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Una noche para toda la vida
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Una noche para toda la vida
Libro electrónico169 páginas3 horas

Una noche para toda la vida

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Información de este libro electrónico

La recatada Ivy Kennedy estaba decidida a perder la virginidad antes de cumplir treinta años y solo confiaba en un hombre para esa misión, Louis Charpentier, el rey de las relaciones esporádicas.
Louis se había resistido durante mucho tiempo a la atracción que sentía hacia la belleza pelirroja. Ivy se merecía el final feliz que siempre había anhelado y estaba buscando un amor duradero. Louis evitaba las relaciones sentimentales por la desdicha matrimonial de sus padres, pero la petición de ella había avivado un fuego... ¿Cómo iba a conformarse con una noche de pasión desenfrenada?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2021
ISBN9788413759302
Una noche para toda la vida
Autor

Melanie Milburne

Melanie Milburne read her first Harlequin at age seventeen in between studying for her final exams. After completing a Masters Degree in Education she decided to write a novel and thus her career as a romance author was born. Melanie is an ambassador for the Australian Childhood Foundation and is a keen dog lover and trainer and enjoys long walks in the Tasmanian bush. In 2015 Melanie won the HOLT Medallion, a prestigous award honouring outstanding literary talent.

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    Una noche para toda la vida - Melanie Milburne

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2020 Melanie Milburne

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Una noche para toda la vida, n.º 180 - octubre 2021

    Título original: One Night on the Virgin’s Terms

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1375-930-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    IVY KENNEDY estaba en la peluquería cuando encontró la solución al problema de su virginidad. La respuesta estaba en la primera revista de cotilleos que empezó a ojear. En realidad, había estado delante de sus narices desde hacía años, pero no había caído en la cuenta hasta ese momento.

    Louis Charpentier era el rey de los revolcones de una noche y el mejor amigo de su hermano mayor. Asunto resuelto. ¿Quién iba a haber dicho que arreglarte el pelo podía arreglarte muchas cosas más?

    Sarina, la peluquera, miró por encima de su hombro y silbó al ver la revista.

    –¿No te parece que puede darte un síncope solo de ver a Louis Charpentier? Ese hombre debería llevar una advertencia pegada a la frente. Es tan impresionante que está dándome un golpe de calor. Creo que ha vuelto a ganar el premio al soltero del año. ¿Cuántos lleva? ¿Tres?

    –Cuatro.

    Ivy pasó la página, pero puso disimuladamente el pulgar izquierdo para marcarla. Quería volver a mirar a Louis sin la peluquera babeando por encima de su hombro.

    –Sí, no está mal –añadió Ivy.

    Durante años, Louis solo había sido el mejor amigo de su hermano mayor. Era guapo, pero no tanto como para tentarla. Sin embargo, faltaba muy poco para que ella cumpliera treinta años y seguía siendo virgen. Tenía que hacer algo y hacerlo pronto.

    ¿Cómo iba a encontrar pareja si no hacía algo con ese asunto tan bochornoso? Se había pasado casi toda su vida adulta buscando excusas para no salir con un chico por miedo. Miedo a estar desnuda con un hombre y que no le gustara lo bastante, miedo a que le hicieran daño y miedo a enamorarse de alguien solo para que, acto seguido, la dejara.

    Sin embargo, estaba a punto de cumplir treinta años y tenía que olvidarse de esos escollos. ¡Treinta! ¿Quién era virgen con treinta años en esos tiempos?

    Además, ¿quién mejor que Louis para solventar ese problemilla? Era un auténtico especialista en el arte de la seducción. Se le caería la cara de vergüenza al pedírselo, pero…

    Quería conocerlo y poder confiar en él para que la ayudara, no quería que fuera un ligue esporádico que pudiera reírse de ella por ser virgen a su edad… o que hiciera comentarios desagradables sobre su cuerpo como había hecho uno de los chicos con los que salió hacía tiempo. Louis no era un desconocido, era un amigo… Bueno, para ser más exactos, un amigo entre comillas.

    En ese momento, cuando su hermano había emigrado a Australia para estar con su pareja, Ricky, solo veía a Louis para tomar un café muy de vez en cuando. Además, tuvo que cancelar la última cita porque llegaba un lote de antigüedades desde Francia a la tienda donde trabajaba de asesora.

    También sabía que si no actuaba esa misma tarde, podría perder el arrojo y no hacerlo nunca. Solo le quedaba un mes, el tictac de su cumpleaños era implacable como una bomba de relojería.

    Tomó aliento, volvió a abrir la revista y miró a Louis con detenimiento. Era alto y moreno, tenía unos ojos azul grisáceo indescifrables y era el mejor ejemplo de alguien irresistible. Pasó un dedo por los labios apretados de la foto e intentó imaginarse lo que sería sentirlos sobre los suyos. Bajó la mirada a sus poderosos muslos y notó un cosquilleo.

    Cerró la revista de golpe. Efectivamente, era el indicado. No era el indicado para toda la vida, pero sí para solucionarle ese asunto tan embarazoso.

    Solo tenía que convencerlo.

    Louis Charpentier estaba rematando un proyecto arquitectónico en su estudio de Londres cuando su secretaria lo llamó por el interfono.

    –Louis, una tal Ivy Kennedy ha venido para verte. No tiene cita, pero insiste en que es importante que te vea lo antes posible. Dice que es la hermana de un amigo íntimo tuyo. ¿La dejo pasar o le digo que venga en otro momento?

    Louis soltó el ratón del ordenador y se pasó la mano por el pelo. ¿Qué pasaría? Ella había cancelado la cita la última vez que le propuso que quedaran para comer. Su hermano Ronan le había pedido que estuviera un poco pendiente de ella. A él le gustaba verla de vez en cuando, pero intentaba no ver nada que pudiera parecerle remotamente sexual en ella. Algo que no era fácil cuando era tan sexy sin darse cuenta siquiera. Sin embargo, ni se le ocurriría enredar con la hermana pequeña de su mejor amigo. Ivy era de las que creían en cuentos de hadas y amores para toda la vida, era de las que querían tener hijos. Él era de los que se acostaban una vez con una mujer y pasaban a la siguiente. Lo único que tenían en común era a su hermano Ronan. Además, bastante había tenido Ronan saliendo del armario con su familia como para que él embarullara más las cosas.

    Apretó el botón del interfono.

    –Dile que entre y no me pases llamadas hasta que se haya marchado, ¿entendido?

    –Entendido.

    Se abrió la puerta y Louis se levantó detrás de la mesa mirando de arriba abajo al torbellino que había entrado. Ivy Kennedy, con una melena rojiza que le llegaba casi hasta la cintura, unos ojos entre azules y violeta, una piel blanca como el alabastro y unos labios carnosos, parecía llegada de otros tiempos, aparte de la ropa, claro. Intentó no mirar demasiado sus piernas largas y esbeltas ceñidas por unos pantalones deslumbrantemente blancos y el jersey de cachemir con cuello en pico que resaltaba sus pechos respingones, pequeños y perfectos. También llevaba unas botas de tacón color burdeos, pero ni así le llegaba al hombro.

    –Hola, Ivy –le saludó él con la voz un poco ronca porque le costaba dejar de mirarle la boca–. ¿Qué puedo hacer por ti?

    –Louis, espero que no te importe que haya venido a verte así, pero tengo un problema y creo que eres el único que puede ayudarme.

    Ivy lo dijo atropelladamente y con las mejillas ligeramente sonrojadas. Él no sabía nunca si saludarla con un beso en la mejilla o con un abrazo, pero en ese momento, teniendo en cuenta la reacción de… sus entrañas, el abrazo era impensable.

    Quizá se hubiese equivocado al imponerse esa abstinencia. El rey de los revolcones de una noche estaba tomándose un merecido descanso. ¿Cuánto tiempo llevaba? ¿Tres o cuatro meses?

    –Siéntate, por favor.

    –Gracias. No te robaré mucho tiempo.

    Ivy se dejó caer en la silla y los pendientes de plata le rozaron el rostro ovalado. Él captó el olor embriagador de su perfume, a lila y lirios del valle. Sus manitas agarraban un bolso rectangular donde solo cabían un teléfono móvil y cuatro cosas más. Se pasó la punta de la lengua por los labios color cereza y esbozó una sonrisa que le formó dos hoyuelos. Él estuvo a punto de caerse de espaldas y el pulso se le aceleró al ver los preciosos dientes entre los cautivadores labios.

    –Me alegro de verte, Louis, y siento que tuviera que cancelar la cita anterior.

    Tenía que dejar de mirarle la boca y no se le podía pasar por la cabeza mirarle los pechos.

    –No pasa nada. Además, esa semana tenía mucho trabajo –él se aclaró la garganta y se sentó con los antebrazos apoyados en la mesa–. ¿En qué puedo ayudarte?

    Empleó el tono que empleaba siempre cuando quería ir al grano, pero también notaba algo en el ambiente, algo que le producía un cosquilleo.

    Ella apretó los labios y le miró el nudo de la corbata como si fuese la cosa más fascinante del mundo.

    –Bueno… Es difícil explicarlo…

    Ivy se puso más roja todavía y agarró el bolso de mano con más fuerza. Él, automáticamente, le miró la mano izquierda, pero no tenía anillos.

    Soltó un aire que no sabía que había estado conteniendo. Vivía espantado por la posibilidad de que se comprometiera con el hombre equivocado cuando le habían pedido que se ocupara de ella. Su hermano le había contado que Ivy había soñado con casarse desde que le regalaron la primera muñeca. También había oído contar que no había tenido suerte con los hombres, seguramente, porque era demasiado generosa y confiada, porque no tenía ni experiencia ni picardía.

    Louis se dejó caer sobre el respaldo y se soltó el nudo de la corbata.

    –¿Quieres beber algo? ¿Café? ¿Té? ¿Algo más fuerte…?

    Ivy lo miró mordiéndose el labio inferior.

    –¿Tienes brandy?

    –¿Desde cuándo bebes brandy? –le preguntó él con el ceño fruncido–. Creía que solo bebías vino blanco o champán.

    Ella sonrió con cierto bochorno y los preciosos hoyuelos volvieron a aparecer.

    –Esta situación requiere un brandy.

    –Me intrigas…

    Louis se levantó, fue al mueble bar y le sirvió un poco de brandy. Volvió donde estaba ella y le entregó la copa. Sus dedos se rozaron y sintió una descarga eléctrica que le llegó directamente a… las entrañas. ¿Podía saberse qué estaba pasándole? Estaba como un adolescente en celo. Quizá esa abstinencia había sido una idea malísima. Estaba embrollándole la cabeza, los principios y los límites.

    Se sentó en la esquina de la mesa, enfrente de ella, en vez de volver a su asiento. Se dijo a sí mismo que así se sentiría menos intimidada por esa mesa enorme entre los dos, pero, en el fondo, sabía que lo hacía porque no quería perderse ni la más mínima expresión de su rostro. Le miró los labios en el borde de la copa de cristal, se los imaginó alrededor de él y una oleada abrasadora lo arrasó por dentro.

    Efectivamente, tenía que acabar con esa sequía sexual. Enardecerse por la hermana de su mejor amigo era cruzar una línea que había jurado que no cruzaría nunca. Ronan le había encomendado la tarea de que se ocupara un poco de ella, pero nada más. ¿Qué podía haber entre ellos? Él no era su tipo. Ivy era una de esas mujeres encantadoras que no podían pasar por delante del escaparate de una joyería sin pararse a mirar los anillos de compromiso o de boda. Era una de esas mujeres que se probaban vestidos de novia en la hora del almuerzo. Era una de esas mujeres a las que se le caía la baba con los perritos y los cochecitos de bebé y soñaba con promesas de amor eterno. Él no creía en ese tipo de amor. ¿Cómo iba a creer cuando había visto que el amor eterno de sus padres había acabado convirtiéndose en peleas eternas?

    Ivy dio tres sorbos, tosió dos veces y se inclinó hacia delante para dejar la copa en la mesa con una mueca de disgusto.

    –Caray, ¿cómo es posible que haya alguien que beba este brebaje? No creo que pueda terminarlo.

    Ivy sacó un pañuelo de la manga, se secó los ojos y lo miró avergonzada entre unas pestañas tan largas como las patas de una araña.

    –Siento interrumpirte cuando estás tan ocupado. ¿Esa secretaria es nueva? Parece estupenda…

    Ivy siempre veía lo mejor de todo el mundo. Era una virtud encomiable, pero él no la tenía. Quizá se pareciera

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