Tú de menta y yo de fresa
Por Olivia Ardey
4.5/5
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A veces el amor ataca por sorpresa y, en esta ocasión, por culpa de un encontronazo bajo el agua, Jaime descubrirá que Belisa esconde un fiero carácter. Él la desafía con su sonrisa seductora y su actitud irónica, sin darse cuenta de que corre el peligro de rendirse a la pasión y el deseo que esconde en sus ojos azules.
Olivia Ardey
Olivia Ardey nació en Alemania, pero poco tiempo después su familia se trasladó a Valencia, donde reside con su marido y sus dos hijos. Ha crecido, vive y trabaja entre libros. Adora viajar, pasear por las calles de cualquier ciudad y veranear rodeada de rascacielos. Además de cuentos y relatos publicados en diversas antologías, es autora de las novelas románticas de ambientación histórica; Dama de tréboles, Delicias y secretos en Manhattan, Una chica con estilo, Un duque sin honor, y de las de ambientación contemporánea: Bésame y vente conmigo, Tú de menta y yo de fresa, Doce campanadas y un beso, Regálame París, En la Toscana te espero, Si te quedas en Escocia, Un verano en la Provenza, Con sabor a Irlanda, Amore se escribe con licor de limón , La asombrosa bibliotecaria de Little Rock, Los hombres de Texas no hablan de amor y Doce campanadas y un beso de trama contemporánea. Con ellas ha consolidado un merecido hueco en el género romántico gracias a su sólida prosa y sus inéditas tramas. Olivia Ardey ha sido distinguida, entre otros, con el Premio DAMA 2013 a la Mejor Novela Romántica Actual, Premio AURA 2014 a la Escritora Romántica del año y Premio Púrpura Romántica de Honor 2015. Encontrarás más información de la autora y su obra en: Blog: http://oliviaardey.blogspot.com.es/ Facebook: https://www.facebook.com/Olivia-Ardey-1681044205473416/ Instagram: https://www.instagram.com/oliviaardey/
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Tú de menta y yo de fresa - Olivia Ardey
Dedicado a todas las segundas esposas y compañeras,
que entregan su cariño infinito a unos hijos que no son suyos,
porque lo son del hombre al que aman
CAPÍTULO 1
No había ni un alma.
A una hora tan temprana, la piscina climatizada del gimnasio Atalanta Sport estaba prácticamente desierta. Jaime Ferrán atravesó el corredor de los vestuarios y, tras cruzar las puertas batientes de camino a las duchas, trató de aclimatarse al denso ambiente cargado de cloro.
Ahogó un grito al recibir la descarga de agua fría y cerró el grifo. Veinte segundos bajo el chorro helado de la ducha eran más que suficientes para cumplir con el trámite exigido por la normativa.
Se colocó frente a la calle central, su preferida. La ventaja de poder elegir posición para ejecutar sus largos diarios y el no tener que soportar una piscina atestada de nadadores compensaban el madrugón. Miró hacia su izquierda y en la calle número uno estaba ella.
Ese día se le había adelantado. Jaime imaginó que ya llevaría hecha la mitad de su rutina diaria. Supuso también que, como de costumbre, al finalizar su tanda de veinte largos, desaparecería camino del vestuario.
La contempló mientras surcaba la piscina con elegantes brazadas. Era una nadadora de estilo depurado. Con un magnífico cuerpo esculpido a golpe de ejercicio, reconoció con ojo masculino. Pero silenciosa y poco sociable, al menos con él. Llevaban así más de seis meses, sólo ellos dos utilizaban las instalaciones a las siete de la mañana y jamás cruzaban una palabra. Si en alguna ocasión coincidían con la mirada, intercambiaban un obligado gesto de cortesía a modo de saludo. Nada más que eso.
Jaime se zambulló de cabeza y todo fue silencio. Se dejó llevar bajo el agua por la inercia, con ambos brazos a lo largo de los costados. Una vez emergió a la superficie avanzó hasta completar el primer largo a estilo mariposa.
En el despacho le esperaba mucho trabajo atrasado, por lo que transcurridos veinte minutos decidió salir de la piscina. Buceó para esquivar las tiras flotantes que delimitaban las calles. Casi en la escalerilla, recibió un golpe seco en el hombro que lo desplazó medio metro.
Los dos emergieron de golpe y quedaron frente a frente, retándose con un duelo de miradas furiosas
—¿Cómo se te ocurre ponerte en medio? Casi me rompo el cuello —le espetó ella frotándose la frente.
—Disculpa —dijo con un falso tono amable cargado de acidez—. Te recuerdo que el que ha recibido el cabezazo he sido yo.
Ella se limitó a mirarlo de arriba abajo entornando los ojos, le dio la espalda y ascendió la escalerilla.
Jaime frunció el ceño y fue tras ella. Se aupó de un salto al borde de la piscina y antes de alcanzarla la observó por detrás. Sí señor, un cuerpo excelente: atlético pero con unas curvas muy bien delineadas; lástima que fuera tan arisca. En un par de zancadas se puso a su altura y asiéndola por el brazo la obligó a frenar.
—Aún no he oído una palabra de disculpa —le recordó arrancándose el gorro de natación.
La chica se quedó mirándolo perpleja; sus ojos azules le lanzaron una mirada inquisitiva.
Y apreciativa, ¿para qué negarlo? Aunque él no se dio cuenta ni tenía por qué saberlo. Ella constató que con el pelo negro revuelto, por el que discurrían continuas gotas de agua hasta resbalar por su mentón sin afeitar, no tenía nada de cómico. Era muy atractivo, rabiosamente atractivo.
Jaime se dedicó a estudiarla también. No era una florecilla menuda y delicada; descalzos como estaban, debía de medir sólo quince centímetros menos que él. Tenía las pestañas mojadas, lo que hacía destacar más sus ojos. Nunca había visto unos como aquéllos, de un celeste muy claro con el iris rodeado por un fino aro azul marino.
—¿Hasta para nadar usas lentillas de colores? —preguntó con media sonrisa burlona.
—¿Lentillas? Puedes comprobar por ti mismo que son de verdad. —Miró de soslayo su entrepierna antes de contraatacar—. ¿Hasta para nadar usas relleno?
Jaime rio por lo bajo, la chica de los ojos azules tenía ganas de pelea.
—No querrás que te meta un dedo en el ojo para cerciorarme. Soy un caballero.
Ella chasqueó la lengua y, con un movimiento tan rápido que lo dejó sin habla, le atenazó los testículos con la mano.
—Pero yo no soy una dama —advirtió con mucha calma.
Jaime dio un respingo. Ella, lejos de aflojar, incrementó la presión con maldad.
—Tú ganas. —Jaime alzó las manos en señal de rendición; era preferible no tentar a la suerte.
La chica por fin esbozó una brevísima sonrisa triunfal. Él inclinó la cabeza con mucha lentitud sin dejar de observar aquellos ojos increíbles y notó cómo a ella se le aceleraba la respiración. Bajó la vista hasta su pecho agitado, los pezones destacaban como dos reclamos incitantes bajo la fina licra del bañador. Encantado, decidió prolongar un poco el deleite de desconcertarla y se acercó aún más; ella entreabrió los labios, podía sentir la calidez de su aliento.
—Suéltame —exigió Jaime a un centímetro de su boca.
La chica pareció darse cuenta en ese momento de que su mano aún le agarraba el paquete y la retiró como si quemara. Antes de alejarse de ella, Jaime la miró por encima del hombro y sonrió para sí, porque con una sola palabra había conseguido enfurecerla del todo.
CAPÍTULO 2
Camino de la oficina, Jaime aminoró el paso frente a la cristalera de la cafetería. Escudriñó con disimulo en el interior y la localizó en la mesa del rincón, junto al ventanal.
Había transcurrido ya una semana desde el incidente del cabezazo subacuático y cada día que pasaba estaba más intrigado. Ahora ya sabía que se llamaba Belisa; un nombre curioso. Llevaba días observándola desde que una mañana descubrió que, tras salir de la piscina, ella siempre acostumbraba a desayunar en aquella cafetería, casi vacía a esas horas.
Durante la jornada laboral rara vez coincidían. Aunque trabajaban en la misma empresa, pertenecían a departamentos distintos. Él era jefe del equipo de actuarios y ella la responsable de diseño y mantenimiento del sitio web de la corporación.
Durante un par de segundos se fijó en cómo Belisa sonreía con amabilidad al camarero; relajada y contenta, tenía un aspecto muy diferente al habitual. Frente a su desayuno y con el bolígrafo en la mano parecía más natural, como si no necesitara guardar las distancias. En ese momento la vio concentrarse sobre su