Demasiados secretos
Por Nikki Benjamin
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La misión de Evan Graham era muy sencilla: tenía que fingir ser jardinero para acercarse a Hannah James y demostrar que no era una madre competente para que su suegro se hiciera con la custodia de su hijo de cinco años.
Pero la bella viuda no era en absoluto lo que le habían hecho creer. Hannah despertó en él emociones desconocidas y muy pronto, la misión se hizo mucho más personal...
Nikki Benjamin
Nikki was born and raised in St. Louis, Missouri, but after living in the Houston area for almost 30 years, she considers herself a Texan. Nikki attended Notre Dame High School and graduated from the University of Missouri, Columbia with a degree in secondary education. She worked in the circulation department of the Houston Public Library and as the executive assistant to the president of an international marine engineering company prior to embarking on her writing career. Always an avid reader, Nikki was encouraged to write by a good friend, a fellow reader and writer. They discussed story ideas and critiqued each other's manuscripts, and eventually sold their first books a few months apart. During the early years of her writing career, Nikki especially enjoyed being able to work at home while raising her son, now attending college in Montana. Nikki has also had the opportunity to travel extensively throughout the United States, Canada, Mexico, and Western Europe. She has sailed along the Dalmatian coast on a 42-foot charter boat, and in recent years, she lived for several weeks at a time in such exotic places as Kuala Lumpur, Malaysia, and Jakarta, Indonesia. Currently, Nikki enjoys sailing on Galveston Bay, where she crews regularly on a friend's 42-foot sailboat. She attends the Houston symphony and Stages theatre, likes to pot garden on her patio, and often cooks lavish meals to share with friends. She is still an avid reader, and she continues to enjoy traveling, especially to western Montana, either on her own or with her equally adventurous friends.
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Demasiados secretos - Nikki Benjamin
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Barbara Wolff
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Demasiados secretos, n.º 1582- agosto 2017
Título original: The Secrets Between Them
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-065-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
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Capítulo 1
HANNAH James oyó el crujido de las ruedas en el largo y curvo camino de gravilla que conectaba su adorada casa de montaña, en Carolina del Norte, con la aún más retorcida carretera que comunicaba con Boone. Sintió una mezcla de emociones; sobre todo, alivio.
El hombre de voz agradable que había llamado hacía una hora por su anuncio del periódico había cumplido su promesa. Estaba allí para hablar con ella en persona sobre el trabajo que ofrecía.
Hannah también sentía cierta aprensión. Hacía casi un año, había jurado que no permitiría que otro hombre entrase en su vida, ni en su propiedad.
Por desgracia, había hecho ese voto sin tener en cuenta el trabajo que haría falta para transformar los descuidados invernaderos y los jardines llenos de maleza en el negocio que una vez había proporcionado ingresos a sus padres. Tampoco había reconocido lo solos que estaban ella y su hijo Will, de cinco años, tras la muerte de su marido.
Sus padres habían muerto con pocos meses de diferencia, hacía casi siete años, y no había tenido familia hasta que se casó con Stewart James. Tenía un pequeño círculo de amigos en Boone, y siempre se había llevado bien con los vecinos. Pero había estado tan aislada durante los últimos dos años de vida de Stewart que había perdido el contacto con todos ellos.
No tenía a quién recurrir para solicitar ayuda. Al menos, con tranquilidad, rectificó, recordando el brillo especulativo que había visto en los ojos del padre de Stewart cada vez que miraba a Will, en el entierro.
Stewart había contrariado los deseos de su padre de muchas maneras, a lo largo de los años. Pero lo que más había encolerizado a Randall James había sido que se casara con alguien tan sencillo y pobre como Hannah. Se había negado a asistir a la boda y había desheredado a Stewart. A su hijo no le había importado; había dicho más de una vez que les iría mejor separados de su padre que viviendo controlados por él.
Randall había mantenido la distancia incluso tras el nacimiento de Will. Hannah le había enviado una tarjeta para comunicárselo, pero él no había respondido. No le habló a Stewart de la fría indiferencia de su padre, pero no recurrió a él cuando Stewart empezó a comportarse de forma irracional. Había estado segura de que si el hombre contestaba, sería para culparla por los violentos cambios de humor de su marido, igual que había hecho ella misma al principio.
Pero Hannah no podía negarle el derecho a saber que su hijo había fallecido. Aunque lo habría hecho si hubiera sabido cómo la trataría en el funeral. No le había dirigido la palabra hasta antes de salir del cementerio, pero no había quitado los ojos de Will. A Hannah la había atemorizado su interés.
Cuando iba hacia la limusina, el hombre la había agarrado del brazo. En voz baja, tranquila y autoritaria, le había dicho cuánto estaba dispuesto a pagar para que le entregase a su hijo y le permitiera educarlo en su lujosa mansión de Asheville.
La propuesta había sido tan demencial que Hannah se rió en su cara. En un ataque de ira, Randall la acusó de haber utilizado a Stewart para ganar dinero. Llegó al punto de decirle que seguramente había permitido que muriese para cobrar su seguro de vida. Después cuestionó su estabilidad mental, de una forma tan siniestra que le produjo escalofríos…
—Mamá, mamá, viene alguien —el niño abandonó la torre de bloques de madera que estaba construyendo sobre la alfombra de la sala y se reunió con ella en la ventana que daba al este—. ¿Quién es, mamá? —preguntó con excitación.
Casi nadie les había visitado en el último año. En realidad, apenas habían recibido visitas desde que Will tenía uso de razón. Su entusiasmo ante la perspectiva decía mucho sobre su necesidad de contacto social.
Ella había podido justificar su aislamiento las semanas siguientes a la muerte de Stewart, así como durante los largos meses de invierno, en los que la nieve y el hielo dificultaban la movilidad. Pero con la llegada de la primavera, Hannah sabía que tenía que empezar a llevar a Will a visitar a los vecinos, e ir con él a Boone para algo más que hacer la compra.
—Supongo que es el hombre que llamó para trabajar en los jardines —le dijo. Un Jeep de último modelo dobló la última curva y apareció ante su vista.
En el porche techado, protegida de la lluvia, Nellie, la perrita que Hannah había adoptado en septiembre, se puso en pie y ladró con poco entusiasmo. Hannah admitió para sí que dejaba mucho que desear como perro guardián. Pero había sido buena compañía en las frías noches de invierno, y seguía a Will como una gallina, vigilándolo mientras jugaba en el exterior.
—Yo puedo trabajar en los jardines, mamá —dijo Will, dándole la mano.
—Ya lo sé, cielo, y lo has hecho, sobre todo con los semilleros del invernadero. Pero hay mucho más trabajo del que esperaba. No conseguiremos plantar los jardines a tiempo sin ayuda. ¿Sabes que puse un anuncio en el periódico hace dos semanas?
—Sí, lo sé.
—Y te dije que un hombre llamó por el anuncio hace un rato, ¿verdad?
—Sí, mamá. ¿Pero es un hombre agradable? —el niño la miró con ojos abiertos y ansiosos.
—Parecía agradable por teléfono —contestó Hannah, intentando tranquilizar a su hijo, y a ella misma.
Sabía que se arriesgaba al permitir a un extraño la entrada en su propiedad. Pero había hablado con el dueño del motel en el que el hombre se alojaba y él le había asegurado que no era un vagabundo. De hecho, había llegado varios días antes y pagado la habitación con una reluciente tarjeta de crédito.
El Jeep se detuvo a unos pasos del camino de piedra que llevaba al porche. La puerta se abrió.
—¿Sabes cómo se llama? —preguntó Will.
—Evan Graham.
—Parece agradable, ¿verdad?
—Muy agradable —reconoció Hannah, sintiendo una poco habitual punzada sexual en el vientre.
Evan Graham rodeó el coche y fue hacia el porche, apresurándose por la lluvia. Era de estatura mediana, un metro setenta y cinco como mucho, unos diez centímetros más que ella. Llevaba una camisa de franela de cuadros rojos remangada, mostrando sus musculosos antebrazos, vaqueros descoloridos que se ajustaban a su cuerpo a la perfección, y botas de trabajo de cuero marrón con aspecto de ser nuevas. Tenía el pelo liso y rubio, bien cortado, y el rostro afeitado.
Hannah sabía que las apariencias podían engañar, pero no le pareció en absoluto amenazador al verlo subir los peldaños. Él miró la casa de izquierda a derecha. La mirada de sus ojos azules parecía inteligente. Al verlos en la ventana saludó con la cabeza y sonrió.
Hannah sintió otro cosquilleo aprensivo. No estaba segura de qué clase de hombre había esperado que fuese Evan Graham. Le había parecido listo cuando hablaron por teléfono, por eso lo había invitado a la casa para hacer la entrevista. Había pensado que sería algo mayor, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, y quizá de aspecto más blando y cansado.
Pero el hombre que acariciaba las largas orejas de Nelly, mientras la perrita se restregaba contra él, parecía demasiado vibrante y competente para estar interesado en el trabajo que tenía que ofrecerle.
—A Nellie le gusta —dio Will.
—A Nellie le gusta todo el mundo —le recordó Hannah, sonriendo y apretando levemente su mano.
—¿Vas a pedirle que entre en casa?
—Sería buena idea, ¿verdad?
Recordando sus buenos modales, Hannah se apartó de la ventana. Él hombre sabía que lo había visto llegar, no tenía por qué esperar a que llamase a la puerta.
Se pasó la mano por los mechones de pelo que se habían escapado de la trenza y llevó la mano al pomo, deseando por primera vez en meses que un poco de maquillaje formase parte de su rutina habitual.
Un instante después, se recriminó por ser tan tonta. Era una viuda de treinta y dos años con un hijo de cinco, que quería contratar a un jardinero que la ayudase, no buscaba un novio. Pero no podía negar que la imagen de Evan Graham había despertado algo en ella, algo que hacía incluso más decepcionante que fuese a rechazar el trabajo. Cuando supiera la cantidad de trabajo que requería, y lo poco que podía pagar, se iría.
—¿Señor Graham? —saludó, con voz amable y fría.
—Evan… Evan Graham —le dio una última palmada a Nellie, se enderezó y su miradas se encontraron. Le ofreció la mano con formalidad—. ¿Es la señora James?
—Hannah James —respondió ella, complacida por la firmeza de su apretón de manos, breve y profesional.
—Yo soy Will —anunció el niño, mirándolo con los ojos oscuros y curiosos—. Y ella es Nellie, la perra.
—Hola, Will. Me alegro de conocerte —Evan Graham se volvió hacia Nellie e hizo una reverencia; Will soltó una risita—. Hola a ti también, Nellie, la perra.
—Ha vuelto a olvidar que no puede morder la esquina de la alfombra de la sala, por eso está en el porche.
—Sí, así es —Hannah sonrió a su hijo. Cuando volvió a mirar a Evan Graham, vio que su expresión se ablandaba al mirar a Will con interés. Reconfortada sin saber por qué, dio un paso atrás e hizo un gesto con la mano—. ¿Por qué no entra, señor Graham? Hace más calor en la cocina que en el porche, y acabo de hacer café.
—Eso suena bien —respondió él con una genuina sonrisa de aprecio, que palió la frialdad de sus ojos.
—¿Puede entrar Nellie también? ¿Por favor, puede? —suplicó Will—. Jugaré con ella en la sala mientras hablas con el señora Graham. Te prometo, prometo que no dejaré que muerda la alfombra.
Nellie miró a Hannah con ojos marrones contritos, como si supiera que su suerte dependía de ella.
—De acuerdo —dijo Hannah. Supo que se había rendido demasiado pronto cuando Nellie corrió dentro sin mirar atrás, moviendo las orejas y repiqueteando en el suelo de madera con las uñas. Will corrió tras ella, llamándola sin conseguir su atención.
—A veces me pregunto quién manda aquí —admitió Hannah, con voz atribulada.
—Parece que lo tiene todo bajo control —dijo Evan, entrando en la casa y mirando a su alrededor.
A Hannah le pareció percibir un leve tono de sorpresa en su voz. Se preguntó qué había esperado encontrar.
La puerta del porche daba directamente a la habitación con forma de «L» que incluía sala, comedor y cocina. Las habitaciones estaban decoradas con sencillez, con una mezcla de muebles antiguos, de palisandro y caoba, recién encerados, y un grupo de asientos compuesto por sofá, sillón y tumbona, de aspecto cómodo y de estilo más moderno.
Había algunos juguetes de Will sobre la alfombra y libros y revistas de jardinería en una mesa auxiliar. Pero no se veía desorden, nunca lo había habido.
—Aprendí hace mucho tiempo que requiere menos energía hacer las tareas de la casa a diario, que dejar que se escapen de las manos. Por desgracia, no pude dedicar el mismo esfuerzo a los invernaderos y los jardines durante la enfermedad de mi esposo. Ahora necesito ayuda para limpiar los arriates y transplantar los semilleros, para tener productos que vender este verano.
—Por eso estoy aquí —dijo Evan. La siguió a la zona de la cocina y se detuvo junto a la mesa de madera.
—Sí, bueno… quitar las malas hierbas, abonar la tierra y dividir las plantas perennes para replantar es un trabajo duro; y trasladar docenas de plantitas de los semilleros al jardín puede ser tedioso. Además, no puedo pagarle mucho —advirtió Hannah, pensando que era mejor ser sincera desde el principio.
—Entiendo —dijo él.
Hannah sacó tazones de un armario, sintiéndose tentada a preguntarle cómo podía entender algo de su vida cuando a ella misma le costaba hacerlo. Pero no estaba dispuesta a discutir con un desconocido hechos de su pasado reciente que era mejor no airear.
—¿Sigue interesado en el trabajo? —preguntó, mirándolo por encima del hombro.
—Si no fuera el caso, no estaría aquí. La miró y sonrió. Parecía estar cómodo en la pequeña cocina. A ella se le aceleró el corazón al notar que encajaba bien allí.
—Entonces, vamos a sentarnos y hablar un poco más.
Hannah se dio la vuelta y llenó las tazas de café.
—¿Leche o azúcar?
—Leche, si tiene.
—Tengo nata. Y también leche desnatada, si prefiere —llevó las tazas, cucharillas y servilletas a la mesa.
—Nata —dijo él—. Aunque sea una indulgencia.
—Es un