Noche a media luz: 24 horas
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Adam jamás habría pensado que acabaría en la cama con Mallory sólo unos días después de hacerle aquellas sensuales fotos para otro hombre. Pero lo cierto era que estaba disfrutando de lo lindo… Desgraciadamente, todo aquello era de lo más inoportuno porque él se marchaba del país al cabo de una semana. Sin embargo, no podía decirle que no aquella noche…
Jacquie D'Alessandro
Growing up on Long Island, New York, Jacquie D'Alessandro fell in love with romance at an early age. She dreamed of being swept away by a dashing rogue riding a spirited stallion. When her hero finally showed up, he was dressed in jeans and drove a Volkswagen, but she recognized him anyway. They married after both graduating from Hofstra University and are now living their happily-ever-afters in Atlanta, Georgia. They have one grown son, who is a dashing rogue in the making. The author of more than thirty historical and contemporary romances, Jacquie loves to hear from readers and can be contacted through her website.
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Noche a media luz - Jacquie D'Alessandro
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Jacquie D’Alessandro
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Noche a media luz, n.º 262 - diciembre 2018
Título original: Why Not Tonight?
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1307-220-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
1
Una semana antes del apagón
Adam Clayton miró alrededor del estudio fotográfico y se preguntó qué diablos estaba haciendo. Una cosa era ayudar a Nick con el papeleo mientras su amigo se hallaba en el hospital a punto de ser papá, y otra sacar las fotos de las citas del estudio para ese día. Era agente de la Bolsa, no fotógrafo. O al menos solía ser agente de la Bolsa. En ese momento era…
Se pasó las manos por el pelo. ¿Qué era en realidad? Profesionalmente, no lo sabía, y cada día lo había tenido más claro desde que se marchara de Wall Street hacía dos meses, mientras alcanzaba el objetivo de minimizar el estrés en su vida. Y eso no le gustaba. Para alguien que siempre se había definido por su carrera, en ese momento se sentía como un barco sin puerto.
Frunció el ceño. Ese desasosiego debía de ser temporal. Sólo necesitaba más tiempo para acostumbrarse a estar fuera de la competencia feroz. Pero siempre había sido tan disciplinado, su agenda tan controlada, su tiempo tan consumido por el trabajo, que le representaba un verdadero desafío tomárselo con calma.
Echaba de menos la pasión y la energía que había inspirado su frenético trabajo. Necesitaba encontrar otra salida para esa energía y pasión. Algo que le aportara la misma clase de satisfacción pero que le evitara el susto de salud que había vivido hacía poco. No había nada más realista que tener a un cardiólogo de rostro serio preguntándole si quería terminar como su padre. Entonces se había dado cuenta de que necesitaba cambiar su vida… ya. De modo que dos semanas después de que aquellos dolores de pecho lo hubieran llevado a Urgencias, un mes después de su trigésimo cumpleaños, oficialmente se había «jubilado» de Wall Street.
Y en ese momento, sin nada ni nadie de quién preocuparse salvo él mismo, al fin estaba libre para hacer algunas de las cosas que siempre había querido, para las que nunca había tenido tiempo. Lo primero de su lista era pasar tres meses en Europa. En la universidad, dos veces había planeado pasar un verano viajando por Europa, pero en ambas ocasiones sus planes se habían visto frustrados. La primera vez por la enfermedad. Y la segunda…
Contuvo el caudal de recuerdos que amenazó con escapar del lugar donde los mantenía cerrados. La segunda vez lo había cancelado porque se había enamorado apasionada y locamente y no había querido pasar ni un minuto lejos de ella.
Movió la cabeza para desterrar la imagen que surgió en su mente de la joven risueña que había capturado su corazón aquel verano.
Desde pequeño había querido ir a algún lugar lejano y quedarse más de treinta y seis horas. Conocer la cultura, tomarse tiempo para explorar la ciudad. Era algo que aún no había pasado. Con su demencial ritmo de trabajo, no se había tomado unas vacaciones prolongadas en más de cinco años. En ese momento tenía la oportunidad de hacerlo y nada lo detendría.
Sin embargo, y a excepción de sus planes de viaje, no había tomado ninguna decisión de la dirección que quería emprender en ese momento. En algún momento tendría que tomarla, pero gracias a una cuidadosa planificación financiera, la cuestión no era apremiante. Y con seis meses todavía pagados de su apartamento, no tenía que preocuparse por trasladarse. Lo cual era estupendo, ya que no tenía idea de dónde pensaba vivir… aparte de saber que ya no sería en la frenética Manhattan.
Mientras tanto, haría lo que le había recomendado el médico. Descansar. Relajarse. Disfrutar de una vida despreocupada de soltero. Potenciar más la vida social y el contacto con las mujeres. Y en unos años, después de haber visto mundo, recuperado el tiempo perdido con las citas e iniciado una nueva carrera, se pondría a buscar a la Mujer Perfecta.
«La encontraste una vez», intervino una voz astuta en su mente. «La tuviste. Pero dejaste que se marchara…».
La imagen mental, vívida y precisa, que unos momentos atrás había conseguido bloquear de Mallory Altman, reapareció, llenándolo con la misma sensación de pérdida y pesar que generaba el pensamiento de ella.
¿De verdad ya habían pasado diez años desde que se vieron por primera vez? ¿Nueve años desde aquel verano inolvidable en que su amistad se había encendido y transformado en una apasionada relación amorosa? Aunque cuando se permitía pensar en aquel verano, los recuerdos eran tan claros que no parecía posible que hubieran tenido lugar tantos años atrás.
Si cerraba los ojos, todavía podía oír su risa contagiosa. Ver su sonrisa burlona. Le había encantado su sentido del humor, la forma mágica en que podía convertir la tarea más aburrida en algo divertido. Se había enamorado perdidamente… tanto, que la profundidad de los sentimientos lo había aterrado. Sí, la había tenido, pero el momento no había sido el apropiado. Para ninguno de los dos.
Habían sido demasiado jóvenes, las emociones demasiado intensas. Ella acababa de cumplir los dieciocho años e iba a marcharse a una universidad a cientos de kilómetros, mientras él apenas había tenido veintiuno, preparado para emprender su aventura de Wall Street. Cuando se descubrió pensando en «para siempre»… en el matrimonio, los hijos y una hipoteca, el pánico lo devoró y le había sugerido que se tomaran un descanso. Que vieran a otras personas. Ella había aceptado y él había suspirado aliviado.
No había tardado mucho en darse cuenta de que había cometido un error, pero había sido suficiente para que ella encontrara a otro hombre. Y para dejar claro que Adam en ese momento era «sólo un amigo». Perderla, comprender que los sentimientos de ella no habían sido tan profundos como los suyos, había sido como clavarle un cuchillo en el corazón.
Sus caminos se habían cruzado algunas veces después de aquello, pero en cada ocasión habían estado saliendo con otras personas. Hacía cinco años que no la veía. No obstante, la imagen de su maravillosa sonrisa y de sus ojos cálidos y achocolatados permanecía tan vibrante como siempre. Lo último que sabía de ella databa de tres años atrás, al leer en el periódico que estaba comprometida.
Al ver la noticia había experimentado un entumecimiento perturbador en el pecho y todos los recuerdos, hasta entonces contenidos, lo habían atrapado. La primera vez que la había visto. La primera vez que la había besado. Acariciado. Hecho el amor con ella. La última vez que la había tocado… Se había torturado con el recuerdo de aquellas pocas e increíbles semanas que habían sido las más felices de su vida. Luego le había deseado mentalmente lo mejor antes de desterrarla de su mente… proeza que casi siempre lograba.
Se dijo que Mallory era el pasado. Ante él se extendía el futuro como una despedida de soltero llena de mujeres deseables, de sexo sin ataduras y del viaje a Europa con el que siempre había soñado, más mujeres deseables y más sexo sin ataduras. Había trabajado duramente y ese era el momento de relajarse y de recoger algunos de los beneficios.
La campanilla que sonó, indicando que alguien había entrado en el estudio, lo sacó de su ensoñación. Debía de ser la cita de la una. Cuando Nick había volado esa mañana para ir junto a Annie, que iba a dar a luz, le había pedido que reprogramara todas las citas del día. Adam había podido contactar con todo el mundo menos con los huecos de la una y de las dos. Con un poco de suerte, entenderían la ausencia de fotógrafo. No quería perder ningún cliente para Nick durante la ausencia de su amigo.
Salió del estudio y avanzó por el pasillo hacia la parte delantera de la tienda. Al entrar, vio a una mujer de cabello oscuro con un vestido de color turquesa sin mangas de pie delante del mostrador de cristal, de espaldas a él.
—Hola —saludó con una sonrisa.
Ella se volvió, y fuera lo que fuese que él hubiera planeado decir, se evaporó con la seguridad de su andar al detenerse. Los ojos castaños de ella se abrieron mucho y pareció tan aturdida como se sentía él. Si ello era posible, se la veía más hermosa, más deseable, más tentadora. Y real.
Pensó que era irónico que apareciera en su vida cuando la había invocado mentalmente.
Caminó hacia ella y carraspeó para pronunciar las palabras que jamás pensó que tendría la oportunidad de repetir.
—Hola, Mallory.
—Sube la rodilla un poco más. Ooooh, sí. Justo ahí. Mallory… eso es perfecto.
Mallory Altman se movió sobre las suaves sábanas de satén, sintiendo el material fresco en su piel encendida. Desde luego, no era así como había esperado sentirse esa tarde. Pero tampoco había esperado encontrarse en compañía de Adam Clayton.
A pesar de no verlo en cinco años, el sonido de su voz ronca le provocaba cosquilleos por la espalda. En ese tiempo, muchas veces se había preguntado si alguna vez volvería a verlo. Pero nunca, ni siquiera en sus fantasías más descabelladas, se le había ocurrido que pasaría de esa manera.
De tan sorprendida que estaba, apenas había podido preguntarle qué hacía ahí. Para su asombro, se enteró de que había dejado el trabajo en Wall Street y que la presencia de él en el estudio se justificaba por ayudar a un amigo. Casi no habían tenido tiempo de decir nada más. Ella tenía que ver a un cliente en una hora y él tenía otra cita. En cuanto se puso la lencería para la sesión de dormitorio, todo había ido demasiado deprisa y hablar había sido lo último que había tenido en la mente.
Seguro que era esa situación provocativa lo que la sumía en semejante estado de excitación… nada que tuviera que ver con el propio Adam. Después de todo, lo que habían compartido juntos había sido hacía mucho. Además, ¿qué mujer no se sentiría excitada sobre unas sábanas de satén, con una exquisita ropa interior de seda mientras un hombre sexy y magnífico la fotografiaba?
Él siempre había sido atractivo de un modo muy masculino, con su pelo oscuro y profundos ojos azules. Le había gustado nada más verlo hacía diez años.
Tenía diecisiete años y estaba resentida, convencida de que la vida se terminaba porque su madre y ella habían vuelto a trasladarse, por sexta vez en doce años, desde Chicago a Long Island, Nueva York, lo que la obligó a asistir a su último año de instituto en una nueva escuela.
Como violoncelista profesional y madre soltera, Emily Altman se trasladaba a la ciudad cuya orquesta le hiciera la mejor oferta. Debido a su estilo de vida y al hecho de que el dinero siempre llegaba justo, habían vivido en habitaciones… hasta Long Island, donde como concesión a Mallory por haber tenido que dejar a los amigos y al chico con el que salía, Emily había alquilado una casa pequeña.
Para Mallory, la profunda sensación de estabilidad, de permanencia, que había sentido al vivir al fin en una casa casi había compensado el nuevo traslado. Incluso había llegado a pensar en quedarse en Chicago con la familia de una amiga para terminar el último año del instituto, pero al final no fue capaz de dejar a su madre sola. Desde que su padre se había marchado antes de que ella naciera en vez de aceptar la responsabilidad de una novia embarazada, su madre y ella siempre habían sido las dos mosqueteros. De modo que había hecho las maletas y se había mudado. Otra vez. Y había conocido a Adam.
Él tenía veinte años y era abierto, y estaba en Long Island pasando las vacaciones después de terminar su segundo año de universidad. Aquel día estaba cortando el césped de la casa de Mallory. A las ocho y media de la mañana