Matrimonio de amor
Por Kate Walker
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Pero lo que no se había planteado eran las posibles consecuencias.
Cuando se enteró de que estaba embarazada, Pierce insistió en que se casaran. Natalie adoraba a su futuro bebé, pero le dolía que aquello fuera lo único que la vinculara con Pierce.
A pesar de todo, Pierce estaba dispuesto a conseguir que su matrimonio fuera un matrimonio de verdad.
Kate Walker
Kate Walker was always making up stories. She can't remember a time when she wasn't scribbling away at something and wrote her first “book” when she was eleven. She went to Aberystwyth University, met her future husband and after three years of being a full-time housewife and mother she turned to her old love of writing. Mills & Boon accepted a novel after two attempts, and Kate has been writing ever since. Visit Kate at her website at: www.kate-walker.com
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Matrimonio de amor - Kate Walker
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1997 Kate Walker
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio de amor, n.º 1156 - septiembre 2019
Título original: The Unexpected Child
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-416-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Capítulo 1
NATALIE se disponía a salir de la casa, cuando el reloj del comedor dio y media. Se quedó paralizada, al darse cuenta de que habían pasado doce horas, exactamente, desde que había abierto aquella misma puerta la noche anterior. En solo medio día, su vida había cambiado. Ya nunca volvería a ser la misma.
Si hubiera ignorado el timbre, tal y como había pensado en un principio, aquella habría sido una mañana de lunes como tantas otras. Su cabeza habría estado centrada en lo que había de suceder en semanas sucesivas. La Navidad estaba muy cerca, tenía que preparar la función y todas las actividades que se harían en la escuela.
Pero el timbre volvió a sonar por segunda vez. Las luces estaban encendidas y ella sabía que se veían a través de la cocina. Eso le impedía fingir que no estaba en casa. Se levantó, no muy convencida, y se dirigió hacia la puerta.
–¿Sí? –preguntó ella en un tono impaciente nada más abrir. El viento helado le golpeó la cara y se estremeció, a pesar del jersey de lana que le cubría hasta debajo de la rodilla y de las mallas negras.
–¿Qué es lo qué…? –las palabras murieron antes de salir y se quedó boquiabierta. La luz iluminó al hombre que se apostaba en el vano de su puerta.
–Hola, Nat.
Natalie parpadeó varias veces, con el fin de convencerse de que realmente veía lo que veía.
–¿Pierce?
Fue lo único que pudo decir. Hacía diez años desde la primera vez que lo había visto y, ya entonces, Pierce Donellan la había dejado completamente sin respiración. Desde aquel día, nunca había logrado que sus constantes vitales funcionaran a un ritmo normal cuando él estaba cerca.
Todavía se quedaba sin habla al verlo. Aún incluso vestido de aquel modo, con unos vaqueros y una sudadera azul marino, con una cazadora de cuero negra, el pelo negro revuelto y mojado por la lluvia, resultaba tan guapo que la privaba de la capacidad de pensar coherentemente.
–¿No tienes nada que decir, Nat? –su voz, fingidamente fría, tenía en el fondo un tono burlón y bromista–. ¡Qué extraño! Tú que siempre tienes algo que decir y que te aseguras de que yo me entere de tu opinión.
–Me has sorprendido… Eras la última persona a la que pensaba encontrar aquí en mi puerta.
Lo que era absolutamente cierto. Hacía mucho que Natalie se había convencido de que Pierce Donellan no sería nunca parte de su vida. Además, las noticias que habían resonado como campanas por todo el pueblo hacía un mes, habían sido suficiente para acabar con todo resquicio de esperanza.
–¿A qué debo el honor de tu visita?
La sonrisa pícara de Pierce alteró directamente el corazón de Natalie. Después de haber pensado que lo había perdido para siempre, el verlo allí le provocó un extraño estado de felicidad incontrolable, por mucho que su cabeza la advirtiera del peligro de acabar malherida.
–¿Me creerías si te dijera que pasaba por aquí?
–No.
Sin saber muy bien cómo reaccionar, trató de endurecer su reblandecido corazón en vano. Una sola sonrisa más era suficiente para destrozar todos sus intentos de resistencia.
–Nadie, ni siquiera tú, puede estar en Holme Road de paso a ningún otro lugar, porque hay que tener muy claro que se quiere venir hasta aquí para poder llegar.
–De acuerdo, confieso que venía dispuesto a esconderme en casa de mi madre, pero me he dado cuenta de que si no está y la mujer de la limpieza está de vacaciones, no habrá nada en la nevera y la calefacción estará apagada. Así que he pensado que era un buen momento para visitar a una vieja amiga.
–¿Una vieja amiga? –preguntó ella con escepticismo y distancia. Pero la distancia se disipó en el instante mismo en que Pierce entró y se puso bajo la luz. Estaba pálido y completamente empapado. Tal vez, era solo el relejo de la luna sobre su rostro.
–¿No crees que decir eso es un poco exagerado? Lo único que nos une es que mi madre fue vuestra cocinera durante unos cuantos años y que, ocasionalmente, te dignabas a dirigirme la palabra.
¿Por qué el tiempo y la distancia no le habían dado la capacidad de ser un poco más objetiva? ¿Por qué no había sido capaz de apartarlo de su cabeza o, al menos, de sentirse un poco más segura de sí misma cuando hablaba con él?
Con cualquier otra persona, sabía comportarse como la profesional de veinticuatro años que era. Pero ante él, se quedaba sin armas, como la adolescente que era cuando se encontraron por primera vez.
–Y no se puede decir que te viera demasiado a menudo, ni siquiera cuando vivías en Ellerby. Eso era mucho pedir al señor del feudo.
–¡Sabes que no me gusta ese apelativo! –la interrumpió él de modo seco y cortante–. Si no soy bienvenido aquí, me lo dices y se acabó.
Se dio media vuelta, dispuesto a marcharse por donde había llegado, dispuesto a salir de su vida con la misma facilidad con la que había entrado. Su sentido común le decía que debía dejar que se fuera, pero su corazón lo contradecía. Hacía casi tres años desde la última vez que lo había visto. Si se marchaba, ¿volvería a verlo alguna vez en su vida?
–Bueno, ya que estás aquí, lo mínimo que puedo hacer es ofrecerte una taza de café –dijo ella, mientras abría la puerta y se apartaba para dejarle paso–. Entra antes de que te congeles.
Él no rechisto, simplemente entró y ella cerró la puerta. Al volverse, lo tenía justo detrás, tan cerca que se estaban rozando. En el confinado espacio del recibidor aquel hombre parecía gigantesco.
–Pasa al salón –le dijo ella, sin poder evitar que su voz sonara alterada–. La chimenea está encendida.
Nada más entrar, Natalie encendió la luz principal, pues la inquietaba estar en una habitación en penumbra y a solas con él.
Pero lo que descubrió cuando la luz inundó el lugar la sorprendió.
–¿Te encuentras bien?
Pierce no tenía buen aspecto. Los huesos de los pómulos se le marcaban en exceso y la tirantez de la piel dibujaba líneas en su boca y bajo sus ojos. La palidez que había notado en la puerta era real, no un engañoso efecto de la luna.
–Solo estoy cansado –se frotó los ojos.
Natalie notó un brillo febril en sus pupilas.
–La autopista estaba completamente atascada. Todo el mundo parece haber decidido regresar hoy.
–La gente espera hasta el último momento para regresar de vacaciones –comentó ella, amparándose en una conversación casual y sin implicaciones–. Querrán llegar a tiempo para la escuela, que empieza mañana.
–Claro. Se me había olvidado ese pequeño detalle –dijo él. Su mirada se fijó en la mesa llena de papeles–. ¡Lo siento! Estabas trabajando y te he interrumpido.
–No te preocupes, ya había terminado –mintió ella.
No sabía por qué, pero su instinto le decía que algo no iba bien. No se creía aquello de los viejos amigos.
–¿Quieres beber algo? ¿Un café?
–Prefiero algo un poco más fuerte.
–Lo único que tengo es jerez.
–Me vale.
Mientras le servía el jerez, Natalie se planteó si realmente el alcohol era lo mejor que le podía dar en aquel momento.
–¿Has comido? –esa era la pregunta que debía de haberle hecho desde el principio.
–No. No quería perder tiempo en parar para comer. Quería salir de Londres lo antes posible.
–¿Tanto así?
–Sí –respondió él–. He conducido por encima del limite de velocidad prácticamente todo el camino.
Aquel comentario ratificó su sospecha de que aquello era mucho más que una simple visita a casa. Natalie pensó en el Porche de Pierce. Se asomó a la ventana a ver dónde lo había aparcado y si estaba bien. Aquel barrio tenía, por desgracia, muchos amantes de los buenos coches ajenos.
–No te preocupes –le dijo él–. He aparcado a unas cuantas manzanas de aquí. Nadie sabrá que estoy en tu casa.
–No era eso lo que me preocupaba.
–¿No? –interrogó él con aquel tono peligroso que ella recordaba de antaño, de aquella lejana noche de su dieciocho cumpleaños, cuando se había roto cualquier posibilidad de que Pierce y ella llegaran a ser ni remotamente amigos–. Tú decías que eras tú la que