Una novia por otra
Por Kate Walker
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¡Alexa Montague se siente humillada! Tras haber tenido que anunciar que la boda de su hermana no se iba a celebrar, el despiadado y arrogante novio, Santiago Luzón, le exige a ella, que es un patito feo, que ocupe el lugar de Natalie. Los Montague le han robado su dinero, así como a su conveniente novia, por lo que Santiago se resarcirá reemplazando a ésta por Alexa. Él no quiere, no puede amar. Pero ella le excita como ninguna otra mujer lo ha hecho nunca y la mantendrá cautiva en su cama hasta que le suplique ser suya…
Kate Walker
Kate Walker was always making up stories. She can't remember a time when she wasn't scribbling away at something and wrote her first “book” when she was eleven. She went to Aberystwyth University, met her future husband and after three years of being a full-time housewife and mother she turned to her old love of writing. Mills & Boon accepted a novel after two attempts, and Kate has been writing ever since. Visit Kate at her website at: www.kate-walker.com
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Una novia por otra - Kate Walker
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Kate Walker
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una novia por otra, n.º 1950 - julio 2021
Título original: Cordero’s Forced Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-668-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 1
ALEXA se dijo a sí misma que, si iba a hacer aquello, sería mejor que se pusiera manos a la obra. Y en aquel mismo momento. Sabía que no había otra manera de seguir adelante.
Lo cierto era que tenía que hacerlo. Alguien tenía que encargarse de ello y nadie más lo iba a hacer. Desde luego que no Natalie.
Natalie jamás hubiera soportado aquella situación. Se hubiera venido abajo debido a la presión y hubiera terminado diciendo exactamente lo contrario de lo que había ido a decir… de lo que necesitaba decir.
Si Natalie se hubiera tenido que enfrentar a Santiago Luzón, habría accedido a seguir adelante con aquella boda, boda que en realidad no deseaba. Se casaría y con ello arruinaría su oportunidad de conseguir una relación sentimental real, un amor verdadero. No, Natalie estaba mejor dirigiéndose al aeropuerto, hacia su nueva vida.
Su hermanastra mayor se encargaría de todo. Era el turno de Alexa de explicar la situación.
Con sólo pensar en ello comenzó a andar más despacio. Se había bajado del taxi que la había dejado frente a la enorme y elegante catedral de Santa María de la Sede, en el centro de Sevilla. Respiró profundamente. A sus espaldas, muchos paparazis esperaban para fotografiar aquel importante evento. Se dirigió hacia la puerta de la Catedral.
–No voy a permitir que te atrapes en algo así, Nat –dijo en voz alta, agitando la cabeza.
Pero aquellas palabras no le iban a dar la fuerza que necesitaba para entrar en aquel lugar y explicar lo que había ocurrido. Tenía que hacerlo ya que nadie más lo haría por ella.
Resignada, respiró. Agarró el gran picaporte de acero de la puerta y tiró. Nadie más iba a hacer aquello por ella y, si no actuaba, todo aquel embrollo empeoraría.
Le sudaban tanto las manos debido a lo nerviosa que estaba que falló en su primer intento de abrir la puerta ya que se le resbalaron los dedos del picaporte.
–¡Oh, maldita sea!
Como no tenía otra cosa con qué hacerlo, se secó las manos en la falda del vestido que llevaba puesto. Aquel gesto no le hizo ningún favor a la costosa tela de satén rosa de su traje, pero en aquel momento aquello era lo último que le preocupaba. Después de todo, la ceremonia para la cual se había realizado aquel vestido no se iba a llevar a cabo, por lo que no importaba el aspecto que éste tuviera.
Además, tenía que admitir que el vestido no era de su estilo. Era el típico vestido con aspecto glamuroso… glamur con el que su madrastra siempre había soñado para la boda de su hija. Alexa era consciente de que el color no era el más favorecedor para su pelo castaño oscuro y ojos marrones. Pero no le había importado cuando había creído que aquella boda era lo que quería Natalie. Era el día de su hermana y nadie iba a estropearlo… aunque ésta se fuera a casar con un hombre que ella no consideraba adecuado.
Con arrepentimiento, se recordó a sí misma que aquella boda ya no se iba a celebrar. Agarró de nuevo el picaporte de la puerta. Iba a necesitar todo su coraje para entrar en la catedral y decirle a todo el mundo lo que ocurría.
Probablemente su madrastra se iba a poner histérica. Su padre, padre también de Natalie, seguramente se pondría más tenso de lo que normalmente estaba. Y el novio…
El novio…
Al comenzarse a abrir la gran puerta de la catedral, Alexa sintió cómo la desesperación se apoderó de ella. Todos los allí reunidos se giraron para mirarla.
No tenía ni idea de lo que diría o haría el novio. No sabía cuál sería la reacción de Santiago Luzón ante la noticia de que su prometida le había dejado plantado en el altar para marcharse en avión hacia su futuro con otro hombre. Con sólo pensarlo se estremeció y sintió cómo se le helaba la sangre en las venas.
Sólo había visto a aquel hombre en una ocasión; durante la cena que Santiago había ofrecido en su villa estilo árabe hacía dos días, justo el día de su llegada a España. Pero había oído hablar mucho de él. Y había visto el efecto que la influencia de Luzón había tenido sobre su padre desde que ambos hombres habían llegado a un acuerdo para crear un negocio. Parecía que, cada vez que veía a Stanley Montague, éste estaba envejecido, más delgado, con más canas. Así mismo estaba claramente estresado. Su padre simplemente no estaba acostumbrado a tratar con tiburones financieros y Santiago Luzón era uno de los mayores tiburones que existían.
Se le conocía como el Forajido. Un apodo al que, ella había oído, él hacía honor.
–¡Simplemente espera a verlo! ¡Está buenísimo! Y es enormemente rico –le había dicho Natalie, entusiasmada.
Demasiado entusiasmada. En aquel momento, Alexa se percató de que la voz de su hermana había reflejado un tono forzado que ésta había empleado para parecer una novia enamorada.
Pero Natalie había tenido razón en una cosa… Santiago era tan atractivo como le había dicho. No podía negar que era el hombre más increíblemente guapo que jamás había visto. Alto, de pelo negro como el azabache, facciones marcadas y muy musculoso.
Cuando se lo habían presentado, al acercarse a darle la mano y verlo muy de cerca, lo suficiente como para analizar su cara, se había percatado de que aparte de ser extremadamente atractivo, era peligroso.
Él le había apretado la mano con frialdad y firmeza, así como le había sonreído de manera educada. Pero ella se había encontrado mirando a los ojos más fríos que jamás había visto. Santiago tenía unos inesperados ojos grises claros que la miraron de arriba abajo como un láser. Se le había erizado la piel y había sentido calor y frío alternativamente, como si hubiera estado sufriendo algún tipo de extraña fiebre. Se había disculpado educadamente y se había retirado. Durante el resto de la velada había tratado de estar tan apartada de Santiago como le había sido posible. Pero no había dejado de sentir cómo le había quemado la mano de él sobre la suya…
–¿Alexandra?
Aquélla era la voz de su padre… que estaba esperando entre el resto de los invitados a que apareciera no ella, sino su hermana. Natalie había utilizado la excusa de que no quería cansar a su padre y había insistido en que éste se adelantara, en vez de seguir la tradición e ir con ella en el mismo coche.
–Alexandra…
–¿Qué ha ocurrido? –preguntó Santiago Luzón.
Alexa se quedó completamente pálida.
–¿Qué ha ocurrido? –preguntó el novio de nuevo.
De mala gana, Alexa lo miró. Si el día de la cena aquel hombre había estado arrebatadoramente atractivo, lo mismo ocurría en aquel momento. Vestido con un elegante chaqué, estaba increíblemente atractivo y, desde el momento en el que sus miradas se encontraron, pareció como si en el mundo sólo existieran ellos dos…
–¡Cuénteme qué ha pasado! –exigió Santiago.
Ella levantó la barbilla ante el tono autocrático que había empleado él. Observó cómo Luzón frunció el ceño y cómo esbozó una dura mueca.
Pero aquel hombre no pedía las cosas por favor, sino que seguía exigiendo todo de tal manera que ella sintió el deseo de decirle algo grosero y marcharse de allí. O eso o espetarle la verdad a la cara para observar cómo todo signo de arrogancia se borraba de ella.
Pero incluso mientras se le pasaba por la mente hacer aquello, un sentimiento de compasión apartó aquellos pensamientos de su cabeza.
Aunque fuera arrogantemente bruto, Santiago Luzón seguía siendo un novio en el día de su boda. Había acudido aquel día a la catedral para casarse con su hermana, Natalie.
La misma Natalie que seguramente ya se encontraba en los brazos del hombre que había admitido que realmente amaba.
La misma Natalie que le había dejado a su hermanastra la labor de explicar qué ocurría.
Alexa sintió cómo se le quedaba la boca seca y cómo se le formaba un nudo en la garganta. Durante un segundo se permitió el lujo de considerar la posibilidad de dar media vuelta y marcharse de allí. Aquello no era su problema ni su responsabilidad. Se dijo a sí misma que dejara que otra persona le explicara a aquel soberbio español que la mujer con la que se iba a casar se lo había pensado mejor…
Pero no había otra persona. Pudo observar cómo en el extremo opuesto de la catedral su madrastra, resplandeciente vestida de verde esmeralda y con un bonito sombrero, se estaba poniendo nerviosa. Se había quedado pálida y tenía la tensión reflejada en la cara, como si supiera que algo marchaba muy mal. Y su padre…
No, no se atrevía a mirarlo. Conociéndolo como lo conocía, sabía que probablemente se iba a poner furioso.
–Señorita… –insistió Santiago Luzón con amabilidad.
Pero al mirarlo a la cara, Alexa fue consciente de que amabilidad era justo lo contrario de lo que aquel hombre estaba sintiendo. Había controlado su impaciencia a duras penas y en aquel momento estaba a punto de estallar.
Aquél era el Santiago Luzón que ella había esperado encontrar. Aquél era el Forajido, cuya reputación de arrogante y despiadado había llegado hasta sus oídos en Yorkshire, lugar donde tenía fijada su residencia, a muchos kilómetros de la casa familiar de Londres.
Cuando su padre había anunciado por primera vez que estaba negociando un acuerdo con Luzón, había parecido estar muy emocionado. Había estado convencido de que aquel acuerdo le iba a hacer ganar una fortuna y por lo tanto le iba a aliviar sus problemas económicos. Pero no había pasado mucho tiempo antes de que todo pareciera cambiar. Entonces fue obvio que el acuerdo no fue tan exitoso como había esperado Stanley, sino que se convirtió en una fuente de