaba cargada de secretos y tenía una especial afición por el chantaje.
Bud logró destruir la carta antes de que alguien pudiera leerla, incluida Charity, para su pesar. Pero no había duda alguna de que estaba relacionado de alguna forma con el secuestro del bebé. La única pregunta que quedaba sin responder era si había actuado solo.
Charity estaba convencida de que no. De hecho, estaba absolutamente segura de que Wade Dennison había contratado a Bud para deshacerse de Ángela porque creía que no era hija suya. Justo antes de morir, Bud había intentado decirle algo a Wade. Charity pensaba que Wade había disparado contra él para acallarlo. Y ahora que sabía que el disparo fatal había procedido de su arma, y de no de la de su esposa, estaba más que convencida de la principal culpabilidad de Wade en todo aquel asunto.
—Wade estaba detrás del secuestro.
—Por eso precisamente quería decírtelo yo mismo.
Charity alzó los ojos al cielo.
—Me lo has dicho porque sabías que iba a averiguarlo —y ella que creía que se había dejado caer por allí solamente para verla…
—Quizá mi intención no era otra que evitar que elaboraras un reportaje peligroso para tu salud.
—Eres un iluso.
—Hablo en serio, Charity. Estoy preocupado por ti y por lo que estás pensando hacer.
—Mitch, yo vi a Bud intentando decirle algo a Wade justo antes de morir —pronunció, estremeciéndose al recordar aquel momento—. Iba a acusarlo. Por eso le disparó Wade, para que la verdad nunca saliera a la luz.
—Eso no lo sabemos con seguridad y las especulaciones sólo traen problemas. Sobre todo cuando aparecen en la prensa. Yo pensaba que a estas alturas eso lo sabías de sobra.
Charity sonrió. La vieja discusión de siempre.
—Soy periodista. Mi trabajo consiste en averiguar la verdad, y a veces para ello tengo que sacudir unas cuantas jaulas. Por cierto, ahora mismo tú no estarías tan preocupado si no fuera porque sabes que tengo razón acerca de Wade Dennison.
Mitch se quitó el sombrero y se pasó una mano por el pelo.
—¿Hay alguna manera de convencerte de que te olvides de este asunto?
Charity lo miró, ladeando la cabeza.
—¿Tienes tú algo que ofrecerme?
Ironías de la vida. Hasta hacía muy poco había pensado que, si podía ganar un premio Pulitzer con su reportaje, conseguiría por fin convencerlo de que no podía vivir sin ella y de que la pidiera en matrimonio… El triunfo profesional como manera de conseguir su amor. En lugar de ello, ahora sabía que Mitch se habría alegrado de que dejara el periodismo. Por alguna razón, su seguridad era lo que más lo preocupaba. Quizá por los muchos problemas que se buscaba con sus reportajes…
Mitch volvió a ponerse el sombrero… y su cara de sheriff. Pero ella también podía jugar a aquel juego.
—¿Has hablado con Wade? —le preguntó, sabiendo que no estaba dispuesto a hablar con ella ni de manera oficial ni oficiosa.
—Ha admitido que pudo haber efectuado el disparo mortal, pero que si lo hizo fue para salvar a su mujer, Daisy. Esa es la declaración oficial —sacó un papel doblado del abrigo y se lo tendió.
—Ya me figuraba que diría eso —lo ojeó antes de lanzarlo sobre la mesa, indiferente—. Tendré cuidado con lo que publique, pero Mitch… ¿y si estoy en lo cierto?
—Si estás en lo cierto —clavó en ella sus ojos oscuros— entonces Wade Dennison es un asesino. Puede