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Matrimonio por contrato: Lorenzo Bruni, #2
Matrimonio por contrato: Lorenzo Bruni, #2
Matrimonio por contrato: Lorenzo Bruni, #2
Libro electrónico125 páginas2 horas

Matrimonio por contrato: Lorenzo Bruni, #2

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Información de este libro electrónico

Segunda parte de la novela de la autora Esposa por contrato. La historia de amor de Isabella y Lorenzo. Romance italiano.

 

Isabella sospecha que su esposo guarda un oscuro secreto y que los rumores sobre sus turbios negocios son ciertos: sospecha que su marido pertenece a la mafia sureñea y que además vigila cada uno de sus pasos. Pero como esposa de un mafioso no tiene ninguna chance de escapar pues además ha firmado un contrato que la tiene atada de pies y manos.
Harta de todo decide fugarse de nuevo a Toscana y abandonarlo pero ese diablo sureño no está dispuesto a dejarla ir tan fácilmente y luchará como un león para enredarla y atraparla de nuevo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 sept 2020
ISBN9781393174554
Matrimonio por contrato: Lorenzo Bruni, #2
Autor

Cathryn de Bourgh

Cathryn de Bourgh es autora de novelas de Romance Erótico contemporáneo e histórico. Historias de amor, pasión, erotismo y aventuras. Entre sus novelas más vendidas se encuentran: En la cama con el diablo, El amante italiano, Obsesión, Deseo sombrío, Un amor en Nueva York y la saga doncellas cautivas romance erótico medieval. Todas sus novelas pueden encontrarse en las principales plataformas de ventas de ebook y en papel desde la editorial createspace.com. Encuentra todas las novedades en su blog:cathryndebourgh.blogspot.com.uy, siguela en Twitter  o en su página de facebook www.facebook.com/CathrynDeBourgh

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    Demasiada presión para embarazarla, no resuelven algunos temas sobre los mafiosos pese a prestarles mucha atención
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5
    Tiene que tener una tercera ,muchas cosas no fueron aclaradas y termino lo mismo que el primero!

    A 1 persona le pareció útil

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Matrimonio por contrato - Cathryn de Bourgh

Matrimonio por contrato

Cathryn de Bourgh

Nota de la autora.

Esta es la segunda parte de la novela Esposa por contrato, la historia de amor de Isabella y Lorenzo.

Me la habían pedido y aquí está, espero que la disfruten. ¡Un abrazo virtual!

Solo me queda agradecer a mis fieles lectores y dejarles mi e-mail si desean contactarme. cathryndebourgh@gmail.com o en mi página de Instagram.

Matrimonio por contrato

Cathryn de Bourgh

PRONTO SERÍA SU ANIVERSARIO de bodas y había tanto para hacer y tenía tan pocas ganas...  Isabella suspiró mientras miraba a su alrededor desesperada: estaba enfadada con su marido al punto que no atendía las llamadas de la organizadora de eventos ni tampoco atendía la llamada de nadie. Estaba en la casa de Toscana descansando unos días luego de su última pelea con Bruni y se preguntó si siempre sería así: peleas, reconciliaciones, peleas, Toscana, Nápoles, Milán.

Habían pasado tres años y sentía que todavía estaba como al principio y que pocas cosas habían cambiado en su matrimonio. El conflicto era siempre el mismo.

Ella había empezado a hacerse cargo de su tienda de antigüedades en Milán, y eso le molestaba a su marido que al parecer esperaba dejarla encerrada en casa con un bebé en la barriga cada año como las otras esposas de sus primos. Algo que para ella era una horrible pesadilla.

Isabella sabía que tenía que luchar como fiera por su independencia y además hacerse cargo lentamente de su legado: la tienda Cristal pues ella era la dueña, aunque a él no le gustara. Era el legado de su padre, la tienda Cristal y quería aprender a dirigir y conocer un poco más el manejo del negocio.

¿Eso es lo que piensas del matrimonio, que te hace sentir una inútil? le dijo él en su última pelea con cara de ofendido.

Isabella lo miró a los ojos y le dijo: —Pues sí.

—Pues no es verdad, Isabella.

—Yo creo que sí lo es, si solo me quedaré encerrada en Porto bello a empollar tus huevos y a ser la esposa perfecta de un Bruni: entonces sí seré una inútil.

Como las esposas de sus primos, como todas las mujeres de esa familia conservadora sureña que por ser parte de una de las familias más antiguas y ricas del sur debían renunciar prácticamente a todo.

Pues ella no pensaba ser como ellas. Jamás.

Había empezado a hacerse cargo de la empresa, de su herencia familiar y lo estaba haciendo bien, asesorada por supuesto, pero iba a Milán a veces a visitar la tienda de antigüedades y enterarse de todo.

—No entiendo por qué no puedes quedarte en casa y empollar mis huevos como dices, ni siquiera me has dado uno y llevamos tres años casados—le dijo su marido entonces.

Ella suspiró y dio pasos en la habitación inquieta, la palabra preñez la ponía de un humor de perros. Bebés, niños llorando, pañales tirados por toda la casa, eso era una visión de pesadilla para Isabella.

Lo miró furiosa. Ni muerta. Pensó, pero no lo dijo así.

—No pienso tener hijos hasta que esté lista para eso y nuestro matrimonio sea más estable, ¿o quieres que nuestros hijos nos vean pelear como perro gato todo el tiempo? —retrucó.

Él la miró asustado, sorprendido, no parecía gustarle que ella quisiera volar un poco, prefería mantenerla encerrada en esa casa con cualquier excusa.

Y luego de pelear él se fue de viaje a Francia porque estaba por comprar un antiguo chatea con muchos tesoros. Su negocio de las antigüedades iba viento en popa y eso y otros negocios que ella desconocía.

Como él se fue de viaje como hacía cada vez que reñían por algo, Isabella también se escapó a Toscana, a la villa del lago porque esa casa sin Lorenzo Bruni era un mausoleo, una casa embrujada llena de fantasmas del pasado. Muebles antiguos, retratos de otros tiempos y hasta la decoración era sombría. Como la mansión de una película de terror inglesa, pero en Italia. La mansión de Portobello, un estandarte familiar. Por más que él la alentó a cambiar muebles y cortinas de la villa napolitana, ella no notó demasiado la diferencia. Porque era algo más que el lugar, era toda la casa y sus habitantes, ese tío anciano que era el patriarca de la familia y sus sobrinos, sus esposas sumisas, y la sensación de que pretendían que ella formara parte de ese cuadro familiar antiguo y machista recalcitrante. Lo más triste era pensar que su marido formaba parte de esa familia, él era uno de ellos y quería hacerle un hijo, no dejaba de pedírselo para ver si así lograba convertirla en una esposa doméstica presente en casa y demás.

Ni borracha.

Ahora tendida en su poltrona contemplando ese hermoso paisaje de Toscana, tenía la sensación de que su matrimonio iba camino al fracaso y no era su culpa. De cierta forma eran incompatibles y ahora tiempo después de esa boda querían cosas diferentes. Él estaba obsesionado con que le diera un hijo, dijo que serían una familia o algo así, pero ella quería despegarse y hacer más cosas. Estaba haciendo progresos en Cristal. Aunque sabía que necesitaría tiempo para aprender todo sobre el manejo de la tienda de antigüedades le gustaba estar allí.

A él no le hacía mucha gracia por supuesto.

Isabella suspiró al pensar en Lorenzo Bruni, su marido. Él la había sacado de las deudas y de una vida llena de tragedia y dolor. Por eso le estaba agradecida, en parte, y por eso se quedaba a su lado a pesar de las diferencias. Pero pensaba que en el futuro no sabía qué pasaría con su matrimonio. Todo era tan incierto que la angustiaba por momentos y sin embargo siempre regresaba a él, a pesar de las peleas, de las diferencias, era como un pajarillo que salía a volar, pero luego regresaba al nido... él era su nido. Adoraba todo lo que hacían en la cama y era una esposa ardiente, nunca le decía que no, solo si estaba muy enfadada, pero era así porque él la había despertado y le había enseñado todo sobre el sexo. Era grandioso. Y casi era adicta a sus juegos y siempre era una aventura nueva, distinta.

Solo temía quedarse embarazada porque cuidarse y evitarlo dependía solo de ella. su marido había querido dejarla preñada, tiempo después de la boda, pero ahora se había puesto muy insistente en eso y tenía miedo de que pasara, de que al final tarde o temprano se saliera con la suya. Nunca imaginó que eso se convertiría en un tema de discusión y que Bruni se pondría tan denso. Ni que fuera un hombre viejo ansioso de dejar descendencia. Tenía treinta y dos y ella veinticuatro. La diferencia se notaba ahora como nunca antes. Pero a ella siempre le habían gustado mayores, hombres maduros y ahora entendía por qué. Su esposo le inspiraba confianza, seguridad y además la volvía loca en la cama. si no hubiera sido tan recalcitrante con ciertas cosas su matrimonio habría sido ... perfecto. Pero no lo era.

Unos pasos la crisparon, alguien se acercaba, pero no, no era él por supuesto sino su prima Beatrice vestida con uno de esos vestidos largos boho, de escote con volados y sandalias con tiras blancas. Completando el atuendo llevaba un sombrero largo muy elegante para el sol y gafas, por supuesto.

—Isabella, qué bueno que estés aquí. Te escapaste y no me avisaste—dijo sin dejar de sonreír.

—Hola Beatrice, pasa ... recién llegué anoche.

—Y por eso estoy aquí. ¿Cómo estás? ¿De nuevo peleando con tu marido? Porque sé que cada vez que vienes sin avisar...

—Un poco, lo de siempre. Pero no podré quedarme mucho esta vez, hay una fiesta que organizar y ...

—Tu fiesta de aniversario, supongo.

Isabella se puso mal.

—Mis amigas no vendrán y tú tampoco. Esa fiesta será solo para mi esposo y su familia, ya veo.

—Ay no te preocupes. No hagas caso.

—Es verdad, tengo cosas más serias en qué preocuparme, mírame, he engordado tres kilos o más y no puedo quitármelos.

Su prima se quitó las gafas y la miró mientras tomaba asiento en la otra poltrona de jardín.

—No exageres, te queda bien, estabas muy delgada cuando te casaste.

—Es verdad, pero tampoco quiero convertirme en una matrona sureña.

Su prima rio a carcajadas.

—No estarás embarazada ¿no? Porque te ves rara. Tienes la cara como más redonda y tus ojos brillan como los de un gato.

A Isabella no le hizo ninguna gracia.

—Cállate. Mi cara siempre fue redonda, ¿se te olvida?

—Solo decía porque tu marido quiere hacerte un bebé, no deja de pedírtelo imagino que tomarás todas las medidas.

Ella suspiró.

—Peleamos y me quitó el parche después de que habíamos hecho el amor. Busqué otro y no lo encontré y recién ahora tengo uno. ¿Crees que eso...?

—Isabella ¿y tú sigues cuidándote con esos parches? Ya te dije lo que pienso. No son seguros, mejor toma la píldora ahora y déjate de tonterías.

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