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El Amante Perpetuo
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Libro electrónico614 páginas9 horas

El Amante Perpetuo

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Este libro es, ante todo, un tributo a la mujer y una entraable historia de amor. Carlos, el protagonista ama a las mujeres intensa y apasionadamente, es sensual, carioso e intenta darles ternura y placer.

A lo largo del tiempo, sufre las vicisitudes de la vida y de las circunstancias que le llevan a distintas ciudades, Madrid, Estocolmo, Nueva York, donde sigue su camino con encuentros amorosos y erticos que hacen mella en sus sentimientos.

En uno de ellos, aparece inesperadamente una mujer, quince aos mayor que l. Ser sta la persona que anda buscando? Bella y sofisticada, parece que s llenar por fin todos sus deseos e inquietudes.

El pasado le alcanza de nuevo en el ltimo momento y deber tomar una decisin, cosa que ocurre en un final diferente y emotivo.

IdiomaEspañol
EditorialAbbott Press
Fecha de lanzamiento6 mar 2014
ISBN9781458214584
El Amante Perpetuo
Autor

Alvaro Marin

Alvaro Marin has written numerous short stories and essays and collaborates occasionally in Majorcan newspapers. He has a degree in hotel business from Madrid University and a degree in economics from Majorca University. The Perpetual Lover is his first novel. He and his wife, Ann, live in Majorca.

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    El Amante Perpetuo - Alvaro Marin

    EL Amante

    PERPETUO

    Alvaro Marin

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    Copyright © 2014 Alvaro Marin.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida por cualquier medio, gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información sin el permiso por escrito del editor excepto en el caso de citas breves en artículos y reseñas críticas.

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    Abbott Press

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN 47403

    www.abbottpress.com

    Teléfono: 1-866-697-5310

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    Las personas que aparecen en las imágenes de archivo proporcionadas por Thinkstock son modelos. Este tipo de imágenes se utilizan únicamente con fines ilustrativos.

    Ciertas imágenes de archivo © Thinkstock.

    ISBN: 978-1-4582-1457-7 (tapa blanda)

    ISBN: 978-1-4582-1458-4 (libro electrónico)

    Library of Congress Control Number: 2014903601

    Fecha de revisión de Abbott Press: 03/04/2014

    Contents

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Capítulo 42

    Capítulo 43

    Capítulo 44

    Capítulo 45

    Capítulo 46

    Prólogo

    Se levantó muy temprano, como de costumbre, para preparar el desayuno de los dos. Aún no eran las seis y media y la ciudad ya despertaba. Desde la ventana de la cocina veía el tráfico en la Calle 45 y algo de Park Avenue, todavía fluido a esas horas. Las calles estaban mojadas, una llovizna caía intermitentemente.

    Hizo cuatro tostadas, que cubrió con mantequilla, el zumo de naranja y el café. Lo puso todo en la mesa del comedor, donde a ambos les gustaba desayunar. Cuando hubo terminado la despertó.

    – Todo listo querida.

    Ella se levantó y se fue directamente a la ducha, luego se acordó que no le había dicho, ni siquiera buenos días, se volvió hasta donde él estaba y le dio un beso.

    – Buenos días, cariño.

    Carlos se quedó inmóvil, hasta que ella cerró la puerta del baño con el pijama puesto. La cuestión del pijama se había convertido en todo un símbolo. Llevaban juntos más de año y medio y él se decía que había un antes y un después, de su ingreso en el hospital. Cierto que la operación, bajo el punto de vista médico, era sencilla, pero para ella, había sido lo más parecido a un punto final. Su forma de ser y sus hábitos, habían sufrido una trasformación, que él comprendía, pero no aceptaba.

    El pijama. En las primeras semanas de su relación, después de retozar en la cama al acostarse, se acariciaban largo rato, él le quitaba lenta y sensualmente su ropa interior. A veces le besaba el sexo, luego entraba en su cuerpo y se quedaba explorándola todo lo que podía aguantar, ella gemía de placer y una vez que sus orgasmos terminaban, se quedaban dormidos en los brazos del otro, completamente desnudos. Durante la noche se separaban un poco, instintivamente, para estar más cómodos y a los dos les encantaba despertarse desprovistos de ropa, tal como se habían dormido. Los días laborables no tenían tiempo de nuevos escarceos, pero los fines de semana, podían estar hasta el mediodía haciendo el amor.

    Cuando volvió del hospital, todavía débil, se acostaba a su lado, pero poniéndose un pijama, él lo entendía y respetaba, no quería dormir desnuda para no excitarle y evitar la tentación, pero al cabo de un mes tuvieron relaciones y fueron satisfactorias como en el pasado, sólo que esta vez, en vez de acurrucarse desnuda en sus brazos, se puso un pijama para dormir y siguió haciéndolo desde entonces.

    – ¿Tienes mucho trabajo hoy? – preguntó él.

    – Aún no lo sé, como siempre supongo.

    Siguieron desayunando en silencio, después ella dijo:

    – ¿Qué vas a hacer?

    – Escribir, bueno más bien releer y corregir.

    Monotonía. Otoño. Gris. Esa era la palabra adecuada, su vida lentamente se estaba volviendo gris, como el cielo que cubría la ciudad.

    – Recuerda que hoy es jueves y salgo a cenar con mis amigas, llegaré tarde, espero encontrarte aquí cuando vuelva.

    – Siempre me encuentras.

    – Ya. Menos hace dos semanas que no sé a qué hora viniste, cuando me dormí era casi la una y aún no habías llegado.

    Su voz tenía un deje receloso, sospechando no sabía qué, el otoño la afectaba. Él no contestó, mejor no decir nada que la alterara.

    La acompañó a la puerta y esperó a que llegara el ascensor, luego fue a besarla, ella cerró con firmeza la boca, escondiendo los labios.

    – Lo siento querido, llevo un carmín de veinticuatro horas – se excusó.

    Se besaron de todos modos, un beso raro casi cómico, cuando se hubo marchado, Carlos se dejó caer en el sofá y terminó el café. Se planteaba ir a su apartamento en la Calle 92, tal vez pasaría primero por la peluquería de Vicky, para saludarla y bromear un poco con ella, siempre le alegraba el día.

    Eran los últimos días de octubre, seguía lloviendo pero a ratos la lluvia cesaba y hasta se veían claros en el cielo, aún así decidió no salir y ponerse a trabajar. Abrió el portátil buscando el fichero del libro. Y en ese preciso momento sonó su móvil.

    Cinco años antes

    Selma

    Capítulo 1

    Carlos Cruz era hijo único. Solía decir que no sabía si eso era bueno o malo, pero sus amigos, todos los cuales tenían hermanos menores, le aseguraban que el no tenerlos sería una bendición. Su mejor amigo, Tom, que tenía una hermana de quince años y un hermano de doce, tenía convicciones clarísimas sobre el tema.

    – Me roban mis calcetines, mis mejores camisetas, mis CDs, lo que sea. Además se chivan a mis padres sobre la hora en que llegué la noche pasada y de mi estado de embriaguez, siempre groseramente exagerado por supuesto. Por si esto fuera poco, mi hermana se entromete constantemente en mi vida privada, presentándome chicas invariablemente feas o estúpidas, a veces ambas cosas, sin duda con la esperanza de que un día me enamore y me vaya a vivir con una de ellas y me marche de casa, algo que por supuesto no pienso hacer. Nunca viviré mejor que en casa, pero ella no se rinde e insiste en sus presentaciones. Créeme mi querido amigo, ser hijo único es lo mejor que te podría haber pasado jamás.

    Carlos no lo tenía tan claro, pero como tantas otras cosas que no tenían remedio, las apartaba de su mente y no pensaba en ellas. Su madre Carol era norteamericana, de Nueva York y su padre Toni, mallorquín. Hace treinta años se conocieron en Madrid, donde ambos estudiaban, se enamoraron y se casaron.

    Carol era profesora de inglés en un instituto y Toni catedrático de matemáticas en la Universidad de las Islas Baleares. Carlos nunca supo, nunca preguntó ni tampoco sus padres le dijeron, por qué no habían tenido más hijos.

    Su madre tenía una hermana en Stamford, que venía con su esposo a Mallorca a visitarles aproximadamente cada cinco años. Asimismo Carlos y sus padres habían ido varias veces a los Estados Unidos a verles. También viajaban por distintos países europeos y a Carlos le encantaba acompañarles cuando era jovencito. A medida que se fue haciendo mayor, estos viajes familiares fueron menguando paulatinamente ya que prefería ir con sus amigos, sobre todo con Tom y Alberto, pues Jaime no era muy partidario de marcharse de la isla ya que decía:

    –No hay ningún sitio como Mallorca, entonces ¿para qué salir?

    Toni, el padre de Carlos tenía un hermano menor viviendo en Madrid. El famoso abogado financiero Paul Cruz, casado con una guapísima mujer, también abogada, llamada Micky. Según ella era la abreviatura de Micaela, nombre que detestaba por ser horrible. Tampoco quería que Carlos la llamara tía, porque le daba la sensación de hacerla mayor, así que como todo el mundo, él la llamaba Micky.

    Tenían tres hijos, Liz, de padre desconocido, de un año de edad cuando Micky y Paul se casaron y los gemelos James y David que nacieron dos años más tarde. Era una familia alegre y feliz y Carlos los adoraba, especialmente a Liz con la que jugaba siempre que venían a Mallorca, normalmente casi cada verano y Navidades alternas, cuando si ellos no las pasaban en la isla, Carlos y sus padres iban a Madrid.

    El hecho de que Liz fuera casi seis años más joven que él y además niña, no afectaba para nada su afecto por ella, jugaban juntos todo el día y por la noche era el encargado de acostarla, no sin antes leerle o inventarse cuentos fantásticos hasta que se dormía.

    Los gemelos eran punto y aparte. Cuando eran pequeños un auténtico terror, rompían todo lo que podía romperse y a medida que fueron creciendo, Carlos tenía que vigilarlos para que no se ahogaran en la piscina o se descalabraran con sus continuas trastadas. Por la noche no era necesario contarles cuento alguno para dormirles, estaban agotados y se dormían enseguida, además consideraban que eso era impropio para ellos – cosas de niñas – decían.

    A los trece años, Carlos ganó su primer dinero haciendo de canguro mientras sus padres y tíos salían a cenar. Liz que entonces contaba con ocho años le ayudaba y juntos mantenían a raya a los pequeños monstruos de cinco años. Cuando los mayores regresaban Paul se mostraba muy generoso con Carlos y éste a su vez compartía el dinero con Liz, que no sabía que hacer con él. Micky se enteró y le riñó por ello, pero él le explicó:

    –Pero Micky, no podría hacerlo sin ella, es de gran ayuda.

    Ella se rió y le preguntó cómo lo hacían.

    –Pretendemos que somos los padres, uno hace de bueno, ese soy yo y el otro es el malo inflexible, Liz. Les hemos enseñado que cuando la aguja pequeña del reloj de la sala está en el nueve y la grande en el doce es hora de ir a dormir, so pena de castigarles sin jugar varios días, aquí es donde entro yo negociando castigos menores por ejemplo un día, pero luego llega Liz y propone varios días sin jugar con tal dureza que los aterroriza. Al final siempre ceden.

    –Ojala Paul y yo tuviéramos vuestro talento, muchas noches no los podemos controlar. Pero no le des dinero a Liz, no sabe qué hacer con él. Cómprale una chuchería.

    – ¿Qué tal flores? a ella le gustan.

    – Jovencito –contesto Micky sonriendo – estoy segura que vas a tener mucho éxito con las chicas, si además de simpático y considerado les regalas flores, será la guinda del pastel.

    Carlos no estaba muy seguro de lo que quería decir, pero a medida que fue creciendo y empezó a salir con chicas, recordó siempre las palabras de Micky y comprobó que su consejo funcionaba. Por supuesto fue aprendiendo nuevas técnicas por si mismo. No era guapo y lo sabía, así que trataba siempre de resaltar otras facetas.

    Su mirada era profunda y sus ojos negros como el azabache parecían penetrar hasta los más recónditos lugares de la mente de su pareja del momento. Tenía una bonita voz, suave y a la vez intensa que hacía sentir a la chica con quien estaba, importante y deseada.

    Normalmente su éxito era seguro, era muy popular y a las chicas les encantaba estar con él. A medida que se fue haciendo mayor a las mujeres también. Además había otro aspecto de su carácter que lo diferenciaba de los demás. Se sentía seguro y estaba convencido de que siempre lograría sus propósitos, cuando esto no ocurría, se quedaba genuinamente sorprendido, pero no afectado.

    Llegó a la conclusión de que no existía el cien por cien de éxito con las mujeres y si era rechazado, no sería porque la de turno fuera frígida o lesbiana, como decían algunos de sus amigos, sino sencillamente, que él no le gustaba o que ella salía con otro, en cualquier caso no había nada que hacer y él siempre se apartaba amablemente y sin un mal gesto, conservando la amistad.

    Era extremadamente cauto, jamás alardeaba de conquistas, ni mencionaba nombres ni lugares a nadie. Así consiguió una reputación de discreción total, lo cual era particularmente importante si se acostaba con la chica. En cierta ocasión después de hacer el amor con una y relajados ambos en la cama ella dijo:

    –Mis padres me matarían si lo supieran.

    –No tienen por que –aseguró él – es muy fácil, no se lo digas.

    –Claro que no, pero a veces la gente habla, corre la voz y mis padres pueden llegar a enterarse.

    –Como te acabo de decir, no se lo digas. Mira querida, aquí sólo estamos tú y yo, así que si hay alguna filtración ya sabes de donde proviene, de ti. –Carlos dijo sonriente pero con firmeza.

    Ella le miró a los ojos y se tranquilizó.

    Siempre era tierno, suave y cariñoso; cierto que a algunas mujeres les gustaba el macho rudo, que demostraba su excitación destrozando sus bragas y haciendo el amor contra la pared, nada más cerrar la puerta. Pero eran la excepción y desde luego no el tipo que Carlos quería. Consideraba que contra más sereno y placentero fuera el ambiente la sensualidad aumentaba. Un sofá no estaba mal, pero una cama era mejor y más cómoda.

    También se dio cuenta de que a las mujeres les gustaba que fuera lento y sin prisas, el deseo crecía a límites insospechados, hasta el punto de casi no poder resistirlo, cuando ese punto culminante llegaba, invariablemente se producía el orgasmo.

    El se consideraba a si mismo un hombre fiel en un sentido muy amplio. Siempre decía que era monógamo, puesto que no salía con más de una chica a la vez, ni buscaba otra hasta que su relación terminaba. Por eso prefería turistas que se quedaban una o dos semanas y luego volvían a su país o a la península, de esta manera evitaba comprometerse. – Soy demasiado joven para tener una relación permanente – se decía.

    Precisamente en este momento estaba soltero. Su último ligue, una chica inglesa encantadora y sensual había regresado a su país hacía unos días. Carlos no buscaba ansiosamente una sustituta, su experiencia le decía que tarde o temprano alguna aparecería, podría ser en un par de semanas o en el peor de los casos en un par de meses, pero no tenía prisa, seguía yendo a la universidad con una cierta asiduidad, saliendo con sus amigos con frecuencia y viviendo el día a día.

    Tenía problemas con unos estudios que detestaba, pero por lo demás se consideraba un hombre feliz.

    Capítulo 2

    La tormenta duró poco menos de media hora, lo cual es frecuente a principios de setiembre en Mallorca, dejando la atmósfera limpia y despejada y las sillas y mesas de la terraza de la cafetería totalmente mojadas. Todo el mundo se precipitó al interior donde cuatro jóvenes llevaban sentados en un rincón casi una hora. Eran lugareños y preferían el aire acondicionado a la terraza entusiásticamente elegida por los turistas, además habían visto venir la tormenta.

    Carlos y sus amigos, Alberto alto y guapo, Jaime algo rechoncho y extravagante y Tom, abreviatura de Tomeu, el nombre mallorquín que a su vez es abreviatura de Bartomeu, con su mirada inteligente e irónica, aunque no sarcástica, estaban sentados en la cafetería planificando un largo fin de semana antes que empezaran las clases en la universidad, en diez días.

    – Vamos a ver dijo Carlos esta acampada en Aucanada que proponéis, fue fantástica cuando teníamos doce años, ahora tenemos casi veinticinco y por lo menos yo, no lo veo igual, estamos algo creciditos para acampadas.

    – Y las hormigas deben de estar creciditas también, fuertes y salvajes, sobre todo este verano que casi no ha llovido. – Dijo Tom.

    – Tonterías – respondió Alberto –no vamos a usar sacos de dormir, ni comer los horribles y rancios sándwiches que comíamos entonces y además habrá chicas, aunque por supuesto en habitaciones separadas. Es un hostal sencillo, casi como un hotel rural, sólo que más barato.

    – Es lo que me temo – dijo Carlos.

    – ¿Que habrá chicas? – inquirió Jaime, siempre dispuesto a encontrar a la mujer de su vida, sin éxito hasta la fecha.

    – No digas chorradas, lo que temo es la palabra barato, habitaciones baratas, comida barata, ventiladores baratos y hasta chicas baratas – le contestó Carlos con un ligero estremecimiento.

    – ¿Qué hay de malo en chicas baratas? como dices tú, por lo común son más generosas, más accesibles, más…

    – ¿Feas? –interrumpió Tom.

    – No necesariamente’ respondió Jaime, –recuerdo que una vez conocí a una cajera encantadora en un supermercado y nuestra relación, bueno sólo puedo deciros que fue tórrida, de hecho…

    – Por favor Jaime’ – dijo Tom –, ahórranos los detalles, conocemos tus gustos, son algo peculiares.

    – Escuchadme – insistió Alberto – de lo que estamos hablando es de un hostal dirigido por el municipio de Alcudia. Sé que lo llevan bien, hay una señora que se encarga de todo, limpieza, comida y además vive allí permanentemente. Antes de hablar con vosotros he ido a verlo y es pequeño y acogedor. Hay seis habitaciones con dos camas en cada una de ellas. Chicas y chicos separados por supuesto, hay una especie de toque de queda porque la pobre señora no puede estar toda la noche a ver quien viene…

    –Ya, soy un poco mayor para toques de queda – dijo Carlos.

    – Mira Carlos no vas a estar controlado en forma alguna, el hostal está en la montaña a sólo cinco minutos del mar, hay bosques maravillosos donde perderse, si quieres darte un revolcón…

    – También soy demasiado mayor para revolcones en la hojarasca.

    – Por lo que veo te has vuelto mayor y punto. Lástima. El sitio es romántico, estimulante, al aire libre, saludable, ¿qué más quieres?

    – Comodidad. No pido lujos asiáticos, en cuanto a que me he vuelto mayor es verdad, tu también y todos. No es cuestión de edad, sino de madurez.

    Se produjo un largo silencio durante el cual, cada uno pensaba en las ventajas y desventajas del lugar propuesto por Alberto. Todos lo conocían pues habían pasado allí algunas semanas cuando eran unos críos y usaban sacos de dormir en un destartalado recinto, que por lo visto se había reformado y convertido en un hostal. Carlos fue el primero en hablar.

    – Veamos, ¿quienes iríamos a este lugar encantador?

    – En principio nosotros cuatro y los vascos que ya conocéis del año pasado. Maite, su hermana Arantxa, una amiga de ambas y aquel chico de nombre impronunciable al que conocemos como Ari. Un tipo estupendo, eso si, bebe como un cosaco.

    – Su nombre es Arigoicoechea – Tom que tenía una excelente memoria dijo acusadoramente – y debe de ser su apellido, nadie con dos dedos de frente llamaría a su hijo así.

    – Nombres son diferentes en el País Basco, probablemente ellos también piensen que Tomeu es un nombre extraño, sin embargo nosotros nos hemos acostumbrado – dijo Alberto irónicamente.

    – Ya, pero mi nombre es corto y pronunciable, incluso tu eres capaz de hacerlo después de quince años.

    – Vale, vale – interrumpió Carlos – lo del nombre es irrelevante, necesitamos tres chicas más. Por ahora tenemos a Maite, a su hermana Arantxa y a la amiga ¿quién más? – dijo mirando a Alberto intencionadamente.

    Éste parecía algo incómodo, por fin contestó: – No es ningún secreto que desde que vino el pasado verano, Maite y yo somos más que amigos, su hermana también es mona y esta amiga de la que os he hablado no la conozco. Se llama Estitxu.

    – ¡Dios mío! Vaya nombre – dijo Jaime.

    – Por favor, queréis hacer el favor de dejar el tema de los nombres en paz – dijo Carlos.

    – Por supuesto – respondió Tom – aunque no dejo de pensar, que a algunos padres debería de estarles vetado elegir un nombre para el pobre bebé indefenso, que tiene que llevar consigo ese lastre el resto de su vida. Yo por ejemplo. – A Tom jamás le gustó el nombre de Bartomeu, que sus padres le pusieron en memoria de su difunto abuelo.

    – Bueno ¿qué decís, estamos todos de acuerdo? Preguntó Alberto.

    – Todavía nos faltan un par de chicas – indicó Jaime.

    – Tus conocimientos matemáticos son impecables, no sabía que eras capaz de un cálculo tan complicado – rió Tom.

    – Bea (abreviatura de Beatriz), nos envía a las dos que faltan, Cati, a la que todos conocéis y una chica sueca cuyo nombre no recuerdo, pero que según Bea es encantadora y yo me fío completamente de su criterio – dijo Alberto solemnemente.

    – ¿Y por qué no viene Bea? Preguntó Jaime.

    – Se va a Roma con sus padres – respondió Carlos.

    – Lo siento por ti, tú y ella estáis medio liados ¿no?

    – En absoluto, por lo menos no de la forma que insinúas, somos muy buenos amigos, eso es todo. El problema es que Bea tiende a ser excesivamente optimista.

    Tom decidió que había llegado el momento de tomar una decisión:

    – Mirad, podríamos estar hablando horas enteras sobre gente de la que nada sabemos, de hecho esto es lo que hace el periodismo moderno, así que sugiero simplificar el tema y someterlo a votación.

    – Podría haber un empate, somos cuatro – dijo Jaime, siempre práctico.

    – No lo habrá – respondió Carlos – si vosotros estáis de acuerdo yo apoyo a Alberto. ¿Tom, Jaime?

    – Yo también – dijo Jaime – ahora que sé que hay el mismo número de chicos que de chicas.

    – Y yo –dijo Tom – en diez días volvemos a la universidad y es bueno olvidarse de esa triste perspectiva – en realidad siempre seguía en todo a su buen amigo Carlos, además no tenía nada mejor que hacer.

    – Estupendo – dijo Alberto, muy contento de cómo se había solucionado todo – nos vemos el miércoles, puesto que salimos el jueves y hay que ultimar los preparativos, provisiones, coches que necesitamos, quién va con quién, en fin todo lo que se nos ocurra.

    – De momento puedes pagar la cuenta – dijo Tom magnánimamente – no insistiremos, puesto que te hemos dejado hacer todo lo que tú querías. ¡Ah! Y no te olvides de reservar el hostal, no me gustaría acabar durmiendo a cielo raso.

    – Ya lo he hecho – contestó Alberto con una cierta sonrisa de superioridad – ayer hice la reserva para diez personas.

    Capítulo 3

    Carlos llevó a Tom en su coche puesto que vivía cerca de su casa. Comentaron la reunión que acababa de finalizar y Tom se sentía algo escocido por la seguridad de Alberto.

    – Oye, ¿no crees que nuestro querido Alberto se ha vuelto un poco arrogante?

    – No Tom, ocurre que está seriamente enamorado de Maite y ha preparado este fin de semana a fondo para tener la oportunidad de estar cerca de ella lo más posible. Por eso he procurado no poner objeciones, una vez que me he enterado que podré dormir en una cama por lo menos, así que le he ayudado y me he puesto de su parte en todo.

    – Lo que pasa es que tú eres condescendiente en exceso, demasiado buena persona vamos. Cierto que no paras de hablar, nadie es perfecto, pero yo confiaría en ti siempre. Eres mi mejor amigo – dijo solemnemente, algo inusual en él y que alarmó a Carlos.

    – Tu tono me preocupa, ¿tienes algo sórdido que confesar? ¿Has dejado a una chica embarazada?

    – Por supuesto que no.

    – Menos mal, en cuanto a que hablo mucho tienes toda la razón, tal vez es porque al no tener hermanos no tengo con quien hablar y le doy la vara a mis amigos.

    – Mi caso es peor. Yo tengo dos, uno se limita a jugar con la Play Station todo el día y su conversación a gruñidos ininteligibles, la otra no para de hablar, pero es peor, sólo dice tonterías y dudo que sepa que hay palabras de más de dos sílabas.

    Carlos se rió abiertamente, – no seas tan duro con ella, seguro que mejorará con el tiempo.

    – Lo dudo – Tom respondió sombríamente. Se quedó un rato en silencio y luego continuó:

    – Creo que tu éxito con las mujeres es precisamente que no paras de hablarles. Alguien dijo que a las chicas se las liga como a los conejos, por las orejas, eso si, con suavidad y ternura, que se sientan importantes hasta que caen rendidas a tus pies.

    Carlos siguió riendo – No te lo sabría decir puesto que no he cogido un conejo en mi vida y ninguna chica ha caído a mis pies, ni siquiera tropezando.

    – No seas modesto. Mira el otro día estaba intentando ligar con una rubia, probablemente teñida, pero estupenda en cualquier caso y sólo se interesó por mi cuando saliste a relucir en la conversación. De hecho me pidió tu teléfono.

    – Ninguna rubia, teñida o no, me ha llamado.

    – Quizás porque en vez de darle tu teléfono le di el de Jaime – Tom dijo inmutable.

    – Eres perverso. Déjame que te cuente otra historia que demuestra lo exagerado que eres cuando hablas de mis supuestas conquistas. Hace dos días estaba en nuestro bar midiendo las posibilidades de una chica verdaderamente preciosa. Estaba sola sentada en la barra y finalmente tónica en mano, ya sabes que no suelo beber, me acerqué para iniciar mi ataque. Le dije alegremente:

    – ¡Hola!

    Antes de que pudiera seguir, me miró fríamente y dijo:

    – Ni se te ocurra.

    – ¿Perdón?

    – He visto que me estabas mirando hace rato. Pierdes el tiempo amigo, así que lárgate.

    – ¡Qué tía! – dijo Tom – y tú ¿qué contestaste?

    – Puse cara sumisa y preocupada y con mi voz más humilde le dije:

    – Siento el malentendido, es que no sabía cómo decirte tu problema porque me temía que ocurriera lo que ha pasado, que pensaras que quería ligar. El caso es que he visto que tienes uno de tus tacones medio suelto y mucho me temo, que si bajas bruscamente del taburete en que estás sentada, te puedes dar un trompazo. Eso es todo querida. – Di media vuelta y me marché.

    – ¿Y era verdad?

    – No. Pero cuando llegué a la puerta me volví y tuve la satisfacción de verla de pie, descalza y examinando detenidamente sus dos zapatos con aire de perplejidad. Fue una pequeña venganza que por supuesto no me llevó a ninguna parte. Tu sabes que no me altero si me dan calabazas, es parte del juego, pero es que esa chica era increíblemente antipática, su voz helada, una bruja vamos.

    – A lo peor tenía hemorroides o algo parecido.

    Carlos se rió – puede ser – nunca me había ocurrido nada igual. Muchas veces me han dicho estoy esperando a alguien o mi novio vendrá enseguida cosas así. Recuerdo que en una ocasión la chica de turno me dijo sin ambages:

    – ¡Piérdete!

    – ¡Caray!

    – Pero luego con una ligera sonrisa continuó: – Pero no te pierdas demasiado, a lo mejor me gustará encontrarte.

    – ¿Ves? Eso abona mi teoría de tus éxitos.

    – Espera, espera. No la he vuelto a ver en mi vida y eso que he ido a ese bar muchas veces. La que se perdió fue ella.

    – Hombre Carlos, no siempre vas a ligar.

    – Me conformaría con un cincuenta por ciento.

    – Pero apuesto que lo superas.

    – ¡Qué mas quisiera yo!

    Habían llegado a casa de Tom y éste le animó a entrar a tomar una bebida o refresco.

    – Gracias Tom, pero es tarde. En otro momento.

    – Mis padres se quedarán destrozados si saben que has estado aquí y no has querido entrar. Sobre todo mi madre, ya sabes cuánto te quiere –se quedó pensando un momento y continuó – como todas las mujeres – sonrió.

    – ¡Qué pesado! Eres de ideas fijas.

    – Te lo digo en serio. Siempre me dice que eres el espejo donde yo debería mirarme, palabras textuales, no me invento nada.

    – Adiós Tom. Hasta la vista.

    – Sólo un momento.

    – ¿Qué parte de hasta la vista no entiendes? Y luego hablas de tu hermana.

    – Otra que tal. Me pregunta por ti constantemente es una pesadilla.

    – Dale recuerdos míos.

    – Si hombre, ¡lo que faltaba!

    – Pues no se los des. – Y agitando la mano en señal de despedida arrancó velozmente.

    Capítulo 4

    El jueves Carlos les dijo a sus padres que no volvería hasta el domingo por la noche. Les explicó que se iba a Aucanada con sus amigos, una despedida de las vacaciones antes de empezar de nuevo el curso en la universidad. Como siempre su madre le dio un último consejo:

    – Ves con cuidado hijo, sobre todo con la bebida.

    – Mamá, si yo no bebo.

    – Pero los demás si, por eso asegúrate de que siempre conduces tú.

    Carlos metió un par de mudas en su mochila, un traje de baño, ropa interior y artículos de aseo y se fue en su coche a buscar a Tom, que como de costumbre no estaba listo, se sentó en una silla de la habitación esperando pacientemente un buen rato a que su amigo terminara, hasta que por fin le dijo:

    – Tom, no se trata de un crucero alrededor del mundo, sólo coge un par de shorts o bermudas y alguna camiseta.

    – Eso es más fácil de decir que de hacer, en ocasiones tu vestimenta es sumamente importante y puede cambiar radicalmente una situación determinada.

    Carlos se rió, – eres un exagerado, a mí jamás me ha ocurrido tal cosa, a decir verdad casi no recuerdo ni lo que he metido en mi mochila.

    – ¿Mochila? ¡Qué horror! Yo llevo mi maleta con ruedas, nada extraordinario, no quiero parecer un snob, pero de eso a una mochila…, espero que no vayamos a hacer escaladas, o algo parecido – añadió retóricamente.

    – ¿Sabes la diferencia entre un cursi y un snob?, pues que el cursi se va a un hostal con una elegante maleta y el snob al Ritz con una mochila. – Dijo Carlos riendo.

    – ¿Me estás llamando cursi?, bueno es igual, no me distraigas no sea que me olvide de alguna cosa – luego sacó una lista y fue comprobando uno a uno todo lo escrito en la misma. Pareció satisfecho y a continuación y para sorpresa de Carlos, cerró todos los cajones y armarios que tenían cerradura. Después se metió las llaves en el bolsillo.

    – No me mires así, es norma de la casa, sin duda inspirada en voyeurs, mirones y otros degenerados, no cerrar con llave tu habitación. De hecho no verás ninguna con cerradura, ahora bien la letra pequeña, por lo menos mi letra pequeña, no dice nada sobre cajones y armarios y te puedo asegurar que si tienes hermanos menores es altamente peligroso dejarlos sin cerrar con llave, de ahí mi proceder.

    En ese preciso momento entraron sin llamar Juan y Alicia, los hermanos de Tom. Juan se limitó a decir Hola lacónicamente, pero Alicia se acercó a Carlos le besó en ambas mejillas y dijo:

    – ¡Qué alegría verte Carlos! Sabes que eres el hombre de mi vida y siempre le digo a Tom que te diga que pienso en ti – añadió coquetamente – pero estoy segura de que no lo hace, es un bruto.

    Carlos sonrió – la verdad es que me da recuerdos tuyos, pero no detalles. Tampoco me ha dicho que estás más guapa cada día, espera unos años y vendré a verte a ti en vez de a él.

    – ¿Y cuánto tengo que esperar? Ya tengo quince años – y a continuación dio una lenta pirueta para que Carlos pudiera verla completamente; le encantaba flirtear y la verdad es que era muy mona, pero Carlos con sentido común, no dijo nada, se limitó a seguir sonriendo.

    Mientras tanto Tom, totalmente ajeno a la conversación de ambos le dijo a Alicia severamente:

    – He guardado bajo llave todos mis CDs, así que ni se te ocurra buscarlos.

    – Lo que te decía amor, es un tipo horrible.

    – No es cierto Alicia, lo único que hace es protegerte de tipos como yo capaces de raptarte en cualquier momento – se rió.

    – ¿Es una promesa? – dijo ella insinuante.

    – No. Pero ¿a que suena bien?

    – Todos los hombres sois iguales, siempre os protegéis el uno al otro. Por cierto ¿a dónde vais?

    – ¡No se lo digas! – Tom intervino rápidamente, – ella y ese – señalando a Juan – son capaces de fastidiarnos el fin de semana. Alicia le hizo una peineta.

    – ¡Alicia! No seas grosera – dijo Carlos.

    – Sólo practicaba, ¡se pueden hacer tantas cosas con un dedito! – añadió provocativamente.

    – Creo que lo tengo todo – dijo Tom, que no prestaba ninguna atención, luego empujó sin contemplaciones fuera de la habitación a sus hermanos y se hizo a un lado para dejar salir a Carlos.

    – Escuchad, debéis de recordar que mi habitación es territorio prohibido para vosotros, ni siquiera penséis en husmear en ella porque me enteraré – añadió enigmáticamente.

    – Hasta luego tío – dijo Juan a Carlos, y luego a su hermano sarcásticamente – te echaremos de menos.

    – Adiós querido Carlos – Alicia le dio un abrazo – piensa en mí de vez en cuando.

    – Todos los días.

    – Ni hablar. ¿Es que quieres tener pesadillas? – dijo Tom

    – Eres un mentiroso, pero adorable – sonrió Alicia.

    – ¿Qué te parece día si y día no?

    – Tendré que conformarme con ello – suspiró – Oye, que lo paséis muy bien los dos – añadió generosamente considerando lo abrupto que su hermano era con ella.

    Por fin se metieron en el coche de Carlos y emprendieron el camino hacia Aucanada. Tom comentó:

    – Esos dos harán que lleguemos con retraso, te lo tengo dicho son una verdadera peste.

    Carlos evitó diplomáticamente recordarle su lentitud en hacer la maleta, su comprobación exhaustiva de la lista, su cierre de todo lo que tenía cerradura y sus admoniciones a sus hermanos. Se limitó a decir:

    – Creo que eres demasiado duro con ellos, además te gusta intimidarles. En cambio Alicia ha sido muy amable deseándonos a los dos un buen fin de semana.

    – Porque estabas tú, si voy yo sólo no me dice ni adiós. La verdad es que es una cría, pero parece mayor porque se pone demasiado maquillaje y se viste provocativamente.

    Siguieron por la carretera en silencio durante un rato, luego Tom volvió a la carga:

    – No pienses ni por un momento que me molesta que flirtee contigo, todo lo contrario, casi diría que me gusta fomentarlo.

    – ¡Qué chorradas dices!

    – En absoluto querido, además quiero que sepas, para tu tranquilidad, que si la sedujeras…, lo retiro, lo más probable es que ella te seduzca a ti y os fugáis, no temas que salga en vuestra persecución para vengar el honor familiar y todas esas tonterías. Por fin me libraré de ella, así que tenéis mi bendición y en tu caso, siendo como eres mi mejor amigo, mi condolencia.

    Carlos se partía de risa –eres incorregible, siento decepcionarte, pero no acostumbro a saquear cunas con Lolitas dentro.

    – ¡Lástima!

    – Si. Escucha, llama a Alberto y dile que vamos algo retrasados para que no se preocupe.

    Tom así lo hizo y aunque Carlos sólo escuchaba como es lógico una parte de la conversación, por lo que oía se dio cuenta que Alberto se sentía aliviado al saber que venían definitivamente. Tom colgó y se lo confirmó.

    –Dice que todo el mundo está allí ya y que promete que nos dejarán algunos bocadillos para cuando lleguemos. También me ha dicho que seamos amables con una tal Sra. Consuelo, una especie de ama de llaves del hostal. En realidad una verdadera sargento según sus palabras.

    Finalmente llegaron y aparcaron en un descampado a unos cien metros del hostal. Carlos caminaba sin problemas con su mochila sobre los hombros y Tom maldecía el camino sin asfaltar que dificultaba su avance con su maleta de ruedas.

    La Sra. Consuelo los recibió sin excesivo entusiasmo, así que Carlos decidió usar sus mejores modos.

    – Usted debe de ser la Sra. Consuelo. Le agradecemos muchísimo que lo tenga todo tan limpio y preparado para nosotros. Yo soy Carlos y él es Tom – dijo con su mejor sonrisa.

    Ella sonrió brevemente y les dijo donde estaban sus habitaciones. Arriba dijo recalcando la palabra, – abajo duermen las chicas. También les indicó que podían comer allí mismo en la entrada, pues hacía las veces de comedor. Efectivamente había tres mesas con cuatro sillas alrededor de cada una de ellas. En la del fondo, les esperaba una fuente llena de bocadillos, unos vasos, sodas y cervezas.

    Carlos le preguntó dónde estaban los demás, a lo que ella respondió que todos habían salido después de comer, probablemente para ver el panorama y alrededores, excepto una chica – habitación cuatro – señaló, que estaba descansando pues se había mareado un poco por el camino.

    Carlos se sentó en la mesa donde estaba la comida. Vio que Tom le susurraba algo a la Sra. Consuelo y que ella respondía:

    – Muchas gracias señor – y luego se metió en la cocina.

    – ¿Qué le has dicho?, parecía contenta.

    – Tu usas tu proverbial encanto con las mujeres y ella te sonríe un poco, yo le he dado veinte euros y ha sonreído de oreja a oreja – dicho esto se sentó con él y se puso a comer. Ambos tenían apetito y acabaron los bocadillos en un periquete. La Sra. Consuelo apareció muy obsequiosa con una cesta llena de fruta. Cuando se marchó Tom comentó:

    – Mi querido amigo, este es el mundo en que vivimos, el dinero es lo que cuenta. Puedes ahorrarte tu encanto con ella.

    Carlos se rió – tienes razón, en cualquier caso tenemos una nueva amiga – Comieron algo de fruta y luego Tom dijo:

    – Me voy ha hacer una siesta, siempre que no te pongas a hablar.

    – Y yo. A menos que ronques.

    Capítulo 5

    Serían alrededor de las cinco cuando Carlos se despertó. Estaba solo en la habitación, probablemente Tom habría salido a inspeccionar el lugar. Había un silencio total, el resto de la gente o bien estaban descansando o se habían ido a pasear. El sol brillaba pero no hacía demasiado calor, por el contrario el ambiente era cálido y agradable.

    Decidió salir a dar una vuelta y tomó el sendero que llevaba al camino principal. Cuando llegó allí se encontró con una chica que estaba ensimismada contemplando el mar. Cuando ella oyó sus pasos se volvió y le miró. Carlos se quedó fascinado, era la chica más guapa que recordara haber visto. Aquí conviene explicar que Carlos a menudo había pensado lo mismo de otras chicas, pero en este caso, como en los otros, estaba seguro que era así.

    A simple vista parecía cuatro o cinco centímetros más baja que él, delgada, con un tipo perfecto, su cara pálida, casi translúcida, sus cabellos cortados de forma que no llegaban a sus hombros, rubio pálidos, casi blancos. Sus ojos azules y brillantes, cálidos, suaves y profundos, unos ojos que él se hubiera quedado mirando horas enteras.

    Iba vestida totalmente de blanco, con una blusa desabrochada en sus dos botones superiores, unos shorts muy ajustados con un cinturón también blanco y un par de sandalias blancas, cómo no, totalmente inapropiadas para caminar por el sendero.

    Parecía perdida, pero no en sentido geográfico, después de todo el hostal estaba a medio kilómetro, sino dudando como si no supiera que hacer.

    Algo avergonzado de mirarla fijamente durante tanto tiempo, Carlos decidió tomar la iniciativa.

    – ¡Hola! Me llamo Carlos.

    Ella sonrió como si estuviera contenta de ver a alguien y contestó sencillamente:

    – Selma.

    – ¿Selma? ¿Como en Selma Lagerlöf?

    – ¿Quieres decir que has oído hablar de ella?

    – Ya lo creo. Cuando era pequeño leí su novela El maravilloso viaje de Nils Holgerson a través de Suecia

    – Es increíble, has dicho el título del libro exactamente como ella lo escribió. Normalmente lo he visto por ahí traducido como El viaje de Nils Holgerson o bien El maravilloso viaje de Nils pero nunca como es en sueco. – Parecía muy contenta que Carlos lo dijera correctamente.

    Éste cambió de tema – ¿Oye que te parece si damos un paseo?

    – Me encantaría – y luego añadió tímidamente – ¿te importa que te coja de la mano? Mis sandalias son muy resbaladizas, debería de haber traído unas deportivas, pero – se encogió de hombros – las olvidé.

    Así pues caminaron cogidos de la mano de la forma más natural del mundo, los dos se sentían a gusto, como si se hubieran conocido largo tiempo. Al cabo de un rato Carlos se paró y mirándola fijamente le dijo:

    – ¿Sabes? Eres la sorpresa más encantadora que he tenido hoy. Has aparecido en medio del bosque como una princesa – ¡qué cursi! se dijo a sí mismo – Como un hada de esas que leías en los cuentos cuando eras niño – Más cursi todavía – pensó.

    Pero Selma se rió – Eres un hombre peligroso cuando hablas, dices las cosas tan seriamente que hasta parece que tú mismo te las crees.

    – Eso es porque lo digo sinceramente.

    – No te recrees en tu suerte – pero Carlos se dio cuenta que se sentía halagada. – ¿Nos sentamos un momento? Es que todavía me siento un poco mareada.

    – Claro que si y perdona que no te haya preguntado como te encuentras, tu eres la chica de la habitación cuatro ¿verdad?, la Sra. Consuelo nos ha dicho que descansabas porque el viaje te había afectado, pero la verdad es que estás tan guapa que no se me había ocurrido que fueras la misma persona.

    – ¡Oh! No es nada serio, sólo han sido náuseas en estas últimas curvas y le he tenido que pedir a Cati que parara dos veces.

    – Es que al llegar al hostal el camino es bastante malo y tal vez ella iba demasiado rápida.

    – No ha sido culpa suya, creo que cené demasiado anoche y no estoy acostumbrada a hacerlo.

    Carlos no estaba muy seguro si Selma normalmente comía poco por la noche o no comía nada. Pero no preguntó.

    – La verdad – continuó ella – es que ha sido un poco embarazoso, las dos veces que nos hemos parado he vomitado al lado del camino – y luego para sorpresa de Carlos continuó – después de la segunda vez Cati me ha preguntado si estoy embarazada – y sonrió al recordarlo – lo cual es imposible, porque soy virgen y eso que ya tengo veintiún años.

    Él se quedó estupefacto, acababa de conocer a esta chica y ya le estaba contando intimidades. No sabía qué contestarle, cosa rara en él. Por fin decidió recurrir al humor.

    – Puesto que me cuentas tus secretos, te diré los míos – sonrió – estoy a punto de cumplir los veinticinco, de hecho lo haré dentro de dos semanas, no soy virgen y al igual que tu, tampoco estoy embarazado.

    Ella rió abiertamente y le apretó la mano – ¡Eres tan divertido! ¿Cómo ibas a estarlo? Pero no parece que tengas casi veinticinco, pareces mayor.

    – Esto que dices me ha dolido profundamente – y fingiendo preocupación le respondió – ¿De verdad te parezco tan viejo?

    – No, no, me he expresado mal, quiero decir que te veo seguro de ti mismo y con mucha madurez. Pareces el tipo de persona capaz de dominar cualquier situación, como estás haciendo ahora mismo.

    – ¿Si? – no tenía ni idea a que se estaba refiriendo.

    – Para empezar me has dado seguridad y haces que te pueda contar cosas con tranquilidad como si te hubiera conocido desde hace mucho tiempo y no has dicho nada sobre el hecho de que yo todavía sea virgen a mi edad. Por cierto me gustaría que lo hicieras – y viendo que él no decía nada insistió – venga, di algo no seas mojigato.

    Carlos no estaba en absoluto acostumbrado a hablar del tema de la virginidad. Además ninguna de las chicas con las que se había acostado resultaron ser vírgenes, pero Selma parecía expectante y pendiente de sus palabras, sin saber muy bien por qué decidió no decepcionarla.

    – Mira, en mi opinión el tema de la virginidad era muy importante antiguamente, hoy en día en el siglo XXI está bastante superado. El hecho de que seas virgen a tu edad no me parece ni bueno ni malo, no es más que un factor biológico que mucha gente confunde erróneamente con sentimientos. En tu caso lo que importa es encontrar al hombre adecuado en el momento oportuno, lo que debería ocurrir pronto – sonrió – tu eres guapa y encantadora y lo único que te puedo decir es que el hombre que elijas será un tipo afortunado, sólo por el hecho de que le hayas elegido tú.

    Dijo todo esto de un tirón y mirándola intensamente, le encantaba su proximidad y su voz suave y acariciante. Se llevó su mano a los labios y la besó al tiempo que le decía:

    – Es la primera vez que me siento súbitamente atraído por una mujer en tan corto espacio de tiempo – y sonrió.

    Selma soltó su mano y le acarició suavemente la mejilla, después susurró – Me alegro tanto de haberte encontrado.

    Permanecieron sentados uno al lado del otro en silencio durante un rato, luego ella continuó – He venido a pasar este fin de semana aquí porque Bea y Cati me animaron a hacerlo, para que me recuperara y despejara mi mente. Sabes, he tenido una especie de novio durante los pasados dos años, era guapo, agradable y educado. Me llevaba al cine, a conciertos, a cenar, luego me acompañaba a mi casa, me daba dos besos en las mejillas y hasta la próxima vez. Por fin me cansé y rompimos, bueno en realidad fui yo la que rompí con él. Se quedó triste y decepcionado, o por lo menos lo aparentó. Yo por mi parte me sentí aliviada. Mis amigas me dicen que probablemente Pedro, ese es su nombre, es gay, yo no tengo ni idea, pero la verdad es que no me importa.

    Carlos permaneció en silencio escuchándola.

    – Lo cierto es que yo pensaba que el problema era mío, que a lo mejor soy rara e incapaz de satisfacer a un hombre, no quisiera que pienses que estoy obsesionada sexualmente o que busco sexo – terminó tímidamente.

    – Por supuesto que no, mira Selma cuando no encuentras respuesta a

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