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La gran noticia
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Libro electrónico155 páginas2 horas

La gran noticia

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Información de este libro electrónico

Su sorprendente secreto estaba en todos los periódicos…
¡Y él iba a reavivar su deseo!
Carlos Segarra era una leyenda del tenis, un hombre de negocios y… ¡padre! O eso decían los periódicos. Así que no tenía elección, debía encontrar a la inolvidable mujer de la que hablaban los titulares y pedirle respuestas.
Betsy Miller, que había trabajado de ama de llaves en casa de su tía, había decidido ocultarle a Carlos su embarazo. No había podido olvidar la noche que había pasado con el tenista español… ni cómo Carlos había quitado importancia a un encuentro que a ella le había cambiado la vida. Con su vuelta, tanto Betsy como el mundo se preguntaron cuál sería el siguiente titular…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ago 2022
ISBN9788411410076
La gran noticia
Autor

Chantelle Shaw

Chantelle Shaw enjoyed a happy childhood making up stories in her head. Always an avid reader, Chantelle discovered Mills & Boon as a teenager and during the times when her children refused to sleep, she would pace the floor with a baby in one hand and a book in the other! Twenty years later she decided to write one of her own. Writing takes up most of Chantelle’s spare time, but she also enjoys gardening and walking. She doesn't find domestic chores so pleasurable!

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    La gran noticia - Chantelle Shaw

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

    28036 Madrid

    © 2020 Chantelle Shaw

    © 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La gran noticia, n.º 2947 - agosto 2022

    Título original: Housekeeper in the Headlines

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1141-007-6

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    ES ESO cierto?

    –Por supuesto que no.

    Carlos Segarra frunció el ceño y juró mientras miraba el periódico que tenía en las manos. La expresión de su padre era de clara decepción. Ya le había dado a lo largo de los años muchos motivos para sentirse defraudado por él, pero aquello era diferente. Era inocente.

    –No tengo ningún hijo secreto –le aseguró entre dientes–. Se han inventado esa historia.

    Su padre, Rodrigo, sintió que le costaba respirar. Ya le había dado un infarto un año antes y una neumonía lo había llevado al hospital el mes anterior.

    –¿Y conoces a la tal Betsy Miller, la supuesta madre de tu hijo?

    A Carlos se le hizo un nudo en el estómago al aflorar el recuerdo de unos ojos marrones y una melena del color del caramelo y la miel, de suaves rizos que enmarcaban una cara bonita, ruborizada por la pasión.

    Recordó la suavidad de los labios de Betsy y sus gemidos de placer mientras le hacía el amor. Betsy había puesto a prueba su templanza durante semanas y, aquella noche, dos años antes, la noche después de que Carlos hubiese cumplido su sueño de ganar el Campeonato Internacional de Tenis Británico, había perdido completamente el control.

    –La conocí en Londres –admitió–, pero no soy el padre de su hijo.

    Rodrigo lo miró fijamente.

    –¿Estás seguro, al cien por cien?

    –Sí.

    Carlos estudió la fotografía de Betsy en la portada del periódico. A pesar de que iba vestida con una gabardina amplia y llevaba el pelo oculto bajo un poco favorecedor gorro de lana, sintió que se le aceleraba la sangre en las venas. Le sorprendió que su cuerpo reaccionase así. Nunca se había enganchado a una mujer, mucho menos a un ama de llaves inglesa, nada sofisticada.

    –No existe ninguna posibilidad de que el niño sea mío –insistió.

    En la fotografía aparecía Betsy con un niño que debía de tener más o menos la misma edad que el sobrino de Carlos. El rostro del pequeño estaba oculto debajo de la capucha del abrigo.

    Si Betsy se hubiese quedado embarazada de él, ¿por qué habría esperado hasta entonces para hacerlo público? ¿Por qué no se lo había contado personalmente? Lo más probable era que el periódico le hubiese pagado para que mintiese.

    Carlos recordó que las circunstancias habían hecho que se marchase de la casa en la que había estado alojado, en el sudoeste de Londres, sin volver a ver a Betsy después de que hubiesen pasado la noche juntos. No obstante, él no había podido olvidarla y, varias semanas después de su vuelta a España, le había enviado una pulsera de regalo y su número de teléfono junto a una nota en la que le decía que lo llamase si quería volver a verlo. Betsy no le había respondido y él tampoco había intentado ponerse en contacto con ella. Carlos nunca iba detrás de una mujer, no necesitaba hacerlo, pero si Betsy se había quedado embarazada de él, lo normal era que lo hubiese llamado para pedirle, al menos, apoyo económico para criar al bebé.

    –Es uno de esos escándalos que tanto les gusta publicar a los periódicos, nada más –le dijo a su padre mientras tiraba el periódico sobre la cama–. Hay mujeres que se acuestan con hombres famosos solo para después ir a contárselo a la prensa.

    –Tal vez, si no tuvieses fama de mujeriego, esta mujer no te habría utilizado a ti –le recriminó su padre.

    Él pensó en el anexo que había hecho construir en su casa de Toledo, en el que todo un equipo de enfermeras cuidaba de Rodrigo para que este no tuviese que ingresar en una residencia. Había tenido la esperanza de que, al ofrecerle un hogar a su padre, tal vez podrían recuperar la buena relación que habían tenido en el pasado. No esperaba que su padre lo perdonase. ¿Cómo iba a hacerlo, si ni siquiera él se perdonaba por el papel que había desempeñado en la muerte de su madre? Pero en los últimos meses había sentido a su padre más cerca y había tenido la esperanza de que su relación volviese a ser cercana. Sin embargo, aquella noticia llegaba en mal momento y Carlos sintió que la falta de confianza de su padre en él se le clavaba entre las costillas cual afilado cuchillo.

    Se levantó del sillón en el que estaba sentado, junto a la cama de su padre, y fue de un lado a otro por la habitación del hospital.

    –¿Qué vas a hacer? –le preguntó Rodrigo.

    –Mi avión está preparado para viajar a Londres de inmediato, en cuanto me marche de aquí.

    Era una coincidencia que Carlos hubiese planeado un viaje de negocios a Reino Unido justo en aquel momento. Daba la casualidad de que había pensado en ponerse en contacto con Betsy, para volver a verla y, con un poco de suerte, olvidarla. En esos momentos, tenía claro que debía encontrarla y buscar una clínica en la que hacerse una prueba de paternidad.

    Quería respuestas y, cuando tuviese la prueba de que Betsy Miller era una mentirosa, Carlos se prometió en silencio que le haría arrepentirse de haberse burlado de él.

    Junio había sido un mes muy húmedo y la cantidad de agua caída en las últimas veinticuatro horas había hecho que el bonito río que atravesaba el pueblo de Fraddlington, situado en el condado de Dorset, se convirtiese en un furioso raudal y se desbordase durante la noche.

    Betsy había colocado bolsas de arena delante de la puerta principal de la casa, pero el suelo de la planta baja estaba cubierto por varios dedos de agua sucia. Por suerte, la cocina, que estaba en la parte trasera, había sido construida en un nivel ligeramente superior y estaba seca.

    Sebastian estaba detrás de la barrera que Betsy había colocado entre la cocina y el salón. Tenía casi quince meses y era adorable. Sus ojos marrones, salpicados de motas doradas, eran idénticos a los de su padre, pero Betsy se negó a pensar en Carlos.

    –Me temo que vas a tener que quedarte ahí hasta que limpie esto –le dijo a su hijo, inclinándose a darle un beso en el pelo rizado y moreno.

    Betsy había alquilado la casa y no tenía ni idea de a dónde iba a ir con Sebastian después de reparar los daños causados por la riada. Sacó una alfombra empapada a la calle y la tiró al jardín, y entonces vio que su vecina estaba hablando con un hombre que tenía un micrófono en la mano.

    Betsy volvió a entrar en casa y cerró la puerta, pensando en el periodista que la había abordado a ella varios días, mientras iba por la calle empujando la silla de paseo de Sebastian. De repente, se había dado cuenta de dónde había visto a aquel hombre antes.

    Hacía dos años el mismo periodista había ido a casa de su tía, en el sudoeste de Londres, para entrevistar a Carlos Segarra, el ganador del Campeonato Internacional de Tenis Británico de aquel año. Betsy había estado trabajando en casa de su tía como ama de llaves y Carlos había alquilado la casa varias semanas mientras su tía estaba en el extranjero.

    Después de pasar la noche con Carlos, Betsy se había despertado tarde al día siguiente y se había encontrado con que estaba sola en la cama.

    Volvió a recordar aquella noche. Había sido muy ingenua, se dijo mientras limpiaba el suelo.

    Tras haber crecido en el seno del tóxico matrimonio de sus padres y haber vivido su agrio divorcio, había sido escéptica con la idea de enamorarse. En la universidad, había salido con varios chicos, pero nunca había tenido una relación seria porque le daba miedo bajar la guardia y que le hiciesen daño. Y, no obstante, siempre había albergado la esperanza de encontrar a su príncipe azul, que había llegado en forma de tenista, alto, moreno y muy guapo.

    Por una vez en su vida, Betsy había bajado la guardia, con Carlos, y había pensado que existía una conexión especial entre ambos. Pero lo cierto era que solo había sido una más para él. De hecho, Carlos le había dicho al periodista que lo había entrevistado aquel día que se trataba solo de una aventura.

    Se quitó los guantes de goma y, de repente, sintió una punzada de desesperación al mirar a su alrededor. Ya tenía bastantes preocupaciones sin tener que pensar en aquel periodista que rondaba por el pueblo. Estaba segura de que la recordaba de dos años antes, y el hecho de que sintiese curiosidad por Sebastian la inquietaba.

    Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta. Debía de ser alguien de los servicios de emergencia. Miró hacia la cocina y vio a Sebastian sentado en su mantita de juegos. Volvieron a llamar y ella fue a abrir. A través del cristal vio una figura alta y sintió que se le aceleraba el corazón.

    –Hola… –balbució al abrir y encontrarse con Carlos.

    De repente, se le cortó la respiración. No podía ser él. Carlos no sabía dónde vivía y no tenía ningún motivo para querer buscarla.

    A Betsy se le había olvidado lo guapo que era. Aunque no hubiese podido olvidarse de él, el Carlos Segarra de carne y hueso era mucho más impresionante que el recuerdo que solía atormentarla en sueños.

    Estudió su rostro masculino: los pómulos marcados, la mandíbula cuadrada, oscurecida por una sombra oscura y una boca que podía ser sensual o cruel, pero que en esos momentos estaba tan seria que a Betsy se le cayó el alma a los pies.

    Dado que era guapo,

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